Artículo sobre la decadencia del Imperio Romano y sus paralelismo con la actual decadencia de España y Occidente en general.

El Imperio Romano cayó por la decadencia y la molocie de TODA la sociedad romana.
España ha caido por la sirvergonzonería de TODA O CASI TODA la casta política.
No ha sido por casualidad: ¿alguien entiende que en Andalucía, siendo sabido por todos lo ocurrido con la gran estafa de los ERES vuelva a ganar el PSOE?.
Naturalmente que es entendible, se llama PER, ayudas, subvenciones, algo que permite a mucha gente el vivir sin trabajar y claro, mientras a mi estos me den de comer y no tenga yo que trabajar que me importa a mi si roban o no, yo les voto.¡
Efectivamente, hay mucho paro pero las aceitunas las tienen que recoger los moros y las fresas las polacas ¿que pasa con nuestros parados?.
¿Alguien cree que el examen de maestros en los que se definía como mamímero a la gallina y la serpiente como perteneciente al grupo de "Peligrosas" es anecdótico?.
Pues no, es simple y llanamente la labor de la LOGSE que busca crear estudiantes conformistas en los que no se retribuye el esfuerzo y que aunque suspendas tres pasas de curso y con beca, porque contra mas mastuerzo seas mejor te domino.¡
¿Alguien ha entendido lo de Asturias con Cascos, el PP y el PSOE?.
Pues muy sencillo el PP (como todos los partidos está dividido entre los partidarios de Don PIM y los partidarios de Don POM y claro al final entre el PIM Y EL POM ganan los otros, el PP ha preferido que mande el PSOE antes que CASCOS, inaudito e increible), no evidencian espíritu unitario y nacional, y tampoco expresan claramente lo que quieren ¿que está haciendo Rajoy con la Mayoría Absoluta?.
Una pena, ya que no volverá a ganar el PP por mayoría absoluta en muchos años.¡
El Imperio Romano cayó y se hundió, aquí se ha hundido la sociedad española, pero no toda, sobreviven y m4ejor que nunca los Griñanes, los Chaves, los Bárcenas, los........Politicos de los co......nes.¡
Los demás al hoyo.¡

Otra muestra bastante significativa que indica la enorme decadencia que en prácticamente todos los ámbitos de la cultura estamos sufriendo podría ser comparar algunas de las figuras que formaron parte en una legislatura u otra de las Cortes Generales de España durante el período histórico de la 2º República (sabéis de sobra que no soy un absoluto un partidario entusiasta de aquel régimen político, pero a cada cual hay que reconocerle lo que se merece) y las Cortes actuales.

En aquella época hay que reconocer que hubo, tanto a derecha como a izquierda del hemiciclo, auténticos intelectuales, pensadores y gente en definitiva cuya obra podemos catalogar como brillante (¡incluso no compartiendo sus ideas o reflexiones!) y dinámica, como el diplomático e historiador gallego Salvador de Madariaga, Alejandro Rodríguez Cadarso (además de médico y catedrático uno de los precursores del estudio de la arteria carótida), Roberto Novoa Santos (catedrático de Patología General que estudió la diabetes), el jurista y filósofo del Derecho hispanoamericano Luis Recasens, el escritor Ramón Otero Pedrayo, el físico Manuel Martínez Risco (que fue una vez candidato al Premio Nobel de Física por sus trabajos científicos), Ramón Pérez de Ayala, José Díaz Fernández, el filósofo y pensador José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Filiberto Villalobos (el primer médico que utilizó las modernas técnicas de rayos X en la provincia de Salamanca), Miguel de Unamuno, el brillante historiador castellano Claudio Sánchez Albornoz, el jurista navarro Rafael Aizpún, el escritor catalán Salvador Albert, el intelectual catalán Joan Estelrich, el abogado catalán Amadeu Hurtado, Manuel Azaña, el dinólogo valenciano José Royó Gómez, el abogado criminalista murciano Mariano Ruiz-Funes, el jurista murciano Francisco López de Goicoechea Inchaurrandieta, el escritor y pedagogo Luis Bello, el científico italiano nacionalizado español Gustavo Pittaluga, el cirujano andaluz Fermín Aranda y Fernández-Caballero, Rodrigo Soriano, el arquitecto Gabriel Pradal, el médico Juan Negrín, el médico gallego (e inventor de un tipo particular de eléctrodo) José García Ramos y Segond, el ingeniero y empresario asturiano Romualdo Alvargonzález Lanquine, el destacado historiador del arte castellano Juan de Contreras y López de Ayala (marqués de Lozoya), Ramiro de Maeztu, el arquitecto y empresario vizcaíno José Luis Oriol, el filósofo del Derecho aragonés Miguel Sancho Izquierdo, el abogado y periodista valenciano Luis Lucía Lucía, José María Pemán, José Antonio Primo de Rivera o el militar Miguel Cabanellas.

Es obvio que dentro de esta lista no hay que darle el mismo mérito a todos ellos aunque cada uno fuera brillante y exitoso (en mayor o menor grado) a su manera, por supuesto, antes de participar de la política.

