Reflexión personal sobre el mito churchilliano

*Me gustaría conocer especialmente la opinión de Wad Ras sobre el asunto que voy a tratar aquí, ya que, además de ser indudablemente uno de los foreros más interesantes por estos pagos, me consta, de haberle leído en el foro, que es un buen conocedor de la historia política y militar anglosajona, e imagino que nos podrá ilustrar, incluso corregirme si no está de acuerdo con mi reflexión, sobre este asunto que voy a tratar aquí.

Yo no creo que Churchill fuera tan buen político y estratega como nos lo ha pintado esa especie de mito churchilliano, o aliadófilo, sobre la Historia de la 2º Guerra Mundial, que a día de hoy sigue vigente. Voy a exponer mis razones para ello.

Ya en la 1º Guerra Mundial Churchill, a la sazón Primer Lord del Almirantazgo británico, fue el principal defensor e ideólogo del desembarco de fuerzas conjuntas franco-británicas en la península turca de Gallipoli, se buscaba la conquista de Constantinopla, entonces capital del llamado "Hombre enfermo de Europa" durante la época (por el prolongado período de decadencia que venía atravesando desde el siglo XVIII), esto es del Imperio Otomano; se buscaba así mismo el control de los estrechos que separan el Mar Mediterráneo del Mar Negro, el enlace entre las potencias aliadas occidentales (Francia y Gran Bretaña, a partir de 1915 Italia) con el Imperio ruso, y el arrinconamiento de los Imperios Centrales. El resultado de esta campaña militar sería un auténtico desastre para los aliados occidentales. Esto le costó a Churchill su puesto en el almirantazgo.  

Posteriormente, fue Churchill quien ordenó el gaseamiento por avión de tribus rebeldes iraquíes en los años 20. Igual que durante la 2º Guerra Mundial su política fue responsable de la muerte de hambre millones de indios en Bengala a partir de 1943, tras la captura japonesa de una importantísima productora de arroz dentro del imperio colonial británico, Birmania.

Una vez trasladados a la 2º Guerra Mundial, creo que hay una frase del primer ministro Chamberlain (a cuya postura reticente al enfrentamiento con la Alemania nazi se oponía firmemente Churchill) que es clave en toda esta historia: "A war, whatever the outcome, will result certainly in the decomposition of the British Empire" ("Una guerra, cualquiera que sea el resultado, conllevará ciertamente a la descomposición del Imperio Británico").

Del mismo modo, tres años después de entrar en la guerra, en 1942, el propio Winston Churchill afirmó: "Si he sido nombrado primer ministro de Su Majestad no es para presidir la descomposición del Imperio Británico". En cierta ocasión, cuando en los últimos meses de la guerra se hizo patente la hostilidad de los Estados Unidos hacia el sistema colonial británico, Winston Churchill le espetó a unos emisarios norteamericanos, que le habían sugerido la posibilidad de enviar inspectores a sus colonias: "¿Y por qué no enviar inspectores al Sur de los Estados Unidos?"

Si nos ceñimos a los datos de hecho, la entrada del Reino Unido en la II Guerra Mundial fue catastrófica. La campaña de Francia de 1940 resultó en una aplastante victoria militar de la Wehrmacht alemana, no sólo sobre las tropas francesas, sino también sobre las británicas. Y fue Hitler, ciertamente, el que salvó a los británicos de su derrota total en dicha campaña cuando ordenó a sus tropas detenerse durante tres días en los alrededores de Dunkerque, posibilitando la evacuación del ejército británico a las islas británicas mediante la Operación Dynamo. Si se hubieran seguido los consejos de los generales alemanes Guderian y de Von Mannstein (probablemente dos de los militares más brillantes de aquel conflicto), 400.000 británicos y todo su material de guerra habrían sido capturados por la Wehrmacht, y la isla de Gran Bretaña habría quedado completamente desguarnecida, y de poco les habría servido a los británicos el poder de su aviación. Los historiadores discuten acerca de los motivos de Hitler para ordenar la detención de sus tropas, pero lo más probable es que pretendiera así facilitar un acuerdo con el Imperio Británico.

