Recortes, fraudes, Messi y… el extraño misterio de la imbecilidad ciudadana

Recortes, fraudes, Messi y… el extraño misterio de la imbecilidad ciudadana

Según el diccionario de la RAE, la imbecilidad refiere tres estados lamentables del ser humano: debilidad, enfermedad e inferioridad intelectual. ¿A cuál de ellos se debe la actitud ciudadana en el caso Messi y en otros atropellos vinculados al fútbol? ¿A qué se le puede comparar? Echemos un vistazo a sucesos lamentables que salpican nuestra actualidad.

-El ex gerente del partido que nos gobierna está en la cárcel y afirma que la plana mayor del Ejecutivo cobró sobresueldos en dinero negro.

-Al yerno del jefe del Estado ha cobrado de las administraciones públicas cantidades desorbitadas por servicios rayanos en lo ficticio, cuando no han sido del todo ficticios.

-Los juzgados españoles tardan años en dirimir delitos menores y eternizan los escándalos mayúsculos, al punto que cuando estos se resuelven la gente ya no recuerda ni de qué fechoría se trataba. (Te puede interesar leer: La justicia-tortuga en España: cuánto tardaron el resolverse los grandes escándalos)

-Aquí nadie devuelve un duro. Se roba, con suerte se juzga, con mayor fortuna incluso se condena al culpable, pero nadie devuelve un céntimo a la sociedad. Céntimos que, unidos a los otros céntimos recaudados de personas honradas, servirían para costear tratamientos médicos, poner pupitres en los institutos o arreglar determinadas carreteras, entre otros servicios.

-Los presidentes mienten. Pero no de cualquier modo: lo hacen con descaro y con el aplauso de la nomenclatura que les respalda y de no pocos figurantes en mitines domingueros de amplia cobertura televisiva. Rajoy mintió con los impuestos, Zapatero con la crisis, Aznar con Irak y Felipe con el paro (por citar sólo los engaños más sobresalientes). Pero los ciudadanos siguen votando a sus partidos. En España, Kafka debería incluirse entre los escritores costumbristas.

He aquí unos pocos ejemplos que muestran debilidad, enfermedad o minusvalía intelectual, desde el punto de vista cívico. Justo lo mismo que sucede con el caso Messi y con otros casos parecidos (el del Valencia, por ejemplo) que involucran a distintos clubes de varias provincias españolas. Los resultados son similares: unas arcas públicas estafadas y una afición encantada con los estafadores.

Omito comentar ahora las sorprendentes declaraciones del gentío congregado en aquel apoteosis marciano (“¡me da igual si Messi roba; soy del Barça”). No quisiera convertir este artículo en esperpento, sino llamar la atención sobre una realidad que se contrapone a las arriba mencionadas.



¿Qué extraño misterio empuja a la sociedad a encumbrar a personajillos y tolerar su falta de civismo? Cuando Messi acudió a declarar en los juzgados, la flor y la nata de la estupidez humana hizo acto de presencia. Aplaudir, jalear y animar a un millonario al que la Hacienda Pública reclama no pocos millones defraudados deja al descubierto una salud cívica lamentable. Sobre todo, cuando dicho millonario ha tardado menos un nanosegundo en avenirse a pagar lo reclamado. Es decir: él mismo reconoce que no cumplió con sus obligaciones tributarias. ¿Y entonces? ¿Pelillos a la mar? Él, un señor que cobra no pocos millones de euros cada año. Y que vive en un país, insisto, que recorta servicios sanitarios, asistenciales y educativos. No lo olvidemos.

“Messi genera muchos ingresos al Estado”, esgrimirá alguno, no sin razón. Pero la cuestión no es esa. La cuestión es si paga lo que DEBE al resto de la sociedad, tal y como hacen millones de ciudadanos a los que no se les perdona ni un euro.

La palabra “imbecilidad” vibra con toda su fuerza en la descripción de estas actitudes enfermas. Porque enferma es una sociedad que exhibe con jolgorio su falta de sentido, en incluso de aprecio, de lo público.

Sentido de “lo público” es algo más que simpatizar con tal o cual movimiento de maestros, de funcionarios o de médicos, (que está muy bien).

Sentido de “lo público” es algo más que cumplir con Hacienda, (que es nuestra obligación)

Sentido de “lo público” es algo más que salir a la calle a protestar por lo que nos parece justo (que resulta necesario hacerlo a veces).

Estoy cada vez más convencido de que el “sentido de lo público” tiene que ver más con las actitudes que con los gestos. En España no falta de lo segundo, pero sí mucho de lo primero.

¿Por qué nos extraña que el Estado debilite sus servicios si luego aplaudimos, al son de trompetas, a quien más contribuye a socavarlos?

http://blogs.lainformacion.com/treintaymuchos/2013/09/30/recortes-fraudes-messi-y-el-extrano-misterio-de-la-imbecilidad-ciudadana/