La noche triste

La muerte de Moctezuma trajo un cese a las actividades belicosas. Sin embargo, a los pocos días de su fallecimiento, los aztecas continuaron con los combates. La ausencia del emperador ponía en una situación aún más difícil a Hernán Cortés y a sus hombres, pues sin el tlatoani, los españoles estaban desamparados en Tenochtitlán. Los aztecas rodeaban el palacio de Axayácatl, y enardecidos exigían la muerte de los españoles. Sin la ayuda de Moctezuma, Cortés se encontraba más que vulnerable a cualquier agresión de los aztecas. El Consejo Tribal azteca, después de la muerte de Moctezuma, eligió como nuevo emperador a Cuitláhuac, hermano del “señor iracundo”. A diferencia de Moctezuma, Cuitláhuac prefirió combatir a Hernán Cortés y puso todo su empeño en expulsar a los españoles del territorio azteca.
Los constantes ataques que sufrían los españoles habían mermado su ejército y para contrarrestar la ofensiva de los aztecas, Hernán Cortés ideó un plan. El proyecto consistía en que los españoles que se encontraban dentro del palacio de Axayácatl salieran de él, con la intención de distraer a los guerreros aztecas. Al estar los soldados en las calles de Tenochtitlán, se encargaron de incendiar y derribar las casas de la ciudad; los escombros se utilizaban como un medio de obstrucción para cerrar los canales que rodeaban a Tenochtitlán y como una especie de plataforma para que los españoles pudieran pisar y cruzar a tierra firme para huir de Tenochtitlán. Sin embargo, cuando caía la noche y regresaban los españoles a su alojamiento, los guerreros aztecas retiraban estos residuos, lo cual se traducía en la pérdida del territorio que los españoles habían ganado.

Cierto día de combate entre españoles y aztecas, se acercaron un par de guerreros aztecas al territorio donde se defendían los españoles. Los aztecas solicitaron a los vigilantes hablar con Hernán Cortés, los guardias españoles procedieron a avisarle a Cortés de la visita de los guerreros. Aceptó hablar con los aztecas y se asomó a la azotea del palacio de Axayácatl, ahí comenzó a platicar con sus oponentes. Los guerreros venían a proponerle el cese a los ataques, pero con una condición: Hernán Cortés y sus soldados tendrían que abandonar Tenochtitlán lo antes posible. Los aztecas ofrecieron a cambio de la retirada de los españoles, dejarlos ir sanos y salvos y prometían rendir tributo al rey Carlos V. Para consolidar el pacto, los guerreros aztecas pidieron a Cortés la liberación de un sacerdote indígena. Hernán Cortés cumplió y liberó al religioso, pero las hostilidades continuaron. Hernán Cortés había creído erróneamente que este pacto era el fin de la guerra entre españoles y aztecas. Sin embargo, el conquistador no tomó en cuenta que los aztecas estaban divididos. Mientras un grupo de aztecas hablaba con él sobre acuerdos de paz, otro destruía los puentes que comunicaban a Tenochtitlán con tierra firme, con el objetivo de continuar con el sitio de los españoles y lograr la victoria.

La tarde del 30 de junio de 1520, Hernán Cortés y su comitiva fueron sorprendidos otra vez por los augurios de Blas Botello, el soldado que en una ocasión había advertido a Cortés sobre la matanza del Templo Mayor. Esta vez, Blas Botello declaró que tenían que salir lo antes posible de Tenochtitlán, ya que si se quedaban un día más, su vida correría peligro. Botello le contó primero su presentimiento a Alonso de Ávila, quien a su vez se lo platicó a Pedro de Alvarado; de esta manera, llegó a un punto en que fue imposible que el resto del ejército español no se enterara de la predicción. Los capitanes respetaban las visiones de Blas Botello debido a que el último presagio había resultado ser cierto. El presentimiento causó un alboroto entre los soldados, quienes sugestionados por el vaticinio, hablaron con Hernán Cortés para convencerlo de abandonar Tenochtitlán esa misma noche. Hernán Cortés respondió que “antes lo sacarían hecho pedazos que salir de dicha ciudad”. Sin embargo, los capitanes inconformes con la respuesta, se reunieron en consejo y decidieron optar por salir de la ciudad. La persistencia del ejército convenció a Hernán Cortés, y la noche del 30 de junio de 1520, él y sus soldados abandonaron la ciudad, pues de no hacerlo esa misma noche, según Blas Botello, no quedaría español con vida.

