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León VI de Arménia y I de Madrid. El primer y único rey que tuvo el Reino independiente de Madrid
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León VI de Arménia y I de Madrid. El primer y único rey que tuvo el Reino independiente de Madrid
Señor de Madrid: De la historia de León VI de Armenia y su cautiverio
Por José Luis Ramírez
Amigos del Foro Cultural de Madrid
A principios del año 1382 una curiosa embajada llegó hasta los reinos de la península. Estaba compuesta por dos mensajeros, un fraile franciscano y un caballero de exótica vestimenta, que iban recorriendo el occidente europeo para entregar a los príncipes cristianos ciertas cartas personales del rey de Armenia.
Este rey, lo había sido de un pequeño estado conocido como Cilicia Armenia, remoto territorio situado en el extremo del Mediterráneo, sobre las costas más próximas a la isla de Chipre. Durante casi tres siglos, el país había sido un reducto cristiano en Asia Menor, sufriendo frecuentes hostigamientos de los musulmanes hasta que en 1375, durante el reinado de León VI, sitiaron Sis, su capital. Después de una feroz resistencia, el rey no tuvo otra opción que capitular ante los mamelucos que lo llevaron cautivo a El Cairo con algunos de sus leales. Desde entonces permanecía en poder del sultán.
En las cartas que llevaban sus mensajeros, León VI exponía con ribetes angustiosos esta situación, y solicitaba de los reyes cristianos la ayuda necesaria para conseguir la libertad.
Para el mundo cristiano, la desafortunada situación del rey armenio era conocida desde que una bula del papa de Avignon había pedido el año anterior que se aplicasen determinadas cantidades para obtener su liberación. Pero además, el rey cautivo pertenecía a la familia de los Lusignan, uno de los más antiguos linajes de la nobleza feudal francesa. Una vieja leyenda pretendía que estaban emparentados con el hada Melusina quien, al parecer, un día a la semana tomaba apariencia mitad de mujer y mitad de serpiente. Aunque nada dice la fábula al respecto, debemos suponer que los otros seis días tendría apariencia totalmente femenina, puesto que se casó con Raimundo de Poitiers, iniciando una saga cuyos descendientes quedaron bajo la protección del hada. Con o sin apoyo de Melusina, algunos Lusignan llegaron con las primeras cruzadas hasta el rincón oriental del Mediterráneo, estableciéndose en aquellas tierras y prosperando hasta tal punto que el trono de Chipre fue ocupado por una de sus ramas de forma ininterumpida desde finales del siglo XII y, a través de una trama de enlaces matrimoniales, acabaron sentándose también en el trono de Cilicia Armenia.
De las gestiones para la liberación del rey armenio
Sus enviados, que habían entrado en la península por Barcelona, fueron hasta Valencia, donde se encontraba por entonces la corte del rey de Aragón y Cataluña. En los primeros días de febrero se presentaron en esa ciudad ante Pedro ‘el Ceremonioso’, del que obtuvieron un trato benevolente y un vago compromiso. Poco después, provistos de unos salvoconductos y alguna ayuda económica, decidieron atravesar la península para plantear su misión al rey castellano.
En aquella época el séquito real se desplazaba cada cierto tiempo de una ciudad a otra, de forma que la cabecera del reino se encontraba donde estuviese en cada momento el rey. Así, cuando llegaron los enviados de León VI, la corte de Castilla estaba en Medina del Campo, y allí los recibió Juan I al que presentaron las cartas que portaban. En ellas, según la crónica castellana de Pero López de Ayala: ‘…cuenta como ha perdido su reino y está cautivo del Soldán de Babilonia’. Los mensajeros explicaron al soberano que no habría de pagarse ninguna cantidad elevada por el rescate del cautivo, pues el Sultán lo liberaría como un gesto de buena voluntad hacia los reyes cristianos si estos se lo rogaban. Esta circunstancia resultó sin duda decisiva para la suerte de León VI, pues las arcas de los reinos nunca estaban bien abastecidas.
El rey castellano dispuso que en el viaje de regreso hasta El Cairo dos caballeros de su corte acompañarían a los emisarios del rey armenio, y llevarían las cartas pidiendo la libertad de León VI junto a un presente para el sultán, que la crónica detalla así: ‘E enviole con sus mensajeros, escarlatas las mejores que pudo aver, e peñas grises e veras, e falcones gerifaltes, e otras joyas de oro y plata muy bien labradas, las cuales las envió más por la obra fermosa que en ellas avía que por la riqueza’.
La pequeña comitiva, a la que finalmente se unió un caballero enviado por Pedro ‘el Ceremonioso’ con cartas del rey catalano-aragonés, partió de Barcelona en el mes de mayo a bordo de una galera que debería atravesar el Mediterráneo para desembarcar en Alejandría.
