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Los Palos de Aragón
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Foro 1492 :: FOROS :: FORO DE CULTURA
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Los Palos de Aragón
Cartel conmemorativo Día de Aragón 2010
Los palos del escudo de los reyes de Aragón , que usualmente se llamaron y llaman «barras», son cuatro listones verticales de gules (rojo) sobre fondo de oro (amarillo), que queda dividido en cinco zonas, tres de ellas interiores a los palos.
Sobre los mismos se han originado multitud de leyendas y explicaciones pintorescas, casi todas muy modernas (desde el siglo XVI para acá y, frecuentemente, posteriores al siglo XIX), a menudo al calor de la «renaixença» catalana y el «noucentisme», que contempla el último resurgir de la catalanidad contemporánea. Casi todas esas elaboraciones ideológicas han tenido, como finalidad principal (frecuentemente, confesa) la de establecer más o menos irrefutablemente el origen catalán del emblema.
Deben, para empezar, descartarse sistemáticamente todas las lucubraciones que insistan específicamente en el dicho carácter «catalán» pues, en términos de corrección científica e historiográfica, no puede aceptarse otra cosa que el concepto de lo «barcelonés», y entendido éste como alusivo a la Casa Condal de Barcelona, pues el término y la noción misma de Cataluña son muy posteriores al origen de los problemas que concierne a este símbolo.
De entre esas fabricaciones legendarias destaca, principalmente, la muy extendida y famosa de que las «barras» son cuatro trazos de los dedos, tintos en sangre, de un monarca carolingio (Carlos el Calvo) que, sobre el escudo de guerra del conde dependiente Wifredo «el Velloso», premió con la concesión de ese distintivo el valor del noble barcelonés (que era, también, titular de otros condados, luego catalanes), valor que le había llevado a ser herido en combate en favor de la monarquía franca. Ya hace mucho tiempo que el investigador catalán Udina, sobre trabajos precedentes, deshizo, sin lugar a discusiones, la historicidad de la fábula, que en absoluto debe preocupar a ningún espíritu riguroso y que es de tardía creación.
También se han utilizado argumentos a favor del barcelonismo de la enseña basados en razones sigilográficas y numismáticas todas ellas, sin excepción alguna, inconsistentes. Pieza fundamental en esas argumentaciones es un cierto sello oficial de Ramón Berenguer IV . De los varios de este conde soberano, que se conservan (muy bien publicados por Sagarra), en todos aparece, como era costumbre, un jinete noble y guerrero, con escudo y sobre caballo con ropones. El escudo, en los ejemplares conocidos, es liso. Los ejemplares que se guardan en Marsella, bastante deteriorados, presentan en el escudo ojival del jinete determinadas rayaduras que han sido interpretadas por algunos como atisbos o restos de las «barras». El examen directo de las piezas, el estudio de sus reproducciones —especialmente la correspondiente al sello de 1150, muy imaginativamente dibujada— y el buen sentido de numerosos investigadores permiten un notable grado de duda, hasta el punto de que no se admite, universalmente, tal argumento como probatorio de nada. En efecto, hay distintas razones (y no sólo por la escasa visibilidad de la impronta del sello) para tal cosa. En primer lugar, el hecho irrefutable de que tal escudo lleva un umbo, un resalte esférico saliente, en su mismo centro, lo cual ya dificulta extraordinariamente el imaginar, quebradas por él, las «barras». En segundo, que es cosa frecuente el que, en algunos de estos escudos medievales, se representen palos, pero no con significado heráldico, sino en retrato fiel de los que eran los refuerzos exteriores para dar al escudo de guerra mayor resistencia a los golpes, según puede apreciarse en un capitel del palacio de los duques de Granada en Estella (Navarra) y en otros muchos monumentos. En tercero, que cuando en el escudo de guerra se exhiben emblemas heráldicos, y más en el caso de un dinasta soberano, tales emblemas aparecen reproducidos en las gualdrapas de la montura, lo que aquí, obviamente, no sucede. Y, en cuarto, que el aspecto que ofrecen los trazos verticales en el repetido escudo es, con bastante claridad para quien no lo contemple prejuiciadamente, el de simples rayados por deterioro y no trazos grabados en el sello mismo.
Dos argumentos, de fuerte peso, cabe añadir. Conocemos bien la heráldica utilizada por Ramón Berenguer IV en piezas tan oficiales y necesitadas de regulación reglamentaria como sus monedas de conde soberano de Barcelona; esas piezas de plata, al igual que las de sus predecesores, no mostraban otra insignia (además de un cetro o lis) que la de la cruz, característica de Barcelona y de su Casa Condal, que la tuvo siempre por emblema propio; el sello más antiguo conocido de la ciudad de Barcelona que muestra «barras», además de la tradicional cruz, es de 1289. De tal uso de la cruz se derivó luego el nombre especial de la moneda condal de Barcelona: el «croat» o «cruzado».
Una segunda teoría «barcelonista» nace de la afirmación pintoresca de que, en ciertas monedas de Berenguer III, aparece el escudo barrado o palado. Esta aseveración desconoce un hecho fundamental, y es el de que las monedas atribuidas a Ramón Berenguer III por la Numismática actual llevan una cruz y un lis o cetro, símbolos que, lógicamente, heredó de su sucesor, según se ha indicado. Y sin contar con que son monedas «atribuidas» a Ramón Berenguer III pues no existe completa constancia de que le pertenecieran. Por otro lado, difícilmente pudo este mismo conde trazar tres bastones rojos alusivos a sus estados, ya que llegaría a ser conde de Barcelona (pleno, desde 1096), conde de Besalú (1111), Provenza (1112) y Cerdaña (1117), además de tener varios vasallos, entre ellos al vizconde Ato de Beziers, quien le prestó vasallaje por el condado de Carcasona. Hubiera, pues, necesitado de dos, tres y cuatro o más palos, sucesivamente.
Dicho cuanto antecede, conviene señalar que las únicas piezas en donde, indiscutiblemente hacen acto de presencia las «barras», sin que quepa la menor posibilidad de discusión, es en los sellos de la cancillería de Alfonso II rey de Aragón e hijo de Ramón Berenguer IV (y de doña Petronila ). Este uso, sobre ser cierto y documentable, es regular. De manera que puede tenerse por demostrable que el primer uso conocido y oficial de las «barras» se verifica en un rey de Aragón, que lo indica en su escudo y en las ropas de su montura.
A partir de ese momento, la tradición universal llama a tales palos «barras de Aragón» y, en el momento (tardío) en que se empiezan a canonizar las reglas del arte del blasón, la palabra «Aragón» sirve, específicamente, para designar los palos de gules sobre campo de oro.
Toda la tradición, persistente, de la cancillería real aragonesa designa, siempre, al emblema palado, con denominaciones como «nostre senyal real», «signum regni nostri», etc., aludiendo pertinazmente y de modo expreso a la condición regia de ese escudo de armas, que tenían los soberanos de Aragón precisamente por ser reyes aragoneses, y no por ninguna otra razón. Cuando los reyes de Aragón —con anterioridad a la conquista de Valencia por Jaime I — aluden a los palos, lo hacen en esos términos; y es, ésa, época en que no poseen ningún otro título real, pues los de los condados de la futura Cataluña no lo son ni se ha conquistado, todavía, Valencia.
Cuando, en tiempos de Pedro IV , ya en el siglo XIV, la tradición heráldica y los mitos se hayan consolidado y la monarquía aragonesa sea una entidad compleja y de estructura variada, los soberanos introducirán algunas matizaciones (pero sin abandonar nunca la terminología que se ha descrito), como emplear el símbolo de la cruz de Íñigo Arista sobre fondo cárdeno para representar el «Aragón antiguo»; y la cruz de San Jorge con las cuatro cabezas de moros para el Aragón coetáneo, porque la tradición hecha ciencia así lo consideraba; pero ha sido sobradamente probado que el primer signo procede de las suscripciones de documentos reales y, el segundo, de la sublimación del resultado favorable de una batalla contra el oponente musulmán. Pero en ningun caso fueron armas heráldicas, aunque así lo creyeran a partir, probablemente, del siglo XI y desde luego en el XIV, algunos contemporáneos.
El rey de Aragón será único propietario de ese emblema. Por ello es el rey quien, en uso de estas atribuciones específicas, concede a algunas ciudades importantes y a personas el honor de poder aparecer, jurídica y oficialmente, como especialmente vinculadas a él. Así, por ejemplo, ocurre con las capitales de sus diversos estados hispánicos, con la excepción de Zaragoza, por razones de régimen especial: a Mallorca y a Valencia, que no poseían armas propias por haber estado bajo dominio musulmán, se les concede el uso de las armas regias, con un aditamento o brisura (franja de color) que sirvan para verificar la distinción entre el emblema del soberano y el de las ciudades respectivas. A Barcelona, cuyo escudo es la cruz, más tarde evolucionada a su forma georgina (cruz de gules sobre plata), el soberano aragonés (a la vez, conde de la ciudad y de su territorio propio) concede, también, el uso de los palos, que se combinan en la heráldica barcelonesa con la cruz secularmente distintiva de la ciudad.
Dos cuestiones han cobrado, en diversos momentos, estado de actualidad en relación con las «barras» aragonesas. La primera, la del origen que se les pueda atribuir; la segunda, la de su correcta posición en enseñas que no sean escudos de armas.
El origen, de acuerdo con la documentación existente, no es averiguable. Descártanse las dos tradiciones recientes más divulgadas: la del episodio de Wifredo «el Velloso», desmontada por la investigación, como se dijo, y la de que los palos significarían, cada uno, un cetro o signo de gobierno sobre un territorio con soberanía propia (y, en particular, haciendo alusión a los diversos condados cuya hegemonía se concentró en la Casa de Barcelona). Este último aserto, en cuanto a que los palos sean cetros o símbolos de soberanía sobre otro tanto número de estados, no es, sencillamente, comprobable; se trata, nada más, de una hipótesis que puede aceptarse o no. Las razones para rechazarla se derivan de que, si bien la premisa (que los palos sean cetros) podría tenerse por lógica, el corolario es demostrablemente incorrecto y, en numerosas ocasiones (que se fundamentan en documentos de todo género y, muy especialmente, en la moneda aragonesa) el mismo soberano utilizó, de modo simultáneo, diverso número de «barras» como «señal real», porque las reglas del blasón no se habían establecido. Y, tanto en acuñaciones como en otras representaciones (mapas, portulanos, etc.), el número de «barras» llega a depender, únicamente, del espacio disponible para representarlas. Sobre el particular, los datos son expresivos y abundantes.
