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la Guerra civil española
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Re: la Guerra civil española
Unjha muy significativa es "La Vaquilla", rodada entre otras ubicaciones en Sos del rey Católico y que evidencia con un toque de humor lo absurdo de una guerra y mucho mas el de una guerra civil.¡
CALZADA- Cantidad de envíos : 1619
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Re: la Guerra civil española
CALZADA escribió:Unjha muy significativa es "La Vaquilla", rodada entre otras ubicaciones en Sos del rey Católico y que evidencia con un toque de humor lo absurdo de una guerra y mucho mas el de una guerra civil.¡
cierto.
jabali- Cantidad de envíos : 2580
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Re: la Guerra civil española
Desde el comienzo del Asedio del Alcázar de Toledo, Francisco Franco tomó la decisión de liberarlo, decisión que algunos historiadores (civiles y militares) aún hoy consideran controvertida pues dicen, lo que de retraso supuso en la marcha sobre Madrid, supuso también de alargamiento innecesario en la Cruzada de Liberación (Guerra Civil a decir por los mismos historiadores). Sin embargo, el propio Franco entendió la trascendencia de su decisión de tal manera que, cuando al día siguiente de su liberación llegó al Alcázar, pronunció la famosa frase de “ahora sí hemos ganado la guerra”. Guerra que acababa de empezar y que evidentemente entonces no se sabía lo que duraría.
Los defensores, los heroicos defensores del Alcázar de Toledo, tenían puestas sus esperanzas en dos personas. Primero en la Inmaculada, Patrona de Infantería (patronazgo que el gobierno de la Segunda República se había encargado de suspender), ante cuya imagen se acogieron y con fe la rezaron durante todo el Asedio. Y también en Francisco Franco. Éste, desde el primer momento y por medio de los mensajes que, junto con algunos víveres, les lanzaba sobre el Alcázar la Aviación Nacional, les comunicó que avanzaba hacia ellos, que resistiesen, que les iba a liberar. Tenían tan claro los defensores que Franco acudiría en su ayuda que, cuando los medios de comunicación republicanos empezaron a difundir la falsa noticia de la rendición del Alcázar, no dudaron en intentar contactar con las tropas nacionales para desmentirla. Y ahí el heroico sacrificio del Capitán Alba, que consiguió su propósito con la entrega de su vida.
Los defensores, los heroicos defensores del Alcázar de Toledo, tenían puestas sus esperanzas en dos personas. Primero en la Inmaculada, Patrona de Infantería (patronazgo que el gobierno de la Segunda República se había encargado de suspender), ante cuya imagen se acogieron y con fe la rezaron durante todo el Asedio. Y también en Francisco Franco. Éste, desde el primer momento y por medio de los mensajes que, junto con algunos víveres, les lanzaba sobre el Alcázar la Aviación Nacional, les comunicó que avanzaba hacia ellos, que resistiesen, que les iba a liberar. Tenían tan claro los defensores que Franco acudiría en su ayuda que, cuando los medios de comunicación republicanos empezaron a difundir la falsa noticia de la rendición del Alcázar, no dudaron en intentar contactar con las tropas nacionales para desmentirla. Y ahí el heroico sacrificio del Capitán Alba, que consiguió su propósito con la entrega de su vida.
jabali- Cantidad de envíos : 2580
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Re: la Guerra civil española
Ambos, tanto la Virgen del Alcázar como Francisco Franco, cumplieron con los defensores. Todo el Asedio constituye un continuo milagro, pues sólo reconociéndolo así puede entenderse la resistencia y la defensa. Como ejemplo cabe llamar la atención sobre el hecho de que a pesar de las pésimas condiciones higiénicas en las que vivieron hacinadas casi dos mil personas durante setenta días en los sótanos del Alcázar, no se produjera ninguna muerte por enfermedad, e incluso hasta se dieran dos nacimientos, personas que aún están vivas. Existen muchos detalles, algunos que se recuerdan y otros que desaparecieron en la memoria de los que ya no están con nosotros, que avalan la existencia del milagro durante la defensa, como prueba evidente del continuo amparo maternal ejercido por Santa María del Alcázar.
Y Franco también cumplió. Y cuando llegó al punto donde la marcha de sus tropas debían cambiar de dirección para llegar a Toledo en lugar de seguir para Madrid, incluso contando con la opinión en contra de alguno de sus más allegados colaboradores, obedeciendo a la palabra dada, se dirigió a liberar Toledo y su Alcázar, consiguiendo llegar justo cuando la defensa era ya casi insostenible. Llegó lo que se dice “in extremis”. Lo cual también se puede considerar milagroso. Un par de días más tarde y sabe Dios lo que se hubieran encontrado las primeras fuerzas nacionales que entraron en Toledo. Sin embargo, la llegada puntual, en primer lugar del Teniente Huerta la noche del 27 de septiembre, y la del General Varela en la mañana del día 28, son las que permitieron que el Coronel Moscardó pudiera pronunciar su famosa frase “sin novedad en el Alcázar, mi General”. Llegadas que no se hubieran producido y frase que no se hubiera podido pronunciar si Francisco Franco no hubiera tomado su histórica decisión de liberar el Alcázar de Toledo.
Y Franco también cumplió. Y cuando llegó al punto donde la marcha de sus tropas debían cambiar de dirección para llegar a Toledo en lugar de seguir para Madrid, incluso contando con la opinión en contra de alguno de sus más allegados colaboradores, obedeciendo a la palabra dada, se dirigió a liberar Toledo y su Alcázar, consiguiendo llegar justo cuando la defensa era ya casi insostenible. Llegó lo que se dice “in extremis”. Lo cual también se puede considerar milagroso. Un par de días más tarde y sabe Dios lo que se hubieran encontrado las primeras fuerzas nacionales que entraron en Toledo. Sin embargo, la llegada puntual, en primer lugar del Teniente Huerta la noche del 27 de septiembre, y la del General Varela en la mañana del día 28, son las que permitieron que el Coronel Moscardó pudiera pronunciar su famosa frase “sin novedad en el Alcázar, mi General”. Llegadas que no se hubieran producido y frase que no se hubiera podido pronunciar si Francisco Franco no hubiera tomado su histórica decisión de liberar el Alcázar de Toledo.
jabali- Cantidad de envíos : 2580
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Re: la Guerra civil española
La munición, clave
El 18 de julio de 1936, pese a que el Alcázar albergaba las academias de Infantería, Caballería e Intendencia, no había ningún alumno en el recinto por estar todos de permiso, si bien un reducido grupo de ellos se incorporaría a la defensa voluntariamente. Así, el peso de la resistencia iba a recaer en las Fuerzas de Guarnición en Toledo –350 hombres– y las de la Guardia Civil de la plaza y provincia –700 hombres–. A ellos se sumarían aproximadamente 100 milicianos, en su mayoría falangistas, más otros 50 hombres de distintas procedencias. Todos quedaron bajo el mando del comandante militar de Toledo, el coronel José Moscardó Ituarte, director de la Escuela de Gimnasia.
