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El Gran Capitan
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Gonzalo
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thingol24
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Foro 1492 :: FOROS :: FORO DE HISTORIA
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El Gran Capitan
Bueno, hacia mucho que no posteaba a ningun heroe Español, en este caso, un heroe del sur de la peninsula. Éste, sin duda lo es, y vaya que sí, uno de los mejores estrategas que pario la madre patria, Don Gonzalo Fernádez de Córdoba.
DON GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, EL GRAN CAPITÁN (1453 - 1515)
La reina Isabel la Católica, que acababa de casarse, se disponía a defender sus derechos contra los partidarios de La Beltraneja en la Guerra Civil castellana, y le llamó a su lado para que luchara con sus tropas. En esta guerra hizo sus primeras armas, como correspondía a un segundón de la nobleza castellana, mereciendo grandes elogios de sus jefes. A partir de entonces, se distinguió en la Corte por su apostura, magnificiencia y generosidad. Se casó con su prima Isabel de Montemayor, pero pronto quedó viudo y libre para dedicarse por entero a la vida militar.
En la Guerra de Granada mandó una "capitanía" de 100 lanzas de las Guardas Reales de Castilla. Figuró entre los más valientes en la toma de Loja, ciudad que le confiaron los Reyes Católicos, y se distinguió en el sitio de Tájara y en la conquista de Illora. Durante el cerco de Granada tomó parte en las negociaciones con Boabdil para lograr la capitulación de la capital.
En recompensa por sus destacados servicios, recibió una encomienda de la Orden de Santiago, el señorío de Orjiva y determinadas rentas sobre la producción de seda granadina, lo cual contribuyó a engrandecer su fortuna. Sus hazañas y cualidades inclinaron a la reina Isabel para escogerle para mandar el cuerpo expedicionario que el rey Fernando envió a Italia para librar a Nápoles de las tropas invasoras francesas.
Don Gonzalo zarpó para Sicilia en 1495. Tenía a la sazón 42 años. En la Primera Campaña de Italia Fernández de Córdoba hizo gala de grandes dotes militares como jefe de un ejército. Con escasas fuerzas y mucha movilidad se hizo con toda la Calabria en 1495. Al año siguiente efectuó una marcha relámpago para acudir al sitio de Atella y ponerse al frente de las fuerzas aliadas de la Santa Liga. En algo más de un mes logró la capitulación del ejército francés, la repatriación a Francia de la mayoría de sus efectivos y la entrega de la mayor parte de las plazas fuertes en su poder. Su éxito tuvo una gran repercusión internacional y se ganó el título de El Gran Capitán.
Tras la toma de Ostia en nombre del papa Alejandro VI, el Gran Capitán entró triunfador en Nápoles, donde fue repuesto el rey Don Fadrique III, de la Casa de Aragón. Finalizada su tarea, regresó a España en 1498.
A su llegada a la península, la gente le recibió como un héroe nacional, y el rey don Fernando decía en la Corte que las victorias de Italia daban mayor renombre y gloria a España que la guerra de Granada. Su retorno coincidió con la Rebelion de las Alpujarras, por lo que el Gran Capitán fue enviado con el conde de Tendilla a sofocar la rebelión en el año 1.500.
En el año 1.500 el rey Fernando el Católico pactó con Luis XII, rey de Francia, el reparto del reino de Nápoles, dando lugar con ello a la Segunda Campaña de Italia por los desacuerdos entre ambos reyes a la hora de interpretar el pacto. En abril de 1503 el Gran Capitán derrotó en la Batalla de Ceriñola el ejército francés mandado por el duque de Nemours, que murió en combate. Tras esta victoriosa batalla, el ejército español se hizo dueño de todo el reino napolitano.
El rey francés envió otro ejército a Italia, pero fue igualmente vencido por el Gran Capitán en la Batalla de Garellano de diciembre del mismo año. Como consecuencia de ella los franceses tuvieron que entregar la plaza de Gaeta y dejar el terreno libre al ejército español.
Finalizada la guerra gracias al tratado de paz entre Francia y España del 11 de febrero de 1504, Nápoles pasó a la corona de España. El Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Congregó a todos los Estados del reino y les recibió juramento de fidelidad a los monarcas de Castilla y Aragón. También quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado: a Próspero y Fabricio Colonna les devolvió los estados que les habían arrebatado los franceses; al jefe de los Ursinos, Bartolomé Albiano, le dió la ciudad de San Marcos; a Diego de Mendoza, el condado de Mélito; a Pedro Navarro, el condado de Oliveto; a Diego de Paredes, el Señorío de Coloneta.
Pero la reina Isabel, su valedora, murió a los pocos meses de la ratificación tratado, y el rey don Fernando el Católico entró en zozobra sin la compañía y apoyo de aquella gran reina. Incitado por recelos obsesionantes, el rey decició relevar al Gran Capitán por el arzobispo de Zaragoza y, temiendo que aquel no se dejase relevar, quiso que acompañaran al clérigo Pedro Navarro con órdenes de arrestar al Gran Capitán y apresarlo en Castelnovo, y Alberico de Tenacina para agitar al pueblo en favor del arzobispo. Afortunadamente aquel proyecto no se llevó a cabo, porque don Fernando nombró a su yerno Felipe como Rey consorte Gobernador de Castilla.
Al año siguiente, en 1505, don Fernando visitó Nápoles acompañado de su nueva mujer, Germana de Foix, a la sazón sobrina del rey Luis XII. El Gran Capitán, conocedor de los recelos que inspiraba al rey, salió a recibirlo al mar con gran agasajo, y trató de disipar sus temores por todos los medios. A pesar de ello, don Fernando comprobó personalmente que los napolitanos tenían más aprecio a su general que a él mismo, y que con su comportamiento había decepcionado a los napolitanos y a los subordinados del Gran Capitán.
Los injustificados recelos del rey aumentaron y, ya que debía regresar a España a hacerse cargo de la situación por la reciente e inesperada muerte de su yerno Felipe I, ordenó al Gran Capitán que entregase el mando y regresase con él a España. Corría el año de 1507. Una vez allí le mantuvo apartado de cargo alguno. En una ocasión le había jurado por "Dios nuestro Señor, por la Cruz y los cuatro Santos evangelios que resignaría a su favor" el cargo de Maestre de Santiago, pero faltó a tan sagrado juramente y le negó lo prometido al Gran Capitán, por lo que éste se retiró a Loja, ciudad que le concedió el Monarca, cansado y desengañado. En 1.512 rompió su amistad con el rey Fernando el Católico.
Antes de su fallecimiento estuvo una temporada de retiro en el monasterio de San Jerónimo de Córdoba, en cuyo cenobio tuvo intención de recluirse el resto de sus días. Murió en Loja en 1.515 a la edad de 62 años. Su cadáver se conserva en la iglesia de San Francisco de Granada.
El Gran Capitán fue un gran servidor del naciente estado español, a la vez que sagaz político, extraordinario diplomático, gran general y un genio militar excepcional. Supo combinar con maestría las tres armas de infantería, caballería y artillería; incorporó los fuegos de arcabuces y artillería a la maniobra general y supo sacar provecho de ellos adaptándolos al terreno. Supo mover las tropas por el terreno, efectuó marchas muy rápidas para la época, que se hicieron célebres, y supo llevar al enemigo a que combatiera en el terreno que él deseaba. Era idolatrado por sus soldados y admirado por todos.
Sin duda alguna el ejército del Gran Capitán sentó las bases de lo que en un futuro inmediato sería la famosa "infantería española", que reinaría en los campos de batalla hasta la derrota de Rocroi.
DON GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, EL GRAN CAPITÁN (1453 - 1515)
General español, conquistador del reino de Nápoles para la corona de España
Don Gonzalo Fernández de Córdoba nació en Montilla, Córdoba, el 1 de septiembre de 1.453 y murió en Loja en 1.515. Pertenecía a la Casa de Aguilar. Era hijo de Pedro Fernández de Aguilar y Elvira de Herrera y fue educado en Córdoba. Desde muy niño fue paje del infante don Alfonso, al que sirvió durante la guerra que éste sostuvo como aspirante al trono de Castilla contra el legítimo rey Enrique IV, su hermano. La reina Isabel la Católica, que acababa de casarse, se disponía a defender sus derechos contra los partidarios de La Beltraneja en la Guerra Civil castellana, y le llamó a su lado para que luchara con sus tropas. En esta guerra hizo sus primeras armas, como correspondía a un segundón de la nobleza castellana, mereciendo grandes elogios de sus jefes. A partir de entonces, se distinguió en la Corte por su apostura, magnificiencia y generosidad. Se casó con su prima Isabel de Montemayor, pero pronto quedó viudo y libre para dedicarse por entero a la vida militar.
En la Guerra de Granada mandó una "capitanía" de 100 lanzas de las Guardas Reales de Castilla. Figuró entre los más valientes en la toma de Loja, ciudad que le confiaron los Reyes Católicos, y se distinguió en el sitio de Tájara y en la conquista de Illora. Durante el cerco de Granada tomó parte en las negociaciones con Boabdil para lograr la capitulación de la capital.
En recompensa por sus destacados servicios, recibió una encomienda de la Orden de Santiago, el señorío de Orjiva y determinadas rentas sobre la producción de seda granadina, lo cual contribuyó a engrandecer su fortuna. Sus hazañas y cualidades inclinaron a la reina Isabel para escogerle para mandar el cuerpo expedicionario que el rey Fernando envió a Italia para librar a Nápoles de las tropas invasoras francesas.
Don Gonzalo zarpó para Sicilia en 1495. Tenía a la sazón 42 años. En la Primera Campaña de Italia Fernández de Córdoba hizo gala de grandes dotes militares como jefe de un ejército. Con escasas fuerzas y mucha movilidad se hizo con toda la Calabria en 1495. Al año siguiente efectuó una marcha relámpago para acudir al sitio de Atella y ponerse al frente de las fuerzas aliadas de la Santa Liga. En algo más de un mes logró la capitulación del ejército francés, la repatriación a Francia de la mayoría de sus efectivos y la entrega de la mayor parte de las plazas fuertes en su poder. Su éxito tuvo una gran repercusión internacional y se ganó el título de El Gran Capitán.
Tras la toma de Ostia en nombre del papa Alejandro VI, el Gran Capitán entró triunfador en Nápoles, donde fue repuesto el rey Don Fadrique III, de la Casa de Aragón. Finalizada su tarea, regresó a España en 1498.