En la misma dirección puede recordarse cómo, mientras que un rey de Aragón utiliza en sus armas un número determinado de palos de gules, otros miembros de su familia, de modo coetáneo, emplean un número menor: esta disminución en la heráldica sirve, a un tiempo, para mostrar cómo el usuario (esposa, hermano o hijo del soberano, por lo regular) pertenece a la Casa de Aragón, pero no es el monarca mismo, resolviéndose, con este sencillo y luego muy común expediente, a una vez el problema de la identificación del linaje, y el de la salvaguardia de la exclusiva de uso sobre el emblema completo, que corresponde al rey únicamente.
Con más ínfulas se ha presentado últimamente una tesis (Pastoureau) que podemos denominar «provenzal» con la que, además del intento —vano por lo expuesto antes— de reforzar la interpretación de la presencia de los palos heráldicos en el sello de 1150 de Ramón Berenguer IV, se pretende demostrar que el conde barcelonés los introdujo en la Península tras haberlos tomado del antiguo reino de Borgoña-Provenza. Según esta tesis, cuyo principal fundamento es la utilización inadecuada y en exclusiva de un método estadístico (examen de 125.000 escudos de armas y su distribución), el mayor número de armas con palos se encontraba en Borgoña-Provenza y por ello sería el centro difusor; en cuanto a los colores (el esmalte gules y el metal oro) se trataría de algo sujeto al gusto y a la moda. Tal tesis, en los términos desarrollados actualmente es sencillamente insostenible, sobre todo porque no parece que el método estadístico sea concluyente en este caso: 1.°) No tiene en cuenta que puede haber un fenómeno de convergencia, lo cual es perfectamente posible en un elemento cultural tan simple como es el palo. 2.°) Aceptando un difusionismo, es muy discutible que el centro de origen del elemento de cultura posea un número mayor de ellos —sobre todo llegados a nuestros tiempos—, ya que en los centros receptores pueden tener los elementos recibidos mayor aceptación y, por ello, intensificarse su producción. De cualquier modo, no parece que se hayan reunido todos los emblemas palados, con lo cual el método falla por su base. 3.°) Todo ello sin contar con que algunos de esos emblemas palados o con palos sean refuerzos o junturas del escudo; o, en caso de enseñas, simples rayas convencionales, como sucede en multitud de dibujos que no suelen ser coetáneos. 4.°) No se distingue entre esmaltes y metales. Es obvio que la estadística debería hacerse entre escudos que tuvieran palos de gules en campo de oro (o viceversa) pero no de forma indiscriminada.
Desde fecha tempranísima, Aragón utilizó, en sus monedas, signos de identificación. Al comienzo, por la dependencia política, económica y jurídica del Estado recién nacido a la soberanía (con Ramiro I , «quasi pro rege») el signo de la moneda jaquesa de plata era el que los reyes de Pamplona, a cuya Casa pertenecía Ramiro, empleaban en sus acuñaciones de la ceca de Nájera: la cruz, más o menos floreada o rameada, de donde con el tiempo se derivarían, por un lado, el llamado «árbol de Sobrarbe» (una cruz rematando vegetaciones cada vez más tupidas) y la cruz «de Íñigo Arista» o «de Sobrarbe», de igual procedencia. Para establecer la diferencia con las monedas pamplonesas, los soberanos aragoneses de comienzos del siglo XI inscribieron en sus piezas las menciones Iaca o Aragón. Cuando Sancho Ramírez se relacionó con la Santa Sede , en busca de protección política frente a sus poderosos vecinos, es probable que la cruz najerense, adoptada por Jaca tendiera a convertirse en cruz pontificia o patriarcal (la misma que ha perdurado en el escudo de la primera capital aragonesa). La relación muy estrecha y secular del rey de Aragón con la Silla de Pedro estuvo, seguramente, en la raíz del patrocinio que el Apóstol se vio atribuir sobre los aragoneses (de modo que no es asombroso que el nombre de Pedro sea característico en la dinastía privativa, mientras que no aparece en la Casa Condal barcelonesa; o que a Pedro se consagraran templos y monasterios tan importantes como los oscenses). Los colores empleados por los pontífices puede que fueran desde muy temprano, el rojo y el gualda (o gules y oro) —hay muestras gráficas en el siglo XVI de «vexilla rubra pontificia»— probablemente retomando la tradición romana clásica, la enseña legionaria roja (así era la bandera oficial que ondeaba en la Roma imperial, presidiendo desde el Capitolio la reunión de los comicios por centurias en el Campo de Marte) y las letras doradas (de oro o de bronce) con que se señalaba la majestad del Senado y el Pueblo de Roma. La bandera pasaría a la Edad Media como distintivo de la ciudad de Roma, llegando hasta los tiempos modernos y nuestros días, en que se sigue utilizando.
Todo ello sin descartar que el rojo no fuera (como en otros lugares de Occidente) una degeneración del púrpura primitivo, cuyo tinte fue, en la Edad Media, extraordinariamente caro y difícil de obtener, existiendo casos conocidos de cómo, por razones de imposibilidad técnica o económica, el color púrpura viró, en algunos emblemas, bien al azul oscuro, bien al rojo o carmesí.
Esta temprana e intensa relación entre Aragón y el solio papal, fue muy duradera. Económicamente, reportó beneficios sin cuento a la sede romana y protección política a los, en un comienzo, pequeños reyes aragoneses, que, en época posterior y de más brillo, fueron designados por Roma «gonfalonieros» o portaestandartes del Sumo Pontífice, por lo que la enseña regia de Aragón ondeó, en más de un caso, en las solemnidades papales.
De tal vinculación procederían según hipótesis de distintos autores, las «barras» aragonesas, que serían derivadas de la forma de los lemniscos o cintas con que los Papas autentificaban, al sujetarlas con su sello, sus documentos oficiales.
Parece cierto que tales lemniscos eran rojos con hilos amarillos (y sí lo es que los colores romanos eran ésos, al menos desde el siglo XII, según testimonios pictóricos conservados). Una norma de Pedro III estatuía que la cinta tuviera veinte hilos: diez rojos y diez amarillos; y otra, ya del siglo XIV, en las ordenaciones góticas de la cancillería aragonesa, estipula que las anchuras de esas cintas, que los soberanos de Aragón acabaron empleando como propias, fueran de siete hilos continuos para el amarillo externo y cinco para cada bastón o franja roja y el amarillo central.
En todo caso, nada hay que repugne al origen pontificio del emblema, si bien es falso que fuese usado por nadie, que se sepa con certeza, antes que por el rey Alfonso II , al menos como escudo de armas. (En Provenza, la primera moneda conocida —con cronología dudosa— que muestra «barras», es de Ramón Berenguer V (1209-1245), en la época de Jaime I , a cuyo reinado pertenecía otra pieza con las mismas características acuñada en Barcelona; en ambos casos, las «barras» ocupan el lugar de la cabeza del soberano ya que en el reverso continúa la cruz y la dignidad que expresa el monarca, explícitamente, es la de rex.)
En cuanto a la disposición que deben adoptar, está claro que, en escudos, es la suya natural, esto es, la vertical. Pero cuando se trata de banderas, los reyes de Aragón los situaron, según numerosos testimonios gráficos medievales, de modo horizontal. De ahí que aun no siendo muy heráldica la denominación de «barras» para los «palos», no sea incorrecto el uso de esta voz si con ella se alude a su representación en cualquier posición. Cuando la enseña se portaba a modo de guión, esto es, como transposición del escudo, el tejido solía ser cuadrado y sostenido por el astil y un travesaño superior, sujeto a aquél en el ángulo recto. Pero si las armas regias se disponían en bandera, las pinturas medievales las representaban abundantemente en sentido horizontal, tanto en Alcañiz cuanto en Teruel, Daroca, Barcelona, etc. Y sin excepción ninguna, en documentos oficiales y crónicas medievales o renacentistas se alude sempiternamente a este signo como «de Aragón», a cuyo grito combaten o aclaman las tropas, de cualquier procedencia (incluida la propiamente catalana) de los reyes de Aragón.
Por último, es conveniente distinguir dos problemas: el de la hegemonía del reino de Aragón, del de Valencia o del condado barcelonés sobre el resto de los dominios de la Corona. (Cada uno de estos estados tuvo su fase respectiva de hegemonía real, política y económica.) Y, por otro lado, el de la primacía jurídica. Sobre este último, no cabe duda ninguna de ninguna clase. Los soberanos de la Corona fueron, un tiempo, reyes, sólo por serlo de Aragón. Eran, además, condes y marqueses; pero tenían derecho a los privilegios y fueros de la corona real únicamente por su señorío sobre «los Aragones», que les daban el título de reyes. La Casa barcelonesa, bien poderosa, no pudo nunca acceder a la titularidad regia en sus dominios originarios, para no violentar a la monarquía francesa y sus derechos de tutela sobre los condados hispanos desde tiempos carolingios; así, la titulación regia de los soberanos aragoneses, condes, además, de los territorios asumidos por Barcelona, fue una eficaz protección para el pujante conjunto del noreste, que por eso incorporó las armas regias a su heráldica, aunque sin privar nunca a las «barras» de su apellido aragonés, indiscutible en la Edad Media, tanto en la Península cuanto fuera de ella. De ahí que resulte inadmisible y con netas intenciones de manipulación un aserto como el a menudo escrito por algunos investigadores catalanes modernos, que se permiten hablar, a propósito de los esponsales de Petronila y Ramón Berenguer, de «unión de los dos reinos», inventando uno donde no lo hay. En fecha tan trascendental y tardía como la del Compromiso de Caspe, los aragoneses, a través de su representación, advierten a valencianos y catalanes de que, en caso de no llegarse a acuerdo pronto y satisfactorio sobre la provisión del trono vacante, elegirán por sí mismos un soberano para Aragón, lo que obligará al conjunto de los territorios, por ser Aragón cabeza hegemónica, según Derecho, de la Corona toda, sin que nadie se atreva a discutir tal evidencia.
También resulta significativo que, tras el matrimonio de Ramón Berenguer IV con la reina (pues él ni es rey ni lo será), ninguno de los descendientes del matrimonio lleve, nunca, ninguno de los nombres característicos de los condes de Barcelona, sino los tradicionales en la Casa de Aragón, sobresalientemente Pedro y Alfonso (incluso con cambios hechos ex profeso con vistas a la coronación). Esa preeminencia honorífica y jurídica estuvo siempre muy clara para los contemporáneos.