Hoy en día, en cambio, ya no hay Ortegas, Unamunos, Primos de Rivera, Maeztus ni Sanchéz Albornoces (ni gente con una obra o méritos remotamente similares a los miembros de la larga lista que he escrito arriba) en las Cortes, sino figuras de la talla intelectual de Leire Pajín, Bibiana Aído, Fátima Báñez, Joan Tardá, los propios Zapatero o Rajoy, en general gente cuyo único mérito ha sido ser parte y trepar dentro de un partido político, a la que no se le conoce ninguna obra u acción realmente meritoria o brillante a su modo de ser, que solo ha servido para mamar de la teta del Estado sin aportar absolutamente nada a la sociedad de un modo u otro, etc.... Es decir, en las Cortes de la nación, al igual que en toda la sociedad (con muy pocas y honradísimas excepciones, por supuesto) lo único que predomina es la mediocridad más absoluta, la falta de ideas o ideales, principios o valores (es obvio que la sociedad en general y la clase política actual en particular están bastante más corrompidas y vulgarizadas hoy que en los años 30, incluso teniendo en cuenta la falta de sentido democrático o de sentido de Estado, y la brutal polarización ideológica -y todo ello por supuesto en las distintas facciones o banderías de la época-, así como odio REAL entre gentes de ideas opuestos -con los que ya cada uno se sentirá más cercano a unos o a otros, por supuesto-; que fue precursora del desastre de 1936 (ya precedido por los hechos acontecidos desde 1934) y los años posteriores); la molicie y estulticie más profunda, la ignonimia más absoluta.

Es más, diría que esa decadencia cultural es más profunda y acentuada ahora que hace unas pocas décadas, y que se nota de forma más acusada en las Cortes actuales que, por ejemplo, en 1977.

Esto creo que es solo un ejemplo más que sirve como muestra para expresar la decadencia cultural que en las últimas décadas se ha producido -y se está produciendo, con escasas y notables excepciones- en la sociedad española, desde sus supuestas élites intelectuales o políticas hasta amplísimos sectores de las mismas bases de la misma sociedad.

Saludos cordiales.

Sospecho que en este asunto se tienden a mezclar dos modos muy diferentes de considerar el tema. Desde el punto de vista de este momento histórico que nos ha tocado vivir, los problemas parecen irresolubles, la sociedad parece haber perdido el rumbo, el desastre más absoluto se vislumbra a la vuelta de la esquina. Y puede que, en cierto sentido, sea acertado. Pero si se analiza todo desde un punto de vista más alejado, con un "zoom" más amplio, es fácil observar que las sociedades y los países nacen, se desarrollan, en ocasiones hasta formar grandes Imperios, como hizo España y, antes o después, desaparecen. Quienes siguen viviendo son las personas, pero las entidades políticas se suceden unas tras otras, y muchos de los elementos culturales que en un momento dado fueron considerados como pilares insustituibles de esa civilización, se abandonan o son adaptados a las nuevas circunstancias. Eso (me adelanto a las críticas que sé que vendrán por ahí) no es relativismo, o al menos no es hacer apología del mismo, sino reconocer que así es como funciona esto. Antes dije que los romanos lucharon e intentaron evitar por todos los medios a su alcance el final de su civilización. No lo lograron. La parte occidental cayó antes, la oriental después. Pero el final no fue muy diferente, pues ambos terminaron desapareciendo como tales. Al resto de las civilizaciones les fue ocurriendo lo mismo.

Cuando leo los comentarios de algunos foreros, veo ese mismo afán de permanencia que seguro tuvieron muchos romanos. Hoy nuestra realidad política parece fundamental, trascendental, hay quien parece creer que nada puede ser más importante. Me parece un espejismo. Si mañana cayera un asteroide que provocara un cataclismo como el que acabó con el reinado de los dinosaurios en el pasado, los problemas políticos nacionales, las rencillas fronterizas, las incomprensiones religiosas, todo eso dejaría de importar en un segundo. La lucha por la supervivencia sería lo único relevante.

Todos estos afanes me parecen legítimos si uno quiere llenar así su vida, porque algo ha de hacer uno para llenar las 24 horas de cada día, pero creo que es un poco ingenuo creer que con esos esfuerzos serán capaces de impedir que se suceda el devenir histórico que afecta a todas y cada una de las sociedades. Si tiene algún sentido la política, es el interés por mejorar la vida cotidiana de los ciudadanos, pero no creo que tenga mucho sentido pretender impedir el ocaso de una civilización. Y creo, a menos que alguien me demuestre lo contrario, que es una tarea que supera la capacidad de actuación de cualquier persona o grupo social o político.