Después de unos confusos días iniciales, el 21 de julio fue proclamado el estado de guerra por las fuerzas sublevadas. Ese mismo día se produjo el primer bombardeo sobre el Alcázar y la columna Riquelme, enviada desde Madrid con más de 1.600 hombres, artillería y blindados, llegó al cementerio de Toledo, reforzando a los grupos armados izquierdistas. Sin embargo, ese día tuvo lugar un hecho trascendental: los sublevados trasladaron más de 700.000 cartuchos hasta la academia gracias al buen hacer del comandante Méndez Parada, lo que garantizaba la provisión de municiones para un largo asedio. La llegada de la fuerza de Riquelme decidió a Moscardó a replegar todas sus fuerzas sobre el núcleo del Alcázar, pudiéndose decir que el asedio comenzó efectivamente el día 22 de julio de 1936, lo que hizo proclamar a la radio madrileña una de las primeras mentiras que, a la larga, resultarían contraproducentes para el bando republicano: «El Alcázar, que se resistió hasta el último momento, fue definitivamente tomado por las tropas de Asalto y la Guardia Civil».
70 días de fuego
Cuando los aproximadamente 1.200 defensores, 600 familiares y un muy reducido grupo de prisioneros se encerraron definitivamente en el perímetro defensivo de la fortaleza, aparecieron para el mando los problemas que para la subsistencia presentaba un asedio que ya se empezaba a adivinar largo, aunque no tanto como lo que al final resultó. Los defensores sólo contaban con 1.200 fusiles y mosquetones, 13 ametralladoras y 13 fusiles-ametralladores, 200 granadas de mano, dos cañones de 70 milímetros y un mortero ligero con poca munición.
El resto del mes de julio vio el reforzamiento de las fuerzas republicanas, en especial en piezas de artillería, destacando la batería de 155 mm que instalaron en la Dehesa de Pinedo y que, junto a otras piezas de menor calibre más las que irían sumándose a lo largo del asedio, constituyeron la pesadilla de los defensores. La primera quincena de agosto discurrió con los atacantes perfeccionando el cerco sobre el Alcázar, incrementando el poder destructivo de su artillería. Los sitiados siguieron mostrando por su parte elevada moral, organizando incluso un partido de fútbol en el patio y, el día 6, hasta una fiesta circense, lujos que pronto hubieron de abandonar por la dureza del cerco.
La segunda quincena fue mucho más dura. Ante el empuje de las columnas africanas y la ocupación de Badajoz, los atacantes se emplearon mucho más contundentemente contra la fortaleza, de forma que la batería pesada de 155 milímetros comenzó a tirar únicamente contra la fachada norte buscando abrir brecha –lo que se logró el día 24 de agosto–. No obstante, empezaron a oírse voces aseverando que la única forma de destruir el Alcázar era desde el subsuelo, por lo que empezaron los trabajos en galerías subterráneas para tal fin, siendo abortada una primera mina el 16 de agosto gracias a una audaz reacción de los defensores.
Como resultado de todo ello, las bajas entre los sitiados aumentaron sensiblemente durante este mes de agosto y la moral empezaba a sufrir por las penurias del asedio, si bien el 23 de agosto un avión nacional lanzó un mensaje de Franco que confirmaba su voluntad de liberar el Alcázar.
Con 20 piezas batiendo ahora el Alcázar, los republicanos lograron tirar el día 4 de septiembre el torreón nordeste, que recibió no menos de 138 impactos directos de calibre 155. El torreón noroeste, después de encajar 285 cañonazos, cayó también derribado el día 8. Los atacantes llegaron a contar hacia el final del asedio con más de 5.500 hombres.
Efecto psiológico
En septiembre, los atacantes intentaron presionar psicológicamente a sus adversarios, enviando emisarios que les intimaron directa o indirectamente a la rendición. El comandante Vicente Rojo y el padre Camarasa fueron los primeros, además de la embajada de Chile y la Cruz Roja.
El 18 de septiembre, los atacantes prepararon un asalto definitivo que había de suceder a la voladura de dos minas, cargadas con 2.500 kilos de trilita cada una, y a una contundente preparación artillera. Más de 4.200 hombres se lanzarían al asalto de las ruinas. Frente a ellos, 348 hombres útiles para defender el perímetro exterior, 279 el propio Alcázar y 428 para actuar como fuerza de maniobra. Era tal la confianza en el éxito de este ataque que acudieron a verlo el presidente de Gobierno, ministros, otros políticos destacados y periodistas nacionales e internacionales.
El 18 de julio de 1936, pese a que el Alcázar albergaba las academias de Infantería, Caballería e Intendencia, no había ningún alumno en el recinto por estar todos de permiso, si bien un reducido grupo de ellos se incorporaría a la defensa voluntariamente. Así, el peso de la resistencia iba a recaer en las Fuerzas de Guarnición en Toledo –350 hombres– y las de la Guardia Civil de la plaza y provincia –700 hombres–. A ellos se sumarían aproximadamente 100 milicianos, en su mayoría falangistas, más otros 50 hombres de distintas procedencias. Todos quedaron bajo el mando del comandante militar de Toledo, el coronel José Moscardó Ituarte, director de la Escuela de Gimnasia.
Después de unos confusos días iniciales, el 21 de julio fue proclamado el estado de guerra por las fuerzas sublevadas. Ese mismo día se produjo el primer bombardeo sobre el Alcázar y la columna Riquelme, enviada desde Madrid con más de 1.600 hombres, artillería y blindados, llegó al cementerio de Toledo, reforzando a los grupos armados izquierdistas. Sin embargo, ese día tuvo lugar un hecho trascendental: los sublevados trasladaron más de 700.000 cartuchos hasta la academia gracias al buen hacer del comandante Méndez Parada, lo que garantizaba la provisión de municiones para un largo asedio. La llegada de la fuerza de Riquelme decidió a Moscardó a replegar todas sus fuerzas sobre el núcleo del Alcázar, pudiéndose decir que el asedio comenzó efectivamente el día 22 de julio de 1936, lo que hizo proclamar a la radio madrileña una de las primeras mentiras que, a la larga, resultarían contraproducentes para el bando republicano: «El Alcázar, que se resistió hasta el último momento, fue definitivamente tomado por las tropas de Asalto y la Guardia Civil».
70 días de fuego
Cuando los aproximadamente 1.200 defensores, 600 familiares y un muy reducido grupo de prisioneros se encerraron definitivamente en el perímetro defensivo de la fortaleza, aparecieron para el mando los problemas que para la subsistencia presentaba un asedio que ya se empezaba a adivinar largo, aunque no tanto como lo que al final resultó. Los defensores sólo contaban con 1.200 fusiles y mosquetones, 13 ametralladoras y 13 fusiles-ametralladores, 200 granadas de mano, dos cañones de 70 milímetros y un mortero ligero con poca munición.