Había ministros en el gabinete de guerra británico partidarios de alcanzar un acuerdo de paz con Alemania, sabedores de que los intereses geopolíticos de Alemania yacían fundamentalmente en Europa Oriental y que una guerra de desgaste conllevaría la ruina y la destrucción del Imperio Británico. Es conocida una frase de un ministro británico que tras conocer las noticias del frente oriental comentó sarcásticamente: "Es una pena que no puedan perder los dos".

En el transcurso de la 2º Guerra Mundial, su obcecacion por invadir Italia costo centenares de miles de muertos adicionales en ambos bandos (el frente italiano no les sirvio de nada a los aliados, los italianos, viendo su comportamiento y desarrollo militar durante la contienda, casi eran mas útiles a los aliados como enemigos que como aliados). 

La II Guerra Mundial supuso un desastre, una hetacombe para la nación británica: Más de medio millón de jóvenes murieron en la contienda y el Reino Unido sólo se salvó de la quiebra económica del Estado gracias a un préstamo de emergencia de los Estados Unidos en 1946, que sólo se terminó de pagar en 2006. Tras la guerra, los ingleses tuvieron que conceder la independencia a la India, abandonaron Palestina, concedieron la completa independencia a Egipto y a Irak y pocos años después vieron cómo las monarquías probritánicas de estos dos países musulmanes fueron sustituidas por regímenes panarabistas y prosoviéticos, ya en el contexto de la Guerra Fría. Incluso los irlandeses (que si bien ya eran un Estado independiente desde poco después del final de la 1º Guerra Mundial, al menos la Corona Británica seguía conservando la Jefatura del Estado irlandés, de un modo no muy distinto a como aún hoy la reina de Inglaterra es la monarca y Jefe de Estado de Canadá, Australia y Nueva Zelanda) les pegaron una bofetada en la cara cuando Eamon De Valera presentó sus condolencias por la muerte de Hitler en la embajada alemana en Dublín y cuando el gobierno de John A. Costello proclamó la República de Irlanda en 1949.

La II Guerra Mundial acabó, pues con el Imperio Británico que tantos siglos había costado construir, con la soberanía de los reyes ingleses sobre Irlanda, que duraba ya ocho siglos, desde los tiempos del reinado de Enrique II, allá por la segunda mitad del siglo XII. Acabó con las vidas de cientos de miles de jóvenes obreros ingleses, que fueron reclutados forzosamente, sin cobrar un sólo duro, mientras que las industrias armamentísticas se cobraron hasta la última bala. Las élites británicas se arruinaron durante la guerra. Que se lo digan a los fabricantes de material bélico.

Es evidente que Churchill no predijo que la entrada en la guerra provocaría la descomposición del Imperio Británico. Todo lo contrario, pensaba que una guerra provocaría la expansión de la influencia británica en el Mediterráneo, particularmente en Grecia y en Italia. Pero la realidad cortó sus planes en seco: Gran Bretaña era un país arruinado, que sólo fue salvado de la quiebra por un préstamo de urgencia estadounidense en 1946. Al concluir la guerra, los soldados soviéticos estaban acantonados en las orillas del Elba, dueños de Berlín, y a pocas semanas de marcha de París. El pueblo británico se había desplazado hacia la izquierda, y en la sesión inaugural del Parlamento en 1946, diputados del victorioso Partido Laborista entonaron la Internacional. ¿Resultado? Establecimiento del estado del bienestar y enormes cargas fiscales a las clases medias y altas a partir del establecimiento de la política económica laborista, fuertemente intervencionista. Y el Reino Unido perdió la mayoría de sus colonias, aunque conservara algunas (una de ellas sigue siendo una espina clavada en nuestra nación, y otra de sus restantes colonias sigue siendo una espina clavada en una nación hispanoamericana hermana como es Argentina, a pesar de los gobiernos bananeros que lleva décadas padeciendo, de forma no muy distinta a nosotros desde la muerte del general Franco).

Es evidente también, que si el partido conservador británico del que formaba parte Churchill hubiera previsto el resultado de la guerra, probablemente habría intentado concertar un tratado de paz con Alemania.

En las últimas décadas ha surgido una nueva especie de pseudo-religión laica en Europa Occidental, entre cuyos "dioses" incuestionables se encuentran Churchill y otros líderes de las potencias aliadas occidentales durante la Segunda Guerra Mundial, que no están sujetos a crítica precisamente porque dichas personas son el fundamento del sistema actual.

