Los Kirchner, la nueva monarquía argentina

Durante los días que Cristina Kirchner estuvo internada, las decisiones más importantes del país se tomaban en la habitación 723 del Hospital Austral, donde un joven algo obeso, de pelo lacio y rostro inexpresivo recibía y hacía llamadas desde varios teléfonos móviles.

La escena hacía recordar los días en que Néstor Kirchner, de quien el joven heredó algunos rasgos, manejaba los asuntos más importantes por vía telefónica. La diferencia está en que Máximo Kirchner jamás pierde los estribos y nunca levanta la voz.

De hecho, como jamás ha pronunciado un discurso público, son pocas las personas que han escuchado hablar al hijo de la presidenta. Pero nadie ignora que desde la muerte de su padre, en octubre del 2010, Máximo se transformó en la segunda persona más influyente del país.

"Yo estaba sorprendido de que él dispusiera como funcionarían las cosas en un ausencia de su madre y de que Cristina, que nunca deja de hacer una observación, asintiera a todo lo que Máximo decía", confió un ministro, refiriéndose a la reunión que mantuvo el gabinete el martes 3 de enero, en vísperas de que la presidenta fuese operada de la tiroides.

En los pasillos de la Casa Rosada se hablaba de que en los tres días en que Cristina estuvo ausente, el vicepresidente Amado Boudou, quien debía reemplazarla acorde a la ley, sólo ejerció un papel decorativo.

"Máximo no sólo oficio de portavoz de la presidenta sino también de ángel guardián y de intérprete de su voluntad", expresó el ministro citado anteriormente.

El favorito en la sombra

Máximo Carlos Kirchner, de 35 años, es uno de los personajes más enigmáticos de la política argentina. Los que vienen observando su conducta lo definen como un "antipolítico" por el aparente desgano con que ejerce su poder.

"En los mítines del oficialismo sólo sube a la tarima cuando es imprescindible. No busca salir en el primer plano de las fotos y no lleva la cuenta de los artículos que se escriben sobre su persona. Pareciera que su vocación es la de esos favoritos de las cortes reales, que disfrutaban moviendo los hilos dese la sombra", lo describe el analista Jorge Perelman.

Su pedestal es 'La Cámpora', la organización juvenil que fundó con el objetivo de llenar los escaños del Congreso, los cargos públicos y las empresas estatales con jóvenes como él: con una lealtad a toda prueba hacia Cristina Kirchner.

El clásico perfil del militante 'camporista' corresponde al de un individuo de unos 30 años, con título universitario, con residencia en un barrio 'chic' de Buenos Aires y sin ningún apego a la figura de Juan Domingo Perón, el prócer de muchos de los que votan por Cristina.

Pero ningún MBA o doctorado es válido para escalar posiciones si no se cuenta con el apoyo del muchacho retraído que disfruta de permanecer en Río Gallegos, el sureño pueblo natal de su padre, donde maneja las finanzas de la familia, lo cual no es poco decir ya que el patrimonio familiar es de 16 millones de dólares.

"Máximo elige a los que van a ascender, por pura química. Si le caíste mal, de nada sirven las credenciales que tengas", cuenta Diego Robles, un amigo de su infancia. Por caerle bien al hijo de la presidenta, el 'camporista' Mariano Recalde llegó a ser el titular de Aerolíneas Argentinas y Andrés Larroque a jefe del movimiento juvenil.

Mal que le pese, su condición de "super-ministro" sin cartera; de brazo derecho y confidente de su madre –sobre todo en momentos críticos- lo obliga a trasladarse con frecuencia a Buenos Aires. Pero nada de salidas nocturnas ni apariciones en la página social de los diarios.

Cuando viene a la capital se encierra en la residencia oficial de Olivos y allí comparte una cerveza con Carlos Zannini, secretario técnico del Gobierno y con Héctor Icazuriaga, jefe del Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE). Si algo heredó el primogénito de su padre es la creencia en que a los aliados hay que vigilarlos bien y de los rivales conviene saber lo más posible.

Seguramente, el fallecimiento de Néstor Kirchner operó en Máximo el mismo cambio que en su madre, quien desde entonces se reveló como una persona mucho más hábil y popular que su marido.

"El joven Kirchner no necesita humillar a nadie ni armar bochinches para ejercer su autoridad, como hacía Néstor. Él hace lo suyo en silencio y con mejores resultados", concluye el analista Jorge Perelman.