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Mensaje por Cruz de Borgoña 26/8/2012, 7:25 am

El Sistema socioeconómico y político español está en decadencia. Esta
decadencia me recuerda muchísimo a la del Imperio Romano, tiene unas
similitudes verdaderamente inquietantes, que palpo día a día.

Os pondré diez, que me parecen auténticamente reveladoras, y luego si
queréis analizamos entre todos hacia dónde nos encaminamos, sabiendo ya
de antemano cuál fue la consecuencia del declive romano en esta
península, y salvando las distancias cuál podría ser ahora la del
declive de nuestro sistema.

1ª Similitud: Ansia impositiva desbocada.
Cada vez más el estado nos fríe a impuestos, esto ocurrió también de la
misma forma durante aquél periodo histórico. Los tributos subieron de
manera exponencial y era prácticamente imposible pagarlos para la
ciudadanía. Existía, como ahora, una burocracia inmensa, cuya función
no era ya servir a la población, sino parasitar de ella, hasta dejarla
agonizante. Estamos asistiendo a la subida del IVA, del IRPF, del IBI,
hasta hacer insoportable para las personas poder hacer frente a todos los pagos que deben hacer, sumado eso al empobrecimiento generalizado que estamos sufriendo.

2ª Similitud: Descrédito de la Política.
La decadencia moral que sufrió Roma durante los últimos años de su Imperio, venía aparejada de una corrupción
generalizada en todos los órdenes de la administración estatal, de la
misma forma estamos asistiendo a un progresivo divorcio de la clase
política española respecto a la población; y a la creencia generalizada
de que no defienden los intereses de dicha población, sino los suyos
propios y de otros poderes como bancos o multinacionales. La clase
política española ha caído en las cotas de popularidad más bajas de la
Historia de la Democracia. Incluso la gente ha llegado a manifestarse en
contra de ella.

3ª Similitud: Grave Depresión Económica.
No estamos hablando de una crisis coyuntural, que dura unos años,
estamos hablando de una depresión, de un progresivo decrecimiento
económico y de la calidad de vida de los ciudadanos. Como en el caso de
Roma viene como consecuencia de una crisis profunda de valores y de lo
que yo llamaría fortaleza social. De un Imperio que se forjó por
la confianza en sí mismos de los romanos y su ansia expansionista, se
pasó a una sociedad adormecida, acobardada, incapaz de reaccionar ante
los avatares de la Historia. Como en el caso romano, España está
dormida, su sociedad languidece lentamente sin dar muestras de rebelión o
de dinamismo para resolver sus problemas, aparece anestesiada.

4ª Similitud: Burocracia inoperante y gigantesca.
El ejército de funcionarios del Bajo Imperio Romano, era monstruoso, de
la misma manera los millones de empleados públicos que soporta España en
la inmensa mayoría de los casos no aportan al país nada positivo para
su crecimiento económico, sino que sirven a superestructuras creadas
para dificultar muchas veces con trámites y organismos varios, multitud
de gastos, el desarrollo del país. Forman parte de un monstruo que está
pesando como una losa en la sociedad civil. Y en realidad han servido
para colocar a millones de personas en empleos que como digo no generan
productividad ni competitividad al país, sino más bien todo lo
contrario, absorben recursos y su mera existencia como organismos o sus
procedimientos entorpecen el desarrollo económico español.

5ª Similitud: Oleadas migratorias incontrolables.
Alguna vez he contado en este foro, que las invasiones bárbaras no
fueron, como la gente tiende a creer, la llegada de ejércitos
organizados que ocuparon paulatinamente territorios romanos. Sino simple
y llanamente migraciones de miles de personas que cruzaban el Danubio y
el Rin con el objeto de encontrar un lugar mejor donde vivir. Huyendo
del acoso de tribus orientales y de una miniglaciación que empujó de las
estepas a esas tribus nómadas hacia las tierras que ocupaban los
bárbaros. Esa es la explicación histórica ortodoxa. Pero lo cierto es
que leyendo relatos de Bizancio en el siglo V se sabe que los ostrogodos
vivían en el territorio como lo que ahora serían inmigrantes ilegales.
Sus mujeres muchas se dedicaron a la prostitución o al servicio
doméstico, y los hombres entraron en el Ejército, porque los nativos no
querían ya hacerlo ¿Os recuerda a algo eso? Ocurrió que como los
magrebíes actualmente en Europa y en España o los latinoamericanos o los
subsaharianos, tenían más hijos que los nativos, eran una sangre más
fresca con ganas de luchar, ante la apatía de los romanos. No fueron
absorbidos, o no del todo, culturalmente como lo habían sido otras
tribus, anteriormente. ¿Pero acaso nosotros hemos logrado integrar a los
musulmanes en España? Lo cierto es que la mayoría de los niños que
nacen en este país, ya son hijos de extranjeros, que sus creencias y sus
valores no son los nuestros, que en realidad desprecian por
encontrarlos decadentes.

6ª Similitud: Presión de Oriente.
Como durante la Decadencia del Imperio Romano, los Hunos venían
presionando al Imperio, en la España actual sufrimos las consecuencias
del advenimiento de un nuevo imperio implacable que nos está
destrozando, no con sus caballos enloquecidos y sus flechas, si no con
su competencia desleal que ha destrozado nuestros productos. Los chinos
se han hecho con el mercado mundial, se han hecho incluso con nuestros
comercios, la industria del calzado, del juguete, del electrodoméstico
español, ya es Historia, ha sido barrida por los chinos.

7ª Similitud: Paro generalizado.
Para muchos autores la crisis de la ciudad romana, fue el mecanismo que
trajo consigo el inicio del Feudalismo. Actualmente son millones las
personas en este país que no encuentran un empleo. Hace mil quinientos
años, su solución fue abandonar las ciudades y volver al campo. Allí
para protegerse pasaron a depender de señores poderosos, ya que por si
mismos no podían hacer frente a merodeadores y a los altísimos impuestos
a los que estaban sometidos, se fueron glebalizando.

8ª Similitud: Existencia de una poderosa oligarquía.
Estudios recientes han demostrado que la riqueza del país cada día más
es acumulada en menos manos, pues mientras la gran masa pierde poder
adquisitivo, unas pocas manos fuertes, cada vez acumulan más recursos.
Están exentos de pagar impuestos, que prácticamente recaen en las clases
medias, pues ellos tributan una parte mínima a través de las SICAVs y
evaden en paraísos fiscales por sociedades entrecruzadas. Además el
Poder Político está a su servicio no al de la ciudadanía, pueden con sus
negocios arruinar bancos, que seremos todos los que los rescatemos,
mientras ellos, aliados como digo a la casta política que les sirve,
quedan impunes. Al final del Imperio Romano, se gestó el Feudalismo con
la acumulación de grandes extensiones de tierra en unas pocas manos que
cada vez fueron adquiriendo más poder y prebendas mientras menguaban los
derechos de la ciudadanía, una similitud al poderío de las grandes
corporaciones actuales mientras el ciudadano pierde paulatinamente sus
derechos.

9ª Similitud: Crisis general de los valores incluso del arte
La Decadencia del Imperio Romano, no fue solo una cuestión económica, o
social, se puede decir que también era algo artístico y cultural,
incluso moral. Fue el declive de una Civilización, que como un ser vivo,
nace, y al final termina muriendo. Luego no se puede hablar de su
derrota militar contra los bárbaros como causa de su declive, existía
una sensación generalizada de cansancio, de parálisis del sistema
político y anquilosamiento social, de relajación general de costumbres,
de asunción de vicios, que en otra época no hubieran sido consentidos.
Ahora asistimos a depravaciones como los matrimonios entre homosexuales,
que en cualquier otra civilización se entenderían como algo deplorable y
síntoma de degradación total de las costumbres, el libertinaje de
nuestras relaciones, la relajación moral, la falta de principios y
valores, son cosas que como en la fábula de la rana y la marmita
caliente, nos hemos ido acostumbrando poco a poco a ellas sin
percatarnos de la gravedad de sus síntomas que son los de una sociedad
que se va descomponiendo. La familia, que es el núcleo primigenio de la
sociedad, está en grave peligro, nos hallamos desde un punto de vista
social con una sociedad cansada, abúlica que muestra claros síntomas de
escepticismo, relajación y apatía, nada que ver con la sociedad que
forjó un imperio llena de dinamismo optimista y espíritu de sacrificio,
en la confianza de que los tiempos nos llevarían a una situación mejor,
que a día de hoy con en la postrera Roma, nadie tiene.

10ª Similitud: Decaimiento cultural.
El Periodo histórico del Bajo Imperio Romano, hubo un desinterés general
por la Filosofía, la Literatura, la Cultura en general. Actualmente hay
una gran crisis cultural en España, no existe una vida intelectual que
ser pueda decir que enriquezca el panorama social, sino que es ignorada
la Cultura así como la intelectualidad, en pos de resaltar el discurso
dogmático y sectario de apoyo incondicional a las medidas que va tomando
el gobierno y cuya crítica no presenta una alternativa fuertemente
estructurada. Hubo también como hoy en día un retroceso en la calidad de
educación.


Ya hemos dado esas diez similitudes, que me hacen pensar que asistimos a
un periodo histórico muy similar en sus bases a lo que sería la
decadencia de un sistema político y social como el Imperio Romano en
este país. Sin duda nuestro sistema también está en decadencia, son
muchos los que hablan de que la sociedad española está enferma y su
sistema político corrupto, su sistema financiero quebrado. Ahora vayamos
a la pregunta que nos hacemos todos, conociendo estos síntomas hacia
dónde nos dirigimos.

Afirmo que hacia una suerte de Neofeudalismo,
basado no en los grandes propietarios agrícolas que defendían a otros
pequeños de la vorágine acaparadora de los burócratas, a cambio de al
final hacerse con sus tierras, más o menos por la fuerza, porque dichos
señores, empezaron a tener miniejércitos que coaccionaban a sus vecinos
más débiles y pequeños. Miniejércitos que son habituales en los estados
fallidos, donde surgen señores de la guerra. Sino en un Neofeudalismo
basado en las Grandes Corporaciones.

Ya en Rusia y en China existe el antecedente de ciudades creadas por
grandes empresas donde sus trabajadores viven y son protegidos del
exterior digamos, tienen su vivienda, sus lugares de ocio, se relacionan
y casan entre ellos, y la factoría al lado, son ciudades-empresa.

El ciudadano libre, no puede protegerse por una parte de una
criminalidad desbocada, que cada vez irá a más, a la vez del ansia
saqueadora del Estado, cada vez más inoperante y ya solo pendiente de
recaudar, pero si tiene la protección de vivir por y para la empresa, en
la Ciudad Empresa, como nuevo concepto de evolución de ciudadestado. La
Empresa le protegerá a cambio de su libertad, ese fue el contrato del
Feudalismo.

Por una parte el ejército de desarrapados parados, cada vez siendo más y
estando más desprotegidos y estimo que con el tiempo reprimidos. Y los
pocos que trabajen, perdiendo paulatinamente sus derechos, y siendo cada
vez más dependientes de la empresa, que si se trata de una gran
corporación tenga más y más poder sobre ellos y sobre el estado.

Ese Nuevo Feudalismo al que nos encaminamos es el del Gran Capitalismo.
Se observa una progresiva pérdida de la independencia de los ciudadanos,
una crisis total de los estados, ya arruinados, y el auge de grandes
empresas que cada vez tienen más poder y potestad sobre sus empleados.
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Mensaje por Juanma_Breda 27/8/2012, 12:51 pm

Gran historia, y cuanta razón tienes.

Ya un anciano catedrático lo dijo, España está en una situación como en los últimos años del Imperio Romano, ya que la gente valora más en ganarse la vida en dar patadas a un balón que en currarse una empresa.
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Mensaje por FelipeCarlos 28/8/2012, 4:07 am

Esto es una gran verdad.

Estamos asistiendo al inicio de una nueva edad media deonde los nuevos señores feudales son los grandes banqueros y empresarios la importancia del estado es cada vez menor y esperemos que, como sucedio en la edad media, nos vuelvan a invadir los musulmanes.
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Mensaje por Bernardo Galvez 18/9/2012, 6:55 am

Muy interesante artículo, por otra parte algunos de esos puntos ya andaba yo rumiándolos últimamente.

Veo altamente probable que todo lo que era nuestro mundo se desmembre rápidamente en las siguientes décadas: primero: desintegración de la nación española tal y como la conocemos desde el punto de vista político y posteriormente desde el punto de vista cultural. De todos modos quiero ser optimista -me cuesta mucho serlo- y pensar que si sobrevivimos al siglo XXI como entidad nacional y cultural -desafío más grave que la crisis económica- saldremos muy reforzados.

Saludos cordiales.
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Mensaje por Sevillano 18/9/2012, 7:35 am

Cruz de Borgoña escribió:¿Pero acaso nosotros hemos logrado integrar a los
musulmanes en España? Lo cierto es que la mayoría de los niños que
nacen en este país, ya son hijos de extranjeros, que sus creencias y sus
valores no son los nuestros, que en realidad desprecian por
encontrarlos decadentes.

No, y de todos los problemas que tenemos ese es con diferencia el más grave. Necesitamos que la siguiente generación de niños sea aplastantemente occidental. Si no conseguimos esto último el conflicto étnico está asegurado. Esa monserga de multiculturalismo es un error puesto que fomenta la creación de una sociedad culturalmente caótica. Sin cohesión cultural es prácticamente imposible establecer políticas esenciales para la estabilidad de un Estado: Educación, leyes civiles y penales, lenguas, sistema de salud, etc. Parece mentira que a día de hoy, en pleno siglo XXI, sigamos debatiendo algo que en el siglo XVIII ya se veía como la clave para el éxito y estabilidad de una sociedad: La similitud cultural entre individuos para evitar el conflicto.

Tarde o temprano los musulmanes crecerán en diferentes puntos de Europa hasta alcanzar la masa crítica necesaria como para imponer sus tesis de gobierno basados en el Corán. La probabilidad de una guerra es demasiado alta, ya que tarde o temprano alguien en alguna comunidad meterá la pata, y será la chispa que encienda el conflicto. Fijáos la que se a liado con un vídeo birrioso sobre el Islam en youtube. Han culpado al Gobierno de los Estados Unidos ¡Al Gobierno! Por una estúpida frikada como las miles que circulan a diario por internet.