A su llegada a la península, la gente le recibió como un héroe nacional, y el rey don Fernando decía en la Corte que las victorias de Italia daban mayor renombre y gloria a España que la guerra de Granada. Su retorno coincidió con la Rebelion de las Alpujarras, por lo que el Gran Capitán fue enviado con el conde de Tendilla a sofocar la rebelión en el año 1.500.
En el año 1.500 el rey Fernando el Católico pactó con Luis XII, rey de Francia, el reparto del reino de Nápoles, dando lugar con ello a la Segunda Campaña de Italia por los desacuerdos entre ambos reyes a la hora de interpretar el pacto. En abril de 1503 el Gran Capitán derrotó en la Batalla de Ceriñola el ejército francés mandado por el duque de Nemours, que murió en combate. Tras esta victoriosa batalla, el ejército español se hizo dueño de todo el reino napolitano.
El rey francés envió otro ejército a Italia, pero fue igualmente vencido por el Gran Capitán en la Batalla de Garellano de diciembre del mismo año. Como consecuencia de ella los franceses tuvieron que entregar la plaza de Gaeta y dejar el terreno libre al ejército español.
Finalizada la guerra gracias al tratado de paz entre Francia y España del 11 de febrero de 1504, Nápoles pasó a la corona de España. El Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Congregó a todos los Estados del reino y les recibió juramento de fidelidad a los monarcas de Castilla y Aragón. También quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado: a Próspero y Fabricio Colonna les devolvió los estados que les habían arrebatado los franceses; al jefe de los Ursinos, Bartolomé Albiano, le dió la ciudad de San Marcos; a Diego de Mendoza, el condado de Mélito; a Pedro Navarro, el condado de Oliveto; a Diego de Paredes, el Señorío de Coloneta.
Pero la reina Isabel, su valedora, murió a los pocos meses de la ratificación tratado, y el rey don Fernando el Católico entró en zozobra sin la compañía y apoyo de aquella gran reina. Incitado por recelos obsesionantes, el rey decició relevar al Gran Capitán por el arzobispo de Zaragoza y, temiendo que aquel no se dejase relevar, quiso que acompañaran al clérigo Pedro Navarro con órdenes de arrestar al Gran Capitán y apresarlo en Castelnovo, y Alberico de Tenacina para agitar al pueblo en favor del arzobispo. Afortunadamente aquel proyecto no se llevó a cabo, porque don Fernando nombró a su yerno Felipe como Rey consorte Gobernador de Castilla.
Al año siguiente, en 1505, don Fernando visitó Nápoles acompañado de su nueva mujer, Germana de Foix, a la sazón sobrina del rey Luis XII. El Gran Capitán, conocedor de los recelos que inspiraba al rey, salió a recibirlo al mar con gran agasajo, y trató de disipar sus temores por todos los medios. A pesar de ello, don Fernando comprobó personalmente que los napolitanos tenían más aprecio a su general que a él mismo, y que con su comportamiento había decepcionado a los napolitanos y a los subordinados del Gran Capitán.
Los injustificados recelos del rey aumentaron y, ya que debía regresar a España a hacerse cargo de la situación por la reciente e inesperada muerte de su yerno Felipe I, ordenó al Gran Capitán que entregase el mando y regresase con él a España. Corría el año de 1507. Una vez allí le mantuvo apartado de cargo alguno. En una ocasión le había jurado por "Dios nuestro Señor, por la Cruz y los cuatro Santos evangelios que resignaría a su favor" el cargo de Maestre de Santiago, pero faltó a tan sagrado juramente y le negó lo prometido al Gran Capitán, por lo que éste se retiró a Loja, ciudad que le concedió el Monarca, cansado y desengañado. En 1.512 rompió su amistad con el rey Fernando el Católico.
Antes de su fallecimiento estuvo una temporada de retiro en el monasterio de San Jerónimo de Córdoba, en cuyo cenobio tuvo intención de recluirse el resto de sus días. Murió en Loja en 1.515 a la edad de 62 años. Su cadáver se conserva en la iglesia de San Francisco de Granada.
El Gran Capitán fue un gran servidor del naciente estado español, a la vez que sagaz político, extraordinario diplomático, gran general y un genio militar excepcional. Supo combinar con maestría las tres armas de infantería, caballería y artillería; incorporó los fuegos de arcabuces y artillería a la maniobra general y supo sacar provecho de ellos adaptándolos al terreno. Supo mover las tropas por el terreno, efectuó marchas muy rápidas para la época, que se hicieron célebres, y supo llevar al enemigo a que combatiera en el terreno que él deseaba. Era idolatrado por sus soldados y admirado por todos.
Sin duda alguna el ejército del Gran Capitán sentó las bases de lo que en un futuro inmediato sería la famosa "infantería española", que reinaría en los campos de batalla hasta la derrota de Rocroi.
La leyenda afirma que el rey le pidió cuentas de su gestión, las famosas "Cuentas del Gran Capitán", pero este hecho no está demostrado documentalmente. Sí es cierto la diferencia de caracteres tan abismal entre el Gran Capitan y el rey don Fernando. Este era tacaño, quizás debido a la penuria de medios económicos de su padre y de él mismo en sus primeros años de reinado como príncipe aragonés. En cambio aquel era bastante generoso: ganaba y derrochaba como un gran señor andaluz, como lo demostró a la hora de recompensar a sus subordinados.
http://www.ingenierosdelrey.com/personajes/s_16/fernandez_cordoba.htm
PD: Subrayo en azul las batallas que comento en el post de "Grandes Batallas de España" por su genio militar.
A continuacion las pondre de nuevo con todas sus campañas militares.
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Primera batalla de Seminara.
(Campañas de Napoles)
PRIMERA CAMPAÑA DE ITALIA
La Primera Campaña de Italia supuso la confirmación de D. Gonzalo Fernández de Córdoba como gran general de las tropas españolas. Éstas demostraron su gran valía, gracias a la disciplina, cohesión y entrenamiento que les dió el Gran Capitán.
Esta dividia en:
La batalla de Fornovo
Conquista de Salabria
Batalla de Seminara
Sitio de Atella
Sitio de Ostia
Conquista francesa de Salces
PRIMERA BATALLA DE SEMINARA (21 de junio de 1495)
Victoria del general francés Aubigny ante el ejército aliado hispano-napolitano de Don Gonzalo Fernández de Córdoba y el rey Fernando II de Nápoles.
El Señor de Aubigny, dispuesto a acabar cuanto antes con el ejército hispano-napolitano recién desembarcado en Calabria, juntó sus fuerzas y las de su subordinado Precy, reuniendo un ejército de 400 hombres de armas, 600 caballos ligeros, un cuerpo de infantería suiza y otro de milicias del país. Con él se dirigió a Seminara para presentar una batalla campal a los aliados.
Fernández de Córdoba aconsejó al rey Fernando II que no presentase batalla, pues se desconocía a ciencia cierta tanto el número de soldados franceses como la calidad de los voluntarios napolitanos en una batalla campal. Propuso retirarse a una plaza fuerte o en su defecto, encerrarse en la propia Seminara para observar al enemigo y tomar más elementos de juicio. Pero el rey, un joven de apenas 26 años y quizás influenciado por el ánimo de sus capitanes, no tomó en cuenta los consejos del español y decidió presentar batalla al francés.
El 21 de junio salieron las tropas aliadas de Seminara para desplegar en unas colinas a una legua al este de la plaza y a cuyo pie discurría un riachuelo vadeable. A la derecha formaron 1.000 infantes y 400 jinetes españoles; a la izquierda formaron los 6.000 voluntarios napolitanos y calabreses de Fernando II. Frente a los españoles el Señor de Aubigny formó a su caballería, y a su derecha colocó a los piqueros suizos. En su retaguardia dejó las tropas del país.
Comenzaron el ataque los señores de armas franceses, que avanzaron hacia el riachuelo vadeable. Los 400 jinetes españoles se lanzaron sobre ellos para tratar de desorganizarlos. El Señor de Aubigny y su subordinado Precy se lanzaron sobre las filas de su caballería para rehacerlas, y las lanzaron de nuevo al ataque. Los españoles, fieles a sus tácticas guerreras aprendidas durante años de luchas contra los árabes, retrocedieron a sus posiciones para reorganizarse en ellas y volver a la carga.
Pero los voluntarios napolitanos y calabreses entiendieron la maniobra de la caballería española como una huida, y se desbandaron en desordenada fuga sin llegar a pelear. En cuanto se dió cuenta de ello, el Señor de Aubigny lanzó sobre ellos su caballería. En el campo quedó el cuerpo de infantería y caballería españolas que, al mando de Don Gonzalo Fernández de Córdoba inició una ordenada y disciplinada retirada hacia los muros de Seminara. Al dia siguiente partió hacia Reggio.
PRIMERA CAMPAÑA DE ITALIA
La Primera Campaña de Italia supuso la confirmación de D. Gonzalo Fernández de Córdoba como gran general de las tropas españolas. Éstas demostraron su gran valía, gracias a la disciplina, cohesión y entrenamiento que les dió el Gran Capitán.
El Gran Capitán introdujo los rodeleros como soldados armados de espada y dardo con misión de combatir cuerpo a cuerpo a los piqueros enemigos introduciéndose debajo de sus picas. Además introdujo los arcabuceros en una relación de 1 a 5 con el resto de soldados.
Esta dividia en:
La batalla de Fornovo
Conquista de Salabria
Batalla de Seminara
Sitio de Atella
Sitio de Ostia
Conquista francesa de Salces
PRIMERA BATALLA DE SEMINARA (21 de junio de 1495)
Victoria del general francés Aubigny ante el ejército aliado hispano-napolitano de Don Gonzalo Fernández de Córdoba y el rey Fernando II de Nápoles.
El Señor de Aubigny, dispuesto a acabar cuanto antes con el ejército hispano-napolitano recién desembarcado en Calabria, juntó sus fuerzas y las de su subordinado Precy, reuniendo un ejército de 400 hombres de armas, 600 caballos ligeros, un cuerpo de infantería suiza y otro de milicias del país. Con él se dirigió a Seminara para presentar una batalla campal a los aliados.