El resto del mes de julio vio el reforzamiento de las fuerzas republicanas, en especial en piezas de artillería, destacando la batería de 155 mm que instalaron en la Dehesa de Pinedo y que, junto a otras piezas de menor calibre más las que irían sumándose a lo largo del asedio, constituyeron la pesadilla de los defensores. La primera quincena de agosto discurrió con los atacantes perfeccionando el cerco sobre el Alcázar, incrementando el poder destructivo de su artillería. Los sitiados siguieron mostrando por su parte elevada moral, organizando incluso un partido de fútbol en el patio y, el día 6, hasta una fiesta circense, lujos que pronto hubieron de abandonar por la dureza del cerco.
La segunda quincena fue mucho más dura. Ante el empuje de las columnas africanas y la ocupación de Badajoz, los atacantes se emplearon mucho más contundentemente contra la fortaleza, de forma que la batería pesada de 155 milímetros comenzó a tirar únicamente contra la fachada norte buscando abrir brecha –lo que se logró el día 24 de agosto–. No obstante, empezaron a oírse voces aseverando que la única forma de destruir el Alcázar era desde el subsuelo, por lo que empezaron los trabajos en galerías subterráneas para tal fin, siendo abortada una primera mina el 16 de agosto gracias a una audaz reacción de los defensores.
Como resultado de todo ello, las bajas entre los sitiados aumentaron sensiblemente durante este mes de agosto y la moral empezaba a sufrir por las penurias del asedio, si bien el 23 de agosto un avión nacional lanzó un mensaje de Franco que confirmaba su voluntad de liberar el Alcázar.
Con 20 piezas batiendo ahora el Alcázar, los republicanos lograron tirar el día 4 de septiembre el torreón nordeste, que recibió no menos de 138 impactos directos de calibre 155. El torreón noroeste, después de encajar 285 cañonazos, cayó también derribado el día 8. Los atacantes llegaron a contar hacia el final del asedio con más de 5.500 hombres.
Efecto psiológico
En septiembre, los atacantes intentaron presionar psicológicamente a sus adversarios, enviando emisarios que les intimaron directa o indirectamente a la rendición. El comandante Vicente Rojo y el padre Camarasa fueron los primeros, además de la embajada de Chile y la Cruz Roja.
El 18 de septiembre, los atacantes prepararon un asalto definitivo que había de suceder a la voladura de dos minas, cargadas con 2.500 kilos de trilita cada una, y a una contundente preparación artillera. Más de 4.200 hombres se lanzarían al asalto de las ruinas. Frente a ellos, 348 hombres útiles para defender el perímetro exterior, 279 el propio Alcázar y 428 para actuar como fuerza de maniobra. Era tal la confianza en el éxito de este ataque que acudieron a verlo el presidente de Gobierno, ministros, otros políticos destacados y periodistas nacionales e internacionales.
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Re: la Guerra civil española
El asalto final
Tras las voladuras brutales, que provocaron la caída del torreón suroeste y casi toda la fachada oeste, tuvo lugar el asalto republicano, que logró poner los pies en el Alcázar coronando las ruinas de la cara norte con una bandera roja. Ante esta situación que podía provocar la caída definitiva de la fortaleza, un grupo de jóvenes tenientes logró trepar hasta las ruinas y desalojar al enemigo.
El domingo 27 de septiembre de 1936, el teniente Lahuerta Ciordia, al frente de una sección de Regulares de Tetuán, estableció contacto con los cercados, quienes, con el fusil a la cara, les recibieron con todo tipo de prevenciones a pesar de los gritos del oficial: «¡Somos de Regulares. Toledo es de España!» Sólo las cornetas de la V Bandera de Tiede tocando la contraseña de la Legión terminaron por convencer a los sitiados de que, efectivamente, el cerco había terminado. Atrás quedaban 70 días de asedio, 13.000 impactos directos de artillería, una guarnición al borde de la inanición, más de 500 heridos y casi 100 muertos. Franco, con un tanto político en su haber que le daba enteros para su próxima elección como Generalísimo, oía, asombrado como el resto del mundo, el parte de Moscardó en la cuna de la Infantería española: «¡Sin novedad en el Alcázar, mi general!».
Clásico inagotable en cine y en libros
El asedio al Alcázar de Toledo ha sido llevado al cine en varias ocasiones en películas de la inmediata posguerra, como «El Alcázar no se riende» y «Sin novedad en el Alcázar», alimentando la mitología de unos de los episodios de mayor carga simbólica. Los libros, por otra parte, también se han sucedido. Entre ellos, unos de los más notables fue el que escribió el corresponsal de «The New York Times» en la Guerra Civil española, Herbert L. Matthews, «El yugo y las flechas». La Esfera de los Libros acaba de publicar una historia gráfica y Susaeta le dedica un buen espacio en «Batallas de la Guerra Civil española».
Tras las voladuras brutales, que provocaron la caída del torreón suroeste y casi toda la fachada oeste, tuvo lugar el asalto republicano, que logró poner los pies en el Alcázar coronando las ruinas de la cara norte con una bandera roja. Ante esta situación que podía provocar la caída definitiva de la fortaleza, un grupo de jóvenes tenientes logró trepar hasta las ruinas y desalojar al enemigo.
El domingo 27 de septiembre de 1936, el teniente Lahuerta Ciordia, al frente de una sección de Regulares de Tetuán, estableció contacto con los cercados, quienes, con el fusil a la cara, les recibieron con todo tipo de prevenciones a pesar de los gritos del oficial: «¡Somos de Regulares. Toledo es de España!» Sólo las cornetas de la V Bandera de Tiede tocando la contraseña de la Legión terminaron por convencer a los sitiados de que, efectivamente, el cerco había terminado. Atrás quedaban 70 días de asedio, 13.000 impactos directos de artillería, una guarnición al borde de la inanición, más de 500 heridos y casi 100 muertos. Franco, con un tanto político en su haber que le daba enteros para su próxima elección como Generalísimo, oía, asombrado como el resto del mundo, el parte de Moscardó en la cuna de la Infantería española: «¡Sin novedad en el Alcázar, mi general!».
Clásico inagotable en cine y en libros
El asedio al Alcázar de Toledo ha sido llevado al cine en varias ocasiones en películas de la inmediata posguerra, como «El Alcázar no se riende» y «Sin novedad en el Alcázar», alimentando la mitología de unos de los episodios de mayor carga simbólica. Los libros, por otra parte, también se han sucedido. Entre ellos, unos de los más notables fue el que escribió el corresponsal de «The New York Times» en la Guerra Civil española, Herbert L. Matthews, «El yugo y las flechas». La Esfera de los Libros acaba de publicar una historia gráfica y Susaeta le dedica un buen espacio en «Batallas de la Guerra Civil española».
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Re: la Guerra civil española
Preparando las minas para la voladura.
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Re: la Guerra civil española
LAS MINAS DEL ALCÁZAR DE TOLEDO
Cuando el día 18 de septiembre de 1936, a las seis y media de la mañana, hacen explosión las dos minas, ningún miembro de la columna del Teniente Coronel Barceló puede dar crédito a sus ojos cuando "los del Alcázar" repelen su terrible ataque, minuciosamente preparado la noche anterior. Ni siquiera los importantes testigos, políticos, periodistas y curiosos, pueden salir de su asombro y decepción.