Que los palos de gules fueron emblema estrictamente privativo del rey de Aragón (y ni siquiera de la familia de cada soberano individual) y que se hallaban indisolublemente vinculados a quien ciñese la Corona aragonesa en su sentido restricto (la del reino particular) lo prueban, por un lado, los cambios de dinastía, como cuando Fernando I asume, sin haberlos usado antes, los palos, al haber sido elegido rey de Aragón por los compromisarios de Caspe. Y, aunque sus intentos fueron fallidos, tanto el condestable Pedro de Portugal cuanto Renato de Anjou, usurpadores de efímero poder (pero que llegan a actuar como reyes de Aragón), emplean en sus monedas y se comprometen documentalmente a no usar, como tales reyes aragoneses, otro signo y emblema que el de los palos de gules sobre oro. Las monedas de Juan II no expresan, junto a los palos, la condición de conde de Barcelona que tenía el soberano, sino sólo los títulos regios de Aragón, Navarra, Sicilia y Valencia; y la segunda vez que las barras disminuidas por falta de espacio, aparecen en una moneda aragonesa, lo hacen en un florín de oro de Martín I y no en ninguna pieza privativa de Barcelona. La primera vez que los palos aparecen en la numismática es en una moneda de Jaime I , que se titula, únicamente, rex. En el anverso figura la cruz tradicional de la moneda barcelonesa, pues en esa ciudad se acuñó la moneda; y en el reverso las armas del rey, los palos aragoneses.
Son, en resumen, correctas las actuaciones recientes que han oficializado una bandera de Aragón con las «barras» horizontales, negándose a introducir modificación o disminución ninguna, brisuras ni otros aditamentos, en el símbolo actual del antiguo reino, que hereda de modo directo y con el mayor derecho, el signo regio que fue privativo de sus antiguos soberanos y sancionado para Aragón por Felipe I (II de Castilla) en las exequias de su padre, celebradas en Bruselas [1558], donde se muestra un «estandarte» con los palos gules en campo de oro bajo el epígrafe «Arragon». Será bueno, además, señalar que el emblema característico y único de la «Diputación del General de Catalunya» (la «Generalitat») fue siempre el de la cruz, según se desprende de datos sobre el siglo XV aportados por Zurita y se pone oficialmente de manifiesto en fecha tan sonada y moderna como la del alzamiento catalán contra Felipe III (IV de Castilla), justificado por los diputados en un escrito famoso y editado entonces, en cuyo frontis campea, precisamente, la cruz; emblema que también aparece en los sellos de la misma institución —con representación de San Jorge en ocasiones— y no las «barras» (las ostenta el sello de la Real Audiencia en Cataluña, lo cual es significativo de su vinculación al rey), que donde sí se muestran es en los pertenecientes a la Diputación del Reino de Aragón.
En tiempos modernos (y sin contar con que el Boletín Oficial de Aragón, en el siglo XIX, mostraba únicamente el escudo con «barras») merece la pena destacar la descripción de parte de un arco en las fiestas que Zaragoza preparó con motivo de la proclamación de Fernando VI en 1746: «Ocupaba toda su frente un ayroso pavellón azul, que servía de Dosel a una Estatua que representaba la Justicia, y la coronaban las armas de aragón, expresadas en sus barras».
Por lo demás, ya en los años treinta del siglo XX, el erudito archivero Abizanda y Broto consiguió se aceptase como bandera de Aragón la misma que hoy ha hecho suya la Diputación General de Aragón .
• Bibliografía:
Canellas, A.: «Heráldica de la Diputación de Zaragoza»; rev. Zaragoza, III, 1956.
Fatás, G. y Redondo, G.: La Bandera de Aragón, Zaragoza, 1978.
Heiss, A.: Descripción general de las monedas hispano cristianas...; II, reimpreso (edición facsimilar), Zaragoza, 1962.
Ibarra, E.: Informe acerca de cuál de los tres escudos sea el que más exactamente corresponde a Aragón; Madrid, 1921.
Pastoureau, M.: «L’origine des armoiries de la Catalogne»; II Simposi Numismatic de Barcelona, Barcelona, 1980.
Udina, F.: Las armas de la ciudad de Barcelona; Barcelona, 1969.
Los palos del escudo de los reyes de Aragón , que usualmente se llamaron y llaman «barras», son cuatro listones verticales de gules (rojo) sobre fondo de oro (amarillo), que queda dividido en cinco zonas, tres de ellas interiores a los palos.
Sobre los mismos se han originado multitud de leyendas y explicaciones pintorescas, casi todas muy modernas (desde el siglo XVI para acá y, frecuentemente, posteriores al siglo XIX), a menudo al calor de la «renaixença» catalana y el «noucentisme», que contempla el último resurgir de la catalanidad contemporánea. Casi todas esas elaboraciones ideológicas han tenido, como finalidad principal (frecuentemente, confesa) la de establecer más o menos irrefutablemente el origen catalán del emblema.
Deben, para empezar, descartarse sistemáticamente todas las lucubraciones que insistan específicamente en el dicho carácter «catalán» pues, en términos de corrección científica e historiográfica, no puede aceptarse otra cosa que el concepto de lo «barcelonés», y entendido éste como alusivo a la Casa Condal de Barcelona, pues el término y la noción misma de Cataluña son muy posteriores al origen de los problemas que concierne a este símbolo.
De entre esas fabricaciones legendarias destaca, principalmente, la muy extendida y famosa de que las «barras» son cuatro trazos de los dedos, tintos en sangre, de un monarca carolingio (Carlos el Calvo) que, sobre el escudo de guerra del conde dependiente Wifredo «el Velloso», premió con la concesión de ese distintivo el valor del noble barcelonés (que era, también, titular de otros condados, luego catalanes), valor que le había llevado a ser herido en combate en favor de la monarquía franca. Ya hace mucho tiempo que el investigador catalán Udina, sobre trabajos precedentes, deshizo, sin lugar a discusiones, la historicidad de la fábula, que en absoluto debe preocupar a ningún espíritu riguroso y que es de tardía creación.
También se han utilizado argumentos a favor del barcelonismo de la enseña basados en razones sigilográficas y numismáticas todas ellas, sin excepción alguna, inconsistentes. Pieza fundamental en esas argumentaciones es un cierto sello oficial de Ramón Berenguer IV . De los varios de este conde soberano, que se conservan (muy bien publicados por Sagarra), en todos aparece, como era costumbre, un jinete noble y guerrero, con escudo y sobre caballo con ropones. El escudo, en los ejemplares conocidos, es liso. Los ejemplares que se guardan en Marsella, bastante deteriorados, presentan en el escudo ojival del jinete determinadas rayaduras que han sido interpretadas por algunos como atisbos o restos de las «barras». El examen directo de las piezas, el estudio de sus reproducciones —especialmente la correspondiente al sello de 1150, muy imaginativamente dibujada— y el buen sentido de numerosos investigadores permiten un notable grado de duda, hasta el punto de que no se admite, universalmente, tal argumento como probatorio de nada. En efecto, hay distintas razones (y no sólo por la escasa visibilidad de la impronta del sello) para tal cosa. En primer lugar, el hecho irrefutable de que tal escudo lleva un umbo, un resalte esférico saliente, en su mismo centro, lo cual ya dificulta extraordinariamente el imaginar, quebradas por él, las «barras». En segundo, que es cosa frecuente el que, en algunos de estos escudos medievales, se representen palos, pero no con significado heráldico, sino en retrato fiel de los que eran los refuerzos exteriores para dar al escudo de guerra mayor resistencia a los golpes, según puede apreciarse en un capitel del palacio de los duques de Granada en Estella (Navarra) y en otros muchos monumentos. En tercero, que cuando en el escudo de guerra se exhiben emblemas heráldicos, y más en el caso de un dinasta soberano, tales emblemas aparecen reproducidos en las gualdrapas de la montura, lo que aquí, obviamente, no sucede. Y, en cuarto, que el aspecto que ofrecen los trazos verticales en el repetido escudo es, con bastante claridad para quien no lo contemple prejuiciadamente, el de simples rayados por deterioro y no trazos grabados en el sello mismo.
Dos argumentos, de fuerte peso, cabe añadir. Conocemos bien la heráldica utilizada por Ramón Berenguer IV en piezas tan oficiales y necesitadas de regulación reglamentaria como sus monedas de conde soberano de Barcelona; esas piezas de plata, al igual que las de sus predecesores, no mostraban otra insignia (además de un cetro o lis) que la de la cruz, característica de Barcelona y de su Casa Condal, que la tuvo siempre por emblema propio; el sello más antiguo conocido de la ciudad de Barcelona que muestra «barras», además de la tradicional cruz, es de 1289. De tal uso de la cruz se derivó luego el nombre especial de la moneda condal de Barcelona: el «croat» o «cruzado».
Una segunda teoría «barcelonista» nace de la afirmación pintoresca de que, en ciertas monedas de Berenguer III, aparece el escudo barrado o palado. Esta aseveración desconoce un hecho fundamental, y es el de que las monedas atribuidas a Ramón Berenguer III por la Numismática actual llevan una cruz y un lis o cetro, símbolos que, lógicamente, heredó de su sucesor, según se ha indicado. Y sin contar con que son monedas «atribuidas» a Ramón Berenguer III pues no existe completa constancia de que le pertenecieran. Por otro lado, difícilmente pudo este mismo conde trazar tres bastones rojos alusivos a sus estados, ya que llegaría a ser conde de Barcelona (pleno, desde 1096), conde de Besalú (1111), Provenza (1112) y Cerdaña (1117), además de tener varios vasallos, entre ellos al vizconde Ato de Beziers, quien le prestó vasallaje por el condado de Carcasona. Hubiera, pues, necesitado de dos, tres y cuatro o más palos, sucesivamente.
Dicho cuanto antecede, conviene señalar que las únicas piezas en donde, indiscutiblemente hacen acto de presencia las «barras», sin que quepa la menor posibilidad de discusión, es en los sellos de la cancillería de Alfonso II rey de Aragón e hijo de Ramón Berenguer IV (y de doña Petronila ). Este uso, sobre ser cierto y documentable, es regular. De manera que puede tenerse por demostrable que el primer uso conocido y oficial de las «barras» se verifica en un rey de Aragón, que lo indica en su escudo y en las ropas de su montura.
A partir de ese momento, la tradición universal llama a tales palos «barras de Aragón» y, en el momento (tardío) en que se empiezan a canonizar las reglas del arte del blasón, la palabra «Aragón» sirve, específicamente, para designar los palos de gules sobre campo de oro.
Toda la tradición, persistente, de la cancillería real aragonesa designa, siempre, al emblema palado, con denominaciones como «nostre senyal real», «signum regni nostri», etc., aludiendo pertinazmente y de modo expreso a la condición regia de ese escudo de armas, que tenían los soberanos de Aragón precisamente por ser reyes aragoneses, y no por ninguna otra razón. Cuando los reyes de Aragón —con anterioridad a la conquista de Valencia por Jaime I — aluden a los palos, lo hacen en esos términos; y es, ésa, época en que no poseen ningún otro título real, pues los de los condados de la futura Cataluña no lo son ni se ha conquistado, todavía, Valencia.
