Conservadurismo de izquierdas

Carlos Martínez Gorriarán, responsable de Comunicación y Programa de UPyD

11 de mayo de 2009


Del mismo modo en que el concepto de progreso no es patrimonio de la izquierda, tampoco el de conservadurismo lo es de la derecha. Hay políticos o pensadores de derechas comprometidos con iniciativas progresistas –por ejemplo, los democratacristianos que tanto contribuyeron a la fundación de la Unión Europea tras la segunda guerra mundial: Adenauer, De Gasperi, etc.-, y hay sus recíprocos de izquierdas decididamente conservadores, por mucho que disparen la palabra “progreso” o “progresista” a la menor provocación, e incluso sin ella.

Ayer, el diario El País publicó una columna de Josep Ramoneda que me parece un buen ejemplo de ese “conservadurismo de izquierdas”. Se titula “El día después”, y en ella el politólogo catalán –firma fija de El País y con fama de ser uno de los pensadores áulicos del maragallismo- analiza la situación creada por el nuevo gobierno vasco de Patxi López, con apoyo parlamentario del PP –y el nuestro en la investidura, aunque El País siga empeñado en ignorarlo como sea. Lo fundamental de su argumentación es que esta fórmula rompe con la regla de oro de la política democrática, que debería enfrentar a la derecha y a la izquierda, para caer en el vicio del enfrentamiento de políticas identitarias, es decir, de un nacionalismo contra otro, del vasco contra el españolista.

Según Ramoneda, “Al presentar la política vasca como un conflicto entre constitucionalistas y nacionalistas, los textos constitucionales dejan de ser territorio común. Se convierten en una figura nacionalista, del otro nacionalismo. Con lo cual ha sucedido lo inevitable: que el pacto de gobierno entre los autollamados constitucionalistas tiene un contenido fundamentalmente identitario, es decir, nacionalista.”

El argumento puede parecer jugoso y fresco, sí, pero con la jugosidad y la frescura imitadas de esas frutas de cera o plástico que tan bien reproducen la piel y su textura. Pero dale un mordisco a un atractivo melocotón de plástico y verás lo que tiene dentro: nada. Pasa algo parecido con el análisis de Ramoneda: lo que parecen conclusiones de un análisis sesudo son la rígida proyección de meros prejuicios.

El prejuicio es aquí de naturaleza doble: en primer lugar, da por hecho que cualquier política de oposición al nacionalismo es, por el milagroso efecto de un juego de espejos que sólo se aplica en ese supuesto, igualmente nacionalista (¿y por qué oponerse a la derecha no es una politica igualmente derechista?); aplicado al caso vasco, significa que gobernar sin el PNV es asumir un nacionalismo de signo distinto pero no menos malo ni patriotero. En segundo lugar, también da por hecho que la única división progresista en la política es la que separa a la izquierda de la derecha y que, en presencia de nacionalismo, la primera debe buscar su alianza con los nacionalistas sedicentemente de izquierdas para empujar la nave del progreso; sensu contrario, aliarse con la derecha –el PP- contra los nacionalistas, inclusive los llamados de izquierdas, implica el retroceso de la lucha progresista.

Es un pensamiento político profundamente conservador que no parece haber aprendido nada no ya de la dramática experiencia vasca de los últimos treinta años –y desde luego, tampoco de la catalana-, sino que tampoco ha extraído nada sustancial de la historia europea más reciente. Una de las enseñanzas más claras de ésta última es que la gran división política donde se juega el progreso de verdad es la que separa a demócratas de todas las variedades de los no menos variados enemigos de la democracia. Los primeros se ponen de acuerdo en reglas de juego comunes para que pueda haber democracia; los segundos no tienen otro objetivo que impedirlo. El PNV y los demás partidos nacionalistas vascos, con el apoyo de la izquierda reaccionaria de IU, han jugado como mínimo, y siendo indulgentes, a la confusión y la ambigüedad sobre su posición en la batalla por la democracia y los derechos humanos en el País Vasco. Es este hecho cristalino, mucho más que el cálculo estratégico, el que ha echado en brazos del PP a los socialistas vascos, que hubieran preferido sin duda fórmulas “a la catalana”. Para asombro, incomprensión y perplejidad de los conservadores de izquierda que siguen representando el mundo de la política en mapas de los años treinta o más antiguos todavía, esta fórmula “a la catalana” no ha sido posible (ni deseable, pero este es otro cantar). La incomprensión de algo tan sencillo es, me parece, el signo de un pensamiento conservador de izquierdas. Nada tiene que ver con el progreso.

http://www.upyd.es/index.jsp?seccion=5&noticia=22011