Estos defensores, desnutridos y débiles, que se habían encerrado voluntariamente el día 21 de julio en el recinto de la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, habían vencido a la guerra de minas lanzada por el Ejército de la República. Los guardias civiles y sus familias, militares y paisanos, a las órdenes del Coronel Moscardó, se mantenían únicamente de esperanza y fe, de fervor religioso a la espera de las prometidas columnas de liberación del General Varela que, poco a poco, se acercaban a Toledo venciendo las resistencias que encontraban a su paso.
Vamos a entrar en un edificio histórico que, escarmentado de los varios incendios de tiempos atrás, se reconstruye en 1887 con hierro y piedra. La gran consistencia y espesor de sus muros, que aumentaba hasta varios metros en la parte más baja, fue uno de los secretos de su resistencia a las voladuras e impactos de artillería, que, situadas sus baterías de 155, 105 y 75 milímetros en la Dehesa de Pinedo (al Norte), San Servando y Alijares (al Este), descarga miles de disparos contra los muros del Alcázar, sin alcanzar apenas a los cerca de dos mil habitantes de la fortaleza, aunque derriba torre tras torre, fachada tras fachada.
Pero vamos a ver a continuación la labor de mina, el ataque y la defensa.
EL PRIMER INTENTO
A principios del mes de agosto visita Toledo el Ministro de la Guerra, Teniente Coronel Hernández Saravia, acompañado del ingeniero de minas Federico Lusinger para estudiar la idea de una explosión subterránea. A su regreso a Madrid, se aprueba en consejo de ministros la entrada en escena de esta nueva dimensión en el asedio. Inmediatamente se intenta una primera galería desde el Hotel Imperial, situado en Zocodover, pero se abandona por las condiciones poco favorables del terreno, al ser de roca muy dura y suponer un avance demasiado lento.
Cuando el día 18 de septiembre de 1936, a las seis y media de la mañana, hacen explosión las dos minas, ningún miembro de la columna del Teniente Coronel Barceló puede dar crédito a sus ojos cuando "los del Alcázar" repelen su terrible ataque, minuciosamente preparado la noche anterior. Ni siquiera los importantes testigos, políticos, periodistas y curiosos, pueden salir de su asombro y decepción.
Estos defensores, desnutridos y débiles, que se habían encerrado voluntariamente el día 21 de julio en el recinto de la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, habían vencido a la guerra de minas lanzada por el Ejército de la República. Los guardias civiles y sus familias, militares y paisanos, a las órdenes del Coronel Moscardó, se mantenían únicamente de esperanza y fe, de fervor religioso a la espera de las prometidas columnas de liberación del General Varela que, poco a poco, se acercaban a Toledo venciendo las resistencias que encontraban a su paso.
Vamos a entrar en un edificio histórico que, escarmentado de los varios incendios de tiempos atrás, se reconstruye en 1887 con hierro y piedra. La gran consistencia y espesor de sus muros, que aumentaba hasta varios metros en la parte más baja, fue uno de los secretos de su resistencia a las voladuras e impactos de artillería, que, situadas sus baterías de 155, 105 y 75 milímetros en la Dehesa de Pinedo (al Norte), San Servando y Alijares (al Este), descarga miles de disparos contra los muros del Alcázar, sin alcanzar apenas a los cerca de dos mil habitantes de la fortaleza, aunque derriba torre tras torre, fachada tras fachada.
Pero vamos a ver a continuación la labor de mina, el ataque y la defensa.
EL PRIMER INTENTO
A principios del mes de agosto visita Toledo el Ministro de la Guerra, Teniente Coronel Hernández Saravia, acompañado del ingeniero de minas Federico Lusinger para estudiar la idea de una explosión subterránea. A su regreso a Madrid, se aprueba en consejo de ministros la entrada en escena de esta nueva dimensión en el asedio. Inmediatamente se intenta una primera galería desde el Hotel Imperial, situado en Zocodover, pero se abandona por las condiciones poco favorables del terreno, al ser de roca muy dura y suponer un avance demasiado lento.
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Re: la Guerra civil española
SEGUNDO INTENTO FALLIDO
El día 15 de agosto por la noche, en el Alcázar, se escuchan ruidos extraños bajo la imprenta (situada en la primera planta de sótanos en el ángulo suroeste). Enseguida avisan al Jefe del Servicio de Ingenieros (único representante del Arma), Teniente D. Luis Barber Grondona. Puede oír el trabajo de un pico a una distancia próxima, y se acuerda del discurso que difundía la radio: "...en el Alcázar resisten cien locos con sus familias que no caen por la magnanimidad del Gobierno que no quiere emplear los recursos que le ofrecen los mineros asturianos".
El Teniente sabe lo que significa esto e informa al Coronel, no es posible iniciar una contramina, ya que no tienen medios ni siquiera contando con los proyectiles sin explosionar. Pero sí se puede observar y localizar la boca.
Se determina la dirección y distancia a la estima y, ayudándose por los conocedores de la zona, llega a la conclusión de que en los sótanos de una casa de la Plaza de Capuchinos, esquina al Callejón del Horno de los Bizcochos, está situada la boca de la mina. Han visto en este lugar varios pacos (franco tiradores) que les hostigan sin cesar desde el día anterior.
El día 18 el Coronel ordena la destrucción de esa casa. Todo está preparado para efectuar una arriesgada salida, el Capitán de Caballería D. Emilio Vela Hidalgo y su fuerza de Falange se ofrece para la misión, pero el Teniente Lacourt es un maestro en el lanzamiento de granadas y el día 19 a las once de la noche tira una Laffite dentro del patio de la casa, seguida de granadas incendiarias y gasolina, logrando el incendio y la detención de las obras. En los muros de la casa se podían leer pintadas de la CNT y del Batallón "Águilas Libertarias".
El día 15 de agosto por la noche, en el Alcázar, se escuchan ruidos extraños bajo la imprenta (situada en la primera planta de sótanos en el ángulo suroeste). Enseguida avisan al Jefe del Servicio de Ingenieros (único representante del Arma), Teniente D. Luis Barber Grondona. Puede oír el trabajo de un pico a una distancia próxima, y se acuerda del discurso que difundía la radio: "...en el Alcázar resisten cien locos con sus familias que no caen por la magnanimidad del Gobierno que no quiere emplear los recursos que le ofrecen los mineros asturianos".
El Teniente sabe lo que significa esto e informa al Coronel, no es posible iniciar una contramina, ya que no tienen medios ni siquiera contando con los proyectiles sin explosionar. Pero sí se puede observar y localizar la boca.
Se determina la dirección y distancia a la estima y, ayudándose por los conocedores de la zona, llega a la conclusión de que en los sótanos de una casa de la Plaza de Capuchinos, esquina al Callejón del Horno de los Bizcochos, está situada la boca de la mina. Han visto en este lugar varios pacos (franco tiradores) que les hostigan sin cesar desde el día anterior.