Y no es una cuestión de quién es superior a quién. El Islam está muy bien en los países musulmanes. Es muy importante recalcar este punto pues cuando se habla de este asunto, rápidamente las limitadas mentes de muchas personas que son humanamente incapaces de ver más allá de los hecho concretos saltan diciendo que tu reflexión es fascista.

¡Coño! Sabemos que hay musulmanes depm, también en España. Gente humilde y trabajadora que no se mete con nadie. El problema es que otro colectivo muy importante de los musulmanes parte de la idea de que el mundo debe ser regido bajo las leyes del Corán. Y el resto de musulmanes "moderados" no hará nada por evitar que los musulmanes exaltados se hagan con el control, como ya pasa en Egipto, Siria, Libia, Túnez, Irán, Iraq... la lista es interminable.
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Mensaje por wad ras 18/9/2012, 7:38 am

Muy agudo y acertado el artículo. Yo añadiría un factor más de similitud: la crisis demográfica.
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Mensaje por CALZADA 18/9/2012, 7:39 am

Bueno, seamos optimistas, el resto de Europa vas bien y vá a mejor, ¿que crisis tiene Alemania?, ¿Suiza?, ¿Suecia?, ¿Finlandia?....etc.
La crisis la tenemos los de siempre España, Portugal, Italia y Grecia, ¡los de siempre¡.
Con gobiernos ineficaces y sindicatos tragones, con políticos parásitos y sinvergüenzas a porrillo.
Todo nuestro problema viene de la deuda, deuda originada por los políticos, que han gastado en gilipolleces UN BILLÓN de euros, repito lo han gastado en gilipolleces (cuando nó en putas y coca como en el caso de los ERES andaluces).
Pero Europa está bien, los que estamos mal somos los mismos, los mismos de siempre.¡
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Mensaje por Bernardo Galvez 18/9/2012, 10:18 am

CALZADA escribió:Bueno, seamos optimistas, el resto de Europa vas bien y
vá a mejor, ¿que crisis tiene Alemania?, ¿Suiza?, ¿Suecia?,
¿Finlandia?....etc.
La crisis la tenemos los de siempre España, Portugal, Italia y Grecia, ¡los de siempre¡.
Con gobiernos ineficaces y sindicatos tragones, con políticos parásitos y sinvergüenzas a porrillo.
Todo
nuestro problema viene de la deuda, deuda originada por los políticos,
que han gastado en gilipolleces UN BILLÓN de euros, repito lo han
gastado en gilipolleces (cuando nó en putas y coca como en el caso de
los ERES andaluces).
Pero Europa está bien, los que estamos mal somos los mismos, los mismos de siempre.¡

Todo
lo demás, la crisis demográfica -en Alemania o Francia incluso más grave que aquí, si cabe, lo único que les salva es que de entrada ya eran más y que por otra parte muchos españoles durante los últimos dos siglos han emigrado y se han buscado un futuro fuera, en Hispanoamérica y Europa-, la falta de integración de culturas
alógenas en lo cultural y la crisis/decaimiento cultural y de valores en general -y más cosas, eso tenlo por seguro, aunque estén mejor económicamente y su Casta no esté tan, tan podrida como la nuestra problemas más graves que la propia economía como los que citamos los tienen también... le doy más futuro casi a Polonia o Rusia como naciones que a muchas otras de Europa Occidental, incluso estando peor económicamente-, no
es exclusiva de España. Y hay también países como Gran Bretaña o
Francia que aunque no estén tan mal económicamente como nosotros "no se
pueden descuidar".
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Mensaje por CALZADA 18/9/2012, 9:08 pm

Y no se van a descuidar, no te preocupes, España es la nación que ha tenido la "suerte" de tener unos políticos que no han hechio nada para proteger la natalidad, que no han pensado en el relevo generacional y que les ha dado igual todo.
No han protegido a la familia porque no creen en ella, no han ayudado a la clase media porque no creen en ella (para ellos solo hay dos clases LOS RICOS que son ellos y EL PROLETARIADO todos los demás), de ahí la vida ostentosa que llevan de grandes mansiones, fabulosos viajes e insultantes mariscadas propias de lo que son .-nuevos ricos-.
Tampoco les ha importado el futuro de España, porque tampoco creían en ella -eso de realidad discutida y discutible-.
Pero Europa no caera.'
Ni España tampoco -por lo menos eso es lo que deseo, y yó si creo en España y en mis compatriotas españoles-.¡
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Mensaje por Bernardo Galvez 19/9/2012, 12:17 am

Dios te oiga, amigo Calzada...

Aún así, desde el punto de vista "multicultural", los Países Bajos y Francia están todavía peor que nosotros -aunque es posible que algunos pueblos de Cataluña ya empiecen a parecerse en pocos años a las afueras de París o Marsella-. E, insisto, el problema demográfico sucede en toda Europa. Es más, en la mayor parte de Europa Occidental terminó antes que en España (allí el Baby Boom producido a finales de la 2º Guerra Mundial finalizó sobre 1965, aproximadamente, aquí se extendió hasta 1976-1977). Lo peor de todo es que el único país que ha decidido intentar coger el toro por los cuernos, si las informaciones que manejo son ciertas, es Rusia, donde Putin por lo visto ha decidido emprender un programa de ayuda extensiva a la natalidad... de la principal etnia -los rusos propiamente dichos, que son sobre el 85 por ciento aproximadamente de la población de Rusia, donde también hay algunos kazajos, mongoles o chinos... algunos de estos precisamente residen allí desde antes de la expansión del Imperio Ruso hace varios siglos-, pues, según él, "es la argamasa que mantiene cohesionada y unida a toda la sociedad y que da sentido al país". Precisamente si hay alguna nación que, una vez caída Occidente -si llega a caer, cosa que se decidirá en las siguientes décadas-, puede restaurar su legado es la Madre Rusia -y algunos países del Este como Polonia donde parece que el giliprogresismo no están teniendo un efecto tan corrosivo como el que observamos en España, los jovenes polacos que conozco son, casi todos, bastante más conservadores que el joven medio español -lo que indica un pijoprogresismo de efectos menos corrosivos y eficaces a la hora de desmantelar las estructuras de la sociedad-, no digo que eso sea una maravilla pero creo que tienen más posibilidades que nosotros... a menos que suceda algo muy gordo aquí (o sea que nos estalle toda la mierda en la cara)-.

De nuevo, amigo Calzada, deseo que Dios te oiga. Yo personalmente creo que si hay españoles razonables que conozcan lo suficiente el asunto para preocuparse, pero el giliprogresismo/zapaterismo está todavía demasiado extendido... todavía. Es posible que los estómagos vacíos vayan solucionando poco a poco el asunto, ya veremos.

Y de todos modos me reafirmo que sería curioso -¿y algo traumático?- vivir para ver como todo como lo conoces llega a su fin. Sería curioso ser un romano del siglo V... en el siglo XXI.

Saludos cordiales.


Última edición por Bernardo Galvez el 25/9/2012, 10:16 am, editado 1 vez
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Mensaje por CALZADA 19/9/2012, 2:10 am

El paralelismo que yo encuentro es el siguiente: Los últimos años del Imperio se caracterizaron por que los emperadores eran cada vez mas incapaces.....
Y eso me suena.-¡
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Mensaje por Bernardo Galvez 20/9/2012, 1:29 pm

De todos modos, estimado compañero Calzada, releyendo su penúltimo mensaje de este hilo así como otros del foro, creo que a la hora de examinar este asunto pone demasiado énfasis en la economía (sigue siendo muy importante, pero en última instancia no es el único factor que determina el ascenso o caída de una civilización). La prueba es que la civilización occidental (entendiendo por civilización occidental la que evolucionó a partir del escenario posterior a la caída del Imperio Romano y al final de las Grandes Migraciones de pueblos de origen germánico y nórdico en general como francos, visigodos, anglos, sajones, suevos y demás) ha sobrevivido a un gran número de guerras, a bancarrotas de Estados (España es un líder en este aspecto, hasta 13/14 bancarrotas desde la unificación de las Coronas de Castilla y Aragón por parte de los Reyes Católicos, aún hoy día viven españoles supervivientes de la última suspensión de pagos de deuda pública -el general Franco en 1939 tras concluir la Guerra Civil se negó a que su Régimen asumiera la deuda contraída por el régimen de la 2º República durante los años 30, fue un impago en toda regla, de hecho creo que en el posterior aislamiento internacional de España posiblemente eso influyera más incluso que el hecho de ser una dictadura-, ya en los tiempos del Imperio Español donde no se ponía el Sol, durante el reinado de Felipe II -período en el que el Imperio Español alcanzó su máxima extensión geográfica- hubo dos bancarrotas), plagas y pestes, y muchas otras calamidades, y aquí seguimos. Aunque en problemas, todavía estamos a tiempo de reaccionar... o lo estaríamos si existiera concienciación a este respecto. Es posible que, igual que un romano del siglo V -antes de 476, claro está- jamás pensara que su civilización, su mundillo, fuera a caer, gran parte de la sociedad occidental actual piense del mismo modo -aunque alguna mente inquieta como el autor de este artículo ande rumiando algo este asunto-.

Por eso creo que nos equivocamos al relacionar tanto la economía con la decadencia de una civilización. Influirá, como también influyó -cuando cesaron las conquistas del Imperio Romano y como consecuencia la adquisición de nuevos esclavos -los esclavos para la economía romana eran de tanta importancia como el petróleo para la economía actual- en la crisis del Imperio Romano -iniciada sobre el siglo III d.C-. Pero en última instancia la economía no va a ser el único factor que cause la caída de una civilización. Como ha comentado el artículo que nos ha brindado Cruz de Borgoña, hay mucha más tela que cortar más allá de la propia economía. Y posiblemente, si llega a cumplirse los peores presagios que aquí manejamos, lo mismo que comentamos sobre el Imperio Romano podrá aplicarse a la hora de analizar la caída de nuestra civilización.

Saludos cordiales.
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Mensaje por CALZADA 20/9/2012, 10:34 pm

Bueno, en una visión general de onjunto, la crisis económica tiene una gran importancia, no obstante no olvidemos nunca la otra vertiente, la educación (que no tiene nada que ver con la cultura).
El permitir que se eduque a la juventud de distinta manera a como se venía haciendo, solo para evitar roces con las nuevas tendencia procedentes de la emigración y la trivialización de valores como pertenéncia, hiistoria y religión, tambien contribuyen a su caida.
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Mensaje por Cruz de Borgoña 25/9/2012, 10:10 am

La gente tiende a pensar que Roma fue invadida por bárbaros, pero en
realidad lo que se dieron fueron enormes migraciones de pueblos que no
se adaptaron al sistema social y cultural romano, provocando su
decadencia. ¿Os suena eso con las migraciones masivas a Occidente? El
propio limes era más bien una barrera contra la inmigración, como lo es
el muro que están construyendo en la frontera entre EEUU y México.

También estaba el hecho de que la gente se volvió hedonista,
irresponsable, sin capacidad de sacrificio ni fuerte ni espíritu
combativo, como hoy en día. Ya nadie quería servir en los ejércitos, las
legiones estaban formadas mayoritariamente por extranjeros, como ocurre
ahora con el Cuerpo de Marines, la legión actual, o nuestro propio
ejército que no encuentra reclutas y los tiene que buscar entre
sudamericanos.

Era una decadencia social, cultural, artística, moral, hasta como nos
ocurre a nosotros de relajación de costumbres y en nuestro caso familiar
y de la natalidad, que conllevó su extinción dominados por otros
pueblos sin esos valores más primitivos pero más fuertes y seguros de sí
y hechos para la supervivencia en condiciones más duras.
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Mensaje por CALZADA 25/9/2012, 7:17 pm

Eso es lo que se ha buscado por parte de determinados políticos (y lo han conseguido).

Inexistentes políticas de apoyo a la familia, desastrosa política de inmigración (papeles para todos), supresión del servicio militar obligatorio y un ejército profesional -ridículamente pagado- por lo cual se ha conseguido lo que se quería que los españoles no sean mayoritarios entre la tropa.

El pasotismo general, el embrutecimiento hedonista, la banalización de las relaciones sexuales -píldora del dia despues incluída-, apoyo al botellón, etc.

¿Que se esperaba conseguir?, pues lo que se tiene.¡

Ahí si que lo han sabido hacer bien determinados políticos.¡
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Mensaje por wad ras 25/9/2012, 9:02 pm

Cruz de Borgoña escribió:
Ya nadie quería servir en los ejércitos, las
legiones estaban formadas mayoritariamente por extranjeros, como ocurre
ahora con el Cuerpo de Marines, la legión actual, o nuestro propio
ejército que no encuentra reclutas y los tiene que buscar entre
sudamericanos.


En efecto, cuando los ciudadanos de una Nación dejan de considerar la Defensa de su Patria como un deber sagrado que es fuente de legitimidad social, como motivo de orgullo, para pasar a ser una carga a eludir, una molestia o algo que delegamos en mercenarios, es síntoma característico de que esa entidad nacional o civilización tiene sus días contados. Es cuestión de tiempo que perezca a manos de otra civilización que tenga en alta estima el digno servicio de las armas, dispuesta a padecer sacrificios y durezas, consciente de su misión en la vida y de la trascendentalidad de su labor.
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Mensaje por Bernardo Galvez 29/10/2012, 6:32 am

Una cita que he conocido hoy de un autor romano que tuvo el "placer" de conocer las últimas décadas del Imperio Romano de Occidente, Salviano. Cita formulada en el año 440 d.C.

"Los romanos eran para sí mismos peores enemigos que sus enemigos externos, porque aunque los bárbaros les habían derrotado ya, ellos se destruían más aún por sí mismos"

Tal vez esté demasiado convencido de esto, pero la verdad es que esta cita -exceptuando el hecho de que el Occidente actual no ha sido militarmente derrotada en su propio territorio frente a otras civilizaciones desde hace bastante tiempo- me ha recordado mucho aquello a lo que hoy estamos asistiendo -aunque sostengo que el nuestro no sería un suicidio "espontáneo" sino uno programado y tutelado por las muchas herramientas a disposición de las élites financieras globalistas-.