Fernández de Córdoba aconsejó al rey Fernando II que no presentase batalla, pues se desconocía a ciencia cierta tanto el número de soldados franceses como la calidad de los voluntarios napolitanos en una batalla campal. Propuso retirarse a una plaza fuerte o en su defecto, encerrarse en la propia Seminara para observar al enemigo y tomar más elementos de juicio. Pero el rey, un joven de apenas 26 años y quizás influenciado por el ánimo de sus capitanes, no tomó en cuenta los consejos del español y decidió presentar batalla al francés.
El 21 de junio salieron las tropas aliadas de Seminara para desplegar en unas colinas a una legua al este de la plaza y a cuyo pie discurría un riachuelo vadeable. A la derecha formaron 1.000 infantes y 400 jinetes españoles; a la izquierda formaron los 6.000 voluntarios napolitanos y calabreses de Fernando II. Frente a los españoles el Señor de Aubigny formó a su caballería, y a su derecha colocó a los piqueros suizos. En su retaguardia dejó las tropas del país.
Comenzaron el ataque los señores de armas franceses, que avanzaron hacia el riachuelo vadeable. Los 400 jinetes españoles se lanzaron sobre ellos para tratar de desorganizarlos. El Señor de Aubigny y su subordinado Precy se lanzaron sobre las filas de su caballería para rehacerlas, y las lanzaron de nuevo al ataque. Los españoles, fieles a sus tácticas guerreras aprendidas durante años de luchas contra los árabes, retrocedieron a sus posiciones para reorganizarse en ellas y volver a la carga.
Pero los voluntarios napolitanos y calabreses entiendieron la maniobra de la caballería española como una huida, y se desbandaron en desordenada fuga sin llegar a pelear. En cuanto se dió cuenta de ello, el Señor de Aubigny lanzó sobre ellos su caballería. En el campo quedó el cuerpo de infantería y caballería españolas que, al mando de Don Gonzalo Fernández de Córdoba inició una ordenada y disciplinada retirada hacia los muros de Seminara. Al dia siguiente partió hacia Reggio.
Esta fue la primera y única derrota del general español, si bien no puede decirse que sea achacable a él.
http://www.ingenierosdelrey.com/guerras/1494_italia/1495_seminara.htm
Última edición por thingol24 el 30/12/2009, 5:02 am, editado 2 veces
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Capitulacion de Atella
CAPITULACIÓN DE ATELLA (julio de 1496)
Victoria de Don Gonzalo Fernández de Córdoba, que logró la capitulación del ejército francés en Nápoles y por la que se ganó el título de "Gran Capitán".
Tras una rápida marcha de diecisiete días a través de territorio enemigo, Don Gonzalo Fernández de Córdoba se presentó ante los muros de Atella con tan solo 400 jinetes ligeros, 70 hombres de armas y 1.000 infantes escogidos. Le esperaban el rey Fernando II de Nápoles, César Borgia en calidad de Legado pontificio de su padre el papa Alejandro VI y el duque de Mantua, general jefe de la tropas venecianas. Dentro de la ciudad de Atella se hallaba el virrey francés de Nápoles, el duque de Montpensier.
Fernández de Córdoba examinó la situación y redistribuyó las tropas sitiadoras de la Santa Liga. Destruyó unos molinos que abastecían de harina la ciudad y se apoderó de Ripa Cándida, que estaba unida a la ciudad de Atella por un afluente del río Ofanto y que suministraba víveres a la plaza sitiada. Con estas acciones el cerco del duque de Montpensier se hizo más estrecho, de forma que este pactó la entrega de la ciudad si no recibía refuerzos en un plazo de 30 días. En la capitulación se incluyeron las siguientes cláusulas:
El socorro no llegó, y se hicieron firmes las clausulas de la capitulación. Las plazas fuertes de Venosa, Tarento y Gaeta se negaron a capitular alegando no tener órdenes directas del rey. De los 5.000 soldados franceses que salieron repatriados de Atella solo llegaron vivos a Francia unos 500. El resto murió de epidemias durante el viaje. Entre los muertos se encontró el propio virrey, duque de Montpensier.
Victoria de Don Gonzalo Fernández de Córdoba, que logró la capitulación del ejército francés en Nápoles y por la que se ganó el título de "Gran Capitán".
Tras una rápida marcha de diecisiete días a través de territorio enemigo, Don Gonzalo Fernández de Córdoba se presentó ante los muros de Atella con tan solo 400 jinetes ligeros, 70 hombres de armas y 1.000 infantes escogidos. Le esperaban el rey Fernando II de Nápoles, César Borgia en calidad de Legado pontificio de su padre el papa Alejandro VI y el duque de Mantua, general jefe de la tropas venecianas. Dentro de la ciudad de Atella se hallaba el virrey francés de Nápoles, el duque de Montpensier.
Fernández de Córdoba examinó la situación y redistribuyó las tropas sitiadoras de la Santa Liga. Destruyó unos molinos que abastecían de harina la ciudad y se apoderó de Ripa Cándida, que estaba unida a la ciudad de Atella por un afluente del río Ofanto y que suministraba víveres a la plaza sitiada. Con estas acciones el cerco del duque de Montpensier se hizo más estrecho, de forma que este pactó la entrega de la ciudad si no recibía refuerzos en un plazo de 30 días. En la capitulación se incluyeron las siguientes cláusulas:
- Se incluian todas las plazas de Nápoles excepto las que gobernaba el Señor de Aubigny en Calabria.
- Se facilitarán navíos para el traslado de los soldados franceses a Francia.
- Se concedería indulto a los soldados napolitanos que habían servido en el ejército de Carlos VIII y que reconociesen al rey Fernando II en el plazo de quince días.
El socorro no llegó, y se hicieron firmes las clausulas de la capitulación. Las plazas fuertes de Venosa, Tarento y Gaeta se negaron a capitular alegando no tener órdenes directas del rey. De los 5.000 soldados franceses que salieron repatriados de Atella solo llegaron vivos a Francia unos 500. El resto murió de epidemias durante el viaje. Entre los muertos se encontró el propio virrey, duque de Montpensier.
La victoria de Fernández de Córdoba en Atella tuvo gran resonancia internacional, y al general español se le comenzó a conocer y llamar El Gran Capitán.
http://www.ingenierosdelrey.com/guerras/1494_italia/1496_atella.htm
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Conquista del Puerto de Ostia
CONQUISTA DEL PUERTO DE OSTIA (agosto de 1496)
Victoria del Gran Capitán sobre el aventurero vizcaíno Menaldo Guerri en nombre del papa Alejandro VI.
En su avance hacia Nápoles, el rey Carlos VIII ocupó la plaza del puerto de Ostia, situado a la desembocadura del río Tiber y a la sazón puerto de Roma. Dejó como gobernador al aventurero vizcaíno Menaldo Guerri, y prometió al papa Alejandro VI que devolvería la plaza finalizada la conquista de Nápoles. Pero el rey Carlos VIII nunca cumplió su promesa.
Presentado ante los muros de la plaza, el Gran Capitán solicitó del gobernador su entrega, invocando la orden del papa y la promesa de Carlos VIII. Pero fue en vano. La plaza era muy fuerte, estaba bien pertrechada y mejor defendida por gente sin escrúpulos y forajidos, pero de gran valor. El Gran Capitán formalizó el sitio con 1.000 infantes, 300 jinetes y algunas piezas de artillería, que dispuso en batería en una elevación al sur de la ciudad. Roto el fuego contra los muros, en cinco días abrió una brecha por la que se lanzaron al ataque los españoles.
Los defensores se batían con tesón y valor, pero en ese momento el embajador de Castilla en la corte pontificia, Garcilaso de la Vega, atacó los muros de la plaza por el lado opuesto. Ante este segundo ataque Guerri y sus hombres se rindieron con la promesa de respetar sus vidas. Tras la victoria, el Gran Capitán entró victorioso en Roma y fue aclamado como "libertador". Una vez en presencia del papa, éste se levantó del solio y le besó en la frente. Luego le entregó la "rosa de oro", máxima distinción pontifica con la que el papa galardonaba cada año a su mejor servidor.
Al despedirse del papa hubo una escena bastante violenta. El papa se mostró dolido de los Reyes Católicos ante el Gran Capitán. Este le replicó que no olvidara los servicios que le habían prestado, y que recordara las palabras que había dicho hacía poco tiempo: "Si las armas españolas me recobraban Ostia en dos meses, debería de nuevo al Rey de España el Pontificado.". Y el Gran Capitán añadió que las armas españolas no tardaron dos meses sino ocho días. Y siguió atacando al papa diciendo que "mas le valiera no poner a la Iglesia en peligro con sus escándalos, profanando las cosas sagradas, teniendo con tanta publicidad, cerca de sí y con tanto favor a sus hijos, y que le requería que reformase su persona, su casa y su corte, para bien de la cristiandad."
Victoria del Gran Capitán sobre el aventurero vizcaíno Menaldo Guerri en nombre del papa Alejandro VI.
En su avance hacia Nápoles, el rey Carlos VIII ocupó la plaza del puerto de Ostia, situado a la desembocadura del río Tiber y a la sazón puerto de Roma. Dejó como gobernador al aventurero vizcaíno Menaldo Guerri, y prometió al papa Alejandro VI que devolvería la plaza finalizada la conquista de Nápoles. Pero el rey Carlos VIII nunca cumplió su promesa.
Presentado ante los muros de la plaza, el Gran Capitán solicitó del gobernador su entrega, invocando la orden del papa y la promesa de Carlos VIII. Pero fue en vano. La plaza era muy fuerte, estaba bien pertrechada y mejor defendida por gente sin escrúpulos y forajidos, pero de gran valor. El Gran Capitán formalizó el sitio con 1.000 infantes, 300 jinetes y algunas piezas de artillería, que dispuso en batería en una elevación al sur de la ciudad. Roto el fuego contra los muros, en cinco días abrió una brecha por la que se lanzaron al ataque los españoles.
Los defensores se batían con tesón y valor, pero en ese momento el embajador de Castilla en la corte pontificia, Garcilaso de la Vega, atacó los muros de la plaza por el lado opuesto. Ante este segundo ataque Guerri y sus hombres se rindieron con la promesa de respetar sus vidas. Tras la victoria, el Gran Capitán entró victorioso en Roma y fue aclamado como "libertador". Una vez en presencia del papa, éste se levantó del solio y le besó en la frente. Luego le entregó la "rosa de oro", máxima distinción pontifica con la que el papa galardonaba cada año a su mejor servidor.