Cuando, en tiempos de Pedro IV , ya en el siglo XIV, la tradición heráldica y los mitos se hayan consolidado y la monarquía aragonesa sea una entidad compleja y de estructura variada, los soberanos introducirán algunas matizaciones (pero sin abandonar nunca la terminología que se ha descrito), como emplear el símbolo de la cruz de Íñigo Arista sobre fondo cárdeno para representar el «Aragón antiguo»; y la cruz de San Jorge con las cuatro cabezas de moros para el Aragón coetáneo, porque la tradición hecha ciencia así lo consideraba; pero ha sido sobradamente probado que el primer signo procede de las suscripciones de documentos reales y, el segundo, de la sublimación del resultado favorable de una batalla contra el oponente musulmán. Pero en ningun caso fueron armas heráldicas, aunque así lo creyeran a partir, probablemente, del siglo XI y desde luego en el XIV, algunos contemporáneos.
El rey de Aragón será único propietario de ese emblema. Por ello es el rey quien, en uso de estas atribuciones específicas, concede a algunas ciudades importantes y a personas el honor de poder aparecer, jurídica y oficialmente, como especialmente vinculadas a él. Así, por ejemplo, ocurre con las capitales de sus diversos estados hispánicos, con la excepción de Zaragoza, por razones de régimen especial: a Mallorca y a Valencia, que no poseían armas propias por haber estado bajo dominio musulmán, se les concede el uso de las armas regias, con un aditamento o brisura (franja de color) que sirvan para verificar la distinción entre el emblema del soberano y el de las ciudades respectivas. A Barcelona, cuyo escudo es la cruz, más tarde evolucionada a su forma georgina (cruz de gules sobre plata), el soberano aragonés (a la vez, conde de la ciudad y de su territorio propio) concede, también, el uso de los palos, que se combinan en la heráldica barcelonesa con la cruz secularmente distintiva de la ciudad.
Dos cuestiones han cobrado, en diversos momentos, estado de actualidad en relación con las «barras» aragonesas. La primera, la del origen que se les pueda atribuir; la segunda, la de su correcta posición en enseñas que no sean escudos de armas.
El origen, de acuerdo con la documentación existente, no es averiguable. Descártanse las dos tradiciones recientes más divulgadas: la del episodio de Wifredo «el Velloso», desmontada por la investigación, como se dijo, y la de que los palos significarían, cada uno, un cetro o signo de gobierno sobre un territorio con soberanía propia (y, en particular, haciendo alusión a los diversos condados cuya hegemonía se concentró en la Casa de Barcelona). Este último aserto, en cuanto a que los palos sean cetros o símbolos de soberanía sobre otro tanto número de estados, no es, sencillamente, comprobable; se trata, nada más, de una hipótesis que puede aceptarse o no. Las razones para rechazarla se derivan de que, si bien la premisa (que los palos sean cetros) podría tenerse por lógica, el corolario es demostrablemente incorrecto y, en numerosas ocasiones (que se fundamentan en documentos de todo género y, muy especialmente, en la moneda aragonesa) el mismo soberano utilizó, de modo simultáneo, diverso número de «barras» como «señal real», porque las reglas del blasón no se habían establecido. Y, tanto en acuñaciones como en otras representaciones (mapas, portulanos, etc.), el número de «barras» llega a depender, únicamente, del espacio disponible para representarlas. Sobre el particular, los datos son expresivos y abundantes.
En la misma dirección puede recordarse cómo, mientras que un rey de Aragón utiliza en sus armas un número determinado de palos de gules, otros miembros de su familia, de modo coetáneo, emplean un número menor: esta disminución en la heráldica sirve, a un tiempo, para mostrar cómo el usuario (esposa, hermano o hijo del soberano, por lo regular) pertenece a la Casa de Aragón, pero no es el monarca mismo, resolviéndose, con este sencillo y luego muy común expediente, a una vez el problema de la identificación del linaje, y el de la salvaguardia de la exclusiva de uso sobre el emblema completo, que corresponde al rey únicamente.
Con más ínfulas se ha presentado últimamente una tesis (Pastoureau) que podemos denominar «provenzal» con la que, además del intento —vano por lo expuesto antes— de reforzar la interpretación de la presencia de los palos heráldicos en el sello de 1150 de Ramón Berenguer IV, se pretende demostrar que el conde barcelonés los introdujo en la Península tras haberlos tomado del antiguo reino de Borgoña-Provenza. Según esta tesis, cuyo principal fundamento es la utilización inadecuada y en exclusiva de un método estadístico (examen de 125.000 escudos de armas y su distribución), el mayor número de armas con palos se encontraba en Borgoña-Provenza y por ello sería el centro difusor; en cuanto a los colores (el esmalte gules y el metal oro) se trataría de algo sujeto al gusto y a la moda. Tal tesis, en los términos desarrollados actualmente es sencillamente insostenible, sobre todo porque no parece que el método estadístico sea concluyente en este caso: 1.°) No tiene en cuenta que puede haber un fenómeno de convergencia, lo cual es perfectamente posible en un elemento cultural tan simple como es el palo. 2.°) Aceptando un difusionismo, es muy discutible que el centro de origen del elemento de cultura posea un número mayor de ellos —sobre todo llegados a nuestros tiempos—, ya que en los centros receptores pueden tener los elementos recibidos mayor aceptación y, por ello, intensificarse su producción. De cualquier modo, no parece que se hayan reunido todos los emblemas palados, con lo cual el método falla por su base. 3.°) Todo ello sin contar con que algunos de esos emblemas palados o con palos sean refuerzos o junturas del escudo; o, en caso de enseñas, simples rayas convencionales, como sucede en multitud de dibujos que no suelen ser coetáneos. 4.°) No se distingue entre esmaltes y metales. Es obvio que la estadística debería hacerse entre escudos que tuvieran palos de gules en campo de oro (o viceversa) pero no de forma indiscriminada.
Desde fecha tempranísima, Aragón utilizó, en sus monedas, signos de identificación. Al comienzo, por la dependencia política, económica y jurídica del Estado recién nacido a la soberanía (con Ramiro I , «quasi pro rege») el signo de la moneda jaquesa de plata era el que los reyes de Pamplona, a cuya Casa pertenecía Ramiro, empleaban en sus acuñaciones de la ceca de Nájera: la cruz, más o menos floreada o rameada, de donde con el tiempo se derivarían, por un lado, el llamado «árbol de Sobrarbe» (una cruz rematando vegetaciones cada vez más tupidas) y la cruz «de Íñigo Arista» o «de Sobrarbe», de igual procedencia. Para establecer la diferencia con las monedas pamplonesas, los soberanos aragoneses de comienzos del siglo XI inscribieron en sus piezas las menciones Iaca o Aragón. Cuando Sancho Ramírez se relacionó con la Santa Sede , en busca de protección política frente a sus poderosos vecinos, es probable que la cruz najerense, adoptada por Jaca tendiera a convertirse en cruz pontificia o patriarcal (la misma que ha perdurado en el escudo de la primera capital aragonesa). La relación muy estrecha y secular del rey de Aragón con la Silla de Pedro estuvo, seguramente, en la raíz del patrocinio que el Apóstol se vio atribuir sobre los aragoneses (de modo que no es asombroso que el nombre de Pedro sea característico en la dinastía privativa, mientras que no aparece en la Casa Condal barcelonesa; o que a Pedro se consagraran templos y monasterios tan importantes como los oscenses). Los colores empleados por los pontífices puede que fueran desde muy temprano, el rojo y el gualda (o gules y oro) —hay muestras gráficas en el siglo XVI de «vexilla rubra pontificia»— probablemente retomando la tradición romana clásica, la enseña legionaria roja (así era la bandera oficial que ondeaba en la Roma imperial, presidiendo desde el Capitolio la reunión de los comicios por centurias en el Campo de Marte) y las letras doradas (de oro o de bronce) con que se señalaba la majestad del Senado y el Pueblo de Roma. La bandera pasaría a la Edad Media como distintivo de la ciudad de Roma, llegando hasta los tiempos modernos y nuestros días, en que se sigue utilizando.
Todo ello sin descartar que el rojo no fuera (como en otros lugares de Occidente) una degeneración del púrpura primitivo, cuyo tinte fue, en la Edad Media, extraordinariamente caro y difícil de obtener, existiendo casos conocidos de cómo, por razones de imposibilidad técnica o económica, el color púrpura viró, en algunos emblemas, bien al azul oscuro, bien al rojo o carmesí.
Esta temprana e intensa relación entre Aragón y el solio papal, fue muy duradera. Económicamente, reportó beneficios sin cuento a la sede romana y protección política a los, en un comienzo, pequeños reyes aragoneses, que, en época posterior y de más brillo, fueron designados por Roma «gonfalonieros» o portaestandartes del Sumo Pontífice, por lo que la enseña regia de Aragón ondeó, en más de un caso, en las solemnidades papales.
De tal vinculación procederían según hipótesis de distintos autores, las «barras» aragonesas, que serían derivadas de la forma de los lemniscos o cintas con que los Papas autentificaban, al sujetarlas con su sello, sus documentos oficiales.
Parece cierto que tales lemniscos eran rojos con hilos amarillos (y sí lo es que los colores romanos eran ésos, al menos desde el siglo XII, según testimonios pictóricos conservados). Una norma de Pedro III estatuía que la cinta tuviera veinte hilos: diez rojos y diez amarillos; y otra, ya del siglo XIV, en las ordenaciones góticas de la cancillería aragonesa, estipula que las anchuras de esas cintas, que los soberanos de Aragón acabaron empleando como propias, fueran de siete hilos continuos para el amarillo externo y cinco para cada bastón o franja roja y el amarillo central.
En todo caso, nada hay que repugne al origen pontificio del emblema, si bien es falso que fuese usado por nadie, que se sepa con certeza, antes que por el rey Alfonso II , al menos como escudo de armas. (En Provenza, la primera moneda conocida —con cronología dudosa— que muestra «barras», es de Ramón Berenguer V (1209-1245), en la época de Jaime I , a cuyo reinado pertenecía otra pieza con las mismas características acuñada en Barcelona; en ambos casos, las «barras» ocupan el lugar de la cabeza del soberano ya que en el reverso continúa la cruz y la dignidad que expresa el monarca, explícitamente, es la de rex.)
En cuanto a la disposición que deben adoptar, está claro que, en escudos, es la suya natural, esto es, la vertical. Pero cuando se trata de banderas, los reyes de Aragón los situaron, según numerosos testimonios gráficos medievales, de modo horizontal. De ahí que aun no siendo muy heráldica la denominación de «barras» para los «palos», no sea incorrecto el uso de esta voz si con ella se alude a su representación en cualquier posición. Cuando la enseña se portaba a modo de guión, esto es, como transposición del escudo, el tejido solía ser cuadrado y sostenido por el astil y un travesaño superior, sujeto a aquél en el ángulo recto. Pero si las armas regias se disponían en bandera, las pinturas medievales las representaban abundantemente en sentido horizontal, tanto en Alcañiz cuanto en Teruel, Daroca, Barcelona, etc. Y sin excepción ninguna, en documentos oficiales y crónicas medievales o renacentistas se alude sempiternamente a este signo como «de Aragón», a cuyo grito combaten o aclaman las tropas, de cualquier procedencia (incluida la propiamente catalana) de los reyes de Aragón.