Saludos cordiales.
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Mensaje por CALZADA 29/10/2012, 7:14 am

Hoy en día la inmenesa mayoría de la juventud consideran que la defensa de la pátria debe hacerse por militares profesionales -pagados-, y de la misma manera que GRATIS NO quieren hacer el serviciuo militar no les importaría ser soldados profesionales si la paga es digna, el problema es que el gobierno quiere tener un ejército profesional pero no quiere pagar lo que eso cuesta, y esa si es la cuadratura del círculo.
El Ejército Profesional en este país se lo cargó el P.P. -eso es así-, a través del Ministro TRILLO que echó a la calle a soldados veteranos y cabos 1ºs que no habían aprobado para Sargento pero que eran profesionales, educados, con espíritu militar y españoles.
Los puso en la calle sin derechos ni miramientos a pesar de que querían seguir siendo militares y eso hizo que el resto de jovenes españoles se lo pensase mejor.
Si pagan, tendrán para elegir y podrán pedir -y a españoles- que si pagan como debe ser se presentarán a la recluta muchos.¡.
El soldado profesional de origen extranjero es un buen soldado, Inglaterra tiene en su ejército un numerosísimo contingente de GURKAS NEPALIES y han luchado por Inglñaterra en Malvinas con el convencimiento de cualquier británico.
El problema es otro:
Cuando el Presidente del Gobierno no cree en el país que gobierna, Zapatero no creía en España (según el una realidad discutida y doiscutible), cuando no se cree en la familia y se castiga la natalidad, cuando se destruye la moral (instalando la amoralidad de aceptar que una menor de 13 años pueda mantener relacciones sexuales, que los padres no tengan no ya que autorizar, sinó ni saber que su hija menos va a abortar), cuando se concede a los de fuera mas derechos que a los de dentro, cuando se hacen alianzas vergonzosas y vergonzantes (la Alianza de Civilizaciones), cuando no se tiene respeto a la Policía, al Maestro, Al Jefe de Taller...etc. se entra en decadencia y el pais pierde su esencia y eso se lo debemos a Zapatero y sus secuaces.¡
Para que te van a invadir si les dejas entrar y les solucionas el problema, "papeles para todos" Caldera dixit, ¿como quieres así mantener la cohesión de un país?.
No hay trabajo porque no hay inversión, no hay inversión porque hay deuda -gigantesca,monstruosa-, hay deuda porque nos la dejó en heréncia el Inspector de Nubes (Zapatero).
Pero hemos sobrevivido a DOS LEGISLATURAS de Zapatero, España aguanta, resiste, todavía tiene remedio.¡
TENGAMOS ESPERANZA.¡
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Mensaje por Fausto1880 29/10/2012, 11:35 am

Hasta el rabo todo es toro.

Cuando se ha perdido la partida de ajedrez parece que todos los movimientos fueron errores. A veces, incluso se acusa al primer movimiento de no ser el adecuado.

Es falso.

Muchos factores empujaban a la decadencia del Imperio, pero otros la iban contrarrestando. Cuando hablamos de la caída de Roma nos olvidamos que siguió existiendo Imperio Romano durante mil años. Lo de "bizantino" es como lo llamamos nosotros, ellos se llamaban a sí mismos "romanos".

Junto con los factores que apoyan la interpretación "marxista" de la historia, vemos que existen hechos puntuales, providenciales, sin los que el devenir de los acontecimientos hubiera sido radicalmente distinto.
Por ejemplo, el paso del Rin. Fue en la Navidad de 406. Una gran masa de pueblos germánicos se encontraba frente al Rin, sin poderlo cruzar ya que los puentes estaban bien defendidos, y con la amenaza de los hunos a su espalda. Aquella noche hizo un frío extraordinario... y el Rin se heló. Decenas de miles pasaron sin la menor dificultad. Guerreros, mujeres y niños. Todos. Ya no habría forma de echarlos.

La historia la empujan las tendencias generales, pero la construye la voluntad de unos pocos individuos dispuestos a aprovechar momentos únicos e irrepetibles en sus vidas.
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Mensaje por X bandera 29/10/2012, 12:07 pm

Se demuestra una vez más que somos hijos de Roma para lo bueno, pero también para lo malo.
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Mensaje por Cruz de Borgoña 5/2/2013, 6:57 am

http://decadenciadeeuropa.blogspot.com.es/2013/01/el-problema-de-espana-en-clave.html

Carlos Javier Blanco Martín


Resumen:
En este trabajo empleamos el rico arsenal intelectual que nos dejó Oswald Spengler para analizar la decadencia de España, siempre en el contexto general de una decadencia de Europa. Creemos que sus concepciones sobre el prusianismo, el socialismo y la oclocracia son muy útiles para caracterizar los problemas de identidad, ruina moral, y debilidad económica del Reino.

Palabras Clave: oclocracia, propiedad, socialismo, decadencia.

1. Una España en decadencia en una Europa que también declina.


“Hemos de sentarlo una y otra vez: esta sociedad, en la que precisamente ahora se cumple el tránsito desde la cultura a la civilización, está enferma, enferma de sus instintos, y por ello mismo también en su espíritu. No se defiende. Encuentra gusto en su escarnio y en su descomposición. Se descompone cada vez más desde mediados del siglo XVIII en círculos liberales, y luego, contradictoriamente, en una desesperada defensa contra ellos, en círculos conservadores.”

Con estas rotundas palabras el filósofo alemán Oswald Spengler emite su diagnóstico. Nuestra civilización, aquella que revolucionó al mundo y le dominó, la civilización de Occidente, la conformada por un cierto número de pueblos blancos de Europa, ahora declina y da señales evidentes de sufrir achaques que anuncian la muerte. Tras la estela de su compatriota Friedrich Nietzsche, Spengler ve vejez, enfermedad y, en suma, degeneración en nosotros allí donde otros sólo querían divisar un futuro de progreso, de socialismo, de bienestar. A diferencia de Nietzsche, sin embargo, enemigo escarnecido de todo nacionalismo –incluido el nacionalismo “de cervecería” germano- Spengler es un nacionalista alemán, un patriota que ve en Prusia un modelo de Gran Política y una tabla de salvación para todo Occidente. Vamos a tratar de leer su obra con el ánimo de esclarecer el llamado “problema de España”, a pesar de que lo español sólo es tratado tangencialmente, como de paso, en su obra. Sus categorías, sus vías de comprensión histórica, son intuitivas y psicológicas, antes que causales y racionalistas. Acudimos a Spengler con el mero afán de aprovecharnos de su mente poderosa, de sus intuiciones geniales –aunque a veces desafortunadas- y probar sus conceptos en esta realidad, dura al análisis, difícil en cuanto a su comprensión, que es la realidad de España.

Spengler es un filósofo poco apreciado en nuestras latitudes ibéricas. De la inmensa obra La Decadencia de Occidente se pueden extraer innumerables ideas y ocurrencias. Por desgracia, creemos que con espíritu compartimentado se consulta su gran obra con asiduidad en ámbitos académicos concretos: historia del arte, historia de la religión, etc. Sin embargo hay un rechazo de fondo a la contribución que Spengler hizo a nuestra comprensión como europeos, bien que no como europeos alemanes sino como europeos del suroccidente. Que Spengler, más allá de los groseros sambenitos (“conservador”,” pronazi”, “militarista”…) puede ayudar a la comprensión del problema de España más allá del círculo de escritores castellanos que frecuentamos (Ortega, Unamuno, Ganivet, Maeztu) y más allá de los tópicos sobre las peculiaridades raciales, geográficas o de otra índole, ante la esencia de lo hispano, nos parece incontestable.

Para empezar digamos que la decadencia de Europa (y por extensión, la de Occidente, incluyendo aquí América, Australia y otras prolongaciones directas de nuestro continente) no ha concluido con la II Guerra Mundial. La Gran Guerra que Spengler no llegó a ver pero sí vaticinar con una claridad rayana en lo profético. Tampoco se ha desintegrado el papel de Alemania como potencia central en el continente, si bien no como potencia militar (“prusiana”) sino más bien potencia de índole económico-política. La integración del Reino de España en el concierto económico europeo es hoy total, y los destinos del mismo están ligados completamente a los destinos de Europa como continente, y como Unión política (una unión –no obstante- ineficaz, incompleta, dominada por egoísmos y dominada por los especuladores).

En España, sin embargo, se acumulan –y en cada siglo nuevo se acentúan- unos lastres y dolencias específicos desde su unión política en la Modernidad, lastres y males que precisamente coinciden en señalar su “no europeidad”. Que España posea –nunca del todo cerradas- unas puertas con África, y que un amplio arco de su geografía sea un arco de costa mediterránea y, por tanto, abierto históricamente a influencias afrosemíticas muy otras que las que padecen otros pueblos del centro y del norte de Europa, son hechos a tener en cuenta. Desde la invasión mora del siglo VIII, dos realidades culturales ya presentes y enfrentadas anteriormente, se pusieron frente a frente. La etnicidad indoeuropea de la Iberia verde, anti-urbana y guerrera del norte, frente a la etnicidad mediterránea urbana, seca, con fuerte influjo afrosemítico, al sur. Spengler nos puede ayudar a comprender la duplicidad de España, tergiversada hoy por los diversos nacionalismos (centrípetos y centrífugos) en términos otros que los étnicos, por más que la etnia sea la base de la historia, pero no su esencia. Como dice Ortega en España Invertebrada , la nación política es resultado de la unión de etnias, siempre es híbrida y compuesta de varios pueblos o naciones culturales. España es, como todos los estados europeos, una unión de etnias. Etnias que se fueron consolidando como naciones culturales a lo largo de la Edad Media. Naciones culturales diversas y reinos varios que en la Modernidad dieron lugar a un marco imperial fallido. En la fase medieval y en la imperial (hasta el siglo XVIII), lo español fue parte de la cultura faústica, pese a sus contradicciones internas. Al comenzar el declive de Occidente (Rousseau, Revolución Francesa) la civilización europea envejecida y anárquica no dejó espacio a España. Su proceso de corrupción parece imparable.

Spengler ofrece dos categorías contrapuestas sumamente importantes para comprender la duplicidad hispana: cultura y civilización.

Cultura: supone el “estado de plenitud” vital, el “estar en forma” de un pueblo –o una fusión de pueblos- cuando los hombres diversos se ven dotados de una sola alma colectiva y aparecen en la Historia ofreciendo el máximo desarrollo plástico, fenoménico, de sus realizaciones. Europa así, sería una cultura distinta de la vieja inercia grecorromana. Lo que de grecorromano quedaba en la cristiandad medieval occidental sería pseudomorfosis, esto es, un conjunto de esqueletos fosilizados y formas sin vida, sobre las cuales se alza un alma nueva. Spengler dice que en los bosques nórdicos del Imperio romano tardío se escondía el alma de los germanos que, ya cristianizados, alcanzaría su forma “gótica” en torno al siglo X. En el caso hispano la aparición de la cristiandad gótica, faústica, se adelanta un tanto con respecto a lo propio en las latitudes nórdicas o centroeuropeas. La irrupción de los musulmanes en nuestra península detiene el proceso lento de integración del enorme conglomerado de pseudomorfosis romana y tardoantigua dominado por los godos. El reino toledano, aún muy “romano”, era gobernado por una minoría germánica en alianza con una Iglesia que contenía en su seno no pocas tendencias “cueviformes”, esto es, líneas de espiritualidad levantinas, mediterráneas. Tal decadencia no podía hacer frente a la savia efervescente de un nuevo credo guerrero y con capacidad de absorber a todos los decadentes tardoantiguos, ya fueran romanos o bizantinos. El verdadero elemento germánico se reorganizó en Asturias, liberado de la hez “cosmopolita” de las grandes ciudades sureñas. Las ciudades hispanas, netamente romanas, no obstante, aún conservaban un pueblo con espíritu de libertad y muy orgulloso, que presentaron resistencia al mahometano durante mucho tiempo, pues aún conservaban sentido de la dignidad y eran conscientes de sufrir una invasión extranjera, árabe y beréber. No obstante, sucumbieron pues formaban parte ya de una civilización en declive: la tardoantigua cristianizada.

Ese elemento germánico de los astures, los cántabros y los godos refugiados al norte, acaso no venía representado por la alta aristocracia, más bien acomodaticia y proclive a islamizarse, sino de la pequeña nobleza y de la base del pueblo godo que encontró, por fin, como a unos hermanos de sangre, a los astures y los cántabros después de haberles visto durante siglos como enemigos o bárbaros. En este sentido, el nacimiento del Reino de Asturias nunca puede considerarse como una continuación del Reino de Toledo. Fue el nacimiento de un nuevo pueblo. Antes de la invasión de los muslimes, los godos imperaron sobre los hispanorromanos con la ayuda de la Iglesia: los pueblos germánico e hispano se mantenían separados. Después de Covadonga, en cambio, la alianza celtogermánica de Asturias fue la base de un nuevo pueblo o federación de pueblos, que iba involucrando a todos los del norte (galaicos, vascones, pirenaicos). Nace en Covadonga un pueblo y nace una cultura en el sentido spengleriano. El cristianismo “cueviforme” basado en la ascesis, la huída del mundo y la sumisión al Poder divino (propio de la etapa goda e hispanorromana tardía) es sustituido por el cristianismo “faústico”: el Beato de Liébana y la interpretación guerrera del libro del Apocalipsis, la profecía imperativamente impuesta al acero que se empuña: Hay que expulsar al infiel, al extranjero, al moro. Creemos que en la Reconquista se inicia –aún balbuciente- el mundo “gótico” de Europa. Gótico en el sentido spengleriano: una voluntad de poder encaminada a la apropiación de tierras desiertas o en manos del enemigo y la erección de un Imperium. El profesor Villacañas subraya en su obra que en la Reconquista aún no hay idea de Cruzada, que su espíritu es distinto. En efecto, en el suelo ibérico se desarrolla por primera el espíritu faústico muy vinculado a una escatología: la expulsión de los islamistas no va unida todavía a un concepto de nación. A lo largo de toda la Reconquista hay “un pueblo”, que es el cristiano, y una comunidad de nacionalidades, en complejo proceso de etnoformación: astures, cántabros, galaicos, vascones…algunas preexistían desde los tiempos de la conquista romana, otras son posteriores a la invasión mora y precisaron de un poder político que las consolidara: poder regio para los leoneses y aragoneses, poder condal para los castellanos y catalanes.