Ante todo, estimado Cruz de Borgoña, muchas gracias por tus gentiles (pero exageradas) alabanzas hacia mi. Aportaré mi perspectiva personal sobre Sir Winston Spencer Leonard Churchill, que ese era el nombre cristiano completo de este personaje. E intentaré darlo alejándome de mitos, y de prejuicios, esforzándome por ser ecuánime e imparcial, reconociendo lo que de positivo tuvo Sir Winston así como sus defectos y fallos (garrafales algunos, como veremos)
 
Veamos. Comienzo por un tema que he investigado algo, como es supuesta habilidad en temas de estrategia militar. Esa habilidad era nula, inexistente, y se tradujo en demasiadas muertes innecesarias. Winston tenía la fea costumbre de provocar injerencias en temas que eran dirigidos por expertos mucho más cualificados que él. Suya fue la idea de Gallipolli y los Dardanelos, que acabó en desastre. Suya la cabezonada del desembarco en Anzio, que a punto estuvo de acabar en un desastre, un segundo Dunkerque. Suya, y sólo suya, la obstinación y obsesión por aferrarse a plazas o ciudades de inexistente valor geoestratégico por motivos de prestigio político (Tobruk, por ejemplo, en el Norte de África). Suya fue la decisión, negligente y absurda, propia de alguien que no concebía todavía el inmenso poder de la aviación militar moderna, de mandar al “Prince of Wales” y al “Repulse” al matadero, como fáciles tiros al blanco para los torpederos y bombardeos nipones en el Golfo de Siam. Y por último, suya era la insistencia en apoyar ciegamente al Mariscal Montgomery, con el que se llevaba bien, pero que evidenció sobradas muestras de incompetencia e inestabilidad (la matanza de los paracaidistas británicos en Arnhem, durante la operación Market-Garden, no bastó para que Churchill mandase a Monty al retiro).
 
En fin, larga es la lista de desastres militares imputables a la insana costumbre de Sir Winston de entrometerse en los debates del Estado Mayor Imperial e imponer sus criterios. Así que de sus habilidades militares ya hemos despachado suficientemente.
 
Pasemos ahora a su faceta de político. Y acá el análisis se torna si cabe aun más complejo, porque Churchill, como político, es una gigantesca mezcla de nobles sentimientos acompañados de gestos brutales, de sobresaliente capacidad de liderazgo aunada con unos escrúpulos inexistentes.
¿Nobles sentimientos? Sin duda, los tuvo. Es innegable su proverbial capacidad para analizar fenómenos políticos internacionales a largo plazo. Fue una rara avis en el panorama político europeo de la década de 1930, caracterizada por un pacifismo irresponsable y comodón, y por un apaciguamiento ante regímenes dictatoriales. Sólo él anticipó desde el principio los desastres que el nacional-socialismo acarrearían. Sólo él vió venir el “Telón de Acero” comunista (expresión acuñada por el mismo en la Universidad de Zurich, en 1946).
Incluso en el capítulo de las injerencias y cabezonadas militares de Winston podemos mencionar un acierto puntual: la intervención británica sobre Grecia en 1945, probablemente motivada por el prestigio imperial británico, pero que de todas formas salvó a Grecia de estar al otro lado del telón de Acero en la postguerra (con una durísima Guerra Civil, sin embargo).
¿Gestos brutales? Los tuvo, sin duda, si bien os exhorto a ser en este punto magnánimos. Sus brutalidades fueron las inherentes a un devoto caballero defensor del Imperio Británico, con sus ventajas y defectos, con su loable intención de llevar el Imperio de la Ley y el libre comercio a todo el mundo, pero con su desprecio a las razas no blancas.
Cita Cruz de Borgoña un  tristísimo episodio: el de la Gran Hambruna de Bengala que dio inicio en 1942. La bibliografía en español sobre este episodio es escasa, y se mueve en juicios muy dispares, que oscilan entre las acusaciones abiertas de genocidio puro y duro, las que lo reducen a grave negligencia no intencionada (mi opinión, p. ej,) y las que descargan de toda responsabilidad a las autoridades imperiales y se escudan en la presunta inevitabilidad y periodicidad de las hambrunas en la India. Difícil pronunciarse, en todo caso.
La capacidad de liderazgo político es el rasgo más excelso y sobresaliente de Sir Winston. Nadie la cuestiona. En mayo de 1940 era el único personaje público capaz de aunar a todas las fuerzas de la nación en el objetivo supremo. La devoción de todas las escalas y oficiales de la Royal Navy hacia Winston era pública y notoria. Su cabezonería, que tantos desastres ocasionó en batallas injustificadas, sin embargo se tornaba virtud pública cuando se trataba de movilizar a su pueblo en torno a objetivos políticos globales. Pese a todos sus errores, salió airoso de todas las cuestiones de confianza y mociones de censura que le plantearon sus oponentes. Todo lo cual, nos sitúa ante una auténtica “bestia” política, un parlamentario dotado de un olfato casi innato, un estadista capaz de escribir discursos que encendía la llama de sus compatriotas.
Por último, la faceta política de Churchill no quedaría completa sin hacer referencia a un dato, por desgracia muy presente entre políticos de altos vuelos. Escrúpulos de lealtad a unas siglas los justos, digo, de conservador a liberal, de liberal a independiente, de independiente a conservador (pero independiente), y vuelta de nuevo a conservador.
 