Llegados a El Cairo, el sultán recibió a los mensajeros con gran deferencia, aceptando de buen grado los presentes y las cartas de que eran portadores, y cumplió la palabra dada, pues León VI obtuvo por fin la libertad el 30 de septiembre de 1382.
De su liberación y lo que hace después
Sólo unos días después el rey armenio se embarcó hacia occidente haciendo una primera escala en la isla de Rodas. A continuación su viaje le llevó hasta Venecia, y desde aquí continuó por tierra hacia Avignon y Barcelona.
En todos estos lugares era recibido con solemnidad y grandes agasajos. En Avignon, que debido al cisma producido unos años antes en la iglesia católica era una de las sedes del papado, el propio papa Clemente VII salió a recibirle fuera de la ciudad, y le hizo entrega de la Rosa de Oro, una condecoración destinada sólo a quienes hubieran prestado grandes servicios a la cristiandad.
Sus acompañantes contaban que los mamelucos habían ofrecido a León mantenerle en su trono si aceptaba convertirse al islamismo, y que este se había negado sin tener un momento de duda. Esto causaba una impresión favorable, pero cuando León VI, tras agradecer las gestiones para su liberación, planteaba la necesidad de ayuda material para reconquistar su país, sólo recibía respuestas poco concretas.
En la primavera de 1383 llegó hasta el reino catalano-aragonés, donde Pedro IV vivía sus últimos años tras un reinado de medio siglo. En Barcelona visitó la tumba de María de Chipre, una Lusignan que estuvo casada con Jaime II, y poco después, ante el escaso entusiasmo que sus proyectos despertaban decidió partir para Castilla.
Un mes tardó su pequeño séquito en atravesar la península para encontrarse con el rey de Castilla, que estaba celebrando sus bodas con la princesa Beatriz de Portugal en Elvas, cerca de la frontera. El propio monarca salió a recibirle a una legua de Badajoz rodeado de su corte. Al encontrarse ambas comitivas, León descabalgó, se descubrió e hizo una reverencia ante el castellano, a lo que Juan I respondió echando también pie a tierra, lo que equivalía a reconocerle un trato de igual a igual.
El rey armenio era un hombre de baja estatura y semblante agradable, que evidenciaba en los ademanes su condición real. Tenía un porte majestuoso, realzado por una indumentaria de tipo oriental, extraña para los usos castellanos, sobre la que destacaba la Rosa de oro entregada por el Papa. No hablaba ninguna de las lenguas de la península, y le servía de intérprete su confesor, el franciscano que vino como mensajero suyo unos meses antes.
Desde mediados de mayo, León permaneció junto a la corte de Juan I por espacio de varios meses, tiempo en el que sin duda expuso ante el monarca la misma petición de ayuda para recobrar su reino que había hecho a cuantos príncipes cristianos tuvo oportunidad.
De cómo Juan I le concede el señorío de Madrid
En lo que se refiere a la cesión de Madrid, la Crónica de López de Ayala parece indicar que ocurrió de forma casi inmediata tras la llegada del armenio pues, tras narrar el primer encuentro dice: ‘E otro día el rey don Juan ……… diole para en toda su vida la villa de Madrid, e la de Villareal, e la de Andújar, con todos sus pechos e derechos e rentas que en ellas avía, e dióle más en cada año para en toda su vida ciento e cinquenta mil maravedís’. Aunque no se conoce la fecha exacta de tan generosa donación, lo más factible es que ocurriera después de que el rey castellano escuchase la demanda de ayuda de su invitado, y en este caso habría sido un modo, más que generoso, de endulzar su negativa.
Sea como fuere, tras la celebración de las bodas del rey Juan, León continuó al lado de la corte hasta el mes de julio cuando, para cumplir un voto hecho durante su cautiverio viajó hacia Santiago de Compostela. A pesar de que a la ciudad del apóstol llegaban peregrinos de toda la cristiandad, la presencia del rey de Armenia resultó un acontecimiento, pues eran conocidas las circunstancias en que había perdido su trono, y se decía que su esposa e hija habían muerto durante el cautiverio, lo que atraía hacia él las simpatías y la compasión de todos.
Al regreso de la peregrinación, ambos monarcas volvieron a encontrarse en Segovia, donde Juan I reunió las cortes castellanas en septiembre de 1383. León estuvo hospedado en el monasterio de San Francisco de esa ciudad, y allí recibió a los representantes del Concejo madrileño.
