Un derrumbe histórico

CON una caída generalizada que en el caso del Ibex llegó a superar el 9 por ciento, la sesión de ayer se inscribe en la lista de negativos acontecimientos históricos para la Bolsa española. Otro tanto podría decirse de las anteriores jornadas de una semana que se cierra con pérdidas acumuladas del orden del 20 por ciento y que se suma a un ciclo que en lo que va de año ha llevado a los valores del selectivo madrileño a perder el 40 por ciento de su valor.

En la raíz del fenómeno se encuentra una de las crisis más profundas que ha conocido el sistema financiero internacional, un seísmo que debilita la confianza de los agentes económicos y los precipita al mercado de valores en busca de liquidez para -a cualquier precio- cubrirse ante un futuro incierto. Los Gobiernos de los países desarrollados y los bancos centrales han desplegado a lo largo de los últimos días todas las medidas de apoyo y de siembra de confianza previstas para hacer frente a situaciones de pánico financiero. El presidente norteamericano ha realizado en las últimas semanas más de veinte declaraciones públicas pidiendo calma a los mercados, y otro tanto han hecho los líderes políticos europeos, que han vuelto a poner de relieve que la tan nombrada unidad europea no llega mucho más allá del nombre. Pero lejos de tranquilizar al sector financiero, todas estas decisiones oficiales han transmitido a los vendedores una sensación de miedo que los ha llevado a buscar de manera urgente la liquidez.

La dramática trayectoria de las Bolsas internacionales es el resultado de la suma de decisiones individuales de millares de agentes que tratan de anticiparse a lo que pueda suceder en el futuro. En el horizonte se advierte una recesión de la economía que debería marcar el punto de inflexión de esas mismas Bolsas para, más adelante, anticiparse también a una deseable recuperación. Sin embargo, el derrumbe que ayer registró el mercado bursátil internacional no es más que el anuncio de una situación que terminará por extenderse como una mancha de aceite por toda la economía y que en los próximos meses afectará de lleno a la sociedad, víctima de un proceso que las Bolsas se han limitado a dibujar a través de sus escalofriantes líneas descendentes. La escasez de dinero y la necesidad de conseguir liquidez está acelerando el ritmo y la potencia de una crisis demoledora, cuya capacidad para paralizar la economía internacional amenaza con provocar, de forma transversal, graves traumas en el todo el tejido económico.

La ansiedad por hacer caja es la clave del tramo actual de una crisis que arrancó hace más de un año y que parece no haber tocado fondo. No es causal que los valores más sólidos y con mejores resultados sufran, como sucedió ayer, el mismo castigo en sus cotizaciones que los menos acreditados. Esos valores suelen ser los más líquidos y los que satisfacen con carácter inmediato las aspiraciones de unos inversores ansiosos por la liquidez. Caídas tan espectaculares y extendidas como las de este «viernes negro», de las que ningún gran mercado internacional logró quedar al margen, pueden rectificarse en pocos días, una vez restaurada la confianza y la normalidad en las transacciones: a lo largo de los próximos treinta días, las compañías cotizadas informarán sobre los resultados del tercer trimestre y las perspectivas para fin de año, y podrá verificarse la eficacia de las medidas adoptadas por los Gobiernos y los bancos centrales para afrontar la solvencia del sistema financiero. La crisis bursátil anterior -la que empezó en diciembre de 2000 con el sonoro pinchazo de la burbuja de las empresas tecnológicas- tumbó los índices a menos de la mitad a lo largo de treinta meses, una agonía que cursó sin mucho ruido pero que dejó exhaustos a muchos inversores. La crisis actual, en cambio, va a un ritmo vertiginoso y refleja una realidad en la que se mezclan datos y expectativas racionales, entre ellos un sombrío anticipo de lo que en los próximos meses le espera al resto de la economía cuando la desazón de la fiebre inversora se transforme, por ejemplo, en cifras de paro mucho más preocupantes que las actuales.