En cuanto cayó la noche, los españoles comenzaron la salida de Tenochtitlán. La marcha la dirigían los capitanes Gonzalo de Sandoval y Antonio de Quiñones, atrás de ellos venían veinte hombres a caballo y doscientos hombres a pie. El conquistador venía en medio, junto a él iba Diego de Ordaz, Francisco Saucedo, Alonso de Ávila, Francisco de Lugo y Cristóbal de Olid. A continuación, los seguían 30 rodeleros españoles y 300 tlaxcaltecas, quienes tenían el encargo de proteger a la Malinche y a un grupo de notables indígenas. En este mismo grupo venía la familia de Moctezuma, sus dos hijas y el joven Chimalpopoca. Al final, se encontraban los indígenas aliados; estaba también otro grupo de españoles donde iban Pedro de Alvarado, Juan Velázquez de León y Juan Jaramillo.

Los españoles huyeron marchando en fila, optaron por tomar la calzada que llevaba a Tacuba, puesto que era la más corta. En silencio continuaron su partida, sin embargo su salida no pasó inadvertida. Para huir de Tenochtitlán, los españoles tuvieron que construir un puente portátil que pudiera cruzarlos a tierra firme. El ejército español ya había instalado el puente en la calzada cuando una mujer los vio y comenzó a gritar: “nuestros enemigos se van”. Los guerreros aztecas corrieron hacia los españoles e iniciaron el ataque. El caos se apoderó de los españoles, gritos de pánico y desesperación se escucharon por todo lo ancho de la ciudad. Los españoles que sabían nadar cruzaron el canal hacia tierra firme, aquellos que no sabían lo atravesaron gracias a que pisaron los cadáveres que quedaban en el agua.
El 1 de julio de 1520, Hernán Cortés contabilizó el número de bajas y heridos españoles. La Noche Triste resultó una carnicería, la peor derrota para el ejército español hasta entonces. El saldo de muertos en la Noche Triste se estima, según varias versiones, entre 150 a 450 españoles y de 2000 a 4000 indígenas aliados. Entre las personas que murieron se encontraban los familiares de Moctezuma, una de sus hijas y el heredero Chimalpopoca. Del bando español, los soldados caídos más conocidos figuran Pedro González de Trujillo, Francisco de Lugo, Juan Velázquez de León, Orteguilla el “Paje” y el clarividente, Blas Botello.

Los heridos fueron acomodados dos en cada caballo, otros fueron llevados a cuestas. La intención de Cortés era dirigirse a Tlaxcala, pero ocurría que por haber salido por la calzada que conduce al oeste de Tenochtitlán se encontraban en la zona más alejada. Sin embargo, entre los tlaxcaltecas que iban con ellos estaba uno que conocía un atajo para llegar a Tlaxcala. El 8 de julio de 1520, Hernán Cortés y sus hombres entraron a territorio tlaxcalteca. Primero llegaron a Hueyotlipan para después pasar a la ciudad de Tlaxcala. Cuando los españoles se encontraron en Tlaxcala se propagó el rumor de que Hernán Cortés, lejos de haber aprendido la lección de la Noche Triste, abrigaba en su mente la intención de regresar a Tenochtitlán. La noticia causó conmoción y revuelo entre los soldados y capitanes del ejército, pues la mayoría tenía la esperanza de que cuando sanaran y se recuperaran de las heridas, se trasladarían a la Villa Rica para esperar refuerzos o en el mejor de los casos regresar a Cuba.

Las muestras de disgusto por parte del contingente español no se hicieron esperar. En cuanto los soldados se percataron de que Cortés estaba planeando el contraataque, sus capitanes pidieron hablar con él. Le manifestaron su desacuerdo a dicho plan, y le solicitaron el regreso de inmediato a la Villa Rica. Sin embargo, la facilidad de palabra y la elocuencia con la que hablaba Cortés, ayudó a convencerlos de que la retirada no era la mejor opción. Cortés comenzó su discurso de convencimiento, trayendo el viejo cuento de las grandes batallas en las que habían resultado vencedores. Les explicó a sus soldados que la inferioridad numérica en la que se encontraban, era causa más que suficiente para resultar perdedores; pero que el amparo de la Divina Providencia, los había acompañado desde el principio en que pisaron suelo mexicano y eso bastaría para triunfar. También les dijo que los ojos de España estaban puestos en Tenochtitlán. Les declaró que si no era él y sus soldados quienes derrotaran a los aztecas, otros cristianos lo harían. El sermón logró convencer a sus soldados de contraatacar a los aztecas.

