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Las infantas portuguesas que reinaron en España
Foro 1492 :: FOROS :: FORO DE HISTORIA
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Las infantas portuguesas que reinaron en España
http://www.abcdesevilla.es/internacional/20130817/abci-infantas-portuguesas-reinaron-espana-201308160157.html
Las infantas portuguesas que reinaron en España.
Once infantas portuguesas fueron reinas en España entre los siglos XII y XIX. Todas ellas tuvieron un papel importante en las relaciones políticas entre los dos países ibéricos aunque se desconozca su historia o haya quedado en el olvido.
Retrato de Tiziano de Carlos V y su mujer Isabel.
Fueron hijas legítimas de los reyes portugueses que se casaron con príncipes herederos o reyes de otros reinos peninsulares, convirtiéndose en reinas de León, Castilla, Aragón y España. En total fueron once infantas lusas que entre 1165 y 1816 subieron al trono español. A lo largo de setecientos años contribuyeron, gracias a su matrimonio, a estrechar los lazos ibéricos y sus nombres quedaron asociados a acontecimientos de relevancia. La historia de alguna de ellas ha tenido mayor destaque que las restantes como es el caso de las madres de Isabel la Católica y de Felipe II, ambas procedentes de la realeza lusitana. Otras han sorprendido a michos, como la de Juana de Portugal hija de Duarte y hermana de Alfonso V, que se casó con Enrique IV de Castilla protagonizando un raro episodio de la época. Fue la primera reina católica que cometió abiertamente adulterio y concibió un hijo del amante.
Sin embargo, hay que reconocer que las historias de estas infantas, salvo algunas excepciones, son bastante desconocidas. “Ello es así porque la historiografía suele interesarse más por las reinas propietarias. Y estas mujeres, siendo consortes, en el mejor de los casos, obtuvieron el poder por delegación. A pesar de que algunas surgían de un “humus” cultural muy sofisticado”, explica a ABC el historiador italiano Marsilio Cassotti, autor del libro “Infantas de Portugal. Reinas de España”. “Es el caso de la esposa de Fernando IV de Castilla, la infanta Constanza de Portugal, cuya madre, santa Isabel de Portugal, nacida infanta de Aragón, se había llevado a tierras portuguesas a su dama de compañía, Vetaxa Lascaris, nieta de un emperador bizantino. El matrimonio de Constanza introdujo en Castilla el uso del nombre Isabel”, puntualiza.
Cassotti se interesó por la vida de estas infantas mientras investigaba un tema relacionado con la monarquía en España. “Me di cuenta de que, desde el nacimiento del reino de Portugal hasta comienzos del siglo XIX, once infantas portuguesas (doce, si se considera a una que vivió poco tiempo) fueron reinas consortes de León, Castilla, Aragón y, finalmente, España”. Destaca además que se trata de la nacionalidad más importante, desde el punto de vista numérico, de entre todas las consortes de origen extranjero que detentaron coronas hispánicas.
La vida y el destino de estas once mujeres fueron muy diferentes en algunos aspectos. Las bodas de las tres primeras (Urraca, Teresa y Mafalda) sirvieron para sellar alianzas y alcanzar la paz en un momento en el que Portugal luchaba por consolidar el reino. Todas ellas sufrieron la humillación y las dificultades que conllevaba la separación matrimonial impuesta por el Papa, porque el Código Graciano prohibía la unión entre parientes consanguíneos hasta el séptimo grado. Cassotti recuerda además que ser reinas españolas “casi nunca sería una tarea fácil para ellas”. A comenzar por la infanta Urraca de Portugal, casada en 1166 con el rey Fernando II de León, con la finalidad de que dos territorios unidos hasta hacía poco hicieran las paces. “Después del nacimiento de un heredero el matrimonio de Urraca fue anulado y ella tuvo que retirarse a un convento de por vida”, explica el historiador italiano.
Matrimonios pactados.
Fueron todos matrimonios pactados y hasta el siglo XVI, el acento estaba puesto, sobre todo, en la mejora de las relaciones entre las dos partes, “desgastadas de tanto en tanto por el intento de recuperación de la antigua unidad territorial”, dice Cassotti. Algo que resulta evidente en el matrimonio de Isabel de Portugal con Juan II de Castilla. “La unión de los padres de la futura Isabel la Católica intentaba reparar los daños producidos después de que, en el reinado anterior, los castellanos invadieran Portugal”. Más tarde, tras la instauración de la casa de Braganza en Portugal, a mediados del siglo XVII, el nexo de las uniones dinásticas se encuentra también, en la búsqueda de soluciones a conflictos ambientados en los territorios coloniales americanos.
Adaptadas a su papel de reina.
El hecho de que la mayoría de las madres de esas infantas portuguesas fuera de origen español (gracias a la institución de los “dobles matrimonios”: una infanta portuguesa se casaba con un rey o un príncipe heredero español y viceversa) hacía que sus hijas, por lo general, conocieran la lengua y las costumbres del país de adopción. “Muchas veces los servidores de una reina consorte portuguesa eran hijos de la nobleza que había servido a su madre en España de soltera”, subraya Cassotti. Un caso singular caso de “inadaptación” se produjo cuando la infanta María de Portugal, esposa de Alfonso XI de Castilla, después de ser testigo de varios homicidios perpetrados por su hijo, Pedro I el Cruel, o sus acompañantes, ante el temor de convertirse en la próxima víctima, decidió regresar a Portugal.
Pero lo verdaderamente importante en la vida de estas mujeres es que cumplieran bien su papel y el principal cometido de una reina consorte era dar descendencia a la corona. “Y este fue cumplido por casi todas las de origen portugués. Una de las notables excepciones fue Bárbara de Braganza, culta y abnegada esposa de Fernando VI de España, protagonistas de un caso de amor conyugal; de hecho, el marido enloqueció después de la muerte de la reina”, recuerda el historiador. Bárbara no tuvo hijos porque el rey era estéril pero cumplió con otros deberes característicos de las consortes regias de su época, el patrocinio de instituciones religiosas, la fundación conventos, en su caso el de las Salesas Reales de Madrid y el mecenazgo a artistas, como Domenico Scarlatti, maestro de música particular que ella se había traído de Portugal.
La felicidad de las reinas.