Cuando los pueblos de España llegan a la modernidad, la idea del Imperium, ya esbozada por algunos de los monarcas asturleoneses, pasa a manos de Castilla. Pero cuando Castilla, la Castilla de los Habsburgo, quiere “el mundo” entero, se encuentra (a) con nacionalidades ya hechas en Europa, con un feudalismo en declive, con una burguesía triunfante y una rebeldía protestante. Madrid, Roma y Viena fueron el triángulo de la Contrarreforma, del Imperium teocrático y ultramontano, en palabras de Spengler. Al referirse a Austria, nuestro filósofo se refiere incluso a la “Alemania Española”. Un Imperio hispánico subordinado a la Fe católica encubría, por su propio universalismo, el mosaico nacional que una misma corona católica aglutinaba. Por ello, el testigo fue recogido por Inglaterra y Prusia de muy diversa manera. En Inglaterra con su máxima del éxito y del enriquecimiento: otra manera de entender la voluntad faústica, el Imperio como empresa básicamente comercial. En el caso de Prusia, por medio del socialismo. Los grandes reyes prusianos, y Bismarck, repudian el enriquecimiento personal e inculcan al pueblo el sentido del deber, de la obediencia, de la jerarquía y la abnegación. Para Spengler esto es lo que significa la palabra socialismo. El socialismo degradado en su concepto es anarquismo, y su localización la centramos en Francia e Italia. Así pues, los grandes pueblos de Europa pueden ser clasificados en dos grandes grupos, según hayan aportado constructivamente a la idea de ese Imperium faústico, occidental.

a) Tendencia edificante:
España: ultramontanismo, Imperio Católico al servicio de la Iglesia.
Inglaterra: capitalismo, Imperio Comercial al servicio de los particulares.
Prusia: socialismo, Imperio del trabajo como servicio a la comunidad, como deber y obediencia.

b) Tendencia anarquizante:
Francia: revolucionarismo igualitario y sangriento, oclocracia.
Italia: particularismo de la ciudad-estado o pequeña república.

Absolutamente, España aparece en la tríada germánica y faústica, a pesar de que en Años Decisivos Spengler dice que los españoles del sur son “de color”. Pero ha de notarse que el espíritu español, que para nuestro prusiano es el del caballero, el del soldado, el del conquistador ya ha visto pasar su hora. En la Europa de entreguerras se hablaba mucho de la “decadencia de las razas latinas”, al igual que hoy en día se estila el tópico de la “informalidad” de la Europa del Sur. Sin someter a un desarrollo específico el concepto d lo hispano, parece que España no es un pueblo con homogeneidad en las categorías mentales spenglerianas. Fue un pueblo inequívocamente faústico, y hay una línea directa de sangre y alma entre el vikingo o el caballero teutónico, por una parte, y el reconquistador hispánico-cristiano curtido en batallar al moro, así como entre los “aventureros” Cortés y Pizarro, que entregaban a Occidente mundos enteros sobre los que imperar.

2. El Imperio Español en la Modernidad. Nacimiento del equilibrio de potencias y la simultánea desintegración hispana.

El siglo XVIII fue todavía el gran siglo Europeo, el siglo de la Gran Política, de la Gran Diplomacia, de un alto estilo de hacer las cosas. Pero ese mismo siglo de finura, de elegancia, de naciones entendidas como potencias en forma, trajo ideas ilustradas y racionalistas que habría de traernos, a su vez, la revolución, la oclocracia, la guillotina niveladora. El siglo XVIII europeo se hizo merced al siglo XVII español: la poderosa burocracia y diplomacia de los Austrias de España, su corte y su imperialista consideración del orbe como tablero de ajedrez fueron lecciones aprendidas por las potencias ascendentes. Derrotada España, rota como Impero con vocación universal, se instaura en Europa el equilibrio de potencias: ese fino juego de guerras, diplomacias y comercio, esa política de matrimonios regios y esa construcción de una “comunidad de pueblos”. La nación “Europa”, según Ortega, había consistido –de facto- no en una unidad política formal sino en una comunidad de potencias rivales en equilibrio que, bajo la epidermis de fronteras, ejércitos enfrentados, e intereses comerciales y territoriales contrapuestos, habían logrado consolidado –no obstante- una comunidad real.

Pero tras ese esplendor dieciochesco vino el horror de la industria. La savia del campo fue arrancada de su terruño y lanzada hacia los suburbios obreros, puestos al servicio de la máquina y del capital. Una masa ingente fue arrancada de sus raíces y de su ambiente y se generó una nueva clase de hombres. Los hombres de la ciudad, proletarios o burgueses, desprovistos por completo de todo sentido de la historia, del linaje, de la familia y de la heredad. Un individualismo feroz –incompatible con la vida agraria y el sentido familiar de la propiedad- se adueña de nuestra cultura y acelera el proceso degenerativo. Lo que Nietzsche supo ver con tanta lucidez, Spengler lo sistematiza y lo arroja a la cara del hombre de los siglos XX y XXI. El pronóstico sombrío que nace del conocimiento de los ciclos vitales se impone aquí: una edad terrible de decadencia y putrefacción de los valores antaño sagrados se acerca, se aproxima con el estruendo de las nuevas máquinas y del poder de las masas vociferantes, con la disolución de la familia y de la dignidad humana, la aberración en la sexualidad y en la crianza, en la violencia sin límites y en la cosificación y mercantilización de la vida humana. Mas este declive de la moral y la pérdida de “forma” que caracteriza nuestra época no es ocasión para sermones edificantes ni para reconvenciones moralistas. Esto no casaría con el espíritu de Nietzsche y Spengler. Antes bien, se trata de conocer las líneas y tendencias de un mañana cesarista que, análogamente a como ocurrió en Roma cuando empezó a dejar de ser Roma, impone una autoridad firme y una recomposición de un poder entre el marasmo.

El papel del prusianismo, o mejor, de un socialismo nacional centrado en Germania, que fue la propuesta spengleriana ¿quién lo ocupará en el futuro? Desde luego aquella potencia que ocupe el lugar central en el espacio de lucha de los poderes. Para Spengler, Alemania en los años 30 se situaba ante la gigantesca Rusia y la más gigantesca aún Asia. Europa –al este- siempre corría el peligro de sucumbir ante la orientalización. Al sur, nuestro filósofo se encuentra con los decadentes pueblos latinos, gastados en innumerables erosiones de la historia y prisioneros de no pocas pseudomorfosis, y en los que no cifra esperanza alguna de regeneración. Tenemos la impresión de que Italia ya contó con sus días de gloria imperial en la antigüedad o sus espléndidas ciudades-estado renacentistas, y que la España Imperial ya cumplió su papel conformador de Europa, en el Barroco. Cumplida su misión y experimentado ya un fuerte desgaste además de la masiva emigración hacia las Américas, estos pueblos no se van a revitalizar. Pero los alemanes se encuentran en el “Centro”, dice Spengler, son un Occidente no muy desgastado –a pesar de la trágica derrota de 1918 y de las humillaciones de posguerra- un pueblo llamado a cumplir un papel que, sin duda, en Spengler no es nada pacifista.

¿Qué papel, entonces, le corresponde cumplir al pueblo germano? El de un nacionalismo alemán expansionista y fuertemente armado, un imperialismo que “civilice” y enderece a las demás nacionalidades del continente son ideas que pueden desprenderse de la obra spengleriana, ideas delenznables para muchos, sin duda, pero en ningún momento ideas que guarden relación con un culto al ridículo líder de masas que fue Adolph Hitler, ni tampoco una entrega al antisemitismo y a la raciobiología de los nazis. Nacionalista y belicista fue Spengler, pero en Años Decisivos no hay judeofobia ni fe en el poder de las masas. El nacionalsocialismo fue un partido de masas, rendido además a los poderes capitalistas, buscando con ellos un entendimiento y un reparto de plusvalías, tal y como estudiara admirablemente Franz Neumann . Sin embargo, Spengler propone una suerte de aristocracia “prusiana” en la que los mejores valores de la monarquía, la nobleza, la milicia y la disciplina obrera se unan al servicio de un Reich llamado a asegurar y defender la civilización europea ante el africanismo –ya presente en la parte mediterránea del continente- y en la zona oriental, con el bolchevismo ruso. No se trata de la supremacía de una raza, a pesar de la torpe e infantil terminología spengleriana al hablar de “pueblos blancos” y “pueblos de color”, sino de lanzar a una nación, la alemana, a una misión histórica: frenar la decadencia y liderar a las otras naciones hermanas desde el punto de vista espiritual. Y debe tenerse en cuenta que en la medida en que las invasiones germánicas arribaron a territorios celtas o latinos más o menos cristianizados, ese parentesco espiritual es el que permite hablar de una comunidad llamada Europa, hija de Germania tanto como de la civilización grecorromana.


3. La anomalía hispana. Oriente llega a Occidente.

Estas mismas consideraciones generales sobre lo germano y lo europeo han de hacerse valer para el caso español. En nuestra península se reproducen muchas de las condiciones que a nivel continental señaló Spengler. No posee la historia de España el condicionante de lo ruso, el “peligro de asiatización”, la cercanía imponente de una gran masa de pueblos que, al modo de los hunos, amenacen con atravesar las llanuras centroeuropeas y tragarse la civilización faústica en un abrir y cerrar los ojos. Spengler, por otra parte, simplifica en extremo la naturaleza del alma rusa, la toma por asiática y ve en ella “el peligro bolchevique”. Los terribles años 30 condicionaron su visión y no entendieron el papel clave que siempre va a tener Rusia en la formación de una gran Europa sin exclusiones. Para nuestras latitudes, lejos de las llanuras eurocentrales, la fuente de orientalización es sureña. El principio orientalizante lo padece Iberia desde el sur y desde el Levante: un Oriente que arriba veloz a nuestras costas por vía marítima.

En su inmortal obra, don Claudio Sánchez Albornoz presentó el cuadro de la invasión mora del suelo ibérico como una brusca interrupción de la evolución normal del reino godo hacia estructuras feudales homologables en todo con las de otras realidades de la cristiandad de occidente. Lejos de la tesis orteguiana según la cual los godos habían sido, de entre los pueblos germánicos que fecundaron Europa, los más débiles, degenerados y desgastados y por ello habrían de contar entre las causas materiales del “problema de España”, Sánchez Albornoz cifra en la invasión mora el significado de ocho siglos de duro batallar contra el invasor extranjero, contra el factor orientalizante y afrosemítico que penetró en el Reino godo para quedarse con él. El elemento celtogermánico se reactivó en el norte, simbólicamente en la batalla de Covadonga, constituyéndose ex novo un reino, el Astur, que si bien pretendía ser una continuación institucional y simbólica del de Toledo, los datos disponibles revelan –sin contradicción- (a) la peculiaridad indígena de sus contingentes sociales, y (b) el componente todavía más germánico (godo) del Reino Astur en comparación con el Toledano, puesto que los visigodos anteriores a la conquista malamente se habían fundido con el pueblo hispano, mientras que tras la invasión mora, en el Reino Asturiano, en unión de armas, sí que hubo una fusión –primero en las élites- con los astures, los cántabros, los galaicos, etc.

Donde sí vemos coincidencias entre Ortega, Sánchez Albornoz, es en la tesis según la cual la guerra une a compañeros, forja alianzas y hermandades. La construcción política de España, como Imperio, como unión, no pudo ser otra que la de forjar una máquina de guerra. Cuando el espíritu guerrero fue sustituido por el espíritu industrial, por retomar la distinción de Herbert Spencer, esta unión de pueblos o nacionalidades –todavía en trámite de hacerse completa- se aflojó hasta llegara las calamidades actuales. Mientras que la eclosión de diversas nacionalidades europeas se experimentó precisamente bajo el espíritu industrial, las nacionalidades hispánicas se fueron volviendo centrífugas o autistas. El “proyecto estimulante de vida en común”, al modo de Ortega, se diluye. Y la “unión de armas” que crea lazos de hermandad se perdió ante el abandono de la guerra exterior. Las guerras civiles del XIX y la del XX hicieron jirones el “proyecto de vida en común”. Ciertamente la etnogénesis española es de una naturaleza muy compleja y esconde sus claves explicativas más profundas en la Edad Media.


Así lo entiende también el profesor José Luis Villacañas quien en su obra La formación de los Reinos Hispánicos no duda en encontrar razones de por qué España es una entidad bastante anómala en Europa en un medievo caracterizado por la llamada Reconquista y en las distintas fases de etnogénesis y de recuperación de territorio dominado por los islámicos. El grado de complejidad organizativa de los distintos reinos, la forma en que se operaba la etnogénesis de los pueblos norteños, en alianza y en divorcio, y la fase en que se conquistaba un territorio más o menos poblado, más o menos islamizado, son factores fundamentales para entender la diversidad regional de España, tanto como el diverso clima y orografía de los solares donde nuestros antepasados desplegaron su acción. En este sentido, Villacañas subraya cómo el mayor grado de feudalismo catalán (y en menor medida, asturleonés) contrastaba con la situación castellana, sociedad militarizada e institucionalmente más ruda y gelatinosa. La Reconquista tuvo tantas fases y en ella intervinieron unos agentes colectivos (“pueblos”) tan heterogéneos en su capacidad política, todo ello a lo largo de ocho siglos, que el producto resultante que aparece ente los ojos de la modernidad, la Monarquía Hispana, distaba mucho de ser una nación étnicamente uniforme y consolidada. Precisamente el militarismo medieval de corte castellano no casó bien con el mediterráneo “industrial”, por lo demás en declive. La unión de hermanos se debilitó en el momento en que las derrotas en Europa marcaron un agotamiento del proyecto imperial, sobre bases tan inadecuadas. El espíritu industrial vencía al espíritu guerrero. Más aún, el soldado, el militar, producto de la industria y ligado a la máquina, era el vencedor sobre el guerrero. Desde entonces, desde el Barroco de los Austrias decadentes, hubo guerreros en España mas no existió un ejército apropiado a la era de la industria y del maquinismo. La sociedad guerrera hispana subsistió con las guerrillas antinapoleónicas y con las banderías entre liberales y carlistas, en los bandoleros del campo y en las barricadas de la barriada, pero España como potencia dejó de contar.