En fin, Cruz de Borgoña, estaría todo el día escribiendo de Sir Winston, pero de momento creo que con estas palabras andamos servidos.

wad ras escribió:Ante todo, estimado Cruz de Borgoña, muchas gracias por tus gentiles (pero exageradas) alabanzas hacia mi. Aportaré mi perspectiva personal sobre Sir Winston Spencer Leonard Churchill, que ese era el nombre cristiano completo de este personaje. E intentaré darlo alejándome de mitos, y de prejuicios, esforzándome por ser ecuánime e imparcial, reconociendo lo que de positivo tuvo Sir Winston así como sus defectos y fallos (garrafales algunos, como veremos)
 
Veamos. Comienzo por un tema que he investigado algo, como es supuesta habilidad en temas de estrategia militar. Esa habilidad era nula, inexistente, y se tradujo en demasiadas muertes innecesarias. Winston tenía la fea costumbre de provocar injerencias en temas que eran dirigidos por expertos mucho más cualificados que él. Suya fue la idea de Gallipolli y los Dardanelos, que acabó en desastre. Suya la cabezonada del desembarco en Anzio, que a punto estuvo de acabar en un desastre, un segundo Dunkerque. Suya, y sólo suya, la obstinación y obsesión por aferrarse a plazas o ciudades de inexistente valor geoestratégico por motivos de prestigio político (Tobruk, por ejemplo, en el Norte de África). Suya fue la decisión, negligente y absurda, propia de alguien que no concebía todavía el inmenso poder de la aviación militar moderna, de mandar al “Prince of Wales” y al “Repulse” al matadero, como fáciles tiros al blanco para los torpederos y bombardeos nipones en el Golfo de Siam. Y por último, suya era la insistencia en apoyar ciegamente al Mariscal Montgomery, con el que se llevaba bien, pero que evidenció sobradas muestras de incompetencia e inestabilidad (la matanza de los paracaidistas británicos en Arnhem, durante la operación Market-Garden, no bastó para que Churchill mandase a Monty al retiro).
 
En fin, larga es la lista de desastres militares imputables a la insana costumbre de Sir Winston de entrometerse en los debates del Estado Mayor Imperial e imponer sus criterios. Así que de sus habilidades militares ya hemos despachado suficientemente.
 