La vida privada de todas ellas está llena de sorpresas. Sus bodas, embarazos, rivalidades con la reina madre y con las amantes del rey sin olvidar la educación de los príncipes o la lucha por el poder con las nueras. También fueron mecenas de pintores, músicos y arquitectos sin olvidad sus vocaciones religiosas. Y al final ¿fueron felices estas reinas? “Si por felicidad se entiende ser bien tratada por el rey y honrada por los cortesanos, es probable que la infanta Beatriz de Portugal, segunda esposa de Juan I de Castilla, fuera feliz”, afirma Marsilio Cassotti. “Y ello a pesar de no dar descendencia a su marido, el cual se había casado con ella para fundamentar sus derechos a la corona portuguesa”, añade. Aunque ese plan terminó con la derrota de los castellanos en Aljubarrota, ello no afectó al tratamiento de la consorte. “Por lo menos la documentación muestra que Beatriz fue muy bien tratada por los hijos de un anterior enlace del rey, los cuales, tras la muerte de la madrastra, mandaron levantarle un magnífico sepulcro de alabastro en el convento de Sancti Spiritus de Toro, en el que se la connotaba como reina de Castilla y Portugal”.
Por su parte, Isabel de Portugal, esposa de Carlos I de España, consiguió la admiración de la corte y la veneración de sus súbditos. “Pero en el epistolario de la emperatriz durante sus regencias se vislumbra alguna educada queja sobre la soledad a la que la sometía el cónyuge”, aclara el historiador. Sin embargo, Isabel tuvo la última palabra, sobre el emperador, en la elección del hombre que educaría al heredero, el futuro Felipe II, “quien posteriormente convertiría a su madre en modelo a seguir por las sucesivas reinas consortes españolas”.
Juana de Portugal.
Entre todas las infantas portuguesas que acabaron por ser reinas en España el historiador Cassotti no duda en destacar la historia de Juana de Portugal, esposa de Enrique IV el Impotente, a la que ha dedicado recientemente una biografía, “La reina adúltera”. “Una mujer con la capacidad de seducción de una Diana de Gales y la determinación de una Margaret Thatcher, todo ello inoculado con altas dosis de disimulación”, empieza por explicar. “La visión que la historiografía española ha dado de ella está condicionada por la versión del cronista Alonso de Palencia, que la conoció personalmente y la odiaba. Y sobre todo, porque a Juana le tocó el antipático rol de antagonista de una mujer tan emblemática como la futura Isabel la Católica. Pero se olvida que incluso ésta pasó de los once a los diecisiete años de edad en la casa de la reina portuguesa, y que allí adquirió unas destrezas que le permitirían, ya durante su reinado, recibir de un leal y culto súbdito el calificativo de “maestra de disimulaciones”, en el sentido de dominio del arte de gobierno” continúa exponiendo. Mientras Juana había intentado convencer a Isabel de que casara con el rey Alfonso V de Portugal, hermano de la reina, “la infanta castellana había leído, en portugués, una obra de Cristina de Pisán, básica para la formación de las soberanas, que se hallaba en la rica biblioteca de su cuñada. Por otra parte, los once documentos de época que se presentan en su biografía apoyan la hipótesis de que Juana fue sometida a ciertas “maestrías” para solventar la impotencia, que no esterilidad, del marido. Cassoti explica igualmente que el Dr. Maganto Pavón, especialista en urología de un importante hospital de Madrid, considera a alguno de esos documentos como el primer registro histórico conocido de una forma rudimentaria de inseminación artificial o asistida, practicada por físicos judíos a la reina. “Otra cuestión es que el resultado de esas “maestrías” fuera la princesa Juana, la Beltraneja”, puntualiza.
“Mucho antes de que Virginia Woolf escribiera que a una mujer le hacía falta “un cuarto propio” para ser independiente y dedicarse a la escritura, aquella “poderosa señora” portuguesa (según definición del poeta contemporáneo Gómez Manrique), comprendió que una consorte real, si quería llevar adelante sus propias estrategias políticas, debía contar con una sólida base económica”, sigue relatando el historiador. La portuguesa no sólo obtuvo, de su marido, una de las dotes más cuantiosas de la época, sino que la envió a Portugal para ser administrada y mantener a buen recaudo. “Pero su cometido de lograr la “Unión ibérica” por el lado portugués fracasó, porque Juana se topó con alguien más astuto que ella, Fernando de Aragón, el adecuado novio elegido por Isabel”, finaliza Cassotti.
Investigación.
Ha sido un extranjero quien ha traído al conocimiento de los portugueses la vida de estas mujeres olvidadas. Con sus biografías se entiende mejor la historia de Portugal y por consiguiente, la de España. El autor de “Infantas de Portugal. Reinas de España” llevó a cabo una difícil labor de investigación y recopilación de datos porque lo poco que se ha escrito es a través de cronistas e historiadores del pasado que escribieron “con mejor estilo literario que rigor histórico (y un alto grado de intencionalidad política)”. Sus crónicas acabaron por influenciar lo poco que se conoce sobre ellas que responde a clichés o chascarrillos populares. Entre ellos, el que mofaba a Isabel de Portugal, esposa de Fernando VII (“Fea, pobre y portuguesa, ¡chúpate esa!), “olvidando que los estudios de pintura de esa infanta le permitieron aconsejar a su marido la creación de una galería abierta al público donde exponer antiguos cuadros que permanecían arrumbados en un depósito de El Escorial, origen del Museo del Prado de Madrid”, recuerda el historiador.
Las once infantas portuguesas.
Doña Urraca. Reina de León (1150?-1222?)
Hija de Don Alfonso Henriques y de Mafalda, se casó con Fernando II rey de León en 1165, después de enviudar de Raimundo de Borgoña. Madre del rey Alfonso IX de León. El Papa Pascual II anula su matrimonio al que se opuso la nobleza de León y Castila generando un clima de guerra civil en el reino. También hizo frente a su hijo, que fue rey de Galicia, para poder mantener el trono.
Doña Teresa.- Reina de León (1176-1250)
Hija de Don Sancho I y de Dulce, casada con Alfonso IX de León en 1191 con quien tuvo tres hijos (Sancha, Dulce y Fernando), y su matrimonio fue invalidado por ser primos. Transformó el convento benedictino, de Lorvão, en un monasterio cisterciense. Fue beatificada por el Papa Clemente XI en 1705.
Doña Mafalda.- Reina de Castilla (1195-1256).
Hija de Don Sancho I de Portugal y Doña Dulce de Barcelona. Se casó en 1215 con Enrique I de Castilla, hijo de Alfonso VIII. Como ambos eran muy jóvenes el matrimonio no se consumó y se disolvió un año después. Fue monja en Arouca y beatificada en 1793.