Al despedirse del papa hubo una escena bastante violenta. El papa se mostró dolido de los Reyes Católicos ante el Gran Capitán. Este le replicó que no olvidara los servicios que le habían prestado, y que recordara las palabras que había dicho hacía poco tiempo: "Si las armas españolas me recobraban Ostia en dos meses, debería de nuevo al Rey de España el Pontificado.". Y el Gran Capitán añadió que las armas españolas no tardaron dos meses sino ocho días. Y siguió atacando al papa diciendo que "mas le valiera no poner a la Iglesia en peligro con sus escándalos, profanando las cosas sagradas, teniendo con tanta publicidad, cerca de sí y con tanto favor a sus hijos, y que le requería que reformase su persona, su casa y su corte, para bien de la cristiandad."
El padre jesuita Abarca escribió que el papa quedó "turbado del espledor vivo de la verdad, enmudeció del todo, asombrado de que supiese apretar tanto con las palabras un soldado, y de que a un Pontífice, tan militar y resuelto, hablase en Roma en su palacio y rodeado de armas y parientes, un hombre no aparecido del cielo, en puntos de reforma y con tanta reprehensión."
http://www.ingenierosdelrey.com/guerras/1494_italia/1496_ostia.htm
Conquista francesa de Salces
Pero el estado de guerra se había trasladado al Rosellón, donde el ejército francés se apoderó por sorpresa de la plaza de Salces. El general español Don Enrique de Guzmán concertó con el francés una tregua que duró desde octubre de 1496 hasta enero de 1497, y que fue prorrogándose sucesivamente mientras se encontraba un arreglo a la situación. Carlos VIII de Francia murió inesperadamente en Amboise el 7 de abril de 1498. Con ella se pararon las iniciativas hispano-francesas para negociar la paz. Al difunto rey le sucedió el duque de Orleans con el nombre de Luis XII, que prosiguió las negociaciones de manera que el 5 de agosto de 1498 se firmó un tratado de paz entre Francia y España que devolvía a ésta última la plaza de Salces pero que nada decía sobre Nápoles. Oficialmente, la guerra entre ambas naciones había acabado
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Capitulacion de Tarento.
SEGUNDA CAMPAÑA DE ITALIA
Si en la primera campaña el Gran Capitán dió excelentes muestras de liderazgo y organización, en su segunda campaña brilló su genio militar.
En Calabria, Barletta, Ceriñola y Garellano permaneció a la defensiva inicialmente observando y estudiando al enemigo, estorbándole con audaces reacciones ofensivas y maniobrando para llevarle a su terreno, hasta estar en condiciones de asestar el ataque definitivo. Siempre evitó aceptar una batalla hasta no tener seguridad en la victoria o en obtener un mal menor que no entablando el combate.
Supo anticiparse a las intenciones del enemigo y reaccionar con rápidas marchas. Dió muestras de saber emplear las tres armas combinadas entre sí y adaptándolas al terreno para extraer el mayor beneficio del fuego de los arcabuces y piezas de artillería. Obtenida una victoria, perseguía el éxito hasta el final, como demostró en Gaeta cuatro días despúes de su victoria en Garellano.
Finalmente, se adelantó al empleo del ejército en partes separadas y alejadas del núcleo común, pero formando todas ellas una fuerza única capaz de concentrarse oportunamente en el lugar y momento adecuados.
Esta dividida en:
Capitulacion de Tarento.
Emboscada de Barletta
Asalto de Ruvo.
Segunda Batalla de Seminara.
Asalto Castilnovo y castil ovo
Batala de Ceriñola
Invasion francesa del Rosellon
Batalla del Rio Garellano
Capitulacion de Gaeta.
CAPITULACIÓN DE TARENTO (1502)
Conquista de Tarento por el Gran Capitán mediante un sitio original y sorprendente.
Tarento estaba rodeada de agua por todas partes: por el sur, el mar; por el este y el oeste dos canales abrazaban la ciudad; por el norte ambos canales se enchanchaban formando una gran bahía con fondo para naves de alto bordo. La ciudad se consideraba inexpugnable, siendo las defensas del norte las más débiles pues hasta entonces a ningún enemigo se le había ocurrido atacar por ese lado de tan difícil acceso.
El Gran Capitán quiso evitar a sus tropas un largo y cansado sitio, por lo que decidió acortarlo con una operación ingeniosa y sorprendente: transportó sus naves desde el mar por tierra hasta la bahía norte. Todo el ejército participó en la empresa, arrastrando las naves sobre rodillos al compas de cántos guerreros, música e himnos. En pocas semanas la escuadra española estuvo en condiciones de batir con sus fuegos las murallas del norte de la ciudad.
Los españoles demostraron tanto entusiasmo en la empresa que el ánimo de los tarentinos decayó y el conde de Potanza, gobernador de la ciudad, solicitó a los españoles la suspensión de las hostilidades por dos meses, pasados los cuales entregaría la ciudad si antes no recibía ningún socorrro.
Si en la primera campaña el Gran Capitán dió excelentes muestras de liderazgo y organización, en su segunda campaña brilló su genio militar.
En Calabria, Barletta, Ceriñola y Garellano permaneció a la defensiva inicialmente observando y estudiando al enemigo, estorbándole con audaces reacciones ofensivas y maniobrando para llevarle a su terreno, hasta estar en condiciones de asestar el ataque definitivo. Siempre evitó aceptar una batalla hasta no tener seguridad en la victoria o en obtener un mal menor que no entablando el combate.
Supo anticiparse a las intenciones del enemigo y reaccionar con rápidas marchas. Dió muestras de saber emplear las tres armas combinadas entre sí y adaptándolas al terreno para extraer el mayor beneficio del fuego de los arcabuces y piezas de artillería. Obtenida una victoria, perseguía el éxito hasta el final, como demostró en Gaeta cuatro días despúes de su victoria en Garellano.
Finalmente, se adelantó al empleo del ejército en partes separadas y alejadas del núcleo común, pero formando todas ellas una fuerza única capaz de concentrarse oportunamente en el lugar y momento adecuados.
Conocía las cualidades del soldado que conducía, por lo que no dudó en exaltar hasta el fanatismo sus virtudes para pedirle esfuerzos y sacrificios extremos; y no se empeñó en pedirle esfuerzos para los que no estaba preparado, por lo que la seguridad de sus campamento no descansaba en escuchas o centinelas estáticos, sino que establecía patrullas y mantenía un tercio de la tropa en armas.
Esta dividida en:
Capitulacion de Tarento.
Emboscada de Barletta
Asalto de Ruvo.
Segunda Batalla de Seminara.
Asalto Castilnovo y castil ovo
Batala de Ceriñola
Invasion francesa del Rosellon
Batalla del Rio Garellano
Capitulacion de Gaeta.
CAPITULACIÓN DE TARENTO (1502)
Conquista de Tarento por el Gran Capitán mediante un sitio original y sorprendente.
Tarento estaba rodeada de agua por todas partes: por el sur, el mar; por el este y el oeste dos canales abrazaban la ciudad; por el norte ambos canales se enchanchaban formando una gran bahía con fondo para naves de alto bordo. La ciudad se consideraba inexpugnable, siendo las defensas del norte las más débiles pues hasta entonces a ningún enemigo se le había ocurrido atacar por ese lado de tan difícil acceso.
El Gran Capitán quiso evitar a sus tropas un largo y cansado sitio, por lo que decidió acortarlo con una operación ingeniosa y sorprendente: transportó sus naves desde el mar por tierra hasta la bahía norte. Todo el ejército participó en la empresa, arrastrando las naves sobre rodillos al compas de cántos guerreros, música e himnos. En pocas semanas la escuadra española estuvo en condiciones de batir con sus fuegos las murallas del norte de la ciudad.
Los españoles demostraron tanto entusiasmo en la empresa que el ánimo de los tarentinos decayó y el conde de Potanza, gobernador de la ciudad, solicitó a los españoles la suspensión de las hostilidades por dos meses, pasados los cuales entregaría la ciudad si antes no recibía ningún socorrro.
A los dos meses la ciudad de Tarento se entregó. En su interior se encontraba el duque de Calabria, primogénito del derrocado rey Don Fadrique y que contaba 14 años de edad. Las condiciones de la capitulación incluían que el duque quedaría en libertad de ir a donde quisiese. El Gran Capitán le convenció de que fuera a España. Como el conde de Potenza protestó ante lo que interpretó una manipulación de la voluntad del duque, el Gran Capitán elevó consulta al rey Fernando el Católico, el cual confirmó el viaje del duque de Calabria a España. Allí permanecería en calidad de prisionero de Estado.
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Emboscada de Barletta
EMBOSCADA DE BARLETTA (1503)
Golpe de efecto del Gran Capitán contra el duque de Nemours.
Cuando el duque de Nemours se retiraba con sus tropas desde los muros de Barletta hacia su campamento en Canosa, el Gran Capitán decidió dar un golpe de efecto contra los franceses. Para ello ordenó a Don Diego de Mendoza que atacara la retaguardia francesa con la caballería española con objeto de atraer sobre ella la atención de los franceses. En un momento dado los españoles debían de retroceder perseguidos por los franceses y llevarles a una zona de emboscada donde dos cuerpos de infantería española caería sobre los flancos del enemigo.
Golpe de efecto del Gran Capitán contra el duque de Nemours.
Cuando el duque de Nemours se retiraba con sus tropas desde los muros de Barletta hacia su campamento en Canosa, el Gran Capitán decidió dar un golpe de efecto contra los franceses. Para ello ordenó a Don Diego de Mendoza que atacara la retaguardia francesa con la caballería española con objeto de atraer sobre ella la atención de los franceses. En un momento dado los españoles debían de retroceder perseguidos por los franceses y llevarles a una zona de emboscada donde dos cuerpos de infantería española caería sobre los flancos del enemigo.
El plan se llevó a cabo tan y como estaba previsto, de tal manera que los franceses que tomaron parte en la persecución quedaron muertos o prisioneros. Cuando el duque de Nemours quiso darse cuenta, los españoles ya estaban de regreso en Barleta con los prisioneros. El duque se sintió burlado y prosiguió su camino a Canosa.