El día 18 el Coronel ordena la destrucción de esa casa. Todo está preparado para efectuar una arriesgada salida, el Capitán de Caballería D. Emilio Vela Hidalgo y su fuerza de Falange se ofrece para la misión, pero el Teniente Lacourt es un maestro en el lanzamiento de granadas y el día 19 a las once de la noche tira una Laffite dentro del patio de la casa, seguida de granadas incendiarias y gasolina, logrando el incendio y la detención de las obras. En los muros de la casa se podían leer pintadas de la CNT y del Batallón "Águilas Libertarias".
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Re: la Guerra civil española
LAS MINAS
Al día siguiente se inician nuevamente los trabajos, la consigna es volar el Alcázar cueste lo que cueste, y no se escatiman medios. Se encarga de la dirección de los trabajos el Comandante de Ingenieros D. José de los Mozos Muñoz, auxiliado por el topógrafo señor Egido. Parece ser que han llegado de Asturias veinticinco mineros de CNT y UGT, los cuales se distribuyen en cuatro turnos de seis horas.
Las obras se inician en las casas situadas en los números 6 y 20 de la calle de Juan Labrador. Se trata de dos galerías, una por central sindical, siendo la de la CNT llevada en secreto, según el informe del día 31 del Oficial de Enlace, Teniente de Estado Mayor Ciutat, "se tienen referencias que la CNT está por su parte haciendo otra mina, lo que lleva en secreto".
Han escarmentado del fracaso anterior y esta vez tienen muy protegidas las casas, no dejan acercarse a amigo ni enemigo. Cambian dos veces al día de contraseña y meten los escombros dentro de las mismas casas para no ser delatados los trabajos.
En el Alcázar el día 24 de agosto se vuelven a oír ruidos, esta vez es un motor. El Teniente Barber informa al Coronel de la existencia de un compresor que da fuerza a martillos neumáticos que trabajan en el frente oeste. El Coronel le nombra Jefe del Servicio de Vigilancia y se agregan el Cabo de la Guardia Civil D. Cayetano Rodríguez Caridad, antiguo minero de las minas de Riotinto, el peón D. Francisco Aguirre y el ayudante de obras D. Adolfo Aragonés, como el anterior, de la Comandancia de Ingenieros y que actúa en calidad de asesor técnico sobre el edificio. La primera labor, y última, del Teniente, consiste en tranquilizar a toda la población alcazareña, llegando incluso al engaño.
Distribuye a sus escuchas en cuatro turnos de seis horas con la consigna severísima de dar cuenta exclusivamente a él de los resultados de la observación. En los sótanos la vigilancia era continua no sólo por los encargados de ella, sino por todos los combatientes.
Al día siguiente se inician nuevamente los trabajos, la consigna es volar el Alcázar cueste lo que cueste, y no se escatiman medios. Se encarga de la dirección de los trabajos el Comandante de Ingenieros D. José de los Mozos Muñoz, auxiliado por el topógrafo señor Egido. Parece ser que han llegado de Asturias veinticinco mineros de CNT y UGT, los cuales se distribuyen en cuatro turnos de seis horas.
Las obras se inician en las casas situadas en los números 6 y 20 de la calle de Juan Labrador. Se trata de dos galerías, una por central sindical, siendo la de la CNT llevada en secreto, según el informe del día 31 del Oficial de Enlace, Teniente de Estado Mayor Ciutat, "se tienen referencias que la CNT está por su parte haciendo otra mina, lo que lleva en secreto".
Han escarmentado del fracaso anterior y esta vez tienen muy protegidas las casas, no dejan acercarse a amigo ni enemigo. Cambian dos veces al día de contraseña y meten los escombros dentro de las mismas casas para no ser delatados los trabajos.
En el Alcázar el día 24 de agosto se vuelven a oír ruidos, esta vez es un motor. El Teniente Barber informa al Coronel de la existencia de un compresor que da fuerza a martillos neumáticos que trabajan en el frente oeste. El Coronel le nombra Jefe del Servicio de Vigilancia y se agregan el Cabo de la Guardia Civil D. Cayetano Rodríguez Caridad, antiguo minero de las minas de Riotinto, el peón D. Francisco Aguirre y el ayudante de obras D. Adolfo Aragonés, como el anterior, de la Comandancia de Ingenieros y que actúa en calidad de asesor técnico sobre el edificio. La primera labor, y última, del Teniente, consiste en tranquilizar a toda la población alcazareña, llegando incluso al engaño.
Distribuye a sus escuchas en cuatro turnos de seis horas con la consigna severísima de dar cuenta exclusivamente a él de los resultados de la observación. En los sótanos la vigilancia era continua no sólo por los encargados de ella, sino por todos los combatientes.
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Re: la Guerra civil española
Fuera, el día 28, el Teniente Ciutat informa que se avanza dos metros y medio diarios. Ya sólo faltan diecisiete de los ochenta que separan las bocas de los muros.
Mientras, en el Alcázar, el Teniente Barber piensa, estudia, pregunta. En las bibliotecas encuentra un libro de túneles y un manual de zapadores francés de 1870 donde aparecen datos prácticos sobre el avance de las galerías por procedimiento manual. También utiliza la colección de "La Ilustración Hispano-americana", que figura en la biblioteca, donde aparecen datos de zonas afectadas por voladuras desde el año 1870. El Cabo explica que normalmente se da un barreno en el centro y dos inclinados, corrigiendo los salientes con algunos tacos, de esta manera se puede avanzar ochenta centímetros por cada serie de barrenos. Se levantan losas del suelo en los sitios donde se cree pueden escuchar mejor.
Fuera, el Gobierno ejecuta paso a paso otra operación de minado, el psicológico, y antes de la explosión ya han visitado el Alcázar tres emisarios: el Comandante D. Vicente Rojo Lluch, el Padre D. Enrique Vázquez Camarasa y el Embajador de Chile en España D. Aurelio Núñez Morgado, todos con la misión de lograr la rendición, aunque cada uno con distintos matices (el señor Núñez no llegó a entrar, ni siquiera consiguió hablar con el Coronel).
El día 5 de septiembre el servicio de vigilancia confirma la existencia de dos compresores y, por deducción, dos galerías. La galería que venía en contra del torreón suroeste era poco profunda y su dirección a unos ocho metros del ángulo suroeste del torreón, la profundidad de unos cuatro a cinco metros y desembocaba en el almacén de la imprenta, situado a una altura media entre la primera planta de sótanos y la segunda. La otra, al norte, iba dirigida hacia la Puerta de Carros (en la fachada oeste) y se apreciaba peor su avance. Ese mismo día 5 se realiza una salida al mando del Comandante de Artillería González Herrera y se descubre que los sitiadores están además minando las calles cercanas al Alcázar "por si salen los del Alcázar".
Mientras, en el Alcázar, el Teniente Barber piensa, estudia, pregunta. En las bibliotecas encuentra un libro de túneles y un manual de zapadores francés de 1870 donde aparecen datos prácticos sobre el avance de las galerías por procedimiento manual. También utiliza la colección de "La Ilustración Hispano-americana", que figura en la biblioteca, donde aparecen datos de zonas afectadas por voladuras desde el año 1870. El Cabo explica que normalmente se da un barreno en el centro y dos inclinados, corrigiendo los salientes con algunos tacos, de esta manera se puede avanzar ochenta centímetros por cada serie de barrenos. Se levantan losas del suelo en los sitios donde se cree pueden escuchar mejor.