La documentación existente, nos permite saber sin asomo de duda que el concejo de Madrid no estuvo en absoluto conforme con la decisión que le hacía perder su condición de villa de realengo, y aunque tuvieron que aceptar la decisión y otorgaron poderes a varios procuradores para rendir homenaje a León en nombre de los regidores de la villa, al propio tiempo enviaron cartas al rey castellano exponiendo sus quejas.
Como consecuencia de estas quejas el rey Juan I otorgó, con fecha 12 de octubre, un privilegio real en el que volvía a exponer a los madrileños los términos en que se había realizado la donación. En este documento se explican las razones de la cesión al rey armenio diciendo: ‘por quanto él perdió su rregno en defendimiento de la Santa Fe Católica’, y como había quedado establecida la duración de la cesión: ‘e diémosgela para en su vida con todas sus rrentas e pechos e derechos que nos pertenesçen de la dicha Villa’. Tras la exposición, el privilegio terminaba dando satisfacción al Concejo de Madrid, pues incluía un compromiso del monarca a que en el futuro la villa no sería nunca más enajenada de la Corona, ni por él mismo ni por sus descendientes. De esta forma se aseguraba a los madrileños que León VI sería el primero y último señor de Madrid.
Sólo una semana después de este privilegio, los procuradores de Madrid realizaron el pleito-homenaje, una fórmula medieval de vasallaje por la cual la villa reconocía como su señor a León de Armenia.
Con la misma fecha en que tuvo lugar el pleito-homenaje existe otro documento, en este caso un privilegio otorgado por León VI como nuevo Señor de la villa, por el que se confirman todos sus fueros, usos, ordenamientos y costumbres.
El contenido de estos documentos y la forma en que se suceden en el tiempo, demuestra que existió una intensa negociación en la que los representantes de Madrid, situados ante el hecho consumado de la donación real, trataron de buscar una fórmula que no significase un cambio en el estatuto de la villa que, a la muerte de León, volvería a la situación de patrimonio real.
De la villa de Madrid a finales del siglo XIV
Cuando, hacia 1085, Madrid llegó a manos cristianas, sólo era una modesta población que había surgido al amparo del alcázar, fortaleza que estuvo situada en las inmediaciones del Palacio Real, y que formaba parte junto a otros castillos de la zona de la red defensiva que protegía Toledo.
Las capitulaciones que siguieron a la caída de Toledo pusieron en manos de Alfonso VI un extenso territorio en el que se incluía Mayrit, que según costumbre en las tierras conquistadas fue repoblada de inmediato, en este caso con cristianos procedentes del valle del Duero y algunos francos. Pronto se iniciaron las obras del segundo recinto amurallado, conocido como ‘muralla cristiana’, con un perímetro mucho mayor que la primitiva muralla vieja o árabe, y que ya incluía en su cercado los barrios donde se instalaron los nuevos pobladores. Aunque no quedan muchos vestigios de esta segunda muralla, la toponimia de la ciudad nos permite reconstruir sin ninguna duda su recorrido, pues nombres de lugares tan madrileños como Puerta de la Vega, Puerta de Moros, Cava alta y Cava baja, Puerta Cerrada, etc., nos dan noticia de su trazado.
Se contaban en la villa hasta diez parroquias, de las cuales era la principal la dedicada a Santa María de la Almudena, que había sido edificada como era costumbre de la época, sobre la antigua mezquita y permaneció en pie hasta las últimas décadas del siglo XIX.
Madrid había conocido una época de gran auge tras la conquista cristiana, llegando a tener su propio Fuero en el año 1202, y un siglo después, en 1309, se convocaron por primera vez en ella las cortes castellanas, lo que nos da idea de una villa de cierto fuste. No obstante, el progresivo alejamiento hacia el sur de las fronteras de la reconquista, hizo que perdiera parte de su interés estratégico. Cuando fue entregada a León de Armenia, la villa venía arrastrando una crisis que duraba ya medio siglo. A una sucesión de malas cosechas ‘con gran mengua de pan’, se unieron otro tipo de calamidades como la aparición de la peste a mediados del siglo XIV, y no eran tampoco ajenas las causas políticas, pues la nobleza madrileña se mantuvo fiel a Pedro I durante los enfrentamientos que llevaron al trono a su hermanastro Enrique II de Trastámara.