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Asalto de Ruvo
ASALTO A RUVO (Primavera de 1503)
En menos de 24 horas el Gran Capitán hizo una marcha de 14 millas, asaltó la ciudad de Ruvo y regresó a Barletta con numeroso botín, prisioneros y un importante refuerzo de caballos.
La ciudad de Castellaneta se entregó a Pedro Navarro y Luis de Herrera, harta ya de tantas vejaciones y atropellos por parte de los franceses. En cuanto lo supo el duque de Nemours, puso a su ejército en marcha hacia esta ciudad para volver a someterla. Enterado el Gran Capitán de las intenciones del duque, concibió y ejecutó un audaz golpe contra los franceses.
En una noche, el Gran Capitán y la práctica totalidad de su ejército salieron de Barletta en dirección a la ciudad de Ruvo, defendida por Chabannes, Señor de la Palisse. Recorrieron catorce millas a marchas forzadas y al amanecer estaban ante los muros de la ciudad. El Gran Capitán desplegó su artillería y rompió el fuego. En cuatro horas abrió una brecha en la muralla y la infantería española se lanzó al asalto por ella. La lucha cuerpo a cuerpo espada en mano duró siete horas, pero al final el ímpetu español quebró la resistencia de los franceses y el enemigo se rindió.
Tras el combate 600 franceses quedaron prisioneros, entre ellos su jefe, el Señor de La Palisse, que se había distinguido por su valor en la pelea. Habiendo recibido varias heridas, se mantuvo arrimado a una pared peleando hasta que un nuevo golpe le derribó al suelo. El Gran Capitán obtuvo un importante botín de 1.000 caballos, que le permitiría reforzar su caballería.
El ejército español, victorioso, regresó a Barletta inmediatamente finalizado el combate. No hubo violencia ni desmanes contra la población civil. El Gran Capitán en persona se puso a la puerta de la ciudad y no dejó sacar cosa alguna de la Iglesia, si ninguna mujer, ni consintió que a éstas se les hiciera la menor descortesía.
En menos de 24 horas el Gran Capitán hizo una marcha de 14 millas, asaltó la ciudad de Ruvo y regresó a Barletta con numeroso botín, prisioneros y un importante refuerzo de caballos.
La ciudad de Castellaneta se entregó a Pedro Navarro y Luis de Herrera, harta ya de tantas vejaciones y atropellos por parte de los franceses. En cuanto lo supo el duque de Nemours, puso a su ejército en marcha hacia esta ciudad para volver a someterla. Enterado el Gran Capitán de las intenciones del duque, concibió y ejecutó un audaz golpe contra los franceses.
En una noche, el Gran Capitán y la práctica totalidad de su ejército salieron de Barletta en dirección a la ciudad de Ruvo, defendida por Chabannes, Señor de la Palisse. Recorrieron catorce millas a marchas forzadas y al amanecer estaban ante los muros de la ciudad. El Gran Capitán desplegó su artillería y rompió el fuego. En cuatro horas abrió una brecha en la muralla y la infantería española se lanzó al asalto por ella. La lucha cuerpo a cuerpo espada en mano duró siete horas, pero al final el ímpetu español quebró la resistencia de los franceses y el enemigo se rindió.
Tras el combate 600 franceses quedaron prisioneros, entre ellos su jefe, el Señor de La Palisse, que se había distinguido por su valor en la pelea. Habiendo recibido varias heridas, se mantuvo arrimado a una pared peleando hasta que un nuevo golpe le derribó al suelo. El Gran Capitán obtuvo un importante botín de 1.000 caballos, que le permitiría reforzar su caballería.
El ejército español, victorioso, regresó a Barletta inmediatamente finalizado el combate. No hubo violencia ni desmanes contra la población civil. El Gran Capitán en persona se puso a la puerta de la ciudad y no dejó sacar cosa alguna de la Iglesia, si ninguna mujer, ni consintió que a éstas se les hiciera la menor descortesía.
El duque de Nemours se enteró del ataque español a Ruvo. Paró su marcha hacia Castellaneta y se dirigió a socorrer Ruvo. Pero al llegar vió la bandera española ondear en los muros de la ciudad y comprendió que llegó tarde y desistió seguir adelante, comprendiendo que una vez más el Gran Capitán le había burlado.
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Segunda Batalla de Seminara
SEGUNDA BATALLA DE SEMINARA (21 de abril de 1503)
Victoria del capitán Don Francisco de Andrade sobre el general francés Aubigny.
Ocho años despues de la Primera batalla de Seminara, única derrota del Gran Capitán, las tropas españolas se enfrentaron en el mismo lugar y ante el mismo enemigo que les había derrotado entonces.
En esta ocasión las tropas españolas las mandaba el capitán don Francisco de Andrade, que estaba al mando de los 3.000 soldados españoles que habían desembarcado en Rijoles al mando de don Luis Portocarrero, y al cual sucedió el capitán Andrade con ocasión de la muerte de aquel nada más pisar tierra italiana. Al ejército de Andrade se le habían unido algunas compañías de voluntarios.
En esta ocasión las fuerzas estaban bastante equilibradas y el combate fue muy duro y tenaz. Tras la batalla, los franceses huyeron dejando tendidos en el campo más de 2.000 muertos y los españoles hicieron algunos centenares de prisioneros.
El Señor de Aubigny se refugió en la Roca de Anguito, pero fue sitiado y finalmente apresado por los españoles. Libre de franceses, la Calabria quedó en manos de los españoles.
Victoria del capitán Don Francisco de Andrade sobre el general francés Aubigny.
Ocho años despues de la Primera batalla de Seminara, única derrota del Gran Capitán, las tropas españolas se enfrentaron en el mismo lugar y ante el mismo enemigo que les había derrotado entonces.
En esta ocasión las tropas españolas las mandaba el capitán don Francisco de Andrade, que estaba al mando de los 3.000 soldados españoles que habían desembarcado en Rijoles al mando de don Luis Portocarrero, y al cual sucedió el capitán Andrade con ocasión de la muerte de aquel nada más pisar tierra italiana. Al ejército de Andrade se le habían unido algunas compañías de voluntarios.
En esta ocasión las fuerzas estaban bastante equilibradas y el combate fue muy duro y tenaz. Tras la batalla, los franceses huyeron dejando tendidos en el campo más de 2.000 muertos y los españoles hicieron algunos centenares de prisioneros.
El Señor de Aubigny se refugió en la Roca de Anguito, pero fue sitiado y finalmente apresado por los españoles. Libre de franceses, la Calabria quedó en manos de los españoles.
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Conquista de Castelnovo y Castel de Ovo
CONQUISTA DE CASTELNOVO Y CASTEL DE OVO (mayo y junio de 1503)
Conquista de estos dos castillos a los franceses gracias a las minas de Pedro Navarro.
Tras la entrada en Nápoles, el Gran Capitán encargó a Pedro Navarro la conquista de los castillo de Castilnovo y Castel de Ovo. Ambos tenían guarnición francesa, posición dominante y pertrechos en abundancia, además de ser considerados muy difíciles de conquistar por la excelencia de sus defensas.
Pedro Navarro empleó para su conquista minas de pólvora bajo sus murallas para derrumbarlas. La primera hizo explosión el 11 de junio de 1503, lanzando al aire la muralla de Castelnovo; acto seguido la infantería española se lanzó al asalto del castillo, al mando de el Gran Capitán, Pedro Navarro y García de Paredes. En Castilnovo se hizo una matanza horrible y se halló un gran botín de oro, plata, joyas y provisiones.
El Castillo del Ovo no tardó en seguir la misma suerte gracias a las minas de Navarro.
Conquista de estos dos castillos a los franceses gracias a las minas de Pedro Navarro.
Tras la entrada en Nápoles, el Gran Capitán encargó a Pedro Navarro la conquista de los castillo de Castilnovo y Castel de Ovo. Ambos tenían guarnición francesa, posición dominante y pertrechos en abundancia, además de ser considerados muy difíciles de conquistar por la excelencia de sus defensas.
Castel d´Ovo | Castel d´Ovo | Castelnovo | Castelnovo |
Pedro Navarro empleó para su conquista minas de pólvora bajo sus murallas para derrumbarlas. La primera hizo explosión el 11 de junio de 1503, lanzando al aire la muralla de Castelnovo; acto seguido la infantería española se lanzó al asalto del castillo, al mando de el Gran Capitán, Pedro Navarro y García de Paredes. En Castilnovo se hizo una matanza horrible y se halló un gran botín de oro, plata, joyas y provisiones.
El Castillo del Ovo no tardó en seguir la misma suerte gracias a las minas de Navarro.
Este procedimiento fue empleado previamente por Pedro Navarro como medio para expugnar las torres de San Vicente y la ciudadela de Castilmore, también en Nápoles, cuya toma precedió a la de Castilnovo.
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Batalla de Ceriñola
BATALLA DE CERIÑOLA (28 de abril de 1503)
Victoria del Gran Capitán sobre el duque de Nemours.
Con los refuerzos alemanes recién llegados, el Gran Capitán salió con sus 6.000 hombres el 27 de abril de Barletta en busca del duque de Nemours. Ese mismo día acampó en Cannas, el antiguo campo de batalla de Anibal. Al día siguiente se dirigió hacia Ceriñola formado de la siguiente forma:
La marcha fue muy penosa por el calor y la sed que agobiaban a los soldados. Pero lo aguantaron todo, especialmente al ver que su general, el primero en la fatiga, cedía su caballo a un soldado rendido de cansancio. Por fin llegaron a la vista de Ceriñola, lugar elegido por el Gran Capitán para dar la batalla, y comenzaron los trabajos de preparación del terreno.
Ceriñola era una aldea asentada en lo alto de una loma cuyos declives naturales estaban cubiertos de viñedos. Un profundo barranco discurre el fondo de la loma, sirviendo a modo de foso natural. En el fondo del barranco los españoles colocaron estacas puntiagudas para impedir el paso de la caballería, y movieron la tierra de los bordes para que se hundiese con el peso de un hombre. Los brazos del foso fueron prolongados para tratar de rodear toda la loma, que fue donde se asentó el ejército. Solo quedó algo al descubierto el flanco izquierdo, que el Gran Capitán trató de fortificar levantando un parapeto y asentando allí la artillería. Durante seis horas los soldados del Gran Capitán estuvieron fortificando la posición.