Fuera, el Gobierno ejecuta paso a paso otra operación de minado, el psicológico, y antes de la explosión ya han visitado el Alcázar tres emisarios: el Comandante D. Vicente Rojo Lluch, el Padre D. Enrique Vázquez Camarasa y el Embajador de Chile en España D. Aurelio Núñez Morgado, todos con la misión de lograr la rendición, aunque cada uno con distintos matices (el señor Núñez no llegó a entrar, ni siquiera consiguió hablar con el Coronel).
El día 5 de septiembre el servicio de vigilancia confirma la existencia de dos compresores y, por deducción, dos galerías. La galería que venía en contra del torreón suroeste era poco profunda y su dirección a unos ocho metros del ángulo suroeste del torreón, la profundidad de unos cuatro a cinco metros y desembocaba en el almacén de la imprenta, situado a una altura media entre la primera planta de sótanos y la segunda. La otra, al norte, iba dirigida hacia la Puerta de Carros (en la fachada oeste) y se apreciaba peor su avance. Ese mismo día 5 se realiza una salida al mando del Comandante de Artillería González Herrera y se descubre que los sitiadores están además minando las calles cercanas al Alcázar "por si salen los del Alcázar".
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Re: la Guerra civil española
El día 9, en la Junta de Jefes, el Teniente Barber muestra los primeros resultados de sus investigaciones: "el trabajo es de mina, que viene aproximadamente a la altura del pretil de la Cuesta del Alcázar y que para llegar a los cimientos del mismo necesita, por la clase especial de estos trabajos, unos ocho días más. Por la calidad del barreno, se echa de ver que no son técnicos los que la dirigen, porque los usan grandes, que pueden dar lugar a variaciones notables en la dirección, por lo cual los técnicos modernos usan barrenos pequeños y en gran cantidad".
Por voces aisladas, por pequeños reflejos de linternas, por ruidos de piedra, etc., sospechan dónde se encuentran las bocas de las minas, mientras que para situar los compresores hacen una especie de triangulación de ruidos (una vez liberados descubren el acierto de sus deducciones). Es cuando intentan nuevas salidas, una al mando del Capitán Vela y otra al mando del Comandante de Infantería D. Luis Araujo Soler (el día 11 a las cuatro de la mañana), para localizar las bocas y destruirlas. Pero la seguridad montada en torno a estas hacen fracasar todas las misiones. No obstante, el Capitán Vela y el Jefe Provincial de Falange D. Pedro Villaescusa Bonilla dan protección al Teniente Barber que, junto con estos, sale todas las noches para escuchar (pegando el fonendoscopio, conseguido en la enfermería, o la oreja, al suelo). De esta manera puede observar el progreso y avance diario.
Agotado el recurso de destruir las galerías, lo único que podían hacer era aminorar los efectos de la voladura. No se podían limitar al embudo clásico, que tendría un radio de acción limitado, había que buscar el alcance de los escombros y la zona posible de hundimientos para separarla de la gente, teniendo en cuenta que el espacio de que se disponía era muy limitado y había que aquilatar mucho. El Teniente Barber estudia el asunto en dos direcciones: una, efecto de la voladura (para marcar las zonas peligrosas), otra, día y posible hora de la voladura. Se designan las zonas peligrosas en función de la situación de la carga, carga probable máxima compatible con la profundidad y estado del edificio (con la fachada principal en el suelo). Unos indicios iban a marcar el día de la voladura: cese de los trabajos del compresor y martillo, ruidos del arrastre de las cajas de dinamita y ruidos del atraque, sentir menos claramente el cerrojo del paco que se oía en la galería del torreón, alejamiento de todos los que tiraban desde el frente oeste, y alguna indiscreción que estos pudieran cometer. La hora más probable era al amanecer y posiblemente sería precedida de un fuerte cañoneo. Pocos días antes de la voladura se piensa en la posibilidad de que algún desertor haya informado al enemigo en cuanto a estos detalles, así que tuvieron que atenerse sólo a los ruidos interiores que no se podían disimular.
El Teniente Barber cree que la voladura no va a ser tan peligrosa como se anuncia, pero de todas formas, a partir del día 11 de septiembre, comienzan a realojar al personal en las zonas más seguras (sótanos inferiores este y norte), desalojándose los sótanos del oeste e inmediaciones de la escalera principal. Como los aljibes que están cerca de la zona peligrosa pueden verse afectados, se traslada parte del agua a los más alejados. El día 13 por la noche se llegó a oír tan claramente el trabajo y murmullos de voces, que el Teniente y sus hombres van a vivir a la imprenta por si por un error se metían dentro. Tenían preparada una carga para volarles la galería y el escucha tenía fusil y bomba de mano.
La noche del 16 cesó el ruido del martillo y oyeron voces y movimientos en forma más continuada que la normal, se oyó arrastrar cajas y rodar piedras y, poco a poco, las voces se fueron haciendo más lejanas y el ruido del cerrojo del paco disminuyó hasta hacerse casi imperceptible. Inmediatamente el Teniente Barber informa al Coronel de que creía cargada la mina del torreón y suponía que a la vez habrían cargado la de la Puerta de Carros, aunque en esta no se había notado nada más que la suspensión de los trabajos y sospecha que se han quedado a unos cuatro metros de los muros.
Por voces aisladas, por pequeños reflejos de linternas, por ruidos de piedra, etc., sospechan dónde se encuentran las bocas de las minas, mientras que para situar los compresores hacen una especie de triangulación de ruidos (una vez liberados descubren el acierto de sus deducciones). Es cuando intentan nuevas salidas, una al mando del Capitán Vela y otra al mando del Comandante de Infantería D. Luis Araujo Soler (el día 11 a las cuatro de la mañana), para localizar las bocas y destruirlas. Pero la seguridad montada en torno a estas hacen fracasar todas las misiones. No obstante, el Capitán Vela y el Jefe Provincial de Falange D. Pedro Villaescusa Bonilla dan protección al Teniente Barber que, junto con estos, sale todas las noches para escuchar (pegando el fonendoscopio, conseguido en la enfermería, o la oreja, al suelo). De esta manera puede observar el progreso y avance diario.
Agotado el recurso de destruir las galerías, lo único que podían hacer era aminorar los efectos de la voladura. No se podían limitar al embudo clásico, que tendría un radio de acción limitado, había que buscar el alcance de los escombros y la zona posible de hundimientos para separarla de la gente, teniendo en cuenta que el espacio de que se disponía era muy limitado y había que aquilatar mucho. El Teniente Barber estudia el asunto en dos direcciones: una, efecto de la voladura (para marcar las zonas peligrosas), otra, día y posible hora de la voladura. Se designan las zonas peligrosas en función de la situación de la carga, carga probable máxima compatible con la profundidad y estado del edificio (con la fachada principal en el suelo). Unos indicios iban a marcar el día de la voladura: cese de los trabajos del compresor y martillo, ruidos del arrastre de las cajas de dinamita y ruidos del atraque, sentir menos claramente el cerrojo del paco que se oía en la galería del torreón, alejamiento de todos los que tiraban desde el frente oeste, y alguna indiscreción que estos pudieran cometer. La hora más probable era al amanecer y posiblemente sería precedida de un fuerte cañoneo. Pocos días antes de la voladura se piensa en la posibilidad de que algún desertor haya informado al enemigo en cuanto a estos detalles, así que tuvieron que atenerse sólo a los ruidos interiores que no se podían disimular.