Doña Constanza.- Reina de Castilla (1290-1313).
Hija de Don Dinis y Doña Isabel de Aragón. Se casó con Fernando IV de Castilla en 1302 para sellar definitivamente la Paz de Alcanizes firmada cinco años antes. Madre de Alfonso XI de Castilla.
Doña María.- Reina de Castilla (1313-1357).
Hija de Don Alfonso IV de Portugal y Beatriz de Castilla. Se casó con Alfonso XI de Castilla y tardó varios años en darle un heredero, que acabaría por convertirse en Pedro I de Castilla. El rey mantuvo abiertamente una relación extraconyugal con Leonor de Gusmão y la joven reina se marchó a Évora donde estaba la corte de su padre, generando un breve conflicto entre Portugal y Castilla.
Doña Beatriz.- Reina de Castilla (1373-1421?).
Hija de Fernando I de Portugal y de Leonor Teles. Se casó con Juan I de Castilla. Al morir su padre en 1383 Leonor Teles asumió la regencia y proclamó a su hija reina de Portugal. El pueblo no lo aceptó porque consideraba que estaba en causa la independencia de Portugal. La crisis con Castilla acabó en la batalla de Aljubarrota, en 1385, donde los castellanos fueron vencidos.
Doña Isabel.- Reina de Castilla (1428-1496).
Hija del Infanta Don Juan. Casó con Juan II de Castilla y fue madre de Isabel, la católica. Su matrimonio fue acordado por el condestable don Álvaro de Luna, valido de Juan II. Al morir el monarca en 1454, Isabel de Portugal se retiró al castillo de Arévalo, donde pasó el resto de su vida. Durante sus últimos años sufrió, según las crónicas, un grave deterioro mental, que degeneró en demencia.
Doña Juana.- Reina de Castilla (1438-1475).
Hija de Don Duarte de Portugal. Se casó con Enrique IV de Castilla y fue madre de la “Excelente Señora”, Juana la Beltraneja, considerada por muchos hija de los amores adúlteros entre Doña Juana y Don Beltrán de la Cueva.
Doña Isabel.- Reina de España y Emperatriz de Alemania. (1503-1539).
Hija de Don Manuel I y de Doña María, se casó en 1526 con Carlos V. Madre de Felipe II de España (y I de Portugal). Fue regente de España entre 1528 y 1533 y más tarde entre 1535 y 1538, cuando su marido estaba ausente por motivo de guerras. En 1529 firmó el tratado de Portugal sobre sobre las islas Molucas.
Doña Bárbara.- Reina de España (1711-1758).
Hija de Don Juan V de Portugal. Se casó con Fernando VI de España. Ocupó un importante papel en la corte española, especialmente como mediadora entre el rey de Portugal y su esposo. Amante de la música, se sabe que compuso sonatas para una gran orquesta. Promovió la construcción del Convento de las Salesas Reales de Madrid. Su muerte provocó la locura de Fernando VI, que murió un año después.
Doña María Isabel .- Reina de España (1797-1816).
Hija de Don Juan VI de Portugal y Doña Carlota Joaquina. Se casó con Fernando VII de España con el objetivo de reforzar las relaciones entre los dos países. Destacó por su cultura y por su gusto por el arte. Partió de ella la iniciativa de reunir obras de arte de monarcas españoles para crear un museo real, el futuro Museo del Prado. Está sepultada en el Monasterio del Escorial.
Las infantas portuguesas que reinaron en España.
Once infantas portuguesas fueron reinas en España entre los siglos XII y XIX. Todas ellas tuvieron un papel importante en las relaciones políticas entre los dos países ibéricos aunque se desconozca su historia o haya quedado en el olvido.
Retrato de Tiziano de Carlos V y su mujer Isabel.
Fueron hijas legítimas de los reyes portugueses que se casaron con príncipes herederos o reyes de otros reinos peninsulares, convirtiéndose en reinas de León, Castilla, Aragón y España. En total fueron once infantas lusas que entre 1165 y 1816 subieron al trono español. A lo largo de setecientos años contribuyeron, gracias a su matrimonio, a estrechar los lazos ibéricos y sus nombres quedaron asociados a acontecimientos de relevancia. La historia de alguna de ellas ha tenido mayor destaque que las restantes como es el caso de las madres de Isabel la Católica y de Felipe II, ambas procedentes de la realeza lusitana. Otras han sorprendido a michos, como la de Juana de Portugal hija de Duarte y hermana de Alfonso V, que se casó con Enrique IV de Castilla protagonizando un raro episodio de la época. Fue la primera reina católica que cometió abiertamente adulterio y concibió un hijo del amante.
Sin embargo, hay que reconocer que las historias de estas infantas, salvo algunas excepciones, son bastante desconocidas. “Ello es así porque la historiografía suele interesarse más por las reinas propietarias. Y estas mujeres, siendo consortes, en el mejor de los casos, obtuvieron el poder por delegación. A pesar de que algunas surgían de un “humus” cultural muy sofisticado”, explica a ABC el historiador italiano Marsilio Cassotti, autor del libro “Infantas de Portugal. Reinas de España”. “Es el caso de la esposa de Fernando IV de Castilla, la infanta Constanza de Portugal, cuya madre, santa Isabel de Portugal, nacida infanta de Aragón, se había llevado a tierras portuguesas a su dama de compañía, Vetaxa Lascaris, nieta de un emperador bizantino. El matrimonio de Constanza introdujo en Castilla el uso del nombre Isabel”, puntualiza.
Cassotti se interesó por la vida de estas infantas mientras investigaba un tema relacionado con la monarquía en España. “Me di cuenta de que, desde el nacimiento del reino de Portugal hasta comienzos del siglo XIX, once infantas portuguesas (doce, si se considera a una que vivió poco tiempo) fueron reinas consortes de León, Castilla, Aragón y, finalmente, España”. Destaca además que se trata de la nacionalidad más importante, desde el punto de vista numérico, de entre todas las consortes de origen extranjero que detentaron coronas hispánicas.