Junto a la mayoría cristiana convivían en Madrid musulmanes y judíos. La minoría más importante numéricamente, y también la que había conseguido un mayor grado de integración eran los musulmanes o mudéjares, que a finales del siglo XIV habitaban principalmente en el barrio que todavía se conoce como de la Morería, próximo a la parroquia de San Andrés y a la Puerta de Moros. Se dedicaban a la agricultura y a tareas artesanales, siendo famosa la habilidad de sus alarifes. De otra parte, los judíos centraban sus actividades en el comercio, existiendo también entre sus miembros algunos prestamistas y renombrados físicos, profesiones ambas que atienden dolencias de muy diferente signo a las que no es inmune ni el pueblo llano ni la realeza. Aunque la integración de esta comunidad fue más lenta, algunos se convertían al cristianismo, pero estos cambios de religión no debieron alejar las suspicacias de sus convecinos, pues en 1380, Juan I firmó un decreto por el que se castigaba con penas económicas a quienes llamasen tornadizos o marranos a los judíos conversos.
El centro neurálgico de la villa se encontraba en la calle Mayor, que terminaba junto a la muralla, en la llamada Puerta de Guadalajara. El mercado se ubicaba en la plaza de San Salvador, hoy plaza de la Villa, hasta que la expansión de la ciudad hizo necesario su traslado a la plaza del Arrabal, que andando el tiempo se convertiría en Plaza Mayor. También sobre la calle mencionada se situaba la parroquia de San Salvador donde celebraba sus reuniones el Concejo ‘a campana repicada’.
De las últimas andanzas de León VI
A pesar de la desconfianza que mostraron los regidores madrileños, la presencia de León VI no significó ningún cambio en la vida de la villa.
Una vez que hizo su entrada en Madrid en los últimos días de octubre de 1383, se instaló en el Alcázar como correspondía a su condición de Señor de la villa, y consta que mandó reconstruir las torres del mismo, que estaban muy deterioradas por un incendio ocurrido en tiempos de Enrique II.
Pero poco más se conoce de su estancia en la villa, que por otra parte fue muy corta.
A la vista de su posterior actuación resulta evidente que el interés del rey de Armenia no se centraba en señorear ninguna villa por importante que pudiera ser, sino que se había fijado como único objetivo la recuperación de su reino. Así parece corroborarlo el hecho de que sólo permaneciese en Madrid durante los peores meses de la invernada, y ya en los últimos días de febrero de 1384 lo encontramos en Peralta, en el reino de Navarra, donde se entrevistó con el rey Carlos el Malo. En el mes de marzo se hallaba con Gastón el Febo en sus condados de Foix y el Bearn, y a mediados de abril nuevamente está en Lleida con la familia real de Aragón y Cataluña. Desde aquí, y luego de una nueva visita al papa de Avignon, se dirigió a París donde es recibido por el rey francés Carlos VI a finales de junio.
A pesar de que en Francia estuviera el solar de los Lusignan, tampoco consiguió aquí lo que venía persiguiendo en tantas otras cortes europeas. En el caso francés, la inacabable guerra que mantenían con los ingleses era una razón perfecta para la negativa.
Todavía en noviembre de 1386 el incansable León continuaba con sus poco afortunadas gestiones, pues se sabe que en esa fecha llegaba a Londres con el beneplácito del rey francés, para intentar mediar entre ambos países, tratando de conseguir una tregua que pusiese fin a la guerra de los Cien Años. Su propuesta era formalmente muy simple, pues se basaba únicamente en que dejasen de matarse entre cristianos y que tropas de ambos países participasen en una cruzada para reconquistar su reino. Ricardo II le hizo un gran recibimiento y fue tratado con todos los honores, pero en lo que respecta a su proyecto sólo recibió una cortés negativa, con lo que vio esfumarse la última esperanza de poder reconquistar su país.
El rey armenio se había instalado definitivamente en Francia. Sin embargo, parece seguro que todavía volvió una vez a Castilla, con motivo de la muerte de Juan I, su gran valedor y hombre por el que sentía un indudable agradecimiento. Su nombre figura entre los asistentes a los funerales que se realizaron en honor del rey castellano en la catedral de Toledo, en febrero de 1391.
Tras esta fugaz aparición, marchó definitivamente a Francia, y en ese mismo año los regidores madrileños consiguieron que Enrique III, que había heredado el trono de Castilla y que sólo tenía once o doce años, revocase la donación que hizo su padre y la villa volviera a ser patrimonio real. Aunque no se conoce la fecha exacta, debió ser entre los meses de marzo a mayo de 1391, en que el joven permaneció en Madrid, en espera de que se resolviese el difícil conflicto planteado por la composición de su Consejo de regencia.
León de Armenia murió el 29 de noviembre de 1393, en el palacio francés de Tournelles. Fue enterrado en el convento de los agustinos y sus restos se perdieron durante la Revolución francesa. Su lápida, que se conserva en Saint Denis, entre los personajes de la realeza francesa, lleva la siguiente inscripción: ‘Aquí reposa el muy noble y excelente príncipe León de Lusignan, quinto rey latino del reino de Armenia, que rindió el alma a Dios el 29 de noviembre, el año de gracia de MCCCXCIII. Rogad por él’.