Los hundió la corrupción y la incompetencia, con los Jenizaros de Memmeht II, en determinados conciliabulos de Constantinopla se discutía acaloradamente sobre el sexo de los Ángeles.
He ahí entre otras cosas porque cayó el Imperio Romano de Oriente (previamente y durante los años anteriores sus Emperadores se habían encargado de mandar ejecutar a los principales generales y a diezmar el ejército).¡

Un acertado artículo sobre la actual decadencia cultural -que obviamente juega un papel de relevancia en el tema que tratamos en este hilo-, escrito por Juan Manuel de Prada.

http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/juan-manuel-de-prada/20130303/sabios-4832.html

JUAN MANUEL DE PRADA
Sabios



Nuestra época no favorece el florecimiento de los auténticos sabios; y hasta me atrevería a decir que, en cuanto detecta a uno, corre a acallarlo. Cuando se enumeran los males que afligen y corrompen nuestra época nunca se menciona esta postergación que sufren los sabios; pero para mí que es una de las causas más evidentes de tales males, que a la vez que priva a la sociedad de un bien presente la esteriliza para bienes futuros. Allá donde no llueve, el desierto avanza; y allá donde la sabiduría no encuentra las vías naturales del magisterio, la gente acaba idiotizándose. Pero ¿qué es un sabio? No es, desde luego, un erudito, ni una persona que ha hecho un acopio ingente de conocimientos; tampoco un 'experto' o dominador de una ciencia o técnica concreta. Leonardo Castellani probaba esta definición del sabio que me parece acertadísima: «Es el capaz de enseñar una ciencia; o bien todas las ciencias armadas en sabiduría. Es el capaz de enseñar, el que posee una disciplina en habitus vital, el que la abarca entera y perfecta dentro de sí o, mejor dicho, ambula él adentro de su orbe. Son gente rara. Ven todo el mundo a través de su ciencia, la hallan en todas partes, se hallan con ella, y están haciendo allí continuos descubrimientos, en luna de miel o noviazgo perpetuo».

El sabio, en efecto, vive dentro de su ciencia, como el niño gestante vive dentro de la placenta que le brinda sustento; pero, paradójicamente, su visión del mundo es abarcadora. En esto se distingue del mero erudito, para quien sus conocimientos acaban convirtiéndose en una cárcel esterilizadora; el sabio, por el contrario, viviendo dentro de su ciencia, puede mirar el mundo con vista de águila, y allá donde posa la mirada su ciencia se torna fecunda e iluminadora. El sabio puede adentrarse en territorios que no son los suyos (a diferencia del erudito y del 'experto') y colonizarlos de inmediato e incorporarlos a su orbe; y puede, además, brindarlos, enseñarlos a los demás, de tal modo que provoca en quienes lo leen o escuchan un movimiento de adhesión gozosa. El verdadero sabio, a través de sus enseñanzas, no solo nos invita a pensar, sino que nutre de esqueleto y musculatura nuestro pensamiento; no solo estimula nuestra inteligencia, sino que la abraza, la sustenta, la vigoriza, la dota de un andamiaje robusto y, a la vez, la impulsa hacia nuevas pesquisas, por caminos nunca antes transitados. El sabio, en fin, tiene la capacidad de elevarnos desde el plano de las contingencias al plano de los principios o primeras causas, de manera que lo que hasta entonces se nos había antojado un batiburrillo contradictorio cobra una forma inteligible. De ahí que el sabio sea concienzudamente ninguneado, perseguido, aniquilado por los poderes establecidos, a quienes no interesa que existan personas que, viviendo en luna de miel o noviazgo perpetuo con el conocimiento, logren transmitirlo a quienes los leen o escuchan; y puesto que tales personas todavía ¡milagrosamente! existen, conviene a los poderes establecidos que su magisterio se marchite.

Durante los dos últimos años y pico, como director del programa televisivo Lágrimas en la lluvia, he tenido ocasión de conocer a unos pocos sabios. Son, en efecto, gente rara (en el doble sentido de 'escasa' y de 'preciosa'), y no porque sus hábitos sean estrafalarios o su temperamento áspero (pues, por mucho que el mundo los tache de 'intratables', suelen ser personas entrañables), sino porque dicen cosas que ya nadie dice, cosas que parecen 'marcianas', en medio de las simplezas que nos han repetido machaconamente mil veces y que hemos llegado a hacer nuestras como papagayos. Me admira en ellos su insobornabilidad: podrían haber empleado su inteligencia en halagar al mundo, y a cambio el mundo los habría obsequiado con honores y aplausos; podrían haberse amoldado a las formas de pensamiento inerte, mansurrón y eunuquizado que triunfan en nuestro tiempo, y habrían sido encumbrados a las más altas magistraturas, o entronizados como 'referentes morales' (¡vade retro!); pero han preferido ser fieles a la ciencia con la que viven en noviazgo perpetuo, y el mundo se lo ha hecho pagar con creces. Puedo comulgar mayormente con lo que dicen (como me ocurre con Miguel Ayuso, tal vez la persona más sabia que haya conocido en mi vida), o discrepar (como a veces me ocurre con Antonio García-Trevijano), pero en su proximidad las costuras de mi espíritu se ensanchan; y aunque su sabiduría ¡ay! no se me pegue, puedo disfrutar siquiera por unos minutos de su visión de águila, e imaginar un mundo en el que los sabios no hubiesen sido condenados al ostracismo.