Una vez instaladas las tropas en el campamento, al caer la tarde los jinetes de Fabricio Colonna trajeron el aviso de la llegada de los franceses. El Gran Capitán aprestó a sus hombres para la lucha y las distribuyó en tres escuadrones:
Dividió la caballería gruesa en dos unidades al mando de Próspero Colonna y Diego de Mendoza y la desplegó a ambos flancos de la posición. La caballería ligera de Fabricio Colonna y Pedro de Paz quedó fuera del campamento.
Al llegar los franceses ante la posición española se suscitó una discusión sobre la conveniencia de dejar la batalla para el día siguiente. Ese era el parecer del duque de Nemours. Pero se oyeron voces discordantes tachando esa postura de cobardía, entre las cuales se hallaban las de Chaudieu, coronel jefe de las tropas suizas, e Ivo de Alegre, por lo que el duque decidió dar la batalla inmediatamente. Para ello dispuso sus fuerzas en tres porciones:
Comenzó la batalla con la carga de la caballería de Luis de Ars sobre la izquierda española. Fue detenida por el foso y las estacas de la defensa y diezmada por los fuegos de los espingarderos, escopeteros y artillería españoles dirigidos por Pedro Navarro. En un momento dado estallaron varios carros de polvora españoles, y hubo unos instantes de alarma entre las filas españoles. Pero el Gran Capitán resolvió la situación arengando a sus soldados diciendoles:
La noche avanzaba, pero el duque de Nemours quiso aprovechar el incidente para volver a la carga. Su caballería es detenida y diezmada de nuevo. Tras este nuevo fracaso, el duque de Nemours inició insensatamente con sus tropas una marcha de flanco ante la posición española en busca de un paso por donde penetrar en el dispositivo defensivo. La marcha se efectuó bajo el terrible fuego de los espingarderos españoles hasta que un tiro de espingarda derribó al duque del caballo y acabó con su vida.
A pesar de la muerte de su jefe el ánimo de los franceses no flaqueó. El coronel suizo Chaudieu se lanzó al ataque del centro del parapeto español, defendido por los piqueros alemanes. Por tres veces llegó hasta el parapeto, y por tres veces fue detenido por aquella muralla de picas infranqueable, hasta que, atacado de flanco por los espingarderos españoles, una bala acabó con la vida del coronel suizo. Sin jefe que les dirigiera, los soldados suizos y gascones se desbandaron y en su huida chocaron contra la caballería ligera situada a su retaguardia, a la cual logran desordenar.
El Gran Capitán comprendió que había llegado el momento decisivo de la batalla, por lo que ordenó un ataque general. Los franceses se desbandaron y fueron perseguidos hasta el campamento del que habían salido aquella tarde camino de la batalla. El ejército francés quedó desecho. Luis de Ars logró refugiarse en Venosa, perseguido de cerca por Pedro de Paz. Ivo de Alegre huyó a Gaeta con sus jinetes sin entrar en combate. Aquella noche Próspero Colonna y otros capitanes españoles cenaron en la tienda del duque de Nemours la comida que éste tenía preparada para su regreso.
La batalla duró lo que el crepúsculo de aquel día, pues no era noche cerrada cuando los españoles lograron la victoria. Las pérdidas francesas fueron de más de tres mil hombres, toda su artillería y equipaje y la mayor parte de sus banderas. Según el cronista Bernáldez, don Tristán de Acuña hizo un recuento de cadáveres por orden del Gran Capitán, y el número resultante ascendió a 3.664, si bien el propio don Tristán reconoció que habría que añadir más de un centenar de muertos más debido a los cadáveres que fueron enterrados sin que él lo supervisara personalmente. Los españoles solo sufrieron menos de cien muertos.
Entre los cadáveres se recogió el del duque de Nemours, al que reconocieron por los anillos que lucía en sus dedos. Don Gonzalo se conmovió ante su vista y derramó lágrimas ante él. Para honrarle dispuso que se le embalsamara y le condujo en andas hasta Barletta con un séquito de cien hombres de armas con hachas encendidas y una escolta de una compañía de soldados. En Barletta se le ofrecieron exequias y se le enterró en el monasterio de San Francisco.
Tras la victoria española se entregaron sin combatir las ciudades de Canosa, Malfi y otras muchas. Pocos días después Nápoles envió al Gran Capitán una diputación de su nobleza y de los principales ciudadanos para ofrecerle las llaves de la capital del reino. El triunfo del Gran Capitán tras la batalla de Ceriñola fue completo y consiguió todo el reino de Nápoles para los Reyes Católicos.
Consideraciones sobre la batalla
INVASIÓN DEL ROSELLÓN (septiembre - octubre de 1503)
Ataque del rey Luis XII de Francia en respuesta a la derrota de Ceriñola.
En respuesta a la derrota francesa en la batalla de Ceriñola, el rey Luis XII organizó un ejército para invadir el Rosellón al mando del mariscal de Rieux. Este entró en el Rosellón con 20.000 soldados y puso cerco a la ciudad fronteriza de Salces el 16 de septiembre.
Los franceses atacaban con brío la plaza, y los españoles la defendían con tesón y valor. Don Fadrique de Todelo, hijo de don García y nuevo duque de Alba, procuraba socorrer la ciudad desde Ribasaltas.
Entretanto, el rey don Fernando el Católico reunió una columna de socorro en Gerona y la condujo personalmente junto al duque de Alba para marchar posteriormente a levantar el cerco de Salses con un imponente ejército de 40.000 infantes y 12.000 jinetes.
En cuanto el mariscal de Rieux supo que el rey de España estaba en Perpignan y marchaba contra él, levantó el cerco el 19 de octubre y se retiró hacia Francia. El rey don Fernando y el duque de Alba atacaron su retaguardia, le tomaron varias piezas de artillería y le persiguieron de cerca hasta los muros de la ciudad de Narbona, donde el mariscal encontró refugio.
Victoria del Gran Capitán sobre el duque de Nemours.
Con los refuerzos alemanes recién llegados, el Gran Capitán salió con sus 6.000 hombres el 27 de abril de Barletta en busca del duque de Nemours. Ese mismo día acampó en Cannas, el antiguo campo de batalla de Anibal. Al día siguiente se dirigió hacia Ceriñola formado de la siguiente forma:
- Vanguardia, con 1.000 caballos ligeros al mando de Próspero Colonna y Pedro de Paz.
- Grueso, formado por 2.000 infantes españoles al mando de Pedro Navarro, Francisco Pizarro y García de Paredes.
- Retaguardia, al mando del Gran Capitán y formada por 2.000 lansquenetes alemanes, 700 hombres de armas y algunos caballos ligeros al mando de Fabricio Colonna y Diego de Mendoza.
La marcha fue muy penosa por el calor y la sed que agobiaban a los soldados. Pero lo aguantaron todo, especialmente al ver que su general, el primero en la fatiga, cedía su caballo a un soldado rendido de cansancio. Por fin llegaron a la vista de Ceriñola, lugar elegido por el Gran Capitán para dar la batalla, y comenzaron los trabajos de preparación del terreno.
Ceriñola era una aldea asentada en lo alto de una loma cuyos declives naturales estaban cubiertos de viñedos. Un profundo barranco discurre el fondo de la loma, sirviendo a modo de foso natural. En el fondo del barranco los españoles colocaron estacas puntiagudas para impedir el paso de la caballería, y movieron la tierra de los bordes para que se hundiese con el peso de un hombre. Los brazos del foso fueron prolongados para tratar de rodear toda la loma, que fue donde se asentó el ejército. Solo quedó algo al descubierto el flanco izquierdo, que el Gran Capitán trató de fortificar levantando un parapeto y asentando allí la artillería. Durante seis horas los soldados del Gran Capitán estuvieron fortificando la posición.
Una vez instaladas las tropas en el campamento, al caer la tarde los jinetes de Fabricio Colonna trajeron el aviso de la llegada de los franceses. El Gran Capitán aprestó a sus hombres para la lucha y las distribuyó en tres escuadrones:
- Primer escuadrón: a la derecha apoyado en Ceriñola, formado por infantería española al mando de Zamudio, Pizarro y Villalba.
- Segundo escuadrón: en el centro, formado por los lansquenetes alemanes.
- Tercer escuadrón: a la izquierda, formado por infantería española al mando de Pedro Navarro.
Dividió la caballería gruesa en dos unidades al mando de Próspero Colonna y Diego de Mendoza y la desplegó a ambos flancos de la posición. La caballería ligera de Fabricio Colonna y Pedro de Paz quedó fuera del campamento.
Al llegar los franceses ante la posición española se suscitó una discusión sobre la conveniencia de dejar la batalla para el día siguiente. Ese era el parecer del duque de Nemours. Pero se oyeron voces discordantes tachando esa postura de cobardía, entre las cuales se hallaban las de Chaudieu, coronel jefe de las tropas suizas, e Ivo de Alegre, por lo que el duque decidió dar la batalla inmediatamente. Para ello dispuso sus fuerzas en tres porciones:
- Ala derecha: los hombres de armas que formaban la caballería de línea, al mando de Luis de Ars.
- Centro: infantería suiza y gascona, al mando de Chaudieu, desplegada un poco retrasada como si se tratase de un segundo escalón.
- Ala izquierda: la caballería ligera, al mando de Ivo de Alegre, desplegada también retrasada respecto al centro.
Comenzó la batalla con la carga de la caballería de Luis de Ars sobre la izquierda española. Fue detenida por el foso y las estacas de la defensa y diezmada por los fuegos de los espingarderos, escopeteros y artillería españoles dirigidos por Pedro Navarro. En un momento dado estallaron varios carros de polvora españoles, y hubo unos instantes de alarma entre las filas españoles. Pero el Gran Capitán resolvió la situación arengando a sus soldados diciendoles:
- "¡Buen anuncio ...! Estas son las luminarias de la victoria."
La noche avanzaba, pero el duque de Nemours quiso aprovechar el incidente para volver a la carga. Su caballería es detenida y diezmada de nuevo. Tras este nuevo fracaso, el duque de Nemours inició insensatamente con sus tropas una marcha de flanco ante la posición española en busca de un paso por donde penetrar en el dispositivo defensivo. La marcha se efectuó bajo el terrible fuego de los espingarderos españoles hasta que un tiro de espingarda derribó al duque del caballo y acabó con su vida.