Por José Luis Ramírez
Amigos del Foro Cultural de Madrid
A principios del año 1382 una curiosa embajada llegó hasta los reinos de la península. Estaba compuesta por dos mensajeros, un fraile franciscano y un caballero de exótica vestimenta, que iban recorriendo el occidente europeo para entregar a los príncipes cristianos ciertas cartas personales del rey de Armenia.
Este rey, lo había sido de un pequeño estado conocido como Cilicia Armenia, remoto territorio situado en el extremo del Mediterráneo, sobre las costas más próximas a la isla de Chipre. Durante casi tres siglos, el país había sido un reducto cristiano en Asia Menor, sufriendo frecuentes hostigamientos de los musulmanes hasta que en 1375, durante el reinado de León VI, sitiaron Sis, su capital. Después de una feroz resistencia, el rey no tuvo otra opción que capitular ante los mamelucos que lo llevaron cautivo a El Cairo con algunos de sus leales. Desde entonces permanecía en poder del sultán.
En las cartas que llevaban sus mensajeros, León VI exponía con ribetes angustiosos esta situación, y solicitaba de los reyes cristianos la ayuda necesaria para conseguir la libertad.
Para el mundo cristiano, la desafortunada situación del rey armenio era conocida desde que una bula del papa de Avignon había pedido el año anterior que se aplicasen determinadas cantidades para obtener su liberación. Pero además, el rey cautivo pertenecía a la familia de los Lusignan, uno de los más antiguos linajes de la nobleza feudal francesa. Una vieja leyenda pretendía que estaban emparentados con el hada Melusina quien, al parecer, un día a la semana tomaba apariencia mitad de mujer y mitad de serpiente. Aunque nada dice la fábula al respecto, debemos suponer que los otros seis días tendría apariencia totalmente femenina, puesto que se casó con Raimundo de Poitiers, iniciando una saga cuyos descendientes quedaron bajo la protección del hada. Con o sin apoyo de Melusina, algunos Lusignan llegaron con las primeras cruzadas hasta el rincón oriental del Mediterráneo, estableciéndose en aquellas tierras y prosperando hasta tal punto que el trono de Chipre fue ocupado por una de sus ramas de forma ininterumpida desde finales del siglo XII y, a través de una trama de enlaces matrimoniales, acabaron sentándose también en el trono de Cilicia Armenia.
De las gestiones para la liberación del rey armenio
Sus enviados, que habían entrado en la península por Barcelona, fueron hasta Valencia, donde se encontraba por entonces la corte del rey de Aragón y Cataluña. En los primeros días de febrero se presentaron en esa ciudad ante Pedro ‘el Ceremonioso’, del que obtuvieron un trato benevolente y un vago compromiso. Poco después, provistos de unos salvoconductos y alguna ayuda económica, decidieron atravesar la península para plantear su misión al rey castellano.
En aquella época el séquito real se desplazaba cada cierto tiempo de una ciudad a otra, de forma que la cabecera del reino se encontraba donde estuviese en cada momento el rey. Así, cuando llegaron los enviados de León VI, la corte de Castilla estaba en Medina del Campo, y allí los recibió Juan I al que presentaron las cartas que portaban. En ellas, según la crónica castellana de Pero López de Ayala: ‘…cuenta como ha perdido su reino y está cautivo del Soldán de Babilonia’. Los mensajeros explicaron al soberano que no habría de pagarse ninguna cantidad elevada por el rescate del cautivo, pues el Sultán lo liberaría como un gesto de buena voluntad hacia los reyes cristianos si estos se lo rogaban. Esta circunstancia resultó sin duda decisiva para la suerte de León VI, pues las arcas de los reinos nunca estaban bien abastecidas.
El rey castellano dispuso que en el viaje de regreso hasta El Cairo dos caballeros de su corte acompañarían a los emisarios del rey armenio, y llevarían las cartas pidiendo la libertad de León VI junto a un presente para el sultán, que la crónica detalla así: ‘E enviole con sus mensajeros, escarlatas las mejores que pudo aver, e peñas grises e veras, e falcones gerifaltes, e otras joyas de oro y plata muy bien labradas, las cuales las envió más por la obra fermosa que en ellas avía que por la riqueza’.
La pequeña comitiva, a la que finalmente se unió un caballero enviado por Pedro ‘el Ceremonioso’ con cartas del rey catalano-aragonés, partió de Barcelona en el mes de mayo a bordo de una galera que debería atravesar el Mediterráneo para desembarcar en Alejandría.