La vida y el destino de estas once mujeres fueron muy diferentes en algunos aspectos. Las bodas de las tres primeras (Urraca, Teresa y Mafalda) sirvieron para sellar alianzas y alcanzar la paz en un momento en el que Portugal luchaba por consolidar el reino. Todas ellas sufrieron la humillación y las dificultades que conllevaba la separación matrimonial impuesta por el Papa, porque el Código Graciano prohibía la unión entre parientes consanguíneos hasta el séptimo grado. Cassotti recuerda además que ser reinas españolas “casi nunca sería una tarea fácil para ellas”. A comenzar por la infanta Urraca de Portugal, casada en 1166 con el rey Fernando II de León, con la finalidad de que dos territorios unidos hasta hacía poco hicieran las paces. “Después del nacimiento de un heredero el matrimonio de Urraca fue anulado y ella tuvo que retirarse a un convento de por vida”, explica el historiador italiano.
Matrimonios pactados.
Fueron todos matrimonios pactados y hasta el siglo XVI, el acento estaba puesto, sobre todo, en la mejora de las relaciones entre las dos partes, “desgastadas de tanto en tanto por el intento de recuperación de la antigua unidad territorial”, dice Cassotti. Algo que resulta evidente en el matrimonio de Isabel de Portugal con Juan II de Castilla. “La unión de los padres de la futura Isabel la Católica intentaba reparar los daños producidos después de que, en el reinado anterior, los castellanos invadieran Portugal”. Más tarde, tras la instauración de la casa de Braganza en Portugal, a mediados del siglo XVII, el nexo de las uniones dinásticas se encuentra también, en la búsqueda de soluciones a conflictos ambientados en los territorios coloniales americanos.
Adaptadas a su papel de reina.
El hecho de que la mayoría de las madres de esas infantas portuguesas fuera de origen español (gracias a la institución de los “dobles matrimonios”: una infanta portuguesa se casaba con un rey o un príncipe heredero español y viceversa) hacía que sus hijas, por lo general, conocieran la lengua y las costumbres del país de adopción. “Muchas veces los servidores de una reina consorte portuguesa eran hijos de la nobleza que había servido a su madre en España de soltera”, subraya Cassotti. Un caso singular caso de “inadaptación” se produjo cuando la infanta María de Portugal, esposa de Alfonso XI de Castilla, después de ser testigo de varios homicidios perpetrados por su hijo, Pedro I el Cruel, o sus acompañantes, ante el temor de convertirse en la próxima víctima, decidió regresar a Portugal.
Pero lo verdaderamente importante en la vida de estas mujeres es que cumplieran bien su papel y el principal cometido de una reina consorte era dar descendencia a la corona. “Y este fue cumplido por casi todas las de origen portugués. Una de las notables excepciones fue Bárbara de Braganza, culta y abnegada esposa de Fernando VI de España, protagonistas de un caso de amor conyugal; de hecho, el marido enloqueció después de la muerte de la reina”, recuerda el historiador. Bárbara no tuvo hijos porque el rey era estéril pero cumplió con otros deberes característicos de las consortes regias de su época, el patrocinio de instituciones religiosas, la fundación conventos, en su caso el de las Salesas Reales de Madrid y el mecenazgo a artistas, como Domenico Scarlatti, maestro de música particular que ella se había traído de Portugal.
La felicidad de las reinas.
La vida privada de todas ellas está llena de sorpresas. Sus bodas, embarazos, rivalidades con la reina madre y con las amantes del rey sin olvidar la educación de los príncipes o la lucha por el poder con las nueras. También fueron mecenas de pintores, músicos y arquitectos sin olvidad sus vocaciones religiosas. Y al final ¿fueron felices estas reinas? “Si por felicidad se entiende ser bien tratada por el rey y honrada por los cortesanos, es probable que la infanta Beatriz de Portugal, segunda esposa de Juan I de Castilla, fuera feliz”, afirma Marsilio Cassotti. “Y ello a pesar de no dar descendencia a su marido, el cual se había casado con ella para fundamentar sus derechos a la corona portuguesa”, añade. Aunque ese plan terminó con la derrota de los castellanos en Aljubarrota, ello no afectó al tratamiento de la consorte. “Por lo menos la documentación muestra que Beatriz fue muy bien tratada por los hijos de un anterior enlace del rey, los cuales, tras la muerte de la madrastra, mandaron levantarle un magnífico sepulcro de alabastro en el convento de Sancti Spiritus de Toro, en el que se la connotaba como reina de Castilla y Portugal”.
Por su parte, Isabel de Portugal, esposa de Carlos I de España, consiguió la admiración de la corte y la veneración de sus súbditos. “Pero en el epistolario de la emperatriz durante sus regencias se vislumbra alguna educada queja sobre la soledad a la que la sometía el cónyuge”, aclara el historiador. Sin embargo, Isabel tuvo la última palabra, sobre el emperador, en la elección del hombre que educaría al heredero, el futuro Felipe II, “quien posteriormente convertiría a su madre en modelo a seguir por las sucesivas reinas consortes españolas”.
Juana de Portugal.
Entre todas las infantas portuguesas que acabaron por ser reinas en España el historiador Cassotti no duda en destacar la historia de Juana de Portugal, esposa de Enrique IV el Impotente, a la que ha dedicado recientemente una biografía, “La reina adúltera”. “Una mujer con la capacidad de seducción de una Diana de Gales y la determinación de una Margaret Thatcher, todo ello inoculado con altas dosis de disimulación”, empieza por explicar. “La visión que la historiografía española ha dado de ella está condicionada por la versión del cronista Alonso de Palencia, que la conoció personalmente y la odiaba. Y sobre todo, porque a Juana le tocó el antipático rol de antagonista de una mujer tan emblemática como la futura Isabel la Católica. Pero se olvida que incluso ésta pasó de los once a los diecisiete años de edad en la casa de la reina portuguesa, y que allí adquirió unas destrezas que le permitirían, ya durante su reinado, recibir de un leal y culto súbdito el calificativo de “maestra de disimulaciones”, en el sentido de dominio del arte de gobierno” continúa exponiendo. Mientras Juana había intentado convencer a Isabel de que casara con el rey Alfonso V de Portugal, hermano de la reina, “la infanta castellana había leído, en portugués, una obra de Cristina de Pisán, básica para la formación de las soberanas, que se hallaba en la rica biblioteca de su cuñada. Por otra parte, los once documentos de época que se presentan en su biografía apoyan la hipótesis de que Juana fue sometida a ciertas “maestrías” para solventar la impotencia, que no esterilidad, del marido. Cassoti explica igualmente que el Dr. Maganto Pavón, especialista en urología de un importante hospital de Madrid, considera a alguno de esos documentos como el primer registro histórico conocido de una forma rudimentaria de inseminación artificial o asistida, practicada por físicos judíos a la reina. “Otra cuestión es que el resultado de esas “maestrías” fuera la princesa Juana, la Beltraneja”, puntualiza.