Pasemos ahora a su faceta de político. Y acá el análisis se torna si cabe aun más complejo, porque Churchill, como político, es una gigantesca mezcla de nobles sentimientos acompañados de gestos brutales, de sobresaliente capacidad de liderazgo aunada con unos escrúpulos inexistentes.
¿Nobles sentimientos? Sin duda, los tuvo. Es innegable su proverbial capacidad para analizar fenómenos políticos internacionales a largo plazo. Fue una rara avis en el panorama político europeo de la década de 1930, caracterizada por un pacifismo irresponsable y comodón, y por un apaciguamiento ante regímenes dictatoriales. Sólo él anticipó desde el principio los desastres que el nacional-socialismo acarrearían. Sólo él vió venir el “Telón de Acero” comunista (expresión acuñada por el mismo en la Universidad de Zurich, en 1946).
Incluso en el capítulo de las injerencias y cabezonadas militares de Winston podemos mencionar un acierto puntual: la intervención británica sobre Grecia en 1945, probablemente motivada por el prestigio imperial británico, pero que de todas formas salvó a Grecia de estar al otro lado del telón de Acero en la postguerra (con una durísima Guerra Civil, sin embargo).
¿Gestos brutales? Los tuvo, sin duda, si bien os exhorto a ser en este punto magnánimos. Sus brutalidades fueron las inherentes a un devoto caballero defensor del Imperio Británico, con sus ventajas y defectos, con su loable intención de llevar el Imperio de la Ley y el libre comercio a todo el mundo, pero con su desprecio a las razas no blancas.
Cita Cruz de Borgoña un  tristísimo episodio: el de la Gran Hambruna de Bengala que dio inicio en 1942. La bibliografía en español sobre este episodio es escasa, y se mueve en juicios muy dispares, que oscilan entre las acusaciones abiertas de genocidio puro y duro, las que lo reducen a grave negligencia no intencionada (mi opinión, p. ej,) y las que descargan de toda responsabilidad a las autoridades imperiales y se escudan en la presunta inevitabilidad y periodicidad de las hambrunas en la India. Difícil pronunciarse, en todo caso.
La capacidad de liderazgo político es el rasgo más excelso y sobresaliente de Sir Winston. Nadie la cuestiona. En mayo de 1940 era el único personaje público capaz de aunar a todas las fuerzas de la nación en el objetivo supremo. La devoción de todas las escalas y oficiales de la Royal Navy hacia Winston era pública y notoria. Su cabezonería, que tantos desastres ocasionó en batallas injustificadas, sin embargo se tornaba virtud pública cuando se trataba de movilizar a su pueblo en torno a objetivos políticos globales. Pese a todos sus errores, salió airoso de todas las cuestiones de confianza y mociones de censura que le plantearon sus oponentes. Todo lo cual, nos sitúa ante una auténtica “bestia” política, un parlamentario dotado de un olfato casi innato, un estadista capaz de escribir discursos que encendía la llama de sus compatriotas.
Por último, la faceta política de Churchill no quedaría completa sin hacer referencia a un dato, por desgracia muy presente entre políticos de altos vuelos. Escrúpulos de lealtad a unas siglas los justos, digo, de conservador a liberal, de liberal a independiente, de independiente a conservador (pero independiente), y vuelta de nuevo a conservador.
 
En fin, Cruz de Borgoña, estaría todo el día escribiendo de Sir Winston, pero de momento creo que con estas palabras andamos servidos.

Ante todo decir que la suya me ha parecido una intervención bastante ilustrativa, de las cuales se puede reflexionar y profundizar en el conocimiento de este tema. Es cierto que en mi juicio de la faceta política de Churchill tal vez he sido algo más duro, y que parte de lo que expones es totalmente cierto (la gran capacidad de liderazgo del pueblo británico por Churchill, independientemente de que lo demás que he comentado sea, a mi juicio, acertado; es incuestionable). Me gustaría realizar nada más una acotación  a su intervención:

Precisamente el hecho de que su lealtad a unas siglas fuera limitada me parece que puede hablar bien de Churchill. Si no recuerdo mal en el caso de Churchill sus distintos cambios de partido tuvieron que ver con su postura a favor del libre comercio en la cuestión de los aranceles. A Churchill, de ser así, le honra el haber sido fiel, en este caso, a sus principios, en lugar de al partido político de turno.

Respecto de su acotación, estimado Cruz de Borgoña, pues mire que yo voy a ser más duro, o si lo prefiere, voy a pensar peor. Conociendo a Sir Winston tengo serias dudas de que sus cambios de chaqueta tuvieron como causa principal la cuestión arancelaria. Esa fue, por supuesto, la causa que el propio Winston invocaba. Yo creo que Sir Winston no soportaba estar alejado del poder demasiado tiempo. Tenía un apetito voraz por el poder. Lo cual no obsta a reconocerle talla de estadista.