Llegados a El Cairo, el sultán recibió a los mensajeros con gran deferencia, aceptando de buen grado los presentes y las cartas de que eran portadores, y cumplió la palabra dada, pues León VI obtuvo por fin la libertad el 30 de septiembre de 1382.
De su liberación y lo que hace después
Sólo unos días después el rey armenio se embarcó hacia occidente haciendo una primera escala en la isla de Rodas. A continuación su viaje le llevó hasta Venecia, y desde aquí continuó por tierra hacia Avignon y Barcelona.
En todos estos lugares era recibido con solemnidad y grandes agasajos. En Avignon, que debido al cisma producido unos años antes en la iglesia católica era una de las sedes del papado, el propio papa Clemente VII salió a recibirle fuera de la ciudad, y le hizo entrega de la Rosa de Oro, una condecoración destinada sólo a quienes hubieran prestado grandes servicios a la cristiandad.
Sus acompañantes contaban que los mamelucos habían ofrecido a León mantenerle en su trono si aceptaba convertirse al islamismo, y que este se había negado sin tener un momento de duda. Esto causaba una impresión favorable, pero cuando León VI, tras agradecer las gestiones para su liberación, planteaba la necesidad de ayuda material para reconquistar su país, sólo recibía respuestas poco concretas.
En la primavera de 1383 llegó hasta el reino catalano-aragonés, donde Pedro IV vivía sus últimos años tras un reinado de medio siglo. En Barcelona visitó la tumba de María de Chipre, una Lusignan que estuvo casada con Jaime II, y poco después, ante el escaso entusiasmo que sus proyectos despertaban decidió partir para Castilla.
Un mes tardó su pequeño séquito en atravesar la península para encontrarse con el rey de Castilla, que estaba celebrando sus bodas con la princesa Beatriz de Portugal en Elvas, cerca de la frontera. El propio monarca salió a recibirle a una legua de Badajoz rodeado de su corte. Al encontrarse ambas comitivas, León descabalgó, se descubrió e hizo una reverencia ante el castellano, a lo que Juan I respondió echando también pie a tierra, lo que equivalía a reconocerle un trato de igual a igual.
El rey armenio era un hombre de baja estatura y semblante agradable, que evidenciaba en los ademanes su condición real. Tenía un porte majestuoso, realzado por una indumentaria de tipo oriental, extraña para los usos castellanos, sobre la que destacaba la Rosa de oro entregada por el Papa. No hablaba ninguna de las lenguas de la península, y le servía de intérprete su confesor, el franciscano que vino como mensajero suyo unos meses antes.
Desde mediados de mayo, León permaneció junto a la corte de Juan I por espacio de varios meses, tiempo en el que sin duda expuso ante el monarca la misma petición de ayuda para recobrar su reino que había hecho a cuantos príncipes cristianos tuvo oportunidad.
De cómo Juan I le concede el señorío de Madrid
En lo que se refiere a la cesión de Madrid, la Crónica de López de Ayala parece indicar que ocurrió de forma casi inmediata tras la llegada del armenio pues, tras narrar el primer encuentro dice: ‘E otro día el rey don Juan ……… diole para en toda su vida la villa de Madrid, e la de Villareal, e la de Andújar, con todos sus pechos e derechos e rentas que en ellas avía, e dióle más en cada año para en toda su vida ciento e cinquenta mil maravedís’. Aunque no se conoce la fecha exacta de tan generosa donación, lo más factible es que ocurriera después de que el rey castellano escuchase la demanda de ayuda de su invitado, y en este caso habría sido un modo, más que generoso, de endulzar su negativa.
Sea como fuere, tras la celebración de las bodas del rey Juan, León continuó al lado de la corte hasta el mes de julio cuando, para cumplir un voto hecho durante su cautiverio viajó hacia Santiago de Compostela. A pesar de que a la ciudad del apóstol llegaban peregrinos de toda la cristiandad, la presencia del rey de Armenia resultó un acontecimiento, pues eran conocidas las circunstancias en que había perdido su trono, y se decía que su esposa e hija habían muerto durante el cautiverio, lo que atraía hacia él las simpatías y la compasión de todos.
Al regreso de la peregrinación, ambos monarcas volvieron a encontrarse en Segovia, donde Juan I reunió las cortes castellanas en septiembre de 1383. León estuvo hospedado en el monasterio de San Francisco de esa ciudad, y allí recibió a los representantes del Concejo madrileño.
La documentación existente, nos permite saber sin asomo de duda que el concejo de Madrid no estuvo en absoluto conforme con la decisión que le hacía perder su condición de villa de realengo, y aunque tuvieron que aceptar la decisión y otorgaron poderes a varios procuradores para rendir homenaje a León en nombre de los regidores de la villa, al propio tiempo enviaron cartas al rey castellano exponiendo sus quejas.
