La maldición del fuego: una Navidad en el santuario de Muxía

por Alentian 23/2/2014, 10:33 am

La maldición del fuego: una Navidad en el santuario de Muxía (A Coruña)

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Eran las 6:45 de la mañana del 25 de diciembre de 2013. Era la Costa da Morte. Y era “el rayo que no cesa” de Miguel Hernández. De repente, el santuario de A Virxe da Barca, en Muxía, A Coruña, fue arrasado por un fuego sin corazón. Mientras las llamas consumían su retablo central y mordían los laterales, los vecinos se despertaban tras una penosa noche –¿buena?– y descubrían horrorizados el desastre. Nada pudieron hacer las olas para sofocar la sed de esas piedras centenarias... Por: Alberto de Frutos

No fue un dragón de cuento, sino el mismo mal, sagaz e inagotable, tal vez perpetuo. El fuego. Ese que en verano, ¡carallo!, se pasea por los bosques de Galicia y cubre de cenizas la tierra, como un espíritu negro y quebradizo. Pero, esta vez, en plenas Navidades, cuando el grillo del hogar silenciaba su canto ante la amenaza de una “ciclogénesis explosiva”, esa borrasca salvaje de la que todo el mundo hablaba hace unas semanas y de la que volveremos a hablar cuando toque.

En apenas dos horas, a partir de las 6:45 a.m., el interior del santuario de A Virxe da Barca, en Muxía (A Coruña) quedaba reducido a la (casi) nada, tal vez por efecto de un rayo que cayó en un transformador junto a la iglesia. Los cables de la sacristía transmitieron el fuego al resto del conjunto, que acabó sucumbiendo, igual que una aldea ante el empuje de un ejército ebrio. La primera llamada al 112 se produjo alrededor de las 8:45 a.m.

Era, ya, demasiado tarde.

Solo hubo que ver las noticias para asimilar el horror. Los vecinos lloraban... y también los forasteros. Muxía, la llamada “zona cero” del desastre del Prestige –el petrolero cuyo hundimiento provocó en 2002 una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia–, asistía conmovida y estupefacta a la devastación de este icono arquitectónico y espiritual, datado entre los siglos XI y XII y uno de los más bellos y emblemáticos de toda Galicia.

“El santuario de la Virgen de la Barca –explicaba el historiador Antón Castro en las páginas de La Voz de Galicia– es, además de numen identitario de la Costa da Morte, uno de los templos marianos españoles de más tradición desde la Edad Media”. Vinculado, cómo no, al Camino de Santiago, la ruta jacobea se separa para llegar aquí en la aldea de Hospital, en el concello de Dumbría, y culmina con el paseo que va de la iglesia románica de Santa María al primoroso camino empedrado que conduce a Nosa Señora da Barca.

Cuenta la leyenda que la Virgen arribó a este lugar en una barca pétrea para estimular a Santiago en su labor de apostolado y añade el cuento que las rocas que cercan el recinto no son sino los restos de aquella nave virginal. La piedra, sí, es el hilo de Ariadna que nos lleva al corazón del laberinto de Muxía, cuya historia primitiva se puede leer, o acaso imaginar, en el culto mágico-religioso que se practicaba en la llamada Punta de la Barca, en torno a la célebre Pedra de Abalar, que, por cierto, tampoco se ha librado de los rigores de este temporal.

Pero hablemos del santuario. Su capilla primigenia fue levantada entre los siglos XI y XII, como sugieren las fuentes sobre la cristianización de este enclave; pero el primer registro escrito sobre el templo –una carta para su correspondiente anexión a la iglesia parroquial de Santa María– data de 1544: “Por servicio de Dios y devoción de los vecinos de esta villa y de otras partes que iban al lugar que se decía Das Cruces, en donde había una ermita de Nuestra Señora de la Barca, y para que mejor fuera servida y tratada se lo mandara y diera licencia y facultad para que en el lugar donde estaba dicha ermita, se hiciera y reedificara, según hasta entonces estaba edificada y para anexionarla e incorporarla a la iglesia parroquial de Santa María de Mugía”.

Al igual que sucede con otros tantos tesoros medievales, lo que ha llegado hasta nosotros es el resultado de las muchas heridas y las no menos cicatrices del tiempo. Tras varias reconstrucciones, en 1719 se levantó el actual templo, con las piedras de una casa abandonada propiedad de los monjes de Moraime y gracias a las donaciones de D. Xoan de Rivadeneira, conde de Frigiliana, su hija Tereixa de Taboada y su yerno, el conde de Maceda, quien yace en el altar mayor, cerca de su esposa la condesa, que a su vez reposa junto a la Epístola, bajo unas losas de piedra grabadas con sus armas.

Tanto la Casa Rectoral como el campanario se añadieron posteriormente, la primera en 1828, por mandato del párroco de Muxía José Fondevila Martínez, y el segundo en 1834; en tanto que las torres, incorporadas en 1958, fueron costeadas por Romualdo Bentín Moreira, tal como relatan los responsables del concello.

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