“Mucho antes de que Virginia Woolf escribiera que a una mujer le hacía falta “un cuarto propio” para ser independiente y dedicarse a la escritura, aquella “poderosa señora” portuguesa (según definición del poeta contemporáneo Gómez Manrique), comprendió que una consorte real, si quería llevar adelante sus propias estrategias políticas, debía contar con una sólida base económica”, sigue relatando el historiador. La portuguesa no sólo obtuvo, de su marido, una de las dotes más cuantiosas de la época, sino que la envió a Portugal para ser administrada y mantener a buen recaudo. “Pero su cometido de lograr la “Unión ibérica” por el lado portugués fracasó, porque Juana se topó con alguien más astuto que ella, Fernando de Aragón, el adecuado novio elegido por Isabel”, finaliza Cassotti.
Investigación.
Ha sido un extranjero quien ha traído al conocimiento de los portugueses la vida de estas mujeres olvidadas. Con sus biografías se entiende mejor la historia de Portugal y por consiguiente, la de España. El autor de “Infantas de Portugal. Reinas de España” llevó a cabo una difícil labor de investigación y recopilación de datos porque lo poco que se ha escrito es a través de cronistas e historiadores del pasado que escribieron “con mejor estilo literario que rigor histórico (y un alto grado de intencionalidad política)”. Sus crónicas acabaron por influenciar lo poco que se conoce sobre ellas que responde a clichés o chascarrillos populares. Entre ellos, el que mofaba a Isabel de Portugal, esposa de Fernando VII (“Fea, pobre y portuguesa, ¡chúpate esa!), “olvidando que los estudios de pintura de esa infanta le permitieron aconsejar a su marido la creación de una galería abierta al público donde exponer antiguos cuadros que permanecían arrumbados en un depósito de El Escorial, origen del Museo del Prado de Madrid”, recuerda el historiador.
Las once infantas portuguesas.
Doña Urraca. Reina de León (1150?-1222?)
Hija de Don Alfonso Henriques y de Mafalda, se casó con Fernando II rey de León en 1165, después de enviudar de Raimundo de Borgoña. Madre del rey Alfonso IX de León. El Papa Pascual II anula su matrimonio al que se opuso la nobleza de León y Castila generando un clima de guerra civil en el reino. También hizo frente a su hijo, que fue rey de Galicia, para poder mantener el trono.
Doña Teresa.- Reina de León (1176-1250)
Hija de Don Sancho I y de Dulce, casada con Alfonso IX de León en 1191 con quien tuvo tres hijos (Sancha, Dulce y Fernando), y su matrimonio fue invalidado por ser primos. Transformó el convento benedictino, de Lorvão, en un monasterio cisterciense. Fue beatificada por el Papa Clemente XI en 1705.
Doña Mafalda.- Reina de Castilla (1195-1256).
Hija de Don Sancho I de Portugal y Doña Dulce de Barcelona. Se casó en 1215 con Enrique I de Castilla, hijo de Alfonso VIII. Como ambos eran muy jóvenes el matrimonio no se consumó y se disolvió un año después. Fue monja en Arouca y beatificada en 1793.
Doña Constanza.- Reina de Castilla (1290-1313).
Hija de Don Dinis y Doña Isabel de Aragón. Se casó con Fernando IV de Castilla en 1302 para sellar definitivamente la Paz de Alcanizes firmada cinco años antes. Madre de Alfonso XI de Castilla.
Doña María.- Reina de Castilla (1313-1357).
Hija de Don Alfonso IV de Portugal y Beatriz de Castilla. Se casó con Alfonso XI de Castilla y tardó varios años en darle un heredero, que acabaría por convertirse en Pedro I de Castilla. El rey mantuvo abiertamente una relación extraconyugal con Leonor de Gusmão y la joven reina se marchó a Évora donde estaba la corte de su padre, generando un breve conflicto entre Portugal y Castilla.
Doña Beatriz.- Reina de Castilla (1373-1421?).
Hija de Fernando I de Portugal y de Leonor Teles. Se casó con Juan I de Castilla. Al morir su padre en 1383 Leonor Teles asumió la regencia y proclamó a su hija reina de Portugal. El pueblo no lo aceptó porque consideraba que estaba en causa la independencia de Portugal. La crisis con Castilla acabó en la batalla de Aljubarrota, en 1385, donde los castellanos fueron vencidos.
Doña Isabel.- Reina de Castilla (1428-1496).
Hija del Infanta Don Juan. Casó con Juan II de Castilla y fue madre de Isabel, la católica. Su matrimonio fue acordado por el condestable don Álvaro de Luna, valido de Juan II. Al morir el monarca en 1454, Isabel de Portugal se retiró al castillo de Arévalo, donde pasó el resto de su vida. Durante sus últimos años sufrió, según las crónicas, un grave deterioro mental, que degeneró en demencia.
Doña Juana.- Reina de Castilla (1438-1475).
Hija de Don Duarte de Portugal. Se casó con Enrique IV de Castilla y fue madre de la “Excelente Señora”, Juana la Beltraneja, considerada por muchos hija de los amores adúlteros entre Doña Juana y Don Beltrán de la Cueva.
Doña Isabel.- Reina de España y Emperatriz de Alemania. (1503-1539).
Hija de Don Manuel I y de Doña María, se casó en 1526 con Carlos V. Madre de Felipe II de España (y I de Portugal). Fue regente de España entre 1528 y 1533 y más tarde entre 1535 y 1538, cuando su marido estaba ausente por motivo de guerras. En 1529 firmó el tratado de Portugal sobre sobre las islas Molucas.
Doña Bárbara.- Reina de España (1711-1758).
Hija de Don Juan V de Portugal. Se casó con Fernando VI de España. Ocupó un importante papel en la corte española, especialmente como mediadora entre el rey de Portugal y su esposo. Amante de la música, se sabe que compuso sonatas para una gran orquesta. Promovió la construcción del Convento de las Salesas Reales de Madrid. Su muerte provocó la locura de Fernando VI, que murió un año después.
Doña María Isabel .- Reina de España (1797-1816).
Hija de Don Juan VI de Portugal y Doña Carlota Joaquina. Se casó con Fernando VII de España con el objetivo de reforzar las relaciones entre los dos países. Destacó por su cultura y por su gusto por el arte. Partió de ella la iniciativa de reunir obras de arte de monarcas españoles para crear un museo real, el futuro Museo del Prado. Está sepultada en el Monasterio del Escorial.