La anomalía hispana, según el relato de José Luis Villacañas, no se cifra en unos godos decadentes, como diría Ortega, o una presencia árabe, a decir de Ganivet. La anomalía hispana fue el resultado del diferente grado de cohesión y de alianza de pueblos que se consiguió en los distintos reinos medievales cristianos. La anomalía reside en el hecho de que los territorios norteños apenas contaron con presencia musulmana y el fondo celtogermánico común a las diversas etnias, que vivían a la sazón en un campo sin apenas ciudades y en unos agrestes riscos y bosques, pudo –por la vía de las armas y por el “instinto del linaje”, unir a las élites para que el pueblo siguiera tal ejemplo. Al arribar a territorios urbanizados, con una mozarabía aculturizada, descontenta con el poder mahometano pero muy desconcertada ante los “bárbaros” conquistadores venidos del norte, las cosas cambian de manera drástica. Estos cristianos, en principio hermanos en la misma fe y teóricamente sus rescatadores, debieron ser vistos por la mozarabía – y qué decir por los mudéjares- como los germanos a la entrada de las provincias romanas en el siglo V. Y sin embargo, la línea declinante, la decadencia cultural y la agonía de toda una civilización caían del lado mozárabe, ya más cercano en su alma a la gente mahometana con la que llevaban siglos conviviendo. Los atavismos mediterráneos se recuperaron en aquellas ciudades tan extrañas al poder del linaje y de los hombres libres armados que eran los reconquistadores. Un Islam que sólo podía condenar a la aculturación o a la integración definitiva de los cristianos (las otras vías fueron el martirio o la emigración al norte). Un Al-Andalus que, pese a ser tan festejado hoy en ciertos ambientes, consistía en una sociedad altamente decadente, que contenía en su seno instituciones tan repelentes como la pederastia organizada y la producción en masa de eunucos (muchos de ellos capturados a los cristianos). Una sociedad esclavista al más puro estilo antiguo, falta de vitalidad y heterogénea en grado sumo en cuanto al número de razas de difícil convivencia mutua. La crisis demográfica del Al-Andalus y la falta de gentes libres dispuestas a la lucha queda demostrada por la constante apelación a mercenarios, la importación de esclavos blancos o negros para la lucha y la búsqueda de apoyos en masas extranjeras venidas de África. Frente a una sociedad sin cuajar, un despotismo de estilo oriental sobre gentes diversas y ninguna libre, los reinos cristianos al norte iban forjando un país de campesinos libres que lo mismo araban los campos recién repoblados, que los defendían con sus propios medios. Sangre, y no sólo agua, fue la fecundó la tierra que se devolvía a la cultura de Occidente.

Está de más señalar que el tal espíritu de Reconquista quedó distorsionado progresivamente con la hegemonía castellana al borde de la Edad Media. Los asuntos de Europa y de las Américas reclamaron grande atención, dejando un tanto aparcada la ocupación y recuperación para Occidente de todo el norte de África, plataforma para los ataques turcos y amenaza constante para la Cristiandad. El norte de África hubiera debido ser una nueva Andalucía, una zona de proyección militar y cultural de España, pero la energía se dispersó en otras empresas. Se entiende que el expansionismo catalano-aragonés se lanzara hacia Italia y el Mediterráneo. Se entiende igualmente que el Noroeste (gallegos, portugueses, asturianos) vieran en el Atlántico y en las Américas un desagüe natural, pues estos mismos pueblos son atlánticos. Pero el sino guerrero de Castilla le debía de haber llevado exclusivamente a África.

La modernidad, a la altura ya del desastre de 1898, hizo de España un estado fallido, sin acorazados ni ejércitos coloniales dignos de hacerse respetar, una sociedad sin fundamentos. Los restos de un Imperio que llevaba siglos agonizando no podían homologarse con una nación europea verdaderamente unida hacia dentro, y respetable hacia el exterior. Hasta 1914, esto era, en palabras de Spengler, lo que se entendía por “una gran potencia de estilo europeo”:

“…era un Estado que mantenía en armas, en suelo europeo, a unos cuantos centenares de miles de hombres; poseía dinero y material suficientes para decuplicarlos, llegado el caso, en un período de tiempo determinado, y regía en otras partes del mundo amplios territorios fronterizos que, con sus puntos de apoyo para las flotas, sus tropas coloniales y una población de productores de primeras materias y consumidores de productos, constituían el fundamento de la riqueza, y con ello la fuerza de choque militar de la metrópoli.” .

Es evidente que nada de esto que describe Spengler se correspondía con España, potencia que no estaba a la altura de Inglaterra o de Francia. Y queda claro, leyendo sobre la historia de España, que no puede ser explicado por una pseudopsicología de los pueblos, a la manera de Ángel Ganivet. En su Idearium Español, Ganivet apela al “espíritu del territorio” como factor diferenciados, ligado a su vez a la presencia del alma árabe en el solar hispano, aunque esta presencia “impregnara” al español por la vía del combate cuerpo a cuerpo . Toda esta literatura ensayística del 98, de la que Ganivet es exponente, peca de una falta de profundidad y de un desconocimiento del factor geopolítico y material que raya en lo ridículo. Lo decisivo no está en que España (y Portugal) conformen una península. Lo decisivo está en qué clase de enemigos pueden venir allende los Pirineos o allende el Estrecho. Existe una geopolítica: una nación debe planificar su acción en un contexto geográfico no absoluto (islas, penínsulas, continentes) sino relativo al grado de fuerza que poseen los pueblos colindantes. La insignificancia de los árabes y beréberes antes de Mahoma marcó un antes y un después. La oscuridad y modestia de los astures y los cántabros antes de la llegada de Roma y, todavía más, antes de Pelayo también nos habla del carácter relativo de la Geografía como elemento condicionante de la Historia. Pero dejando a un lado a Ganivet y sus apresuradas y falsas intuiciones, volvamos a Spengler. En Años Decisivos sí encontramos toda una concepción geopolítica: Alemania como Centro. Alemania como nación que puede detener la decadencia o, casi podríamos decir, la fagocitación de Europa.

Hoy en día, tras los horrores de la Gran Guerra y la reconversión de Alemania en potencia económica “pacífica”, el lugar de España –en términos geopolítico y aun diría que en términos trascendentales sigue sin encontrarse. Por su flanco sur es la puerta de África. Zona de frontera, la presión demográfica e inmigracionista de África es inmensa. Como miembro de Europa, es el pariente pobre, hundido en el cieno de la corrupción, de la inoperancia, de la incapacidad secular para adaptarse a los tiempos. Tiempos de máquina e industria, primero, de tecnología de la información y de “competividad” después. Por otra parte, ni siquiera es España una región agraria que posea una “autoestima” por el campesino y la granja, como aún sucede en Francia. El Noroeste peninsular sufre una muerte demográfica: no nacen niños y el campo, precisamente allí donde es más verde y más “europeo”, se vacía. Los pasajes spenglerianos que relatan el odio del proletario hacia el campesino se alejan por completo de lo “políticamente” correcto. El proletario encuadrado en “centrales sindicales” y “partidos de clase” no quiere saber nada –en el fondo y por esencia- acerca de las cuotas lácteas o el cierre de escuelas rurales. Para el proletario de izquierdas el campesino, de quien procede, es un “empresario” cuando no una acémila del pasado. Sus caseríos, sus explotaciones, cuentan entre los iconos de la “propiedad”. La ideología proletaria odia la propiedad, y más aún cuando esta es de índole productiva por esencia. La figura del campesino que hereda sus bienes, que los explota con un sentido familiar del linaje, que trabaja para sí y para los suyos pero con tradiciones socializantes y comunitarias (por ejemplo la andecha y la sestaferia de las caserías asturianas) constituye toda una afrenta al modo de ser del proletario. Para éste proletario, si se haya ideologizado por partidos y sindicatos “de clase”, el campesino debería transformarse en “obrero del campo” o desaparecer. La proletarización general de la sociedad es lo que buscan los radicalismos. Ya no hay profesores: son “trabajadores de la enseñanza”. Ya no hay prostitutas: son “trabajadoras del sexo”. Y así sucesivamente.

Spengler dice que el proletario marxista quisiera hacer de sí mismo un “pensionado de la sociedad”. Y así ha sucedido en aquellas comarcas en las que los empresarios y las transnacionales, ávidos de deslocalizarse y ávidos por encontrar empleo barato, prejubilan a individuos perfectamente aptos a los cuarenta años de edad, o bien “liberan” a millares de asalariados para que ejerzan –supuestamente- labores sindicales con paga íntegra, es decir, para que puedan cobrar sin trabajar. Las centrales sindicales han logrado, precisamente en las regiones industriales en declive, la creación de una enorme casta parasitaria y un proletariado pensionado de la sociedad, cuyos altos salarios y su hostilidad al trabajo no se compadece con el coste que al resto de los productores nos representa. En este sentido la agresión al campo, tan visible en España, es el resultado combinado del odio de este proletariado pensionado y de los intereses del gran capital especulativo. Es necesario de todo punto crear una sociedad fundada en el panem et circenses. El lujo fácil ha sido destructivo para el campo, la emulación del nivel de vida que aparentan tener las ciudades provocó la desintegración del agro:

“[…] este lujo vulgar de las grandes ciudades-poco trabajo, mucho dinero y más diversiones- ha ejercido una acción funesta sobre los hombres del campo, rudos trabajadores sin necesidades. Han conocido necesidades ni siquiera soñadas por sus antepasados. La renuncia es difícil cuando se tiene a la vista lo contrario. Y así comenzó la huída del campo, primero los gañanes y las mozas, luego los hijos de los labradores y, por último, familias enteras, que no sabían si debían ni cómo podrían conservar la herencia paterna frente a este desgarramiento de la vida económica. En todas las culturas ha sucedido lo mismo en este estadio”.


En plena putrefacción de lo que, desde hace siglos, ha venido en llamarse “España” conviene ver lejos, muy lejos. El siglo XX ha sido el siglo de las guerras mundiales. Una vez globalizadas la economía y la información, no pueden dejar de globalizarse los conflictos, habiendo constancia –además- de dos grandes contiendas. La guerra mundial y la conformación de grandes bloques son hechos que volverán, pues todos los antecedentes y todas las condiciones presentes están sobre la mesa. El siglo XXI, desprovisto de la dualidad de la guerra fría, lejos del espejismo que dividía “el mundo libre” y el “socialismo real”, será un siglo de guerras entre bloques. Veremos quemarse los peones en el tablero. Las piezas grandes del ajedrez van tomando posiciones y afilando cuchillos mientras tanto.

4. La Oclocracia.

Europa ya no es una pieza grande tras la II Guerra Mundial. La subordinación de la Política, de toda “Gran Política”, a los dictados económicos de los mercados, de los grupos plutócratas, forma parte de su suicidio. Un suicidio en el que se ha embarcado España. Los gobiernos que se sucedieron en este Reino tras la muerte del general Franco fueron gobiernos fervorosamente “europeístas”. Este europeísmo propio de colonizados, de cipayos colaboracionistas, consistió –en sus líneas básicas- en una renuncia a toda soberanía productiva. El desmantelamiento de los sectores productivos de España (pesca, ganadería, agricultura, minería, siderurgia…), las llamadas “reconversiones” supusieron la desertización agroindustrial del país y su orientación cada vez más acusada hacia un sector servicios de escasa calidad y poco exigente cualificación (turismo de sol y playa, segunda residencia para extranjeros) o hacia el sector de la construcción de vivienda. Como se sabe, este cambio supuso la reconversión sociolaboral de España. Se sustituyó la aspiración por la Democracia por una consolidación de la Oclocracia. La Oclocracia consiste, en palabras de Oswald Spengler, en el poder de la hez. El poder de masas hostiles al trabajo y refractarias a todo sentido del deber y del esfuerzo. La Oclocracia es el complemento perfecto y dialéctico del capitalismo neoliberal que recorre el mundo y que sojuzga a Europa entera, frenando y desviando a sus naciones en el decurso hacia la Gran Política.

Esta Oclocracia, el poder de una chusma cada vez más embrutecida e ignorante, se garantiza por medio de los partidos políticos y los sindicatos, esto es, agencias estatales de colocación de los sectores más hostiles al trabajo y al esfuerzo. Con el dinero de los contribuyentes, con las arcas públicas, la verdadera clase trabajadora y emprendedora está sosteniendo a una masa creciente de parásitos que emplean las siglas de la organización para medrar, conseguir cargos, retribuciones y sinecuras.

La Oclocracia posee una conocida base social:

“De toda sociedad caen al fondo constantemente elementos degenerados, familias gastadas, miembros decaídos de altos linajes, fracasados e inferiores en alma y en cuerpo; véanse si no las figuras de los asistentes a los mítines, tabernas, manifestaciones y motines; en algún modo son todos abortos de la naturaleza, gentes que en vez de raza vigorosa en su cuerpo sólo llevan e su cabeza reivindicaciones de pretensos derechos y ansia de venganza por su vida fracasada, y en los cuales es la boca la parte más importante del cuerpo. Es la hez de las grandes ciudades, el verdadero populacho, el mundo abisal en todos los sentidos, que en toas partes se forma en contraposición al gran mundo y al mundo distinguido: […] Les une un impreciso sentimiento de venganza por una mala suerte cualquiera que estropeó su vida, la carencia de todo instinto del honor y del deber y un ansia desenfrenada de dinero sin trabajo y derechos sin deberes. De esta nube de miasmas surgen los héroes de un día de todos los movimientos del populacho y de los partidos radicales.”.

Deben distinguirse en todo momento los dos conceptos: el pueblo y el populacho. En estos momentos, el pueblo en el Reino de España vive tiranizado por una clase política y por una mafia sindical, patronal y académica claramente oclocrática. De ahí se deriva esta degeneración social de España en todos los órdenes, la inercia espesa, la índole vegetativa de su historia reciente, su nulidad como pueblo o alianza de pueblos con posibilidad de futuro. En España, bajo esta oclocracia no hay futuro.