Por último, es conveniente distinguir dos problemas: el de la hegemonía del reino de Aragón, del de Valencia o del condado barcelonés sobre el resto de los dominios de la Corona. (Cada uno de estos estados tuvo su fase respectiva de hegemonía real, política y económica.) Y, por otro lado, el de la primacía jurídica. Sobre este último, no cabe duda ninguna de ninguna clase. Los soberanos de la Corona fueron, un tiempo, reyes, sólo por serlo de Aragón. Eran, además, condes y marqueses; pero tenían derecho a los privilegios y fueros de la corona real únicamente por su señorío sobre «los Aragones», que les daban el título de reyes. La Casa barcelonesa, bien poderosa, no pudo nunca acceder a la titularidad regia en sus dominios originarios, para no violentar a la monarquía francesa y sus derechos de tutela sobre los condados hispanos desde tiempos carolingios; así, la titulación regia de los soberanos aragoneses, condes, además, de los territorios asumidos por Barcelona, fue una eficaz protección para el pujante conjunto del noreste, que por eso incorporó las armas regias a su heráldica, aunque sin privar nunca a las «barras» de su apellido aragonés, indiscutible en la Edad Media, tanto en la Península cuanto fuera de ella. De ahí que resulte inadmisible y con netas intenciones de manipulación un aserto como el a menudo escrito por algunos investigadores catalanes modernos, que se permiten hablar, a propósito de los esponsales de Petronila y Ramón Berenguer, de «unión de los dos reinos», inventando uno donde no lo hay. En fecha tan trascendental y tardía como la del Compromiso de Caspe, los aragoneses, a través de su representación, advierten a valencianos y catalanes de que, en caso de no llegarse a acuerdo pronto y satisfactorio sobre la provisión del trono vacante, elegirán por sí mismos un soberano para Aragón, lo que obligará al conjunto de los territorios, por ser Aragón cabeza hegemónica, según Derecho, de la Corona toda, sin que nadie se atreva a discutir tal evidencia.
También resulta significativo que, tras el matrimonio de Ramón Berenguer IV con la reina (pues él ni es rey ni lo será), ninguno de los descendientes del matrimonio lleve, nunca, ninguno de los nombres característicos de los condes de Barcelona, sino los tradicionales en la Casa de Aragón, sobresalientemente Pedro y Alfonso (incluso con cambios hechos ex profeso con vistas a la coronación). Esa preeminencia honorífica y jurídica estuvo siempre muy clara para los contemporáneos.
Que los palos de gules fueron emblema estrictamente privativo del rey de Aragón (y ni siquiera de la familia de cada soberano individual) y que se hallaban indisolublemente vinculados a quien ciñese la Corona aragonesa en su sentido restricto (la del reino particular) lo prueban, por un lado, los cambios de dinastía, como cuando Fernando I asume, sin haberlos usado antes, los palos, al haber sido elegido rey de Aragón por los compromisarios de Caspe. Y, aunque sus intentos fueron fallidos, tanto el condestable Pedro de Portugal cuanto Renato de Anjou, usurpadores de efímero poder (pero que llegan a actuar como reyes de Aragón), emplean en sus monedas y se comprometen documentalmente a no usar, como tales reyes aragoneses, otro signo y emblema que el de los palos de gules sobre oro. Las monedas de Juan II no expresan, junto a los palos, la condición de conde de Barcelona que tenía el soberano, sino sólo los títulos regios de Aragón, Navarra, Sicilia y Valencia; y la segunda vez que las barras disminuidas por falta de espacio, aparecen en una moneda aragonesa, lo hacen en un florín de oro de Martín I y no en ninguna pieza privativa de Barcelona. La primera vez que los palos aparecen en la numismática es en una moneda de Jaime I , que se titula, únicamente, rex. En el anverso figura la cruz tradicional de la moneda barcelonesa, pues en esa ciudad se acuñó la moneda; y en el reverso las armas del rey, los palos aragoneses.
Son, en resumen, correctas las actuaciones recientes que han oficializado una bandera de Aragón con las «barras» horizontales, negándose a introducir modificación o disminución ninguna, brisuras ni otros aditamentos, en el símbolo actual del antiguo reino, que hereda de modo directo y con el mayor derecho, el signo regio que fue privativo de sus antiguos soberanos y sancionado para Aragón por Felipe I (II de Castilla) en las exequias de su padre, celebradas en Bruselas [1558], donde se muestra un «estandarte» con los palos gules en campo de oro bajo el epígrafe «Arragon». Será bueno, además, señalar que el emblema característico y único de la «Diputación del General de Catalunya» (la «Generalitat») fue siempre el de la cruz, según se desprende de datos sobre el siglo XV aportados por Zurita y se pone oficialmente de manifiesto en fecha tan sonada y moderna como la del alzamiento catalán contra Felipe III (IV de Castilla), justificado por los diputados en un escrito famoso y editado entonces, en cuyo frontis campea, precisamente, la cruz; emblema que también aparece en los sellos de la misma institución —con representación de San Jorge en ocasiones— y no las «barras» (las ostenta el sello de la Real Audiencia en Cataluña, lo cual es significativo de su vinculación al rey), que donde sí se muestran es en los pertenecientes a la Diputación del Reino de Aragón.
En tiempos modernos (y sin contar con que el Boletín Oficial de Aragón, en el siglo XIX, mostraba únicamente el escudo con «barras») merece la pena destacar la descripción de parte de un arco en las fiestas que Zaragoza preparó con motivo de la proclamación de Fernando VI en 1746: «Ocupaba toda su frente un ayroso pavellón azul, que servía de Dosel a una Estatua que representaba la Justicia, y la coronaban las armas de aragón, expresadas en sus barras».
Por lo demás, ya en los años treinta del siglo XX, el erudito archivero Abizanda y Broto consiguió se aceptase como bandera de Aragón la misma que hoy ha hecho suya la Diputación General de Aragón .
• Bibliografía:
Canellas, A.: «Heráldica de la Diputación de Zaragoza»; rev. Zaragoza, III, 1956.
Fatás, G. y Redondo, G.: La Bandera de Aragón, Zaragoza, 1978.
Heiss, A.: Descripción general de las monedas hispano cristianas...; II, reimpreso (edición facsimilar), Zaragoza, 1962.
Ibarra, E.: Informe acerca de cuál de los tres escudos sea el que más exactamente corresponde a Aragón; Madrid, 1921.
Pastoureau, M.: «L’origine des armoiries de la Catalogne»; II Simposi Numismatic de Barcelona, Barcelona, 1980.
Udina, F.: Las armas de la ciudad de Barcelona; Barcelona, 1969.
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Re: Los Palos de Aragón
"También algunas mujeres muestran así en sus sellos las armas del marido y las paternas,como tempranamente vemos en el de Leonor de Castilla,Reina de Aragón (1224)...sello en doble ojiva; en el anverso,un gran escudo igual con los palos de Aragón,en el reverso otro escudo igual con las armas de Castilla"
Faustino Menéndez Pidal; Leones y Castillos: Emblemas heráldicos en España,p.103.Real Academia de la Historia (1999)
"...como Alfonso III,quien seguiría con las armas dinásticas de los cuatro palos de gules en campo de oro,mientras que su hermano Don Jaime,Rey de Sicilia,introduciría como brisura de la Casa Real aragonesa de donde procedía un cuartelado en cruz,de tipo castellano,con los palos de Aragón y el águila de Hohenstauffen que de entonces en adelante serían las armas de la Casa Real de Sicilia."
Luís Valero de Bernabé,Martín de Eugenio y Vicenta María Márquez de la Plata: Simbología y diseño de la heráldica gentilicia galaica,p.28 (2003)
"Las armas que aportó al escudo conjunto de los Reyes Católicos consisten en los palos o bastones, armas de los reyes de Aragón, partidas con el cuartelado en aspa de las armas de Aragón y Sicilia."
Suarez Fernández,L.: Isabel la Católica vista desde la Academia,p.116.Real Academia de la Historia (2005)
Faustino Menéndez Pidal; Leones y Castillos: Emblemas heráldicos en España,p.103.Real Academia de la Historia (1999)
"...como Alfonso III,quien seguiría con las armas dinásticas de los cuatro palos de gules en campo de oro,mientras que su hermano Don Jaime,Rey de Sicilia,introduciría como brisura de la Casa Real aragonesa de donde procedía un cuartelado en cruz,de tipo castellano,con los palos de Aragón y el águila de Hohenstauffen que de entonces en adelante serían las armas de la Casa Real de Sicilia."
Luís Valero de Bernabé,Martín de Eugenio y Vicenta María Márquez de la Plata: Simbología y diseño de la heráldica gentilicia galaica,p.28 (2003)
"Las armas que aportó al escudo conjunto de los Reyes Católicos consisten en los palos o bastones, armas de los reyes de Aragón, partidas con el cuartelado en aspa de las armas de Aragón y Sicilia."
Suarez Fernández,L.: Isabel la Católica vista desde la Academia,p.116.Real Academia de la Historia (2005)
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Re: Los Palos de Aragón
Recientemente el historiador Juan Paz Peralta daba a conocer su opinión sobre el origen,a raíz de su obra 'Los escudos de armas del Reino de Aragón' (Mira Editores);
«Sobre el escudo con el que se representa Ramón Berenguer IV en sus sellos existen ciertas dudas. En el libro doy hasta once argumentos por los que llego a la conclusión de que las rayas que ahí se ven no son en realidad los palos de Aragón, sino emblemas militares. Las franjas verticales no coinciden en todos los escudos. Creo que son emblemas preheráldicos que, como todos, evolucionaron a escudos de armas. La primera representación segura de los palos de gules sobre oro está en el sello de Alfonso II de 1187»
La leyenda identifica al titular: Sello del rey de Aragón conde de Barcelona y marqués de Provenza «+SIGILLU(M) R(EGIS) ARAGON(ENSIS) COMITIS BA[RCHINONENSIS ET MARCHIONIS PROVI]NCIE».
«Sobre el escudo con el que se representa Ramón Berenguer IV en sus sellos existen ciertas dudas. En el libro doy hasta once argumentos por los que llego a la conclusión de que las rayas que ahí se ven no son en realidad los palos de Aragón, sino emblemas militares. Las franjas verticales no coinciden en todos los escudos. Creo que son emblemas preheráldicos que, como todos, evolucionaron a escudos de armas. La primera representación segura de los palos de gules sobre oro está en el sello de Alfonso II de 1187»
La leyenda identifica al titular: Sello del rey de Aragón conde de Barcelona y marqués de Provenza «+SIGILLU(M) R(EGIS) ARAGON(ENSIS) COMITIS BA[RCHINONENSIS ET MARCHIONIS PROVI]NCIE».