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puntos patrióticos : 5574
Registro : 26/07/2013
Re: Las infantas portuguesas que reinaron en España
http://mujeresdeleyenda.blogspot.com.es/2009/12/isabel-de-portugal-la-emperatriz-del.html?m=1
ISABEL DE PORTUGAL, La Emperatriz del Clavel ( I )
Hacia 1500, Lisboa era la gran metrópoli que albergaba a una de las más fastuosas cortes del mundo. Manuel I de Portugal pudo considerarse, con razón, el rey más opulento de Occidente. Este rey, viudo de la infanta Isabel de Aragón y Castilla, se casó con su cuñada la infanta María, cuarta hija de los Reyes Católicos, en la villa portuguesa de Alcacer do Sal. María de Aragón era una mujer muy rubia, de tez blanca, ojos grandes, cara redonda y poco risueña, aunque este último aspecto se contrarrestaba por sus modales amables, discretos y siempre buscando agradar a los demás, demasiado alta para la media de la época, muy religiosa y de completa formación humanística.
Los reyes portugueses tuvieron diez hijos, de los cuales, la segunda sería la infanta Isabel, que nació en la madrugada del 25 de Octubre de 1503 en el palacio real de Lisboa. Físicamente era descrita como alta, de cuerpo esbelto y caminar elegante, de piel blanca como el alabastro, grandes ojos garzos, cabello muy rubio y frondoso, rostro perfectamente ovalado, labios finos, nariz aguileña y manos finas con largos dedos. Su extraordinaria belleza causó gran admiración a propios y extraños, considerándola una de las mujeres más hermosas de su época. En cuanto a sus cualidades era mansa, honesta, callada, discreta y no entrometida, sencilla, amable, simpática, prudente, dulce, desprendida, muy inteligente, poseía fuerza interior y una voluntad firme.
En la prosperidad de la corte portuguesa, Isabel se educó bajo la tutela de su madre con severidad y sobriedad, como correspondía al estilo de su propia formación, pero a la vez recibió un gusto exquisito para vestirse y colocarse alhajas. La reina inculcó a su hija una piedad religiosa profunda, de oración y meditación cotidianas, y gran inclinación a los trabajos manuales como bordar, coser o hilar, siendo Isabel sumamente hábil en estas tareas. Como princesa renacentista que era, estudió las lenguas principales de su época y el latín, recibió lecciones de canto, baile y música, llegando a tocar con destreza varios instrumentos. Dedicaba gran parte de su tiempo a colaborar en los roperos para hacer los ornamentos de iglesias y conventos o cosiendo la ropa interior de los infantes y del rey Manuel, costumbre que heredó de su abuela la reina Isabel y de su madre. Tampoco descuidaba el ejercicio físico realizando habituales paseos, andando o a caballo.
Realizaba obras de caridad, humildad y sacrificio impropias de su edad, dejando en ocasiones boquiabierto a su tutor, el sacerdote don Alvaro Rodrígues, a quien años más tarde la futura emperatriz sabría agradecer su magisterio llamándole a la corte imperial para nombrarle decano de su real capilla. Leía libros de espiritualidad, realizaba frecuentes visitas al monasterio de San Jerónimo de Lisboa y repartía limosnas a los pobres en diferentes poblaciones. Cuando cumplió catorce años, su padre el rey le puso casa propia y le hizo merced y donación de lo que a Isabel le correspondía por herencia y la nombró señora de la ciudad de Viseo y de la villa de Torres Vedrás.
Cuando falleció la reina Maria, tras dar a luz a un infante en 1517, pasó Isabel a hacer las veces de madre con sus hermanos. En su largo testamento, escrito en castellano, la reina dejaba dinero para que se dieran cinco mil misas por su alma, se vistieran cincuenta pobres y se casaran varias huérfanas a su costa. Entre otras peticiones como la liberación de cautivos o el perdón de las deudas a sus criados, rogaba que sus hijas sólo se casaran con reyes o con un príncipe, de no ser así, prefería que se casaran con Dios.
Recién llegado Carlos V a España, en 1518 , envió el rey Manuel a su embajador Alvaro da Costa llevando como misión secreta el tratar su tercer matrimonio con la infanta Leonor de Austria, que estaba prometida al príncipe heredero Juan de Portugal, hijo del rey, y también se tanteó casar a la infanta Isabel con Carlos. Manuel I se había enamorado de Leonor nada más contemplar su retrato y el compromiso matrimonial de su propio hijo con ella fue anulado. Leonor tuvo que obedecer de nuevo a su hermano Carlos.
Un año después del fallecimiento de su madre, Isabel recibiría otro duro golpe: su padre se volvía a casar con Leonor de Austria. Esta boda fue una sorpresa para todos los vasallos portugueses y para la propia familia del rey. La noticia llevó a la desesperación al príncipe heredero, que se decía andaba ya muy enamorado de Leonor. La tensión tuvo que ser insoportable, pues el rey decide desterrar a su hijo de la corte, esperando que la distancia apaciguara su cólera. Sin duda, fueron tiempos difíciles para Isabel, en medio de la disputa entre padre e hijo.
A pesar de aquel mal comienzo, al poco de entrar en Portugal, la nueva reina Leonor se ganó el cariño del pueblo por su carácter afable, natural discreción y ánimo piadoso. Supo ser para sus hijastros, también otra madre que compartía con Isabel las preocupaciones y desvelos propios de su cuidado e Isabel se preocupó siempre de cuidar de que la nueva reina se encontrara a gusto. Fruto de este matrimonio nacerían dos hijos: Carlos, murió con apenas unos meses, y María. En 1521, Isabel despedía a su hermana Beatriz que se marchaba de Portugal para casarse con el duque Carlos III de Saboya.
El rey Manuel murió el 13 de diciembre de 1521, víctima de una peste bubónica. Parece que el soberano llamó en privado a su hijo y heredero Juan, poco antes de expirar, y le conminó a que trabajase todo lo posible para llevar adelante el matrimonio de su hija con el emperador. El moribundo rey estuvo asistido en todo momento por su esposa y por Isabel. Ambas se llevaban muy bien y eran afines en gustos y edades.