A pesar de la muerte de su jefe el ánimo de los franceses no flaqueó. El coronel suizo Chaudieu se lanzó al ataque del centro del parapeto español, defendido por los piqueros alemanes. Por tres veces llegó hasta el parapeto, y por tres veces fue detenido por aquella muralla de picas infranqueable, hasta que, atacado de flanco por los espingarderos españoles, una bala acabó con la vida del coronel suizo. Sin jefe que les dirigiera, los soldados suizos y gascones se desbandaron y en su huida chocaron contra la caballería ligera situada a su retaguardia, a la cual logran desordenar.
El Gran Capitán comprendió que había llegado el momento decisivo de la batalla, por lo que ordenó un ataque general. Los franceses se desbandaron y fueron perseguidos hasta el campamento del que habían salido aquella tarde camino de la batalla. El ejército francés quedó desecho. Luis de Ars logró refugiarse en Venosa, perseguido de cerca por Pedro de Paz. Ivo de Alegre huyó a Gaeta con sus jinetes sin entrar en combate. Aquella noche Próspero Colonna y otros capitanes españoles cenaron en la tienda del duque de Nemours la comida que éste tenía preparada para su regreso.
La batalla duró lo que el crepúsculo de aquel día, pues no era noche cerrada cuando los españoles lograron la victoria. Las pérdidas francesas fueron de más de tres mil hombres, toda su artillería y equipaje y la mayor parte de sus banderas. Según el cronista Bernáldez, don Tristán de Acuña hizo un recuento de cadáveres por orden del Gran Capitán, y el número resultante ascendió a 3.664, si bien el propio don Tristán reconoció que habría que añadir más de un centenar de muertos más debido a los cadáveres que fueron enterrados sin que él lo supervisara personalmente. Los españoles solo sufrieron menos de cien muertos.
Entre los cadáveres se recogió el del duque de Nemours, al que reconocieron por los anillos que lucía en sus dedos. Don Gonzalo se conmovió ante su vista y derramó lágrimas ante él. Para honrarle dispuso que se le embalsamara y le condujo en andas hasta Barletta con un séquito de cien hombres de armas con hachas encendidas y una escolta de una compañía de soldados. En Barletta se le ofrecieron exequias y se le enterró en el monasterio de San Francisco.
Tras la victoria española se entregaron sin combatir las ciudades de Canosa, Malfi y otras muchas. Pocos días después Nápoles envió al Gran Capitán una diputación de su nobleza y de los principales ciudadanos para ofrecerle las llaves de la capital del reino. El triunfo del Gran Capitán tras la batalla de Ceriñola fue completo y consiguió todo el reino de Nápoles para los Reyes Católicos.
Consideraciones sobre la batalla
La importancia táctica de esta batalla radica en el empleo de las armas de fuego por parte de la infantería, pues fueron realmente los espingarderos españoles quienes derrotaron a la caballería francesa. Este empleo del arma de fuego por la infantería fue repetido eficazmente por Próspero Colonna en la batalla de Bicoca el 29 de abril de 1523, en la que unos 4.000 arcabuceros españoles pararon el avance de dos cuadros de 15.000 piqueros suizos.
INVASIÓN DEL ROSELLÓN (septiembre - octubre de 1503)
Ataque del rey Luis XII de Francia en respuesta a la derrota de Ceriñola.
En respuesta a la derrota francesa en la batalla de Ceriñola, el rey Luis XII organizó un ejército para invadir el Rosellón al mando del mariscal de Rieux. Este entró en el Rosellón con 20.000 soldados y puso cerco a la ciudad fronteriza de Salces el 16 de septiembre.
Los franceses atacaban con brío la plaza, y los españoles la defendían con tesón y valor. Don Fadrique de Todelo, hijo de don García y nuevo duque de Alba, procuraba socorrer la ciudad desde Ribasaltas.
Entretanto, el rey don Fernando el Católico reunió una columna de socorro en Gerona y la condujo personalmente junto al duque de Alba para marchar posteriormente a levantar el cerco de Salses con un imponente ejército de 40.000 infantes y 12.000 jinetes.
En cuanto el mariscal de Rieux supo que el rey de España estaba en Perpignan y marchaba contra él, levantó el cerco el 19 de octubre y se retiró hacia Francia. El rey don Fernando y el duque de Alba atacaron su retaguardia, le tomaron varias piezas de artillería y le persiguieron de cerca hasta los muros de la ciudad de Narbona, donde el mariscal encontró refugio.
Entretanto, la escuadra francesa sufrió graves averías por culpa de una tempestad que se abatió sobre el Golfo de León y tuvo que refugiarse en Marsella sin haber avistado las costas españolas. Todos estos reveses obligaron al rey Luis XII a firmar en noviembre de 1503 un armisticio que comprendía las operaciones en territorio español y francés, pero no las operaciones en el reino de Nápoles.
http://www.ingenierosdelrey.com/guerras/1500_italia/1503_rosellon.htm
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Batalla del Garellano
BATALLA DE GARELLANO (28 de diciembre de 1503)
Completa victoria del Gran Capitán sobre el ejército francés al mando del marqués de Saluzzo, a resultas de la cual los franceses abandonaron Nápoles.
Un mes y medio después del último intento de los franceses por cruzar el rio Garellano, y tras haber sido reforzado con 3.000 soldados italianos al mando de Bartolomé Albiano, jefe de los Ursinos, el Gran Capitán decidió llegado el momento de asestar un golpe definitivo al ejército francés acampado frente a él en la orilla derecha del río Garellano.
El sencillo plan concebido por el Gran Capitán consistía en un ataque al campamento francés tras haber cruzado el río por un puente que habría que tenderse unas cuatro millas aguas arriba del puente de barcas construido por los franceses en la jornada del 6 de noviembre. El nuevo puente fue tendido con todo sigilo la noche del 27 al 28 de diciembre. Al día siguiente los españoles se pusieron en movimiento.
Bartolomé Albiano iba en vanguardia con la caballería ligera. Pedro Navarro iba a continuación con el cuerpo de infantería española, donde marchaban García de Paredes, Zamudio, Pizarro y Villalba. Le seguía Próspero Colonna con los hombres de Armas. Cerraba la marcha el Gran Capitán con el resto del ejército. Las tropas de Albiano y Pedro Navarro sorprendieron un destacamento normando y de caballería francesa en Suio y lo arrollaron a su paso.
En vista del mal tiempo reinante desde hacía un mes y medio y de que las lluvias no cesaban, el marqués de Saluzzo, nuevo jefe del ejército francés, decidió retirarse a Gaeta a pasar el invierno, por creer imposible realizar ninguna operación militar en aquellas condiciones climatológicas. Ya había tomado acciones para iniciar esta retirada, pues había embarcado la artillería para que la llevasen por el río hasta el golfo de Gaeta, pues su traslado por aquellos empantanados caminos habría impedido la marcha del ejército francés. Por tanto, su sorpresa fue grande cuando los supervivientes del ataque a Suio le anunciaron la llegada inmimente de los españoles. El marqués ordenó la inmediata retirada a Gaeta. Cuando las tropas de Albiano y Pedro Navarro llegaron al campamento francés lo encontraron vacío.
La caballería de Albiano y Colonna se adelantó y alcanzaron a los franceses cuando pasaban por un puente sobre el lecho de un corto rio que hay antes de llegar a Mola di Gaeta, y les obligaron a hacerles frente, cosa que el marqués de Saluzzo hizo para evitar que la retirada se convirtiera en una desbandada. Al llegar al lugar el grueso del ejército del Gran Capitán, la infantería de Pedro Navarro y de García de Paredes atacó con tal ímpetu que los franceses atravesaron el puente y se refugiaron en Mola dispuestos a pernoctar aquella noche.
El Gran Capitán ordenó a Pedro Navarro y a García de Paredes que marcharan fuera de caminos hasta colocarse detrás del pueblo para cortar la retirada al enemigo y atacarles de flanco y por su retaguardia. Al amanecer del día siguiente, los franceses salieron de Mola. Les siguió el grueso del ejército español y cuando les alcanzaron, las tropas de Pedro Navarro y García de Paredes atacaron de flanco y por la retaguardia, provocando el colapso de los franceses, que se desbandaron e iniciaron una desordenada huida perseguidos por la caballería de Colonna, abandonando la artillería que llevaban consigo, banderas, equipajes y carros de transporte. Los supervivientes de aquel día se refugiaron en Gaeta, mientras que el ejército vencedor acampó aquel día en Castiglione, frente a Gaeta.
Completa victoria del Gran Capitán sobre el ejército francés al mando del marqués de Saluzzo, a resultas de la cual los franceses abandonaron Nápoles.
Un mes y medio después del último intento de los franceses por cruzar el rio Garellano, y tras haber sido reforzado con 3.000 soldados italianos al mando de Bartolomé Albiano, jefe de los Ursinos, el Gran Capitán decidió llegado el momento de asestar un golpe definitivo al ejército francés acampado frente a él en la orilla derecha del río Garellano.
El sencillo plan concebido por el Gran Capitán consistía en un ataque al campamento francés tras haber cruzado el río por un puente que habría que tenderse unas cuatro millas aguas arriba del puente de barcas construido por los franceses en la jornada del 6 de noviembre. El nuevo puente fue tendido con todo sigilo la noche del 27 al 28 de diciembre. Al día siguiente los españoles se pusieron en movimiento.
Bartolomé Albiano iba en vanguardia con la caballería ligera. Pedro Navarro iba a continuación con el cuerpo de infantería española, donde marchaban García de Paredes, Zamudio, Pizarro y Villalba. Le seguía Próspero Colonna con los hombres de Armas. Cerraba la marcha el Gran Capitán con el resto del ejército. Las tropas de Albiano y Pedro Navarro sorprendieron un destacamento normando y de caballería francesa en Suio y lo arrollaron a su paso.
En vista del mal tiempo reinante desde hacía un mes y medio y de que las lluvias no cesaban, el marqués de Saluzzo, nuevo jefe del ejército francés, decidió retirarse a Gaeta a pasar el invierno, por creer imposible realizar ninguna operación militar en aquellas condiciones climatológicas. Ya había tomado acciones para iniciar esta retirada, pues había embarcado la artillería para que la llevasen por el río hasta el golfo de Gaeta, pues su traslado por aquellos empantanados caminos habría impedido la marcha del ejército francés. Por tanto, su sorpresa fue grande cuando los supervivientes del ataque a Suio le anunciaron la llegada inmimente de los españoles. El marqués ordenó la inmediata retirada a Gaeta. Cuando las tropas de Albiano y Pedro Navarro llegaron al campamento francés lo encontraron vacío.