La “deriva soberanista” forma parte de esta dinámica hispana que consiste en no ser dinámicos. En hacer todos los ajustes necesarios para que el poder de la hez no se apee de los resortes de la vida política y económica. Los independentismos de última hora reflejan ya mucho más que el carácter plurinacional del vetusto Reino de España: reflejan el alto grado de hermandad y parentesco existente entre las nacionalidades ibéricas, hermandad y semejanza incluso en las actitudes frívolas y poco serias con las que se quiere romper esa hermandad. Que en un futuro próximo y previsible se separen los catalanes y los vascos del “resto”, justamente cuando todos los pueblos hispánicos, metidos en un mismo barco, naufragamos víctimas de agresiones financieras, de plutocracias extranjeras y de políticos ineptos y corruptos, es un fenómeno que revela el grado absoluto de miseria moral que alimenta a estos “soberanistas”. Ante la debilidad del Estado, y con deudas para con él multimillonarias, los soberanistas hasta hoy moderados buscan el apoyo del detritus radical para dar un portazo e irse. España vive hoy una de las crisis más graves, uno de los zarpazos más terribles de su historia. Tras desmantelarse disciplinadamente ante la Unión de tenderos y plutócratas de Europa (Unión Europea), tras renunciar a su autosuficiencia productiva e implantar una democracia de baja calidad ahora se ve hundida en su propia ineptitud social e inercia amoral, sin argumentos morales, sin ni siquiera tanques adecuados para sofocar tentativas independentistas, en caso de que se quisiera ir por las bravas desde Madrid, cosa dudosa. España aparece como nación fallida no por causa de su endeblez histórica o su carácter inequívocamente plurinacional, sino por falta de una verdadera cumbre moral desde la cual poder liderar otros sentimientos y otras maneras de entender lo hispánico.

El fracaso moral de España, lo que ha hecho de ella una nación fallida ha consistido, a mi entender, en volver la espalda a sus más viejas tradiciones y el no haber querido encontrar los cauces hacia un moderno regionalismo que enlazara con el viejo. Como ha triunfado la España borbónica sobre la austriaca, como ha vencido el jacobinismo extranjerizante sobre los fueros y las juntas, sobre la diversidad y la tradición, el estado entero se ha enredado en una larga historia de absurdos y sinsentidos. Ahora resulta que para los españoles “soberanistas” de las Vascongadas y Cataluña, los asturianos, los aragoneses, los castellanos, no formaron naciones “históricas”. Ahora resulta que formamos parte de ese “resto” que, precisamente, los más desleales y los más desprovistos de arma moral, denuncian como corrupta, atrasada, africana, dependiente. Los más desleales que saben que sin las bombas y los tiros en la nuca jamás habrían conseguido tanto. Los más desleales que conocen que a base de charnegos y maquetos la carcoma de pequeños propietarios rurales o burgueses de provincia no se habría olvidado. Pero el “soberanismo” que reclama privilegios se fundamenta en el radicalismo de quienes no poseen empresas, ni oficios ni beneficios y cual títeres pueden poner fuego en las ascuas callejeras. Como dice Spengler respecto a buena parte de los que alimentan los disturbios:

“Aquí recibe la palabra libertad el sentido sangriento de las épocas declinantes. Lo que se quiere es la liberación de todos los vínculos de la cultura, de toda especie de moral y de forma, de todos los hombres cuya actitud en la vida se siente, con sorda furia, superior. La pobreza soportada orgullosamente y en silencio, el cumplimiento callado del deber, la abnegación al servicio de una misión o una convicción, la grandeza en la aceptación de un destino, la fidelidad, el honor, la responsabilidad y el rendimiento, todo esto es un reproche constante para los `humildes y ofendidos” .

Hay –no obstante- en el análisis y en las intuiciones spenglerianas una buena dosis de simplismo. El marxismo es, para el filósofo germano, una mera ideología basada en la envidia. En ningún momento se toman en consideración las condiciones diabólicas de explotación a que se viera sometida la clase obrera, clase lo bastante numerosa como para que ella generara sus propias cosmovisiones, filosofías y estrategias de lucha. En ningún momento se deja de percibir en el materialismo histórico otra cosa que una suerte de “naturalismo”, de cientifismo análogo al positivismo y al evolucionismo, empeñados en encontrar leyes cuasimecánicas de la historia. Es dudoso que Spengler haya entrado con cierta profundidad en el estudio de El Capital y otros textos difíciles de Karl Marx. La fobia al marxismo es más bien una fobia al “obrerismo”. Para él, el proletariado revolucionario no pasa de ser una chusma envidiosa, haragana, producto de “las grandes urbes”, el verdadero detritus de los “pueblos blancos”. Es notorio que el genial filósofo de La Decadencia de Occidente haya decaído, años más tarde, en el autor del panfleto Años Decisivos. Junto a aciertos e intuiciones proféticas, Spengler emplea categorías nada rigurosas, como la de “pueblos blancos” y “pueblos de color”, enzarzados en una guerra mundial junto a la lucha de clases. Por “pueblos de color” entiende Spengler los españoles del sur, los rusos, los chinos. Con este tipo de categorías es difícil tomar en serio algunos pasajes spenglerianos. El mismo autor que se distancia del nazismo por su rechazo a la pseudobiología racista de Hitler, el mismo nacionalista alemán que no se dejó atrapar por el antisemitismo, y que entiende por “raza” una forma de ser espiritual, no biológica, es quien nos presenta una simplista lucha entre “pueblos blancos” y “pueblos de color”. Su simplismo era evidente: Europa es una creación medieval, en torno al año 1000. Europa es el auge del germanismo ya “civilizado” al contacto con la Iglesia, con Roma. La sangre bárbara del germano sería como un torrente poderoso que “tomaba forma” culta al contacto con la civilización clásica y el judeocristianismo, de cuño mediterráneo. De esa sangre germana sería un Reich alemán el exponente perfecto de los tiempos industriales. La tradición prusiana basada en el disciplina, la abnegación, el espíritu de sacrificio y la jerarquización tradicional –rural y militar- de la sociedad “blanca” podría unirse a lo mejor del mundo fabril (capitanes de industria y obreros) y constituir una suerte de socialismo corporativo. En el propio proletariado hay una élite conocedora del valor de la disciplina y del trabajo esforzado, una élite que comparte con sus antepasados rurales la idea de sacrificio por metas más altas, el valor de la obediencia y de lo común. El “socialismo” spengleriano consistirá en un apartamiento completo del socialismo marxista, y en un ataque frontal al “nihilismo” que ciertos embaucadores de la clase obrera (ellos mismos pequeño-burgueses, como el propio Marx) introducen en los trabajadores alemanes y de los demás “pueblos blancos”.

“Nace así el nihilismo, el odio abisal del proletario contra toda clase de formas superiores, contra la cultura como conjunto de las mismas y contra la sociedad con su sustrato y su resultado histórico. Que alguien tenga forma, que la domine, que se sienta bien en ella, mientras que el hombre ordinario la siente como una atadura: que el tacto, el gusto y el sentido de la tradición sena cosas que forman parte del patrimonio hereditario de las culturas superiores y presupongan una educación; que haya círculos en los que el sentimiento del deber y de la abnegación no sean ridículos, sino motivos de distinción, les llena de un sordo furor, que en épocas anteriores se agazapaba en un rincón y espumarajeaba a la manea de Thersites pero que hoy se extiende amplia y generalmente, como concepción del universo, sobre todos los pueblos blancos” .

La idea no es nueva. Ya se encuentra presente en Nietzsche y en toda la tradición contrarrevolucionaria: el proletario es un envidioso y ha sido embaucado en la fantasía de la Igualdad. Como la Igualdad formalmente proclamada como Derecho no se ve plasmada en una Igualdad material, el proletario se lanza a la rapiña movido por un intenso odio hacia quien es mejor, hacia quien le supera no ya sólo en dinero y posesiones, sino en cultura, fineza, gusto, moral, gracia. El mundo capitalista industrial es así, el imperio de la ordinariez, de la bajeza: “la plebe ha llegado a ser la que da el tono” . Esa plebe que ha marcado el tono en la sociedad industrial de masas es la que no permitirá jamás una severa reorientación del sistema educativo, con la necesaria formación de élites, de sabios y capaces. Las sucesivas leyes educativas españolas, desde la LOGSE hasta la actualidad, no son más que emanaciones plebeyas de esa masa que odia lo selecto, lo noble, lo superior, lo esforzado, lo profundo. Spengler, de nuevo:

“Y esa es la tendencia del nihilismo: no se piensa en educar a la masa llevándola a la altura de la cultura auténtica; ello es labor ardua y penosa, para la cual faltan quizá ciertas premisas. Por el contrario: el edificio de la sociedad debe ser arrasado hasta el nivel de la plebe. Debe regir la igualdad general: todo debe ser igualmente ordinario. La misma manera de agenciarse dinero y de gastarlo en el mismo género de diversiones: panem et circenses –no se necesita más ni se comprende más-. La superioridad, el gusto, las buenas maneras y toda clase de categoría interior, son un delito. Las ideas éticas, religiosas y nacionales, el matrimonio para tener hijos, la familia y la soberanía del Estado, son cosas pasadas de moda y reaccionarias” .

El igualitarismo desbordado y fanático conlleva una destrucción de la cultura, acelera la muerte de ésta en su fase de civilización: es el nihilismo, esto es, la negación decadente de los propios valores cimentadores del ser. Familia, educación, patria, conocimiento, religión. Todo llega a disolverse por la envida y el odio al valor. España estaría viviendo hoy, en el siglo XXI, los mismos procesos nihilistas y disgregadores que Spengler observó en la Europa de principios de los años 30 del siglo pasado, preanuncio de la Gran Guerra:

“La ordinariez de todos los Parlamentos, la inclinación gneeral a participar en negocios poco limpios, cuando prometen dinero sin trabajo; el jazz y los bailes negroides como expresión psíquica de todos los círculos; el maquillaje de las prostitutas, adoptado por todas las mujeres; la manía de los literatos de ridiculizar en novelas y obras teatrales, con el aplauso general, las severas opiniones de la sociedad distinguida, y el mal gusto, extendido hasta la alta nobleza y hasta las viejas familias soberanas, de libertarse de toda coerción social y de toda vieja costumbre, demuestran que la plebe ha llegado a ser la que da el tono”.


La clase política corrompida y desvergonzada, el empresariado canallesco, la Academia nepotista e ignorante… todo reproduce el bajón general de la cultura deseado por la hez igualitarista a ultranza. La juventud adopta comportamientos salvajes, como los tatuajes, los piercings, los bailes frenéticos de la tribu africana. El matrimonio honrado, garante de la estabilidad social y emocional es escarnecido, sometido a la burla general. El intelectual bien cebado por la prensa de masas, tanto como los rebaños alcoholizados del “botellón” coinciden en su nihilismo, en su ataque y rechazo a todo cuando significó, por espacio de siglos, una Tradición, una Civilización. Ahora, no tanto el marxismo –tan temido como poco comprendido por parte de Spengler- como el nihilismo, rueda por Europa y por España como una apisonadora que nunca se va a detener. A partir de la LOGSE, y de manera muy brusca y artificialmente buscada desde el progresismo, los rebaños de cuerpos jóvenes adocenados, sin cerebro ni formación, sin ética y sin norte se disponen a una automarginación completa, cuando no a la esclavitud y a la prostitución generalizadas.

5. Recuperación de la España nórdica y del sentido nórdico y familiar de propiedad.

Debe tenerse en cuenta que el capitalismo en su fase actual no toma como base la propiedad privada personal sino que se trata más bien de un sistema de dominación ejercido por grandes corporaciones trasnacionales, donde la ficción jurídica de una muchedumbre de accionistas-propietarios es destrozada en su esencia por el control riguroso de las mismas acciones a cargo de un reducido grupo de individuos anónimos. La propiedad familiar, comunitaria, la vida corporativa de las profesiones, la granja del campesino, la pequeña y mediana empresa basada en la familia, la vecindad, la societas creada entre quienes confían mutuamente y se tratan cara a cara…todo eso sufre y se mutila. Y no es precisamente un colectivismo bolchevique el que está acabando con ello. Es un colectivismo capitalista masificador, enemigo de la persona, creado por el capitalismo voraz en su fase más voraz: la fase tardía de las grandes multinacionales y de los grandes comandos especulativos capaces de poner a los estados –antaño soberanos e incluso imperiales- de rodillas. Estos comandos de piratas y corsarios financieros han barrido con aquello que el comunismo no pudo barrer: con la propiedad. Europa entera se desangra como civilización al perder el sentido más íntimo y profundo de su ser, la propiedad. Y donde este sentido se conservaba sano y fresco era en el campo y en el pequeño taller. Dice Spengler: “la propiedad auténtica es alma” ) . Pero el capitalismo especulativo y transnacional hace que todos perdamos el alma. La izquierda –no ya la bolchevique sino toda la izquierda- desconfía de la propiedad en sus proclamas, pues la base esencial de estas ideologías es la aniquilación (el nihilismo) de la propiedad, aunque esconda tal proyecto, y su casta de ideólogos y políticos sea una casta ávida en la acumulación de bienes. Pero de éstos, los bienes inmuebles, el sentido de la tierra, es el que más ajeno y antipático les resulta. Y es que “la propiedad verdadera es siempre inmueble en el más profundo sentido. Está adherida al propietario . En la izquierda, incluso la más moderada, hay una raíz revolucionaria, de absolutismo al estilo “clásico” (antiguo, grecorromano). El estado viene a ser el verdadero propietario, incluso la libertad de que goza el hombre no es real ni efectiva en cuanto hombre sino en cuanto ciudadano. Fue nuestro Ortega quien nos ayudó a diferenciar de manera estricta liberalismo y democratismo. El liberalismo no tiene por qué ser demócrata y hunde sus raíces en el derecho medieval, en el “castillo”, en el personalismo feudal de los germanos. Por el contrario el democratismo viene de Grecia, procede del despotismo de la polis: el pueblo es quien detenta la función pública, mientras que el liberalismo procede de Germania y su punto focal es muy diferente: es accidental quién detenta el poder legítimo, pero es esencial que cada persona haga valer sus derechos personales, que no son “universales” sino privilegios. El poder de la tierra, el valor obtenido por el trabajo propio o la conquista, la indivisibilidad del terruño (o mayorazgo), fueron fundamentos materiales junto con el elemento espiritual de un cristianismo (fáústico, que no mágico) sobre los que se elevó la cultura europea a lo largo de la Edad Media. Todavía en el siglo XX, casi por instinto, Spengler podía advertir un sentido ascendente o declinante en las familias que acuden o huyen del sentimiento de propiedad territorial: “Por eso las familias que se elevan aspiran siempre a la propiedad territorial como forma primordial de los bienes inmuebles, y las que descienden procuran transformarla en dinero contante y sonante. En ello reposa también la diferencia entre cultura y civilización” . Fue Adam Müller, el famoso economista y pensador romántico quien subrayó en el siglo XIX la importancia civilizadora del mayorazgo del sentido de la tierra y del concepto de la propiedad agraria . El orgullo que de su caserío y terruño posee el más humilde campesino libre es comparable y no menor al orgullo que posee de su legado el más rico aristócrata agrario. La relación que el propietario agrario posee con sus bienes es esencialmente la de un monarca o un señor feudal que, con sentido dinástico, se lanza a lo largo del tiempo desde el pasado hacia el futuro, sintiéndose él no un déspota con derecho puntual –derecho de uso y abuso- sobre hombres y bienes (acaso esta es la noción romana de propiedad privada) sino como heredero y responsable de unos bienes inmuebles e indivisibles y de unos lazos personales sobre los que actúa en el presente, pero que perdurarán tras su muerte. Todavía en el norte de España, en la casería asturiana, p.e., se detecta –en sus formas más puras- esta noción de casería no como simple “empresa familiar” agraria sino como pequeño reino. En efecto la casería tradicional posee nombre propio distinto del de su dueño presente, y que se mantiene incluso cuando es adquirida por personas ajenas al núcleo familiar original. El “heredero” es buscado generalmente en el primogénito, pero si éste falla, el heredero es buscado en el resto de la descendencia, en la parentela o incluso fuera, igual que los territorios políticos del Antiguo Reino cuando sentían que su trono legítimo se encontraba vacante.