El Teniente Barber cree que la voladura no va a ser tan peligrosa como se anuncia, pero de todas formas, a partir del día 11 de septiembre, comienzan a realojar al personal en las zonas más seguras (sótanos inferiores este y norte), desalojándose los sótanos del oeste e inmediaciones de la escalera principal. Como los aljibes que están cerca de la zona peligrosa pueden verse afectados, se traslada parte del agua a los más alejados. El día 13 por la noche se llegó a oír tan claramente el trabajo y murmullos de voces, que el Teniente y sus hombres van a vivir a la imprenta por si por un error se metían dentro. Tenían preparada una carga para volarles la galería y el escucha tenía fusil y bomba de mano.
La noche del 16 cesó el ruido del martillo y oyeron voces y movimientos en forma más continuada que la normal, se oyó arrastrar cajas y rodar piedras y, poco a poco, las voces se fueron haciendo más lejanas y el ruido del cerrojo del paco disminuyó hasta hacerse casi imperceptible. Inmediatamente el Teniente Barber informa al Coronel de que creía cargada la mina del torreón y suponía que a la vez habrían cargado la de la Puerta de Carros, aunque en esta no se había notado nada más que la suspensión de los trabajos y sospecha que se han quedado a unos cuatro metros de los muros.
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Re: la Guerra civil española
El día 17 se da la voz de alarma y se desalojan totalmente los sitios de peligro, no sin trabajo pues los defensores ya se han acostumbrado hasta a la mina. Y este día se ultiman todos los preparativos para hacer ineficaz la voladura. En la segunda planta de sótanos, se colocan la mayor parte de las mujeres y niños y parte de los caballos que quedaban, de importancia decisiva para la alimentación de los defensores. En algunas zonas se colocaron cuerdas, cintas y alambrada para marcar la línea de máxima proyección directa, las piedras que salieran lanzadas en otra dirección tenían que chocar antes con algún muro y no serían peligrosas. A partir de esta línea se puso el resto del ganado y a continuación la gente. Se pusieron muebles que servían de muelle y como colchón para proyecciones. Esos últimos días la artillería republicana bombardeaba estas zonas seguras para aproximar al personal a las minas, pero el Coronel no cayó en la trampa.
Este día 17 los milicianos advirtieron que la voladura iba a ser a las once y media de la noche, razón por la cual todo el Alcázar sabía ya el momento de la voladura: el amanecer del 18. La noche del 17 se coloca una sección con caretas antigás en previsión de tener que combatir en esas condiciones, se refuerzan los puestos próximos a la zona peligrosa y se sitúa una Compañía en el frente norte. El resto de personal combatiente se pone a disposición del Mando en calidad de reserva. Un pelotón se encarga de engañar a los sitiadores, poniendo un centinela en el lugar de peligro que, de cuarto en cuarto de hora corre por todos los puestos y dispara en algunos para dar sensación de ocupación. Los niños son envueltos en colchones y el resto del personal descansa tumbado. Incluso el Teniente Barber cree que va a poder descansar a no ser por el niño que se pasa la noche llorando. La tensión en este equipo de vigilancia ha sido tal que el Cabo Rodríguez Caridad ha perdido la razón y vive esclavo de los ruidos, a todas horas del día y de la noche se le veía como un fantasma, con un candil de grasa de caballo, recorriendo los sótanos en busca del ruido. Cumplió con su misión hasta tal punto que permaneció encima de la carga hasta su explosión.
Esa noche el compresor sigue funcionando para desorientar a los defensores, pero no engaña a nadie, ya están todos en sus puestos esperando el momento. Incluso Toledo ha sido evacuada ante la posibilidad segura de su destrucción.
Amanece el día 18, a Toledo ha llegado el Presidente del Gobierno D. Francisco Largo Caballero, acompañado por numerosas autoridades y periodistas españoles y extranjeros, encargados de inmortalizar el momento de la explosión. Han estudiado con detalle este asunto y están convencidos que va a volar el Alcázar y parte de Toledo. De las ruinas van a salir cadáveres y gente que se rinde a discreción.
Se inicia el ataque a las seis de la mañana con grandes descargas de fusilería. A las seis y cinco rompe el fuego la artillería contra el frente este, patio del Alcázar y frente oeste por el interior. Los sitiados escuchan ochenta y seis detonaciones, y la número ochenta y siete, impresionante, a las seis y media. Por medio de un explosor eléctrico, situado en el Ayuntamiento, las minas han derribado el torreón suroeste y un trozo de la fachada oeste, más las casas que quedaban en pie en ese frente. Sólo se producen cuatro muertos, todos por imprudencia al no cumplir las normas establecidas. Los escombros no han cruzado la cuerda, aunque las proyecciones han sido desastrosas para Toledo: dos camiones que estaban cerca son lanzados por los aires hasta aterrizar encima de diversos edificios, las piedras de doscientos kilos vuelan igualmente (otras de menor peso alcanzan los dos kilómetros de distancia), en la ciudad no queda un sólo cristal sano.
Este día 17 los milicianos advirtieron que la voladura iba a ser a las once y media de la noche, razón por la cual todo el Alcázar sabía ya el momento de la voladura: el amanecer del 18. La noche del 17 se coloca una sección con caretas antigás en previsión de tener que combatir en esas condiciones, se refuerzan los puestos próximos a la zona peligrosa y se sitúa una Compañía en el frente norte. El resto de personal combatiente se pone a disposición del Mando en calidad de reserva. Un pelotón se encarga de engañar a los sitiadores, poniendo un centinela en el lugar de peligro que, de cuarto en cuarto de hora corre por todos los puestos y dispara en algunos para dar sensación de ocupación. Los niños son envueltos en colchones y el resto del personal descansa tumbado. Incluso el Teniente Barber cree que va a poder descansar a no ser por el niño que se pasa la noche llorando. La tensión en este equipo de vigilancia ha sido tal que el Cabo Rodríguez Caridad ha perdido la razón y vive esclavo de los ruidos, a todas horas del día y de la noche se le veía como un fantasma, con un candil de grasa de caballo, recorriendo los sótanos en busca del ruido. Cumplió con su misión hasta tal punto que permaneció encima de la carga hasta su explosión.
Esa noche el compresor sigue funcionando para desorientar a los defensores, pero no engaña a nadie, ya están todos en sus puestos esperando el momento. Incluso Toledo ha sido evacuada ante la posibilidad segura de su destrucción.