La caballería de Albiano y Colonna se adelantó y alcanzaron a los franceses cuando pasaban por un puente sobre el lecho de un corto rio que hay antes de llegar a Mola di Gaeta, y les obligaron a hacerles frente, cosa que el marqués de Saluzzo hizo para evitar que la retirada se convirtiera en una desbandada. Al llegar al lugar el grueso del ejército del Gran Capitán, la infantería de Pedro Navarro y de García de Paredes atacó con tal ímpetu que los franceses atravesaron el puente y se refugiaron en Mola dispuestos a pernoctar aquella noche.
El Gran Capitán ordenó a Pedro Navarro y a García de Paredes que marcharan fuera de caminos hasta colocarse detrás del pueblo para cortar la retirada al enemigo y atacarles de flanco y por su retaguardia. Al amanecer del día siguiente, los franceses salieron de Mola. Les siguió el grueso del ejército español y cuando les alcanzaron, las tropas de Pedro Navarro y García de Paredes atacaron de flanco y por la retaguardia, provocando el colapso de los franceses, que se desbandaron e iniciaron una desordenada huida perseguidos por la caballería de Colonna, abandonando la artillería que llevaban consigo, banderas, equipajes y carros de transporte. Los supervivientes de aquel día se refugiaron en Gaeta, mientras que el ejército vencedor acampó aquel día en Castiglione, frente a Gaeta.
Los franceses sufrieron entre tres y cuatro mil muertos, y otros tantos desaparecidos y prisioneros. Ese día el caballero Bayardo de distinguió por su valor, peleando como un bravo y perdiendo tres veces su caballo. La destrucción del ejército francés fue total, de manera que el 1 de enero se efectuó la capitulación de Gaeta y el abandono de los franceses del reino de Nápoles.
http://www.ingenierosdelrey.com/guerras/1500_italia/1503_garellano.htm
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Capitulacion de Gaeta
CAPITULACIÓN DE GAETA (1 de enero de 1504)
Los franceses abandonan el reino de Nápoles.
Tras el desastre sufrido en la batalla de Garellano los supervivientes del ejército del marqués de Saluzzo y la guarnición de Gaeta decidieron transportar en naves a la mayor parte de las fuerzas y dejar en la plaza el número suficiente para su defensa. A tal efecto, el marqués de Mantua subió con los supervivientes a las naves, y el marqués de Saluzzo se quedó en el castillo de Gaeta con Ivo de Alegre.
Para iniciar la defensa, el marqués de Saluzzo ordenó enviar unas compañías a ocupar el Monte Orlando, clave para la defensa de la plaza y que en la desordenada huida nadie se había preocupado de guarnecer. Pero los franceses encontraron en el monte a unidades españolas que se les habían adelantado y que les rechazaron cuando intentaron subir. Ante este imprevisto, los franceses consintieron en capitular ante los españoles sin disparar un solo tiro.
Los términos de la capitulación incluían la entrega de la artillería, armas, municiones y víveres; el canje de los prisioneros; y dejar paso libre a los franceses para volver a su país.
Los franceses abandonan el reino de Nápoles.
Tras el desastre sufrido en la batalla de Garellano los supervivientes del ejército del marqués de Saluzzo y la guarnición de Gaeta decidieron transportar en naves a la mayor parte de las fuerzas y dejar en la plaza el número suficiente para su defensa. A tal efecto, el marqués de Mantua subió con los supervivientes a las naves, y el marqués de Saluzzo se quedó en el castillo de Gaeta con Ivo de Alegre.
Para iniciar la defensa, el marqués de Saluzzo ordenó enviar unas compañías a ocupar el Monte Orlando, clave para la defensa de la plaza y que en la desordenada huida nadie se había preocupado de guarnecer. Pero los franceses encontraron en el monte a unidades españolas que se les habían adelantado y que les rechazaron cuando intentaron subir. Ante este imprevisto, los franceses consintieron en capitular ante los españoles sin disparar un solo tiro.
Los términos de la capitulación incluían la entrega de la artillería, armas, municiones y víveres; el canje de los prisioneros; y dejar paso libre a los franceses para volver a su país.
El regreso se convirtió en otro desastre para los supervivientes, pues hubieron de sufrir privaciones durante el viaje y fueron objeto de todo tipo de violencia y venganza por parte de los pueblos italianos por donde pasaban. Al llegar a Francia, el rey Luis XII prohibió la entrada al reino como castigo a su derrota y capitulación.
http://www.ingenierosdelrey.com/guerras/1500_italia/1504_gaeta.htm
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Re: El Gran Capitan
A mi en el colegio me enseñaron que el reino de Nápoles lo conquistó la corona de Aragón y después pasó a formar parte de España cuando Aragón y Castilla se unieron por medio de los Reyes Católicos. Aunque yo cursé primaria y secundaria en Cataluña, así que...
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Re: El Gran Capitan
Pobres franceses, por cierto.
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Re: El Gran Capitan
tercios. escribió:Pobres franceses, por cierto.
La verdad es que recibieron bien... ajajaj
Pero donde las dan las toman, y si nosotros les dimos en su momento, la historia se tomaria su venganza y tambien ellos nos dieron lo suyo mas adelante. Todo se torceria a partir de Rocroi en 1643... a partir de ahi, el mito del Tercio español fue cayendo paulatinamente.
Por cierto, fue el Gran Capitan el que sento las bases de lo que serian, ya en tiempos de Carlos V, la invencible infanteria española, los temibles Tercios.
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Re: El Gran Capitan
thingol24 escribió:[
Por cierto, fue el Gran Capitan el que sento las bases de lo que serian, ya en tiempos de Carlos V, la invencible infanteria española, los temibles Tercios.
De los que tu llevas la bandera y yo el nombre. jajaja!
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Re: El Gran Capitan
¡Si!! ejejej
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Re: El Gran Capitan
Una preguntilla: ¿eso de la reputación como se sube?
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Re: El Gran Capitan
Gonzalo.... "El Gran Capitan", de Valladolid, ejejejej
La verdad es que éste es conocido, pero hay muchos mas de los que la ingrata España ha olvidado, pero imagino que en el Ejercito sabran de todos estos mejor que nadie, ¿no? Al menos ahi suelen ser mas recordados.
La verdad es que éste es conocido, pero hay muchos mas de los que la ingrata España ha olvidado, pero imagino que en el Ejercito sabran de todos estos mejor que nadie, ¿no? Al menos ahi suelen ser mas recordados.
Última edición por thingol24 el 30/12/2009, 6:29 am, editado 2 veces
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Re: El Gran Capitan
ok. gracias
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Re: El Gran Capitan
De todo esto me quedo con las palabras que le dirige el Gran Capitan al Sumo Pontifice tras conquistar el puerto de Ostia:
Al despedirse del papa hubo una escena bastante violenta. El papa se mostró dolido de los Reyes Católicos ante el Gran Capitán. Este le replicó que no olvidara los servicios que le habían prestado, y que recordara las palabras que había dicho hacía poco tiempo: "Si las armas españolas me recobraban Ostia en dos meses, debería de nuevo al Rey de España el Pontificado.". Y el Gran Capitán añadió que las armas españolas no tardaron dos meses sino ocho días. Y siguió atacando al papa diciendo que "mas le valiera no poner a la Iglesia en peligro con sus escándalos, profanando las cosas sagradas, teniendo con tanta publicidad, cerca de sí y con tanto favor a sus hijos, y que le requería que reformase su persona, su casa y su corte, para bien de la cristiandad."
Al despedirse del papa hubo una escena bastante violenta. El papa se mostró dolido de los Reyes Católicos ante el Gran Capitán. Este le replicó que no olvidara los servicios que le habían prestado, y que recordara las palabras que había dicho hacía poco tiempo: "Si las armas españolas me recobraban Ostia en dos meses, debería de nuevo al Rey de España el Pontificado.". Y el Gran Capitán añadió que las armas españolas no tardaron dos meses sino ocho días. Y siguió atacando al papa diciendo que "mas le valiera no poner a la Iglesia en peligro con sus escándalos, profanando las cosas sagradas, teniendo con tanta publicidad, cerca de sí y con tanto favor a sus hijos, y que le requería que reformase su persona, su casa y su corte, para bien de la cristiandad."
El padre jesuita Abarca escribió que el papa quedó "turbado del espledor vivo de la verdad, enmudeció del todo, asombrado de que supiese apretar tanto con las palabras un soldado, y de que a un Pontífice, tan militar y resuelto, hablase en Roma en su palacio y rodeado de armas y parientes, un hombre no aparecido del cielo, en puntos de reforma y con tanta reprehensión."
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Re: El Gran Capitan
¡Grande don Gonzalo!
Mas gente así falta en España estos dias.
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Re: El Gran Capitan
Un anécdota que demuestra el temple, valor y bizarría de este genio de las artes y ciencias militares.
Un soldado vizcaino va a reclamarle las pagas atrasadas, y presa de su furor descontrolado no tiene otra ocurrencia que acudir a la tienda del Gran Capitán y ponerle la lanza en el pecho al propio Gonzalo Fernández de Córdoba:
El Gran Capitán mirándolo sereno, sin mover ni un solo músculo de la cara, lo miró, sonrió, tomó la punta de la lanza, y alzándola le contestó:
-"Muchacho, levanta un poco más esa pica, que en un descuido me vas a herir sin querer".
Ni que decir tiene, el vizcaíno supo entonces del valor temerario y de la sangre fría del Gran Capitán.
Un soldado vizcaino va a reclamarle las pagas atrasadas, y presa de su furor descontrolado no tiene otra ocurrencia que acudir a la tienda del Gran Capitán y ponerle la lanza en el pecho al propio Gonzalo Fernández de Córdoba:
El Gran Capitán mirándolo sereno, sin mover ni un solo músculo de la cara, lo miró, sonrió, tomó la punta de la lanza, y alzándola le contestó:
-"Muchacho, levanta un poco más esa pica, que en un descuido me vas a herir sin querer".
Ni que decir tiene, el vizcaíno supo entonces del valor temerario y de la sangre fría del Gran Capitán.
wad ras- Cantidad de envíos : 3666
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