El sentido de propiedad en el liberalismo a partir de Smith se habría desplazado hasta la distorsión. Coincidiendo con el triunfo de la ciudad y de la industria sobre el campo, con la creación de masas de capital desligado del trabajo campesino e industrial, la propiedad se vuelve progresivamente abstracta, es propiedad vinculada al capital y el capital, como decía Marx, no es otra cosa que un entramado de relaciones sociales. La propiedad burguesa, abstracta, ciudadana, racionalista, está necesariamente ligada al espectáculo. Spengler supo anticiparse a estas nuevas visiones del capitalismo: este es un sistema vinculado al espectáculo y con él regresamos al espíritu antiguo, al de la riqueza de los romanos: “…lo esencial es siempre el espectador. Todo el mundo tiene que saberlo: de otro modo no tendría sentido” . Pocos espectadores había, por el contrario, en la Europa pre-industrial, en la España de castillos y casonas esparcidas por el campo. No era el lujo –la lujuria por lo material- lo que se hacía ostensible, sino el blasón y el privilegio en aquellas tierras de España aún no sojuzgadas por la ciudad y la burguesía. Como bien recuerda Ortega hablando de las casonas “cántabras” (es decir, de la España húmeda y septentrional, en el sentido que le da nuestro filósofo al término Cantabria), estas construcciones austeras, propiamente, no denotan riqueza, acaso un bienestar rural y plácido y una exhibición de las armas del linaje . El burgués racionalista de las ciudades no posee –salvo en casos limitados en los que hay un anhelo de fundar nuevas dinastías nobles- el sentido histórico y genealógico. Las cuadrículas de la ciudad reproducen en cierto modo la carencia de todo sentimiento histórico. El racionalismo que antecede y acompaña al capitalismo, que justifica el imperio de la burguesía, es un modo de contemplar el mundo absolutamente antihistórico. Cada burgués y cada proletario (pues ambas clases sociales se generan bajo el mismo absolutismo de la Razón y de la carencia de la Historia) ve el mundo como sucesión de presentes, como puntos que se apretujan en una línea y la línea en sí misma nunca es percibida. Por ello en cualquier momento el racionalismo abstracto cree que es posible una Revolución, un “partir de cero”. De no ser por la filosofía burguesa y racionalista, jamás se habría conseguido movilizar a masas enteras de proletarios, que no de pobres. Spengler nos recuerda que la riqueza es un concepto relativo, que se puede vivir bien con poco y sumirse en el descontento cuando, comparativamente, se es un privilegiado.

“[…] desde el siglo XVIII, desde la emergencia del pensamiento racionalista sobre la vida, la historia y el destino humano, la envidia, ajena al trabajador esforzado y aplicado por naturaleza, ha sido metódicamente fomentada, y precisamente por e mundo abisal de los políticos profesionales democráticos y por los escritores de actualidad, como Rousseau, que ganaban dinero con ello o satisfacían sus sentimientos morbosos. La codicia de la propiedad ajena, calificada de robo, sin estimar o considerar siquiera el trabajo y el talento a ella enlazados, es elevada a la categoría de concepción del universo, y tiene, por consecuencia, una correspondiente política desde abajo”.

Lo humano, por encima de las banderías anticuadas como la que enfrenta izquierda y derecha, estriba en una defensa de la propiedad productiva. No la propiedad como botín, como rapiña extraída del saqueo (modelo inglés) ni como oportunidad para el goce y base del rentista (modelo francés), sino la propiedad “prusiana” en el sentido spengleriano (que no es el sentido marxista). Todo empresario y todo obrero es un funcionario del Estado, un servidor de la comunidad. El caserío, la empresa, la habilidad y destreza profesional…todo ello concebido como un feudo a cuidar con amor y no como una mercancía de la que se puede usar y abusar. La verdadera “igualdad” no estriba en equiparar al funcionario, al campesino y al patrón con un obrero. El socialismo spengleriano pasa por el reconocimiento de la desigualdad de funciones que el funcionario, el campesino, el patrón y el obrero han de desempeñar buscando la excelencia en su dedicación y la promoción en el rango, no en la obtención de botines y en el saqueo recíproco. Todos hemos de ser funcionarios: he aquí un lema que hoy es muy poco correcto políticamente. No gusta ni al liberal ni al obrerista. Pero debe hacernos pensar si, con su evitación, seguimos por un buen camino.


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Mensaje por Cruz de Borgoña 5/2/2013, 6:58 am

Germanos contra bereberes. José Antonio Primo de Rivera.

1. ¿Qué fue la Reconquista ? Un criterio superficial de la victoria tiende a considerar España como una especie de fondo o substratum permanente sobre el cual desfilan diversas invasiones, a las que nos hacen asistir como solidarios con aquel elemento aborigen. Dominación fenicia, cartaginesa, romana, goda, africana... De niños hemos presenciado mentalmente todas esas dominaciones en calidad de sujetos pacientes; es decir, como miembros del pueblo invadido. Ninguno de nosotros, en su infancia romancesca, ha dejado de sentirse sucesor de Viriato, de Sertorio, de los numantinos. El invasor era siempre nuestro enemigo; el invadido nuestro compatriota.

Cuando la cosa se considera más despacio, ya al apuntar la mañana, cae uno en esta perplejidad: después de todo -se pregunta- no sólo mi cultura, sino aún mi sangre y mis entrañas ¿tienen más de común con el céltico aborigen que con el romano civilizado? Es decir, ¿no tendré un perfecto derecho, aún por fuerza de la sangre, a mirar la tierra española con ojos de invasor romano; a considerar con orgullo esta tierra no como remota cuna de los míos sino como incorporada por los míos a una nueva forma de cultura y de existencia? ¿Quién me dice que, en el sitio de Numancia, hay dentro de las murallas más sangre mía, más valores de cultura míos, que en los campamentos sitiadores?



Quizá podamos entender esto señaladamente bien los que procedemos de familias que hayan visto nacer muchas de sus generaciones en la América hispana. Nuestros antepasados trasatlánticos, como nuestros actuales parientes de allá, se sienten tan americanos como nosotros españoles; pero saben que su calidad americana les viene como descendientes de los que dieron a América su forma presente. Sienten a América como entrañablemente suya porque sus antepasados la ganaron. Aquellos antepasados procedían de otro solar, que ya es, para sus descendientes, más o menos extranjero. En cambio la tierra en que actualmente viven, siglos atrás extranjera, es ahora la suya, la definitivamente incorporada por unos remotos abuelos al destino vital de su estirpe.

Estos dos puntos de vista descansan sobre dos maneras de entender la patria: o como razón de tierra o como razón de destino. Para unos, la patria es el asiento físico de la cuna; toda su tradición es una tradición espacial, geográfica. Para otros, la patria es la proyección física de un destino; la tradición, así entendida, es predominantemente temporal, histórica.


2. Con esta previa delimitación de conceptos cabe resumir la cuestión inicial: ¿qué fue la Reconquista ? Ya se sabe: desde el punto de vista infantil, el lento recobro de la tierra española por los españoles contra los moros que la habían invadido. Pero la cosa no fue así. En primer lugar, los moros (es más exacto llamarles «los moros» que «los árabes»; la mayor parte de los invasores fueron berberiscos del norte de África; los árabes, raza muy superior, formaban solamente la minoría directora) ocuparon la casi totalidad de la Península en poco tiempo más del necesario para una toma de posesión material, sin lucha. Desde Guadalete (año 711) hasta Covadonga (718) no habla la Historia de ninguna batalla entre forasteros e indígenas. Hasta el reino de Todomir, en Murcia, se constituyó por buenas componendas con los moros, toda la inmensa España fue ocupada en paz; España, naturalmente, con los «españoles» que habitaron en ella. Los que se replegaron hacia Asturias fueron los supervivientes de entre los dignatarios y militares godos; es decir, de los que tres siglos antes habían sido, a su vez, considerados como invasores. El fondo popular indígena (celtibérico, semítico en gran parte, norteafricano por afinidad en otra, más o menos romanizado todo él) era tan ajeno a los godos como a los agarenos recién llegados. Es más, sentían muchas más razones de simpatía étnica y consuetudinaria con los vecinos del otro lado del estrecho que con los rubios danubianos aparecidos tres siglos antes. Probablemente la masa popular española se sintió mucho más a su gusto gobernada por los moros que dominada por los germanos. Esto fue el principio de la Reconquista ; al final no hay ni que hablar. Después de seiscientos, de setecientos, de casi (en algunos sitios) ochocientos años de convivencia, la fusión de sangre y usos entre aborígenes y bereberes era indestructible; mientras que la compenetración entre indígenas y godos, entorpecida durante doscientos años por la dualidad jurídica y, en el fondo, rehusada siempre por el sentido racial de los germánicos, no pasó nunca de ser superficial.



La Reconquista no es, pues, una empresa popular española contra una invasión extranjera; es, en realidad, una nueva conquista germánica; una pugna multisecular por el poder militar y político entre una minoría semítica de gran raza -los árabes- y una minoría aria de gran raza -los godos-. En esa pugna toman parte bereberes y aborígenes en calidad de gente de tropa unas veces y, otras veces, en actitud de súbditos resignados de unos y otros dominadores, quizá con marcada preferencia, al menos en gran parte del territorio, por los sarracenos.

Hasta tal punto es la Reconquista una guerra entre partidos y no una guerra de la independencia que a nadie se le ha ocurrido nunca llamar «españoles» a los que combatían contra los agarenos, sino «los cristianos» por oposición a «los moros». La Reconquista fue una disputa bélica por el poder político y militar entre los pueblos dominadores, polarizada en torno de una pugna religiosa.



Del lado cristiano, los jefes preminentes son todos de sangre goda. A Pelayo se le alza en Covadonga sobre el pavés como continuador de la Monarquía sepultada junto al Guadalete. Los capitanes de los primeros núcleos cristianos tienen un aire inequívoco de príncipes de sangre y mentalidad germánica. Más: se sienten ligados desde el principio a la gran comunidad catolicogermánica europea. Cuando Alfonso el Sabio aspira al trono imperial no adopta una actitud extravagante: pleitea, con el alegato de la madurez política de su reino, por lo que podía alentar desde siglos antes en la conciencia de príncipe cristianogermánico de cada jefe de los citados reconquistadores. La Reconquista es una empresa europea, es decir, en aquella sazón, germánica. Muchas veces acuden de hecho, para guerrear contra los moros, señores libres de Francia y de Alemania. Los reinos que se forman tienen una planta germánica innegable. Acaso no haya Estados en Europa que tengan mejor impreso el sello europeo de la germanidad que el condado de Barcelona y el reino de León.

3. En esquema -abstracción hecha de los mil acarreos e influencias recíprocas de todos los elementos étnicos removidos durante ochocientos años-, la Monarquía triunfante de los Reyes Católicos es la restauración de la Monarquía góticoespañola, católicoeuropea, destronada en el siglo VIII. La mentalidad popular distinguía entonces difícilmente entre nación y rey. Por otra parte, considerables extensiones de España, singularmente Asturias, León y el Norte de Castilla habían sido gemanizadas, casi sin solución de continuidad, durante mil años (desde principios del siglo V hasta finales del XV, sin más interrupción que los años que van desde el Guadalete hasta el recobro de las tierras del norte por los jefes godocristianos) sin contar con que su afinidad étnica con el norte de África era mucho menor que la de las gentes del sur y levante. La unidad nacional bajo los Reyes Católicos es, pues, la edificación del Estado unitario español con el sentido europeo, católico, germánico, de toda la Reconquista , y la culminación de la obra de germanización social y económica de España. No se olvide esto, porque quizá por ahí va a encontrar la «constante bereber» su primera rendija para la rebelión.

En efecto, el tipo de dominación árabe era preponderantemente político y militar. Los árabes tenían vagamente el sentido de la territorialidad. No se adueñaban de las tierras, en el sentido jurídicoprivado. Así pues, la población campesina de las comarcas más largamente dominada por los árabes (Andalucía, Levante) permanecía en una situación de libre disfrute de la tierra, en forma de pequeña propiedad y, acaso, de propiedades colectivas. El andaluz aborigen, y la población bereber que nutrió más copiosamente las filas árabes, gozaba, pues, una paz elemental y libre, inepta para grandes empresas de cultura, pero deliciosa para un pueblo indolente, imaginativo y melancólico como el andaluz. En cambio, los cristianos germánicos traían en la sangre el sentido feudal de la propiedad. Cuando conquistaban las tierras erigían sobre ellas señoríos, no ya pluralmente politicomilitares como los de los árabes, sino patrimoniales al mismo tiempo que políticos. El campesino pasaba, en caso mejor, a ser vasallo; tiempo adelante, cuando por la atenuación del aspecto jurisdiccional, político, los señoríos van subrayando su carácter patrimonial, los vasallos, completamente desarraigados caen en la condición terrible de jornaleros.
La organización germánica, de tipo aristocrático, jerárquico, era, en su base, mucho más dura. Para justificar tal dureza se comprometía a realizar alguna gran tarea histórica. Era, en realidad, la dominación política y económica sobre un pueblo casi primitivo. Toda aquella enorme armadura -Monarquía, Iglesia, aristocracia- podía intentar la justificación de sus pesados privilegios a título de cumplidora de un gran destino en la Historia. Y lo intentó por doble camino: la conquista de América y la Contrarreforma.