Como consecuencia de estas quejas el rey Juan I otorgó, con fecha 12 de octubre, un privilegio real en el que volvía a exponer a los madrileños los términos en que se había realizado la donación. En este documento se explican las razones de la cesión al rey armenio diciendo: ‘por quanto él perdió su rregno en defendimiento de la Santa Fe Católica’, y como había quedado establecida la duración de la cesión: ‘e diémosgela para en su vida con todas sus rrentas e pechos e derechos que nos pertenesçen de la dicha Villa’. Tras la exposición, el privilegio terminaba dando satisfacción al Concejo de Madrid, pues incluía un compromiso del monarca a que en el futuro la villa no sería nunca más enajenada de la Corona, ni por él mismo ni por sus descendientes. De esta forma se aseguraba a los madrileños que León VI sería el primero y último señor de Madrid.
Sólo una semana después de este privilegio, los procuradores de Madrid realizaron el pleito-homenaje, una fórmula medieval de vasallaje por la cual la villa reconocía como su señor a León de Armenia.
Con la misma fecha en que tuvo lugar el pleito-homenaje existe otro documento, en este caso un privilegio otorgado por León VI como nuevo Señor de la villa, por el que se confirman todos sus fueros, usos, ordenamientos y costumbres.
El contenido de estos documentos y la forma en que se suceden en el tiempo, demuestra que existió una intensa negociación en la que los representantes de Madrid, situados ante el hecho consumado de la donación real, trataron de buscar una fórmula que no significase un cambio en el estatuto de la villa que, a la muerte de León, volvería a la situación de patrimonio real.
De la villa de Madrid a finales del siglo XIV
Cuando, hacia 1085, Madrid llegó a manos cristianas, sólo era una modesta población que había surgido al amparo del alcázar, fortaleza que estuvo situada en las inmediaciones del Palacio Real, y que formaba parte junto a otros castillos de la zona de la red defensiva que protegía Toledo.
Las capitulaciones que siguieron a la caída de Toledo pusieron en manos de Alfonso VI un extenso territorio en el que se incluía Mayrit, que según costumbre en las tierras conquistadas fue repoblada de inmediato, en este caso con cristianos procedentes del valle del Duero y algunos francos. Pronto se iniciaron las obras del segundo recinto amurallado, conocido como ‘muralla cristiana’, con un perímetro mucho mayor que la primitiva muralla vieja o árabe, y que ya incluía en su cercado los barrios donde se instalaron los nuevos pobladores. Aunque no quedan muchos vestigios de esta segunda muralla, la toponimia de la ciudad nos permite reconstruir sin ninguna duda su recorrido, pues nombres de lugares tan madrileños como Puerta de la Vega, Puerta de Moros, Cava alta y Cava baja, Puerta Cerrada, etc., nos dan noticia de su trazado.
Se contaban en la villa hasta diez parroquias, de las cuales era la principal la dedicada a Santa María de la Almudena, que había sido edificada como era costumbre de la época, sobre la antigua mezquita y permaneció en pie hasta las últimas décadas del siglo XIX.
Madrid había conocido una época de gran auge tras la conquista cristiana, llegando a tener su propio Fuero en el año 1202, y un siglo después, en 1309, se convocaron por primera vez en ella las cortes castellanas, lo que nos da idea de una villa de cierto fuste. No obstante, el progresivo alejamiento hacia el sur de las fronteras de la reconquista, hizo que perdiera parte de su interés estratégico. Cuando fue entregada a León de Armenia, la villa venía arrastrando una crisis que duraba ya medio siglo. A una sucesión de malas cosechas ‘con gran mengua de pan’, se unieron otro tipo de calamidades como la aparición de la peste a mediados del siglo XIV, y no eran tampoco ajenas las causas políticas, pues la nobleza madrileña se mantuvo fiel a Pedro I durante los enfrentamientos que llevaron al trono a su hermanastro Enrique II de Trastámara.
Junto a la mayoría cristiana convivían en Madrid musulmanes y judíos. La minoría más importante numéricamente, y también la que había conseguido un mayor grado de integración eran los musulmanes o mudéjares, que a finales del siglo XIV habitaban principalmente en el barrio que todavía se conoce como de la Morería, próximo a la parroquia de San Andrés y a la Puerta de Moros. Se dedicaban a la agricultura y a tareas artesanales, siendo famosa la habilidad de sus alarifes. De otra parte, los judíos centraban sus actividades en el comercio, existiendo también entre sus miembros algunos prestamistas y renombrados físicos, profesiones ambas que atienden dolencias de muy diferente signo a las que no es inmune ni el pueblo llano ni la realeza. Aunque la integración de esta comunidad fue más lenta, algunos se convertían al cristianismo, pero estos cambios de religión no debieron alejar las suspicacias de sus convecinos, pues en 1380, Juan I firmó un decreto por el que se castigaba con penas económicas a quienes llamasen tornadizos o marranos a los judíos conversos.