A la muerte del rey, Leonor e Isabel se apartaron del ruido cortesano y se aislaron en el palacio de la Ribeira, donde había fallecido Manuel I. Allí se dedicaron a su recuerdo y a la oración. Hasta tal punto fue así que apenas participarían en los festejos que siguieron al acto de juramento y proclamación del nuevo rey portugués. Ordenó éste que la hermosa comitiva que le acompañaba en los festejos con músicos, trompetas, chirimías y atabales, permanecieran en silencio al pasar ante el palacio real, para respetar el dolor de la viuda y de la hija, ausentes en las manifestaciones de aquella alegría. Parece que la reina viuda y la infanta se retiraron después a Xábregas y más tarde lo hicieron en las casas del duque de Braganza en Lisboa.
El pueblo presionaba a su joven rey para que se casara con su madrastra que contaba con la devoción de las masas, sin embargo, a Juan III le repugnaba la idea de casarse con la viuda de su propio padre. Leonor recibió la noticia de que Carlos V deseaba su vuelta y la de su hija María a España. Pero el rey y los nobles portugueses nunca permitieron salir del reino a la infanta María. Leonor solicitó permanecer en Portugal más tiempo para disfrutar de la presencia de su hija y, también, por la amistad que la unía a Isabel. De inmediato, el rey, Leonor e Isabel se trasladaron al palacio de caza de Almeirim, situado en los bosques del norte de Lisboa. Cuando regresa a España, Leonor deja con todo el dolor de su corazón a su pequeña hija en Portugal, de apenas un año de edad, al cuidado de la infanta Isabel.
ISABEL DE PORTUGAL, La Emperatriz del Clavel ( I )
Hacia 1500, Lisboa era la gran metrópoli que albergaba a una de las más fastuosas cortes del mundo. Manuel I de Portugal pudo considerarse, con razón, el rey más opulento de Occidente. Este rey, viudo de la infanta Isabel de Aragón y Castilla, se casó con su cuñada la infanta María, cuarta hija de los Reyes Católicos, en la villa portuguesa de Alcacer do Sal. María de Aragón era una mujer muy rubia, de tez blanca, ojos grandes, cara redonda y poco risueña, aunque este último aspecto se contrarrestaba por sus modales amables, discretos y siempre buscando agradar a los demás, demasiado alta para la media de la época, muy religiosa y de completa formación humanística.
Los reyes portugueses tuvieron diez hijos, de los cuales, la segunda sería la infanta Isabel, que nació en la madrugada del 25 de Octubre de 1503 en el palacio real de Lisboa. Físicamente era descrita como alta, de cuerpo esbelto y caminar elegante, de piel blanca como el alabastro, grandes ojos garzos, cabello muy rubio y frondoso, rostro perfectamente ovalado, labios finos, nariz aguileña y manos finas con largos dedos. Su extraordinaria belleza causó gran admiración a propios y extraños, considerándola una de las mujeres más hermosas de su época. En cuanto a sus cualidades era mansa, honesta, callada, discreta y no entrometida, sencilla, amable, simpática, prudente, dulce, desprendida, muy inteligente, poseía fuerza interior y una voluntad firme.
En la prosperidad de la corte portuguesa, Isabel se educó bajo la tutela de su madre con severidad y sobriedad, como correspondía al estilo de su propia formación, pero a la vez recibió un gusto exquisito para vestirse y colocarse alhajas. La reina inculcó a su hija una piedad religiosa profunda, de oración y meditación cotidianas, y gran inclinación a los trabajos manuales como bordar, coser o hilar, siendo Isabel sumamente hábil en estas tareas. Como princesa renacentista que era, estudió las lenguas principales de su época y el latín, recibió lecciones de canto, baile y música, llegando a tocar con destreza varios instrumentos. Dedicaba gran parte de su tiempo a colaborar en los roperos para hacer los ornamentos de iglesias y conventos o cosiendo la ropa interior de los infantes y del rey Manuel, costumbre que heredó de su abuela la reina Isabel y de su madre. Tampoco descuidaba el ejercicio físico realizando habituales paseos, andando o a caballo.
Realizaba obras de caridad, humildad y sacrificio impropias de su edad, dejando en ocasiones boquiabierto a su tutor, el sacerdote don Alvaro Rodrígues, a quien años más tarde la futura emperatriz sabría agradecer su magisterio llamándole a la corte imperial para nombrarle decano de su real capilla. Leía libros de espiritualidad, realizaba frecuentes visitas al monasterio de San Jerónimo de Lisboa y repartía limosnas a los pobres en diferentes poblaciones. Cuando cumplió catorce años, su padre el rey le puso casa propia y le hizo merced y donación de lo que a Isabel le correspondía por herencia y la nombró señora de la ciudad de Viseo y de la villa de Torres Vedrás.
Cuando falleció la reina Maria, tras dar a luz a un infante en 1517, pasó Isabel a hacer las veces de madre con sus hermanos. En su largo testamento, escrito en castellano, la reina dejaba dinero para que se dieran cinco mil misas por su alma, se vistieran cincuenta pobres y se casaran varias huérfanas a su costa. Entre otras peticiones como la liberación de cautivos o el perdón de las deudas a sus criados, rogaba que sus hijas sólo se casaran con reyes o con un príncipe, de no ser así, prefería que se casaran con Dios.
Recién llegado Carlos V a España, en 1518 , envió el rey Manuel a su embajador Alvaro da Costa llevando como misión secreta el tratar su tercer matrimonio con la infanta Leonor de Austria, que estaba prometida al príncipe heredero Juan de Portugal, hijo del rey, y también se tanteó casar a la infanta Isabel con Carlos. Manuel I se había enamorado de Leonor nada más contemplar su retrato y el compromiso matrimonial de su propio hijo con ella fue anulado. Leonor tuvo que obedecer de nuevo a su hermano Carlos.
Un año después del fallecimiento de su madre, Isabel recibiría otro duro golpe: su padre se volvía a casar con Leonor de Austria. Esta boda fue una sorpresa para todos los vasallos portugueses y para la propia familia del rey. La noticia llevó a la desesperación al príncipe heredero, que se decía andaba ya muy enamorado de Leonor. La tensión tuvo que ser insoportable, pues el rey decide desterrar a su hijo de la corte, esperando que la distancia apaciguara su cólera. Sin duda, fueron tiempos difíciles para Isabel, en medio de la disputa entre padre e hijo.