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Re: Los Palos de Aragón
En numismática.
Agostar o Pirral de oro siciliano,época de Pedro IV.En el anverso figuraba el escudo con los palos de Aragón mientras que en el reverso se mostraba el águila explayada de Sicilia.
Aureo de Nápoles de época de Alfonso V,donde aparecen palos de Aragón junto con las armas del reino de Nápoles, que se dividen en tres partes: las fajas húngaras, el campo de lises de Anjou y la cruz de Jerusalén. En la leyenda pondrá el título de rey de las dos Sicilias, porque reúne Nápoles y Sicilia como un solo territorio: Sicilia Ulterior y Sicilia Citerior.
Agostar o Pirral de oro siciliano,época de Pedro IV.En el anverso figuraba el escudo con los palos de Aragón mientras que en el reverso se mostraba el águila explayada de Sicilia.
Aureo de Nápoles de época de Alfonso V,donde aparecen palos de Aragón junto con las armas del reino de Nápoles, que se dividen en tres partes: las fajas húngaras, el campo de lises de Anjou y la cruz de Jerusalén. En la leyenda pondrá el título de rey de las dos Sicilias, porque reúne Nápoles y Sicilia como un solo territorio: Sicilia Ulterior y Sicilia Citerior.
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Re: Los Palos de Aragón
Preámbulo de la Ley 2/1984, de 16 de abril, sobre uso de la bandera y el escudo de Aragón
El Estatuto de Autonomía en su artículo 3.º al definir la Bandera y el Escudo de Aragón, viene a dar reconocimiento legal a los símbolos tradicionales de Aragón de uso secularmente arraigado.
La Bandera de Aragón es la tradicional de los Reyes de Aragón, antaño de uso exclusivo del titular de la Corona y expresiva de su soberanía. Documentalmente atestiguada desde su uso por Alfonso II, tal Bandera y armas de que proviene son universalmente conocidos como «de Aragón».
El Escudo de Aragón, por vez primera atestiguado en su disposición más conocida en 1499, se compone de los cuatro cuarteles que, en la configuración adoptada, se difundieron con predominio sobre otras ordenaciones heráldicas, tendiendo a consolidarse desde la Edad Moderna para arraigar decididamente en el siglo XIX y resultar aprobados, según precepto, por la Real Academia de la Historia en 1921.
En la descripción de los cuarteles del Escudo, se han seguido los más tradicionales criterios al respecto, en cuanto a símbolo que cada uno de ellos es de nuestro antiguo Reino, o de una parte territorialmente importante del mismo. Así, el primer cuartel, siguiendo el modelo más antiguo conservado, de 1499, conmemora al legendario Reino de Sobrarbe; el segundo describe la denominada de antiguo «Cruz de Iñigo Arista» considerada como el emblema tradicional del Aragón antiguo; el tercer cuartel sigue a los modelos antiguos, conforme a los cuales era considerado como el emblema más específico del Reino de Aragón en el siglo XIV, y el cuarto que, según los heraldistas, representa al Aragón moderno, recoge las «barras» aragonesas, que constituían el «Senyal» del Rey don Alfonso II.
Son elementos comunes de la Bandera y el Escudo los «palos de gules» o «barras de Aragón», elemento histórico común de los actuales cuatro entes autonómicos que en su día estuvieron integrados en la Corona de Aragón, en cuya emblemática se encuentran todavía, y que en su representación se incorporaron al Escudo de España.
El respeto que dichos símbolos merecen, así como su correcto y digno empleo, hacen necesario regular su utilización en concordancia con lo establecido en la Ley 39/1981, de 28 de octubre, sobre uso de la Bandera de España y de otras banderas e insignias, siendo preciso, por otra parte, establecer las necesarias especificaciones sobre las características fundamentales de los mismos sin perjuicio de que posteriormente se concreten los detalles técnicos a través del desarrollo reglamentario de la Ley.
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Re: Los Palos de Aragón
La Senyera: El Señal Real de Aragón
Guión y caballo engualdrapado representando a Aragón en las exequias por la muerte de Carlos V. Jérôme Cock,1559.
Guión y caballo engualdrapado representando a Aragón en las exequias por la muerte de Carlos V. Jérôme Cock,1559.
Si habéis tenido la oportunidad de leer el breve resumen sobre la historia de Cataluña que figura en la web de la Generalidad, os habréis dado cuenta de que es normal que los estudiantes de educación primaria y secundaria actuales no dispongan de los datos concretos y serios sobre la realidad de su propia historia.
En ella, se otorga a la leyenda de Guifredo el Velloso un valor histórico, ante el desconocimiento absoluto, o quizás interesado, y muy poco documentado, del nacimiento de una tierra y de una cultura, remontándose a comienzos del siglo X, como el inicio de una estado independiente de los reyes francos y del nacimiento de una bandera.
Mas allá de semejante barbaridad, luego se presenta a una Cataluña independiente como el germen de una corona, la de Aragón, a la que señalan como un foco de problemas dinásticos, como si esos problemas no fueran propios e inherentes a las propias monarquías. Luego, se hace referencia a la expresión “con los reyes catalanes”, lo que hace suponer que Cataluña debía de ser un reino, o que “en el siglo XIII Cataluña tuvo una de las mejores infanterías del mundo, los almogávares”, sin tener en cuenta la variada procedencia y orígenes de estas tropas.
Pero dentro de su ignorancia suprema, el escritor de tan descabellado texto, atribuye la unión de Castilla y Aragón a un tal Fernando, casado con la reina Isabel, y que fue el primer rey de la casa de Trastámara, confundiendo al rey Fernando I “el de Antequera” que gobernaría tras el llamado compromiso de Caspe del año 1412, con su nieto Fernando II “el católico”. Para redondear la faena, se hace especial hincapié en que “Cataluña tuvo el primer Parlamento, incluso antes que Inglaterra”, o que allí hubo un “principio de Naciones Unidas” . Vamos, que solo faltaba que Cataluña fuera la tierra prometida a Moisés ...
El asunto que trataré hoy es el de la bandera de las cuatro barras o palos de gules en campo dorado, conocidas como el Señal Real de Aragón.
GUIFREDO EL VELLOSO
Como os decía, la leyenda de Guifredo el Velloso nos hace creer que surgió en el siglo X, cuando este conde catalán, tras su contribución a una victoria de los francos sobre los invasores normandos, recibiría del monarca Carlos II “el calvo”, un escudo con campo de oro, al que se añadirían como palos los cuatro dedos ensangrentados por las heridas de la batalla.
Esta conocida y populosa leyenda ha sido atribuida al historiador valenciano Pere Antoni Beuter (1490-1554) desarrollada en su obra “Segunda parte de la crónica general de España”, publicada en castellano en el año 1550. En ella hay errores de bulto para el no iniciado en los asuntos históricos, ya que el rey francés y el conde de Barcelona solo convivieron como titulares del reino y condado, respectivamente, entre los años 870 y 877, mientras que las invasiones normandas en Francia se produjeron entre los años 856 y 861, sí en tiempos de Carlos II, pero anteriores al conde barcelonés.
ORIGEN DE LAS BARRAS
La hipótesis más aceptada en la actualidad y posible de su origen es el viaje que realizó el rey de Aragón Sancho Ramírez a Roma en el año 1068, para consolidar su joven reino mediante un vasallaje al entonces Papa, Alejandro II, que se encuentra perfectamente documentado con un tributo de cuantía de 500 mancusos de oro al año, y que propició la adopción de los colores de la umbrella vaticana como emblema del naciente reino aragonés, que solo llevaba 33 años de historia como tal.
LOS CONDES DE BARCELONA
El nacionalismo catalán ha intentado difundir las cuatro barras aragonesas como propias de los condes de Barcelona, a pesar de no existir prueba alguna de ello. Por otra parte, los condes de Barcelona siempre usaron sus emblemas propios, que era la utilización de la cruz.
La tumba de Ramón Berenguer II fue hallada en 1982 en la catedral de Gerona. Se compone de un sarcófago liso y rectangular, cuya única decoración exterior, en buen estado de conservación, consiste en una sucesión de 17 tiras verticales de unos 5 cm, alternativamente rojas y doradas, identificadas con las armas tradicionales de la Corona de Aragón. Según algunos autores (Fluvià, Martín de Riquer...), este primitivo sarcófago de Gerona vendría a apoyar la tesis del origen catalán de las barras afirmando que el linaje condal de Barcelona tenía como emblema palos rojos sobre un fondo dorado con anterioridad a la unión del Condado de Barcelona con el Reino de Aragón y por tanto, antes incluso del nacimiento documentado de la heráldica en Europa Occidental (1141–1142).
La existencia del emblema de palos de oro y gules en la tumba original de Ramón Berenguer II es cuestionada por insignes especialistas en heráldica y académicos como Alberto Montaner Frutos y Faustino Menéndez Pidal de Navascués, para quienes la decoración heráldica de la tumba es un añadido con motivo de su traslado en 1385 al interior de la Catedral de Gerona por iniciativa de Pedro IV de Aragón, por lo que la pintura aludida sería 300 años posterior, puesto que, según estos autores, es imposible que conservara la pintura a la intemperie en su emplazamiento original durante tres siglos. Por su parte, Francesca Español Bertrán, que estudió en profundidad el sepulcro, afirma que las pinturas “en ningún caso pueden ser contemporáneas al momento de su inhumación inicial”.
Los nacionalistas han argumentado, basándose en razones de sigilografía y numismática, los orígenes de los emblemas, en un supuesto sello oficial de Ramón Berenguer IV. De los varios conocidos de este conde aparecen, como era costumbre en la época, un jinete guerrero armado con un escudo, si bien los de este conde en particular, aparecen con un escudo liso. Además, a nadie experto en el tema se le escapa, que cuando en el escudo de guerra se exhiben emblemas heráldicos, y más en el caso de un soberano, tales emblemas aparecen reproducidos en las gualdrapas de la montura, lo que aquí, obviamente, no sucede.
Es bien conocida la heráldica utilizada por Ramón Berenguer IV en piezas tan oficiales y necesitadas de regulación reglamentaria como sus monedas de conde soberano de Barcelona; esas piezas de plata, al igual que las de sus predecesores, no mostraban otra insignia (además de un cetro o lis) que la de la cruz, característica de Barcelona y de su Casa Condal, que la tuvo siempre por emblema propio; el sello más antiguo conocido de la ciudad de Barcelona que muestra “barras”, además de la tradicional cruz, es de 1289. De tal uso de la cruz se derivó luego el nombre especial de la moneda condal de Barcelona: el “croat” o “cruzado”.
Croat de época de Fernando II.