Amanece el día 18, a Toledo ha llegado el Presidente del Gobierno D. Francisco Largo Caballero, acompañado por numerosas autoridades y periodistas españoles y extranjeros, encargados de inmortalizar el momento de la explosión. Han estudiado con detalle este asunto y están convencidos que va a volar el Alcázar y parte de Toledo. De las ruinas van a salir cadáveres y gente que se rinde a discreción.
Se inicia el ataque a las seis de la mañana con grandes descargas de fusilería. A las seis y cinco rompe el fuego la artillería contra el frente este, patio del Alcázar y frente oeste por el interior. Los sitiados escuchan ochenta y seis detonaciones, y la número ochenta y siete, impresionante, a las seis y media. Por medio de un explosor eléctrico, situado en el Ayuntamiento, las minas han derribado el torreón suroeste y un trozo de la fachada oeste, más las casas que quedaban en pie en ese frente. Sólo se producen cuatro muertos, todos por imprudencia al no cumplir las normas establecidas. Los escombros no han cruzado la cuerda, aunque las proyecciones han sido desastrosas para Toledo: dos camiones que estaban cerca son lanzados por los aires hasta aterrizar encima de diversos edificios, las piedras de doscientos kilos vuelan igualmente (otras de menor peso alcanzan los dos kilómetros de distancia), en la ciudad no queda un sólo cristal sano.
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Re: la Guerra civil española
La carga total de cinco toneladas de trilita, de la Compañía franco-española de explosivos de Cartagena, levanta una columna de humo que se ve en Getafe, oyéndose la explosión en los suburbios de Madrid. A los defensores les sonó como una explosión muy fuerte, muy cercana. Los testigos de fuera sintieron "una especie de trepidación atmosférica, y de repente vimos, en la parte interior del Alcázar próxima al oeste, un agudo reflejo luminoso que se envolvió en humo negro, llegando hasta nosotros el prolongado retumbar del trueno. La enorme masa de humo cubrió todo el Alcázar y las casas adyacentes".
En ese momento, nace una niña en el Alcázar. Sin embargo la mujer del Cabo de la Guardia Civil D. Apolonio Medina, que también estaba embarazada, es alcanzada por parte de un tabique y da a luz otra niña, esta vez sin fortuna ya que la criatura nace muerta a consecuencia del golpe.
En el extranjero se sigue con mucha atención estos sucesos, hasta el punto de que, al creer muertos a los defensores, el Parlamento de Brasil guarda un minuto de silencio en homenaje a estos héroes.
Después, el ataque, repleto de momentos épicos, que fracasa estrepitosamente y el comentario, que habla por sí solo, del periódico "El Alcázar" de ese día: "Seis cañones del 15,5 cm. a plena intensidad de fuego y dos minas de a 2 toneladas para arriba cada una, en acción simultánea, no han podido producir otro resultado que el aumento de estas gloriosas ruinas, que han de quedar como mudo testigo de una lucha épica".
LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD
El día 20 de septiembre en la enfermería se escuchan nuevos ruidos. El Teniente Barber informa al Coronel de la existencia de otra mina, esta vez viene contra la fachada este. Pero las columnas ya han tomado Santa Olalla y es muy posible que la mina no llegue a tiempo. Los defensores están agotados física y moralmente, así que el Coronel les ahorra este nuevo sufrimiento y la vigilancia se lleva en el más absoluto secreto.
El señor Aragonés sabe que existe una entrada a las alcantarillas, un registro de unión de varios colectores de cuarenta centímetros, con salida a uno mayor, por donde los mineros asturianos pueden iniciar los trabajos. No obstante, la entrada está a unos cuarenta metros de la explanada de gimnasia (oriental), cerca del muro de los Pabellones de la Caridad y tienen que trabajar a demasiado ritmo para llegar antes que las columnas.
El día 27 de septiembre hace explosión la mina. En una lucha contrarreloj, y ya rodeados los sitiadores por las columnas africanas, se ven forzados a dar el último asalto con este hornillo que, con una carga de cinco toneladas, provoca un embudo de treinta metros de diámetro por cuatro o cinco de profundidad, sin causar más que daños materiales.
El ataque posterior, aunque furioso, vuelve a ser rechazado, conscientes de la pronta liberación, que llega ese mismo día y a las siete de la tarde de manos de la sección de Regulares del Teniente Lahuerta.
En ese momento, nace una niña en el Alcázar. Sin embargo la mujer del Cabo de la Guardia Civil D. Apolonio Medina, que también estaba embarazada, es alcanzada por parte de un tabique y da a luz otra niña, esta vez sin fortuna ya que la criatura nace muerta a consecuencia del golpe.
En el extranjero se sigue con mucha atención estos sucesos, hasta el punto de que, al creer muertos a los defensores, el Parlamento de Brasil guarda un minuto de silencio en homenaje a estos héroes.
Después, el ataque, repleto de momentos épicos, que fracasa estrepitosamente y el comentario, que habla por sí solo, del periódico "El Alcázar" de ese día: "Seis cañones del 15,5 cm. a plena intensidad de fuego y dos minas de a 2 toneladas para arriba cada una, en acción simultánea, no han podido producir otro resultado que el aumento de estas gloriosas ruinas, que han de quedar como mudo testigo de una lucha épica".
LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD
El día 20 de septiembre en la enfermería se escuchan nuevos ruidos. El Teniente Barber informa al Coronel de la existencia de otra mina, esta vez viene contra la fachada este. Pero las columnas ya han tomado Santa Olalla y es muy posible que la mina no llegue a tiempo. Los defensores están agotados física y moralmente, así que el Coronel les ahorra este nuevo sufrimiento y la vigilancia se lleva en el más absoluto secreto.
El señor Aragonés sabe que existe una entrada a las alcantarillas, un registro de unión de varios colectores de cuarenta centímetros, con salida a uno mayor, por donde los mineros asturianos pueden iniciar los trabajos. No obstante, la entrada está a unos cuarenta metros de la explanada de gimnasia (oriental), cerca del muro de los Pabellones de la Caridad y tienen que trabajar a demasiado ritmo para llegar antes que las columnas.
El día 27 de septiembre hace explosión la mina. En una lucha contrarreloj, y ya rodeados los sitiadores por las columnas africanas, se ven forzados a dar el último asalto con este hornillo que, con una carga de cinco toneladas, provoca un embudo de treinta metros de diámetro por cuatro o cinco de profundidad, sin causar más que daños materiales.
El ataque posterior, aunque furioso, vuelve a ser rechazado, conscientes de la pronta liberación, que llega ese mismo día y a las siete de la tarde de manos de la sección de Regulares del Teniente Lahuerta.
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Re: la Guerra civil española
Teniente lahuerta que estableció el primer contacto con los defensores, pero hasta que no escucharon la corneta de la Legión no se fiaron.
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Re: la Guerra civil española
D. Jaime Milans del Bosch y del Pino junto a su hijo ,el cadete D. Jaime Milans del Bosch y Ussía
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Re: la Guerra civil española
Esposa e hija del General Moscardo y su escolta de requetés
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Re: la Guerra civil española
Observese la curiosa Estrategia de parapetos de los milicianos.
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Re: la Guerra civil española
Despacho del Coronel Moscardo.
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