A pesar de aquel mal comienzo, al poco de entrar en Portugal, la nueva reina Leonor se ganó el cariño del pueblo por su carácter afable, natural discreción y ánimo piadoso. Supo ser para sus hijastros, también otra madre que compartía con Isabel las preocupaciones y desvelos propios de su cuidado e Isabel se preocupó siempre de cuidar de que la nueva reina se encontrara a gusto. Fruto de este matrimonio nacerían dos hijos: Carlos, murió con apenas unos meses, y María. En 1521, Isabel despedía a su hermana Beatriz que se marchaba de Portugal para casarse con el duque Carlos III de Saboya.
El rey Manuel murió el 13 de diciembre de 1521, víctima de una peste bubónica. Parece que el soberano llamó en privado a su hijo y heredero Juan, poco antes de expirar, y le conminó a que trabajase todo lo posible para llevar adelante el matrimonio de su hija con el emperador. El moribundo rey estuvo asistido en todo momento por su esposa y por Isabel. Ambas se llevaban muy bien y eran afines en gustos y edades.
A la muerte del rey, Leonor e Isabel se apartaron del ruido cortesano y se aislaron en el palacio de la Ribeira, donde había fallecido Manuel I. Allí se dedicaron a su recuerdo y a la oración. Hasta tal punto fue así que apenas participarían en los festejos que siguieron al acto de juramento y proclamación del nuevo rey portugués. Ordenó éste que la hermosa comitiva que le acompañaba en los festejos con músicos, trompetas, chirimías y atabales, permanecieran en silencio al pasar ante el palacio real, para respetar el dolor de la viuda y de la hija, ausentes en las manifestaciones de aquella alegría. Parece que la reina viuda y la infanta se retiraron después a Xábregas y más tarde lo hicieron en las casas del duque de Braganza en Lisboa.
El pueblo presionaba a su joven rey para que se casara con su madrastra que contaba con la devoción de las masas, sin embargo, a Juan III le repugnaba la idea de casarse con la viuda de su propio padre. Leonor recibió la noticia de que Carlos V deseaba su vuelta y la de su hija María a España. Pero el rey y los nobles portugueses nunca permitieron salir del reino a la infanta María. Leonor solicitó permanecer en Portugal más tiempo para disfrutar de la presencia de su hija y, también, por la amistad que la unía a Isabel. De inmediato, el rey, Leonor e Isabel se trasladaron al palacio de caza de Almeirim, situado en los bosques del norte de Lisboa. Cuando regresa a España, Leonor deja con todo el dolor de su corazón a su pequeña hija en Portugal, de apenas un año de edad, al cuidado de la infanta Isabel.
En 1525 se hallaban reunidas las Cortes en Toledo y era uno de los temas a debatir el asunto del matrimonio del rey-emperador. Leonor de Austria defendió el proyecto de una doble alianza matrimonial con Portugal mediante los enlaces de su hermana Catalina con Juan III y de Carlos V con la bella Isabel. Las Cortes, que buscaban una mayor vinculación de Carlos con la Península, consideraron que el matrimonio con Isabel sería muy conveniente a nivel económico y político, también, por las cualidades morales y deslumbrante belleza de la infanta portuguesa, que la convertían en una candidata ideal para ocupar el trono imperial.
Aunque la diplomacia imperial había sopesado el matrimonio con la princesa inglesa María Tudor, era todavía una niña de diez años y se hubiera necesitado una espera dilatada. Por todo ello, Carlos V se convenció muy pronto de que Isabel de Portugal era la mujer que le convenía. Se envió desde Toledo a Lisboa como embajador a Don Juan de Zuñiga con el encargo de ultimar los preparativos para traerla a España. El 17 de Octubre de 1525 se firmaron las capitulaciones matrimoniales. El rey portugués otorgó a su hermana una fabulosa dote de 900.000 doblas de oro castellanas de 365 maravedíes la dobla.
Cuando llegó la dispensa papal que autorizaba el enlace entre parientes consanguineos, Isabel y Carlos eran primos, el 1 de noviembre de 1525 se celebraron las ceremonias de esponsales por poderes en el palacio de Almeirim. El señor de La Chaulx representaba al emperador en calidad de procurador. En uno de los salones del palacio, decorado con tapices de simbología religiosa y un sitial con riquísimo dosel de brocado, al anochecer, dio inicio la ceremonia. Actuó como maestro el capellán mayor del rey y obispo de Lamego, don Fernando de Meneses Coutinho y Vasconcelos, acompañado de toda la real capilla. Habló primero Isabel y a continuación lo hizo el procurador Charles de Pouper. Cuando el capellán dio su bendición, la nueva emperatriz se acercó a los reyes portugueses Juan y Catalina de Austria para besarles las manos, pero ambos no se lo permitieron. Después comenzó el besamanos oficial a los reyes, haciéndolo en primer lugar sus hermanos los infantes, que se acercaron por riguroso orden de edad. Más tarde lo hace el personal asistente al acto, que también besarán la mano de la emperatriz.
Concluida la ceremonia se organizó un brillante sarao. Isabel estaba sentada entre los reyes, pero participó activamente en la fiesta. Bailó con su cuñada Catalina, embarazada de su primer hijo, el rey bailó con doña Ana de Tavora y los infantes lo hicieron con damas del Palacio y de la Casa de la Reina, excluido el joven infante Alfonso, que llevaba a sus dieciseis años el hábito rojo cardenalicio. Dicen algunas fuentes que la fiesta concluyó a las dos de la madrugada. Y hasta es posible que se representara en estreno la obra de Gil Vicente Dom Duardos, que recogen algunas fuentes. Hubo de repetirse la ceremonia del enlace el 20 de enero de 1526 por insuficiencia de la dispensa llegada de Roma, teniendo que solicitarse una nueva dispensa. Ofició, como la primera vez, el capellán mayor del palacio. Es aquí cuando pudo representarse la tragicomedia de Gil Vicente, Templo del Apolo.
Fuentes:
M.Isabel Piqueras Villaldea, Carlos V y la Emperatriz Isabel . 2000 Editorial Actas, S.L
Fernando Gonzalez-Doria, Las Reinas de España. 1989 Editorial Bitácora.S.A
Antonio Villacorta, La Emperatriz Isabel. 2009 Editorial Actas S.L
http://elsiglodeoro.wordpress.com/2009/03/10/la-emperatriz-isabel-de-portugal-i/
http://www.altesses.eu/
Fuentes:
M.Isabel Piqueras Villaldea, Carlos V y la Emperatriz Isabel . 2000 Editorial Actas, S.L
Fernando Gonzalez-Doria, Las Reinas de España. 1989 Editorial Bitácora.S.A
Antonio Villacorta, La Emperatriz Isabel. 2009 Editorial Actas S.L
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