En España no aparece el uso del blasón hasta el siglo XII cuando, monarcas como Alfonso VII de León (1126-1157) adoptó el león heráldico, o Alfonso VIII de Castilla (1157-1214) adoptó el emblema del castillo para su escudo. En Aragón se introdujo el blasón en el reinado de Alfonso II (1162-1196), y más concretamente a partir de que este monarca ayudara al rey de Castilla en la campaña que éste último soberano hizo en Cuenca en 1177, y en la que recibió ayuda aragonesa. Desde entonces "mudó las armas e seynales de Aragón e prendió bastones", tal y como refiere la Crónica de San Juan de la Peña, escrita hacia 1370.
Las primeras piezas donde, indiscutiblemente, hacen acto de presencia las "barras", también llamadas "bastones" o "palos", sin que quepa la menor posibilidad de discusión, es en los sellos de la cancillería de Alfonso II, rey de Aragón e hijo de Ramón Berenguer IV y de doña Petronila, siendo su uso regular.
De manera que puede tenerse por demostrable que el primer uso conocido y oficial de las “barras” se verifica en un rey de Aragón, que lo indica en su escudo y en las ropas de su montura. A partir de ese momento, la tradición universal llama a tales palos “barras de Aragón” y, en el momento, tardío, en que se empiezan a canonizar las reglas del arte del blasón, la palabra “Aragón” sirve, específicamente, para designar los palos de gules sobre campo de oro. Toda la tradición, persistente, de la cancillería real aragonesa designa, siempre, al emblema palado, con denominaciones como “nostre senyal reial”, “signum regni nostri”, “senyal dels reys d´Aragó”, y otros similares, aludiendo pertinazmente y de modo expreso a la condición regia de ese escudo de armas, que tenían los soberanos de Aragón precisamente por ser reyes aragoneses.
Cuando los reyes de Aragón comienzan su uso no son poseedores de otro título real, ya que Valencia será conquistada en tiempos de Jaime I, en el año 1238, y los condados catalanes continúan nominalmente siendo vasallos del reino franco. El rey de Aragón será el único propietario de ese emblema. Por ello es el rey quien, en uso de estas atribuciones específicas, concede a algunas ciudades importantes y a personas distinguidas el honor de poder aparecer, jurídica y oficialmente, como especialmente vinculadas a él. Así, por ejemplo, ocurre con las capitales de sus diversos estados hispánicos, con la excepción de Zaragoza, por razones de régimen especial: a Mallorca y a Valencia, que no poseían armas propias por haber estado bajo dominio musulmán, se les concede el uso de las armas regias, con un aditamento o brisura (franja de color) que sirvan para verificar la distinción entre el emblema del soberano y el de las ciudades respectivas. A Barcelona, cuyo escudo es la cruz, más tarde evolucionada a su forma georgina (cruz de gules sobre plata), el soberano aragonés (a la vez, conde de la ciudad y de su territorio propio) concede también el uso de los palos, que se combinan en la heráldica barcelonesa con la cruz secularmente distintiva de la ciudad.
Mientras que el rey de Aragón utiliza en sus armas un número determinado de palos de gules, en este caso cuatro, los otros miembros de su familia, de modo coetáneo, emplean un número menor: esta disminución en la heráldica sirve, a un tiempo, para mostrar cómo el usuario (esposa, hermano o hijo del soberano, por lo regular) pertenece a la Casa de Aragón, pero no es el monarca mismo, resolviéndose, con esta sencilla solución el problema de la identificación del linaje, y el de la salvaguardia de la exclusividad de uso sobre el emblema completo, que corresponde al rey únicamente.
En cuanto a la disposición que deben adoptar, está claro que, en escudos, es la suya natural, esto es, la vertical. Pero cuando se trata de banderas, los reyes de Aragón los situaron, según numerosos testimonios gráficos medievales, de modo horizontal. De ahí que aun no siendo muy heráldica la denominación de “barras” para los “palos”, no sea incorrecto el uso de esta voz si con ella se alude a su representación en cualquier posición. Cuando la enseña se portaba a modo de guión, esto es, como transposición del escudo, el tejido solía ser cuadrado y sostenido por el astil y un travesaño superior, sujeto a aquél en el ángulo recto. Pero si las armas regias se disponían en bandera, las pinturas medievales las representaban abundantemente en sentido horizontal. Y sin excepción ninguna, en documentos oficiales y crónicas medievales o renacentistas se alude siempre a este signo como “de Aragón”, a cuyo grito combaten o aclaman las tropas, de cualquier procedencia (incluida la propiamente catalana) de los reyes de Aragón.
Que los palos de gules fueron emblema estrictamente privativo del rey de Aragón (y ni siquiera de la familia de cada soberano individual) y que se hallaban indisolublemente vinculados a quien ciñese la Corona aragonesa en su sentido estricto (la del reino particular) lo prueba los cambios de dinastía, como cuando Fernando I de Trastamara asume, sin haberlos usado antes, los palos, al haber sido elegido rey de Aragón por los compromisarios de Caspe.
Por otra parte, el emblema característico y único de la Generalidad fue siempre la cruz de San Jorge, según se desprende de datos sobre el siglo XV aportados por Zurita y se pone oficialmente de manifiesto en fecha tan sonada y moderna como la del alzamiento catalán contra Felipe III, justificado por los diputados en un escrito famoso y editado entonces, en cuyo frontis campea, precisamente, la cruz; emblema que también aparece en los sellos de la misma institución —con representación de San Jorge en ocasiones— y no las “barras” (las ostenta el sello de la Real Audiencia en Cataluña, lo cual es significativo de su vinculación al rey), que donde sí se muestran es en los pertenecientes a la Diputación del Reino de Aragón.
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Re: Los Palos de Aragón
Fragmento del artículo Aragón también existe de Arturo Pérez Reverte;
"En toda esa mentecatez de la que hablaba antes -ahora resulta que existió un imperio catalán que hasta hace cuatro días pasó inexplicablemente inadvertido a los historiadores, o que los irreductibles vascos nunca se mezclaron en las empresas militares ni comerciales españolas- Aragón había estado mucho tiempo callado, pese a tener muchas cosas que decir, o que matizar, desde aquel lejano siglo onceno en que Ramiro I, contemporáneo del Cid, sentaba las bases de un reino que abarcaría Aragón, Valencia, las Mallorcas, Barcelona, Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Atenas, Neopatria, el Rosellón y la Cerdaña, y terminó formando la actual España en 1469, gracias al enlace entre su rey Fernando II de Aragón e Isabel, reina de Castilla.
Ése es el hecho cierto, y no lo cambian ni el mucho morro ni el reescribir la Historia; incluido el manejo exclusivista y fraudulento de las famosas barras que eran Senyal real no de un reino o territorio, sino de una familia o casa reinante que, como matizó Pedro IV en el siglo XIV, tiene Aragón como título y nombre principal."
"En toda esa mentecatez de la que hablaba antes -ahora resulta que existió un imperio catalán que hasta hace cuatro días pasó inexplicablemente inadvertido a los historiadores, o que los irreductibles vascos nunca se mezclaron en las empresas militares ni comerciales españolas- Aragón había estado mucho tiempo callado, pese a tener muchas cosas que decir, o que matizar, desde aquel lejano siglo onceno en que Ramiro I, contemporáneo del Cid, sentaba las bases de un reino que abarcaría Aragón, Valencia, las Mallorcas, Barcelona, Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Atenas, Neopatria, el Rosellón y la Cerdaña, y terminó formando la actual España en 1469, gracias al enlace entre su rey Fernando II de Aragón e Isabel, reina de Castilla.
Ése es el hecho cierto, y no lo cambian ni el mucho morro ni el reescribir la Historia; incluido el manejo exclusivista y fraudulento de las famosas barras que eran Senyal real no de un reino o territorio, sino de una familia o casa reinante que, como matizó Pedro IV en el siglo XIV, tiene Aragón como título y nombre principal."
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Re: Los Palos de Aragón
Lauda sepulcral del infante Alfonso, hijo de Jaime I de Aragón y de Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII, que al morir en 1260 fue enterrado en el monasterio de Santa María de Veruela (Zaragoza), con los Palos de Aragón en representación de su estirpe familiar;
Espléndida moneda de oro macizo con la leyenda ARAGONUM, acuñada en Zaragoza en 1528 con las efigies de Juana "la Loca" y su hijo el emperador Carlos V. Biblioteca Nacional de París.
Espléndida moneda de oro macizo con la leyenda ARAGONUM, acuñada en Zaragoza en 1528 con las efigies de Juana "la Loca" y su hijo el emperador Carlos V. Biblioteca Nacional de París.
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Re: Los Palos de Aragón
Bula papal de Gregorio IX
Buscando la copia documental de la “Bula de Cruzada” otorgada por el Papa Gregorio IX a Jaime I para que persuadiese a los nobles “catalanes” de la Marca Hispánica para que le acompañasen a la conquista de Valencia, toda vez que estos eran reticentes pues no era batalla a “sangre y rapiña”, me encuentro con una copia de otra Bula del mismo Papa Gregorio IX. Concretamente el 13 de Abril de 1231 la Cancillería del Papa Gregorio IX en la que establece los principales privilegios que darán la independencia jurisdiccional e intelectual a la Universidad de Paris. Precisamente, en la esquina del documento en donde se identifica al Papa que sella la Bula con su escudo de armas que le ha servido como insignia de su papado, aparece el escudo de la casa de Aragón. ¿De Aragón? De la Santa sede primero y de Aragón después. Claro, porque sencillamente Aragón era súbdita de la Santa Sede y de esta había incorporado a su heráldica los colores de Roma.
En todos los escudos tradicionalmente se representan dos llaves (una dorada y otra plateada), estas representan el poder temporal (plateada) y celestial (dorada) inherente al papado, haciendo referencia, al párrafo del evangelio según San Mateo Cap. 16, Vers. 18 - 19: “Tu eres Pedro (piedra) y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella, Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
De los primeros documentos y Bulas que se expedían por el papado colgaban unas cintas de seda roja con hilos de oro que servía para sujetar el sello del pontífice y que luego se incorporaron sus colores a la heráldica papal como dos barras o palos rojos sobre fondo dorado.
La representación de los colores papales y de la casa de Aragón aparecen en muchas escenas vaticanas. El canópeo, llamado también umbraculum o pavillón es una suerte de parasol medio abierto que tiene las barras o palos con los colores papales gules (rojo) y oro.
El canópeo es, también, el timbre heráldico de las basílicas. En canópeo barrado de amarillo y rojo, o oro y gules, es el emblema de la iglesia católica, del colegio cardenalicio, de la Cámara apostólica, de los seminarios e instituciones pontificias y también de la Santa Sede cuando está vacante (representando la tumba de Pedro, protegida por la basílica de San Pedro en Roma). Durante las vacaciones de la Sede romana, el cardenal camarlengo timbra sus armas con un canópeo barrado.