4. Es un tópico (puesto en circulación por la literatura «bereber» de que se hablará más tarde) el decir, que la conquista de América es obra de la espontaneidad popular española, realizada casi a despecho de la España oficial. No se puede sostener esa tesis en serio. Muchas de las expediciones se organizaron, ciertamente, como empresa privada; pero el sentido de la cristianización y colonización de América está contenido en el monumento de las Leyes de Indias, obra que encierra el pensamiento constante del Estado español a través de vicisitudes seculares. Y la conquista de América es también una tesis catolicogermánica. Tiene un sentido de la universalidad sin la menor raíz celtibérica y bereber. Sólo Roma y la Cristiandad germánica pudieron transmitir a España la vocación expansiva, católica, de la conquista de América. Lo que se llame el espíritu aventurero español, ¿será español de veras en el sentido aborigen o bereber, o será una de las señales de sangre germánica? No se desdeñe el dato de que, aún en nuestros días, las regiones de donde sale mayor número de emigrantes, es decir, de aventureros, son las del Norte, las más germanizadas, las más europeas, las que, desde su punto de vista castizo y pintoresco, podrían llamarse menos españolas. En cambio, es todavía abundantísimo el número de andaluces y levantinos que se trasplanta a Marruecos, a Orán, a Argelia y que vive allí absolutamente como en su casa, como una cepa que reconoce la tierra lejana de donde arrancaron a su ascendiente. Esta derivación meridional y levantina hacia África no tiene la menor homogeneidad con las expediciones colonizadoras hacia América. Incluso África y América han sido constantemente como las consignas de dos partidos políticos y literarios españoles. De dos partidos que coinciden exactamente en casi todos los instantes con el liberal y el conservador; el popular y el aristocrático; el bereber y el germánico. Era casi cosa obligada que un escritor aristocrático, antieclesiástico, antimonárquico, incorporase a su repertorio frases como ésta: «Más valía que la Monarquía española, en vez de extenuar a España en la empresa de América, hubiera buscado nuestra expansión natural, que es África». Al lado de la conquista de América, la España germánica (doblemente germánica ahora bajo la dinastía de los Habsburgo) riñe en Europa el combate católico por la unidad. Lo riñe y, a la larga, lo pierde. Y, como consecuencia, pierde a América. La justificación moral e histórica de la dominación sobre América se hallaba en la idea de la unidad religiosa del mundo. El catolicismo era la justificación del poder de España. Pero el catolicismo había perdido la partida. Vencido el catolicismo, España se quedaba sin título que alegar para el imperio de Occidente. Su credencial estaba caducada. Ya lo vió el astuto Richelieu que, para hundir a la casa de Austria, no vaciló en auxiliar a los paladines de la reforma. Sabía muy bien que la piedra angular de los Habsburgo era la unidad católica de la Cristiandad.



Y así, perdida la partida en Europa primero, en América después, ¿qué tarea de valor universal alegaría la España dominadora -Monarquía, Iglesia, aristocracia- para conservar su situación de privilegio? Falta de justificación histórica, dimitida toda función directiva, sus ventajas económicas y políticas quedaban en puro abuso. Por otra parte, con la falta de empleo, las clases directoras habían perdido el brío, incluso de la propia defensa. Se observa una colección de fenómenos, semejantes en extremo a la decadencia de la monarquía visigótica. Y la fuerza latente, nunca extinguida, del pueblo bereber sometido, inicia lentamente su desquite.

5. Porque, aún en las horas cenitales de la dominación, la «constante bereber» no había dejado de existir y de obrar nunca. Los pueblos superpuestos, dominador y dominado, germánico y aborigen bereber, no se habían fundido. Ni siquiera se entendían. El pueblo dominador vigilaba el no mezclarse con el dominado (hasta 1756 no se deroga una pragmática de Isabel la Católica que exigía probar pureza de sangre, es decir, condición de cristiano viejo, sin mezcla de judío o moro, aún para desempeñar modestísimas funciones de autoridad). El pueblo dominado, entre tanto, detesta al dominador. Con un giro típico, adopta respecto de los dominadores apariencia de sumisión irónica. En Andalucía se llega a los más exagerados extremos de adulación; pero bajo esa adulación aparente se venga la más desdeñosa zumba hacia el adulado. Esta actitud, la burla, es la más dulcemente resignada que adopta el pueblo desposeído. Más arriba aparece ya el odio y, sobre todo, la afirmación permanente de la separación. En España la expresión «el pueblo» guarda siempre un tono particularista y hostil. El «pueblo hebrero» comprendía naturalmente, a los profetas. El «pueblo inglés» incluye a los lores, ¡a buena hora permitiría un inglés consciente que no le considerasen solidarizado, bajo la denominación popular de inglés, con los primeros jerarcas del país! Aquí no: cuando se dice «el pueblo» se piensa decir lo indiferenciado, lo incalificado, lo que no es aristocracia, ni Iglesia, ni milicia, ni jerarquía de ninguna especie. El mismo don Manuel Azaña ha dicho: «no creo en los intelectuales, ni en los militares, ni en los políticos; no creo más que en el pueblo». Pero entonces los intelectuales, los militares, los políticos, como los eclesiásticos y los aristócratas ¿no forman parte del pueblo? Sin especificar, se alude al sojuzgado, al sustraído a su siempre añorada existencia primitiva, indiferenciada, antijerárquica y que, por lo mismo, detesta rencorosamente toda jerarquía, característica del pueblo dominador.
Tal realidad ha penetrado todas las manifestaciones de la vida española, incluso las de apariencia menos popular. Por ejemplo, el fenómeno europeo de la Reforma tuvo en España una versión reducida, pero absolutamente impregnada de la pugna entre germánicos y bereberes, entre dominadores y dominados. En España no se dió un solo caso de hereje príncipe, como en Francia o en Alemania. Los grandes señores se mantuvieron aferrados a su religión de castas. Todo hereje, pequeño burgués, o letrado, era como un vengador de los oprimidos; en su disidencia alentaba más que un tema teológico una incurable inquina contra el aparato oficial, formidable, de Monarquía, Iglesia, aristocracia...



Y así hasta las fechas más recientes. La línea bereber, más aparente cada vez según ve declinar la fuerza contraria, asoma en toda la intelectualidad de izquierda, de Larra hacia acá. Ni la fidelidad a las modas extranjeras logra ocultar un tonillo de resentimiento de vencido en toda la producción literaria española de los cien últimos años. En cualquier escritor de izquierdas hay un gesto morboso por demoler, tan persistente y tan desazonante que no se puede alimentar sino de una animosidad personal, de casta humillada. Monarquía, Iglesia, aristocracia, milicia, ponen nerviosos a los intelectuales de izquierda, de una izquierda que para estos efectos empieza bastante a la derecha. No es que sometan aquellas instituciones a crítica; es que, en presencia de ellas, les acomete un desasosiego ancestral como el que acomete a los gitanos cuando se les nombra a la bicha. En el fondo los dos efectos son manifestaciones del mismo viejo llamamiento de la sangre bereber. Lo que odian, sin saberlo, no es el fracaso de las instituciones que denigran, sino su remoto triunfo; su triunfo sobre ellos, sobre los que la odian. Son los bereberes vencidos que no perdonan a los vencedores -católicos, germánicos- haber sido los portadores del mensaje de Europa. El resentimiento ha esterilizado en España toda posibilidad de cultura. Las clases directoras no han dado nada a la cultura, que en ninguna parte suele ser su misión específica. Las clases sometidas, para producir algo considerable desde el punto de vista de la cultura, tenían que haber aceptado el cuadro de valores europeo, germánico, que es el vigente; y eso les suscita una repugnancia infinita por ser, en el fondo, el de los odiados dominadores.

Así, grosso modo, puede decirse que la aportación de España a la cultura moderna es igual a cero, salvo algún ingente esfuerzo individual, desligado de toda escuela, y algún pequeño cenáculo inevitable envuelto en un halo de extranjería.


6. Tras las escaramuzas tenía que llegar la batalla. Y ha llegado: es la República de 1931; va a ser, sobre todo, la República de 1936. Estas fechas, singularmente la segunda, representan la demolición de todo el aparato monárquico, religioso, aristicrático y militar que aún afirmaba, aunque en ruinas, la europeidad de España. Desde luego la máquina estaba inoperante; pero lo grave es que su destrucción representa el desquite de la Reconquista , es decir, la nueva invasión bereber. Volveremos a lo indiferenciado. Probablemente se ganará en placidez elemental en las condiciones populares de vida. Acaso el campesino andaluz, infinitamente triste y nostálgico, reanude el silencioso coloquio con la tierra de que fue desposeído. Casi media España se sentirá expresada inmejorablemente si esto ocurre. Desde luego, se habrá conseguido un perfecto ajuste en lo natural. Pero lo malo es que entonces será pueblo único, ya dominador y dominado en una sola pieza, un pueblo sin la más mínima aptitud para la cultura universal. La tuvieron los árabes; pero los árabes eran una pequeña casta directora, ya mil veces diluida en el fondo humano superviviente. La masa, que es la que va a triunfar ahora, no es árabe sino bereber. Lo que va a ser vencido es el resto germánico que aún nos ligaba con Europa.




Acaso España se parta en pedazos, desde una frontera que dibuje, dentro de la Península , el verdadero límite de África. Acaso toda España se africanice. Lo indudable es que, para mucho tiempo, España dejará de contar en Europa. Y entonces, los que por solidaridad de cultura y aún por misteriosa voz de sangre nos sentimos ligados al destino europeo, ¿podremos transmutar nuestro patriotismo de estirpe, que ama a esta tierra porque nuestros antepasados la ganaron para darle forma, en un patriotismo telúrico, que ame a esta tierra por ser ella, a pesar de que en su anchura haya enmudecido hasta el último eco de nuestro destino familiar?.




Prisión de Alicante, 13 de agosto de 1936
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Mensaje por Persia 27/3/2013, 7:21 am

Parece que a nadie en este hilo se le ha ocurrido pensar (o lo ha hecho y no se ha atrevido a decirlo) que si el Imperio romano no hubiera caído, España no existiría hoy. No habrían llegado los suevos, los vándalos, los alanos, los visigodos, los árabes... no habrían existido los Reyes Católicos y, probablemente, nunca habría existido el Imperio español. Los romanos crearon una civilización, y esa civilización perduró en gran medida en algunas de las entidades políticas que surgieron de su desintegración, y ha llegado hasta nuestros días.

Probablemente, en la época romana se dieron debates parecidos a este, analizando los problemas que aquejaban al Imperio e intentando solucionarlos con más o menos éxito por parte de cada emperador y cada administración a su cargo. Algunos lograron éxitos parciales, y el Imperio se prolongó, pero al final acabó por derrumbarse. ¿Se hubiera podido evitar ese final? ¿Se hubiera podido evitar la desaparición de las polis griegas? ¿Se hubiera podido evitar el ocaso de la milenaria civilización egipcia? ¿Se hubiera podido evitar el fin de tantas y tantas civilizaciones? ¿Acaso porque no lo consiguieron, hemos de pensar que no lo intentaron con todas sus fuerzas?
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Mensaje por TRAJANO.v 27/3/2013, 8:50 pm

Todos llevais razón en vuestros comentarios. Pero se ha olvidado algo muy importante: La educación.

Nuestros niños no tienen ni idea de hechos históricos de los que se puedan sentir orgullosos de ser españoles, para que cuando les llegue el momento, saber que es lo que están defendiendo.

El pasado domingo tuve que explicarle a un amigo profesor quien fué Blas de Lezo, porque nunca habia oido hablar de él. Y no digamos ya de hechos heroicos de "menor" importancia, protagonizados por nuestra gente, como por ejemplo la invasión de Cornualles, aunque los ingleses digan que su tierra nunca fué invadida.

Sin el orgullo de pertenecer a un pais que ha escrito innumerables paginas gloriosas de historia, que se desconocen. Si además contemplan como los extranjeros tienen más beneficios que los propios españoles. Se observa como impunemente se ataca a España desde dentro, y los politicos se quedan de brazos cruzados, o si todo un Presidente de Gobierno dice que Nacion es un tema discutido y discutible, ¿Como van a sentir amor hacia la nación que los ha visto nacer?.

Todo esto contribuye a que nuestro pais, esté siguiendo el mismo ejemplo, que terminó con el imperio romano.
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Mensaje por Valle 29/3/2013, 3:04 am

Efectivamente no es España solemente la que ha perdido todo el esplendor de otras épocas, ahora ya no se mide lo bien o mal que lo hace un pais, su triunfo o su decadencia.

Hoy , nos guste o no, perdemos o ganamos todos los paises porque a eso nos ha llevado la globalización sobre todo si hablamos de nuestra querida europa , el occidentalismo europeo.... el gran vejestorio occidental.

El gran problema es la pérdida de moral,ética y , como ha dicho un forero, educación. Por mi parte añado que nos hemos convertido en vagos sin ideas y todo ello a causa de lo felices que nos lo prometían politicos y casta mediatica en general.

El gran problema es la destrucción paulatina de un estado que se las prometía felices cuando era 9ª potencia mundial y que al grito de viva europa nos convenció para "tirarnos encima" de las subvenciones y apoyos "fieramente engañosos" que como resultado nos ha llevado a una España en decadencia.

He leido que España no existiría si no hubieran caído los romanos y quizá sea verdad ya que los romanos cayeron y otros se levantaron..... es precisamente eso lo que genera nuestra decadencia, el costumbrismo,la vagancia y la educación que desde hace unas decenas de años han implantado lo chicos de la libertad mal entendida.

Y seguimos sin hacer gran cosa salvo vivir, que no es poco.
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