El centro neurálgico de la villa se encontraba en la calle Mayor, que terminaba junto a la muralla, en la llamada Puerta de Guadalajara. El mercado se ubicaba en la plaza de San Salvador, hoy plaza de la Villa, hasta que la expansión de la ciudad hizo necesario su traslado a la plaza del Arrabal, que andando el tiempo se convertiría en Plaza Mayor. También sobre la calle mencionada se situaba la parroquia de San Salvador donde celebraba sus reuniones el Concejo ‘a campana repicada’.
De las últimas andanzas de León VI
A pesar de la desconfianza que mostraron los regidores madrileños, la presencia de León VI no significó ningún cambio en la vida de la villa.
Una vez que hizo su entrada en Madrid en los últimos días de octubre de 1383, se instaló en el Alcázar como correspondía a su condición de Señor de la villa, y consta que mandó reconstruir las torres del mismo, que estaban muy deterioradas por un incendio ocurrido en tiempos de Enrique II.
Pero poco más se conoce de su estancia en la villa, que por otra parte fue muy corta.
A la vista de su posterior actuación resulta evidente que el interés del rey de Armenia no se centraba en señorear ninguna villa por importante que pudiera ser, sino que se había fijado como único objetivo la recuperación de su reino. Así parece corroborarlo el hecho de que sólo permaneciese en Madrid durante los peores meses de la invernada, y ya en los últimos días de febrero de 1384 lo encontramos en Peralta, en el reino de Navarra, donde se entrevistó con el rey Carlos el Malo. En el mes de marzo se hallaba con Gastón el Febo en sus condados de Foix y el Bearn, y a mediados de abril nuevamente está en Lleida con la familia real de Aragón y Cataluña. Desde aquí, y luego de una nueva visita al papa de Avignon, se dirigió a París donde es recibido por el rey francés Carlos VI a finales de junio.
A pesar de que en Francia estuviera el solar de los Lusignan, tampoco consiguió aquí lo que venía persiguiendo en tantas otras cortes europeas. En el caso francés, la inacabable guerra que mantenían con los ingleses era una razón perfecta para la negativa.
Todavía en noviembre de 1386 el incansable León continuaba con sus poco afortunadas gestiones, pues se sabe que en esa fecha llegaba a Londres con el beneplácito del rey francés, para intentar mediar entre ambos países, tratando de conseguir una tregua que pusiese fin a la guerra de los Cien Años. Su propuesta era formalmente muy simple, pues se basaba únicamente en que dejasen de matarse entre cristianos y que tropas de ambos países participasen en una cruzada para reconquistar su reino. Ricardo II le hizo un gran recibimiento y fue tratado con todos los honores, pero en lo que respecta a su proyecto sólo recibió una cortés negativa, con lo que vio esfumarse la última esperanza de poder reconquistar su país.
El rey armenio se había instalado definitivamente en Francia. Sin embargo, parece seguro que todavía volvió una vez a Castilla, con motivo de la muerte de Juan I, su gran valedor y hombre por el que sentía un indudable agradecimiento. Su nombre figura entre los asistentes a los funerales que se realizaron en honor del rey castellano en la catedral de Toledo, en febrero de 1391.
Tras esta fugaz aparición, marchó definitivamente a Francia, y en ese mismo año los regidores madrileños consiguieron que Enrique III, que había heredado el trono de Castilla y que sólo tenía once o doce años, revocase la donación que hizo su padre y la villa volviera a ser patrimonio real. Aunque no se conoce la fecha exacta, debió ser entre los meses de marzo a mayo de 1391, en que el joven permaneció en Madrid, en espera de que se resolviese el difícil conflicto planteado por la composición de su Consejo de regencia.
León de Armenia murió el 29 de noviembre de 1393, en el palacio francés de Tournelles. Fue enterrado en el convento de los agustinos y sus restos se perdieron durante la Revolución francesa. Su lápida, que se conserva en Saint Denis, entre los personajes de la realeza francesa, lleva la siguiente inscripción: ‘Aquí reposa el muy noble y excelente príncipe León de Lusignan, quinto rey latino del reino de Armenia, que rindió el alma a Dios el 29 de noviembre, el año de gracia de MCCCXCIII. Rogad por él’.
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