Precisamente fueron los papas que estamos estudiando, Gregorio IX y su antecesor Honorio III, coetáneos a Jaime I, quienes más uso hicieron de dicha heráldica que fue incorporada años antes desde el reinado de Sancho Ramírez (1064 - 1094) quien en 1068 viajó hasta Roma donde se comprometió a hacerse vasallo de San Pedro, hecho que finalmente se llevó a cabo de manera oficial en 1089 incorporando los colores papales al emblema de la casa de Aragón.
El nombre de “Señera” o “Senyera” proviene de que dicho emblema, en realidad su nombre apropiado es el de “señal real de Aragón”, equivaldría en la actualidad a decir que era el apellido de la dinastía reinante en Aragón. Los escudos en la Edad Media representaban a una determinada persona o linaje, en este caso a la familia real de Aragón. En Heráldica este emblema se definiría como un cuartel de oro con dos palos de gules.
El uso de las barras, nombre popular con que se conoce este motivo, se extendió a todos aquellos lugares donde gobernó el monarca de Aragón: Valencia, Mallorca, Condados de la antigua Marca Hispánica (hoy Cataluña), Sicilia, Cerdeña, Córcega, Provenza, Rosellón y Cerdaña, la ciudad francesa de Montpellier, algunas zonas de la actual Grecia, como los antiguos ducados de Atenas y Neopatria, y Nápoles, el último territorio que se incorporó a la Corona de Aragón. Todas estas posesiones estuvieron en un momento u otro de la Edad Media bajo la soberanía del rey de Aragón.
Con menor frecuencia estas barras también han sido llamadas “palos” o “bastones”. Si utilizamos con propiedad el vocabulario heráldico, lo correcto sería emplear el primero de estos dos últimos nombres porque la palabra «barra» se refiere a una banda diagonal que va desde el ángulo superior derecho hasta el inferior izquierdo siempre desde el punto de vista de quien contempla el escudo. De todas formas el arraigo de la expresión barras ha sido tan profundo que se mantiene en la actualidad.
La referencia más antigua a este motivo nos lleva hasta el reinado de Alfonso II (1162 - 1196), cuando tal y como relata la «Crónica de San Juan de la Peña» este monarca “mudó las armas e seynnales de Aragón e prendió bastones”.
Pero hasta los tiempos de Pedro III el Ceremonioso, y concretamente en la época de Jaime I, el uso de las barras o palos de la casa de Aragón varían en su número sin que exista una ordenanza que los regulara. No obstante a ello y dado que las barras o palos papales eran los de 2 rojos sobre tres de oro, sería este el número más usado durante los primeros años de la casa de Aragón hasta que Pedro III, el Ceremonioso, finalmente, cifrara en cuatro los palos de gules sobre 5 de oro, colores que han estado unidos a la casa de Aragón y sus reinos hasta el día de hoy.
Menendez Pidal, a este respecto, señala que durante todo el reinado de Jaime I de Aragón, el Señal Real contiene dos, tres, cuatro y hasta seis palos, y precisa:“El modo de representar el escudo con los palos es, en esta primera época, muy variable. Aparecen como indistintas las formas del palado y de los palos (número impar de divisiones) y en todos varía el número de piezas. Poco a poco la forma de los palos acaba prefiriéndose a los escudos palados, por reducción de las vacilaciones. Sólo durante el reinado de Pedro el Ceremonioso se impondrá definitivamente la forma de los cuatro palos” Menéndez Pidal de Navascués, Faustino, El escudo de España, 2004, pág. 14.
Sin embargo la leyenda se adueñó del origen de la enseña aragonesa y lo vinculó a un muy difundido bulo que lo relacionaba con la casa condal de Barcelona, totalmente descartada en la actualidad por la crítica histórica.
Los historiadores Martín de Riquer y Menéndez Pidal ]atribuyen al historiador, conocido por sus fabulaciones e inventos, Pere Antoni Beuter (1490-1555), en su obra Segunda Parte de la Crónica General de España, impresa en Valencia en 1551, la invención de la leyenda muy difundida que atribuye el origen de las barras de gules en campo dorado a un episodio épico de la biografía del conde Wifredo el Velloso, «Guifré el Pilós», fundador de la casa de Barcelona. Según este relato, Wifredo, tras contribuir en combate a una victoria franca sobre los normandos, recibió del emperador franco Luis el Piadoso un escudo amarillo en premio sobre el cual, el mismo rey pintó, con los dedos manchados de sangre de las heridas del conde, los cuatro palos rojos.
Esta leyenda tal cual, carece de fundamento histórico, pues ni el uso heráldico ni el emperador fueron contemporáneos de Wifredo. Martín de Riquer y Faustino Menéndez Pidal de Navascués consideran que Beuter adaptó para su relato una crónica de la Demanda del Santo Grial en la que se describen las armas de los «Córdoba» de Castilla, que empleaban también palos rojos en su escudo. Posteriormente, el emperador de la leyenda fue sustituido por Carlos el Calvo en un intento de hacerla más verosímil cronológicamente.
El heraldista Armand de Fluvià también señala que dicha acción bélica es «pura invención» y que la concesión de armas al conde Wifredo «no resiste ningún análisis histórico dado que la heráldica todavía no existía en el siglo IX», concluyendo que con anterioridad a Beuter «no se halla ningún rastro de esta leyenda en la historiografía catalana».
Destruida por los científicos la leyenda del supuesto origen “catalán” de la Señera de la casa de Aragón, volvemos al uso de las dos barras rojas sobre campo dorado por Jaime I en la Conquista del reino de Valencia en 1238, exactamente la misma heráldica papal que usaban sus coetáneos papas Honorio III y Gregorio IX autor de la bula con cuya ilustración principal abro este artículo.
Así lo asevera el vexilólogo catalán Luis Domenech (1936) al confirmar que “la señera del conquistador era la de dos barras rojas sobre tres amarillas” en su libro “Enseñas nacionales de Cataluña” que junto con la iconografía de la época destruyen el mito del denominado “penó de la conquesta” de la Ciudad de Valencia el 9 de octubre de 1238, totalmente inventado por Antonio de Beuter en el siglo XVI que, junto con su también leyenda de las barras de sangre de Wifredo el Velloso, tanto juego ha dado al catalanismo.
El escritor Ricardo Garcia Moya en su libro “Tratado de la Real Senyera” reproduce un testimonio de las “Cantigues de Santa Maria” del 1260 que fueron personalmente supervisadas por Alfonso X el sabio, en el que en uno de los retratos del Rey Jaume I aparece en traje de Corte con el dibujo de las dos barras con los colores papales de aquella época.
Más revelador todavía, tal vez por su actualidad, fue el hallazgo en el mes de agosto de 2009 del escudo real durante las excavaciones que realizó el Ayuntamiento de Valencia en el área del propio Palacio Real. La noticia tuvo gran acogida por su importancia pero hubo quien vio las cosas de otro modo. Cuenta Juan García Sentandreu en su libro Palacio Real de Valencia, crónica viva del Regne de Valencia (2011) como el periódico LEVANTE-EMV relataba el hecho de esta manera: “Los arqueólogos que trabajan en las excavaciones del Palacio del Real, en el jardín de Viveros, se han topado con una grata sorpresa: el hallazgo de un elemento arquitectónico heráldico en el que aparece el escudo de los reyes de la corona de Aragón, gobernantes que acogió el Palacio en el siglo XI. El símbolo, que reproduce las cuatro barras del antiguo reino y que aparece rodeado de dos animales (uno de ellos un león), podría haber sido hallado en una capilla o sala del palacio"
La manipulación no puede ser más burda. Basta con ver la pieza para concluir de inmediato que el escudo tiene dos barras y no cuatro. El perfil del escudo abriga tres palos de fondo esculpidos sobre los que destacan dos palos que eran los que originariamente eran los dos palos rojos del escudo de los reyes de Aragón. En total 5 y no 9 como manipula la información.
A Pedro el Ceremonioso le debemos los valencianos nuestra querida “Real Senyera Tricolor y Coronada” que en 1377 incorporó la corona real sobre las franja azul y las barras “en les sues Reyals letres que ell signa en sa ma, ço es en lo seu titol on se diu Rey darago de Valentia / en la L que es mijana letra daquets nom Valentia pinta de sa ma una corona”.
Con ello, el rey modifica la heráldica, no sólo de la ciudad que utilizaba dos heráldicas distintas, una, la fortaleza sobre el agua, y otra, los dos palos rojos sobre fondo amarillo que compartían el Papa, el rey, la ciudad y el Reino. La franja azul queda reflejada en pergaminos de la época como los que se conservan en la Biblioteca Nacional de Paris que, por deseo de Carlos V en 1368, se crea la “Biblioteque Royal” para la conservación de la heráldica y documentos de la época.
Jaime I, subdito de la Santa Sede que acababa de otorgar bula de "cruzada" para la conquista de Valencia, ostentaba, como sus antecesores, la enseña heráldica basada en su compromiso con Roma. Las señeras de Aragón y del Papa protagonizarán la reconquista del reino moro de Valencia al que Jaime I tuvo que arrastrar a la nobleza de sus condados de la Marca Hispánica (hoy catalanes), feudatarios del rey de Francia, con ventajosísimas promesas y perdones a sus pecados de sexo y explotación y venta de musulmanes, ya que se negaban a participar en una guerra que no fuera "a sangre y rapiña". Jaime I lo impidió pero tuvo que pedir la ayuda de Roma para ello.
Última edición por Alentian el 12/2/2014, 1:25 am, editado 1 vez
Alentian- Cantidad de envíos : 1157
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Re: Los Palos de Aragón
Estimado Alentian, me lo he copiado todo para entretenerme mientras viajo..... un buan aporte ...amigo
Y es que , nunca dejaré de decirlo, no existe nada más importante QUE NUESTRA HISTORIA VERDADERA... y NO LA MANIPULACION continua a la que estamos sometidos.
Y es que , nunca dejaré de decirlo, no existe nada más importante QUE NUESTRA HISTORIA VERDADERA... y NO LA MANIPULACION continua a la que estamos sometidos.
Valle- Cantidad de envíos : 3107
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Re: Los Palos de Aragón
Impresionante trabajo, Alentian. Mi enhorabuena por tan interesante, a la par de veraz, aporte. Me ha llevado su tiempo leerlo, pero ha merecido la pena.
vandalo- Cantidad de envíos : 317
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Re: Los Palos de Aragón
Muy buen trabajo Alentian, yo he leido por ahí que había unas cintas rojas y oro para señalizar a la Iglesia católica y que las tomaron los condes de la zona de los pirineos y después el rey de Aragón, siendo la bandera de la casa real de Aragón y no de ningún territorio.
Hacer pensar- Cantidad de envíos : 3168
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