Hernán Cortés y su ejército, permanecieron 20 días en Tlaxcala mientras se recuperaban de las heridas sufridas en la Noche Triste. Ahí llegaron unos emisarios del emperador Cuitláhuac que traían consigo algunos presentes, como algodón, plumas, sal y un mensaje para los señores de Tlaxcala. Cuitláhuac les propuso a los tlaxcaltecas, una alianza para que juntos dieran muerte a los españoles. Si los tlaxcaltecas aceptaban esta unión, los aztecas olvidarían las viejas rencillas. El senado de Tlaxcala consideró la oferta, pero decidió no aceptar la alianza con los aztecas, pues los conocían bastante bien como para confiar en sus palabras. Por su parte Xicoténcatl, “el joven”, consentía la unión. El joven cacique tlaxcalteca, desde el primer contacto que tuvo con Hernán Cortés no dejó de sentir hostilidad hacia él. Xicoténcatl sugería a los señores tlaxcaltecas matar a Hernán Cortés y a sus hombres; algo fácil según él, ya que los españoles se encontraban heridos y agotados. Sin embargo, los señores, encabezados por Maxixcatzin, prefirieron conservar su alianza con los españoles. Para asegurarse de la sinceridad de los tlaxcaltecas, Hernán Cortés planeó iniciar una campaña contra la provincia de Tepeaca (a 35 kilómetros de la actual ciudad de Puebla), en la que se vería el comportamiento de los tlaxcaltecas y su lealtad se pondría a prueba.

La conquista del Imperio Azteca
Alejandro Toulet, 2011

El relato es exacto, y bien detallado. Discrepo en la parte final, en el tema de la sospecha sobre la lealtad de los aliados de Tlaxcala.
El minoritario partido antiespañol de Tlaxcala ya se ve muy debilitado cuando Cortés, con inmenso sentido de la política y la diplomacia, se muestra magnánimo en su victoria, y en vez de reproches y represalias, ofrece a Tlaxcala una alianza contra su enemigo secular: los aztecas. Ese sector antiespañol se debilita todavía más durante la diarquía Cortés-Moctezuma, así como cuando Cortés propina un golpe de efecto contra la expedición de Pánfilo de Narváez, nada más desembarcar en Veracruz. Y en todo caso, el sector antiespañol demuestra su nula influencia precisamente en los delicados momentos posteriores a la Noche Triste, cuando la debilidad de la hueste de Cortés es máxima.
Tras la victoria de Otumba, el contingente español-tlaxcalteca está extenuado, sin más capacidad de resistencia, colapsado en una palabra. Si hubo un momento en que el partido antiespañol de Tlaxcala pudo haber aprovechado para romper la alianza ese era los días posteriores a Otumba. Y no fue así, antes al contrario, en el momento de máxima debilidad de Cortés, son los líderes tlaxaltecas los que apuestan por mandar refuerzos y guiar a la huesta española hasta el seguro refugio de Tlaxcala. Es evidente, pues, que los tlaxcaltecas eran conscientes de la nueva era, y que la debilidad de los españoles era momentánea, que la nueva época ya estaba presente y era irreversible.

Muy interesante. Gracias Sevilla.

wad ras escribió:los tlaxcaltecas eran conscientes de la nueva era, y que la debilidad de los españoles era momentánea, que la nueva época ya estaba presente y era irreversible.

Sea como fuere, si hubo una auténtica disidencia interna contra los españoles, ésta jamás pudo romper la alianza que de hecho condujo a los españoles y tlaxcaltecas a la victoria. Porque desde luego la conquista del Imperio azteca no se comprendería sin ser conscientes del papel clave que jugó esta poderosa comunidad indígena, hoy mezclada con la población criolla española en forma de mestizaje.

Sevillano escribió:

wad ras escribió:los tlaxcaltecas eran conscientes de la nueva era, y que la debilidad de los españoles era momentánea, que la nueva época ya estaba presente y era irreversible.

Sea como fuere, si hubo una auténtica disidencia interna contra los españoles, ésta jamás pudo romper la alianza que de hecho condujo a los españoles y tlaxcaltecas a la victoria. Porque desde luego la conquista del Imperio azteca no se comprendería sin ser conscientes del papel clave que jugó esta poderosa comunidad indígena, hoy mezclada con la población criolla española en forma de mestizaje.

Bueno, en el complejo equilibrio interno de las estructuras de mando tribales de los tlaxcaltecas es muy posible que hubiera criterios diferentes y aun opuestos. Pero los hechos son que mantienen completamente su alianza con la hueste española de Cortés en los momentos más difíciles y de mayor debilidad, en los días posteriores a Otumba.